Crónicas | Internacional

Michael J. Sánchez, observar la nueva Guerra Fría a vista de prismáticos desde Gibraltar

Barcos de guerra rusos, estadounidenses y chinos, entre otros, pasan regularmente frente a las costas españolas. Michael J. Sánchez, policía jubilado, se dedica a fotografiarlos e identificarlos en un lugar clave para la geoestrategia mundial: el Peñón de Gibraltar.

Michael J. Sánchez en Punta Europa, Gibraltar. PATRICIA SIMÓN.

– Y ahora hay menos tráfico porque con la guerra de Ucrania ya no pasan barcos rusos por Gibraltar. Mercantes. Porque de guerra, sí. En una semana pasarán dos auxiliares: un petrolero y un remolcador. Vienen bajando, ahora están en Dover (Inglaterra). Y hace dos semanas cruzaron por aquí la fragata, las dos corbetas y el petrolero rusos. Ahora están en la costa de Norway, donde hay una maniobra grande de la OTAN. Allí se miran los unos a los otros. Es otra vez la Cold War, la Guerra Fría.

Para llegar a saber de la existencia de Michael J. Sánchez tuvieron que confluir dos circunstancias a veces escurridizas entre sí: la casualidad y la observación. El 23 de abril, la madre de esta periodista, avezada oteadora del horizonte marítimo, reparó en una columna que sobresalía en medio del mar, frente al Campo de Gibraltar. Parecía que, de un día para otro, hubiese brotado una plataforma petrolífera. Madre e hija se encontraban juntas en ese momento y, buscando información para desentrañar el misterio, dieron con la cuenta de Twitter de Sánchez, un policía ya jubilado que informaba, con foto incluida, de que se trataba de una fragata italiana. 

El tráfico marítimo en este enclave geoestratégico, salida del Mediterráneo al Atlántico, es uno de los más intensos del mundo. Tanto como para que el día anterior, tal y como publicaba también Sánchez, hubiesen navegado, a apenas unos kilómetros de la Península, tres buques de guerra, acompañados por un petrolero de soporte, todos ellos rusos. Se trataba de dos corbetas y de la fragata Almirante Grigorovich, responsable, como publicó Europa Sur, de bombardear Alepo en 2016 como parte del apoyo que el Kremlin presta al régimen de Bashar al Assad en la guerra de Siria.

La fragata rusa Admirante Grigorovich frente a Gibraltar el 22 de abril de 2023. MICHAEL J. SÁNCHEZ

El Estrecho, un termómetro de la conflictividad mundial

Michael J. Sánchez lleva desde que era un niño estudiando, observando y fotografiando los barcos de guerra que bordean el Peñón de Gibraltar, donde nació. Una afición conocida como warshipspotting que comparten miles de personas alrededor del mundo. Internet las ha convertido en una comunidad hiperconectada entre sí que produce información en abierto. Publican sus hallazgos en sus redes sociales y en páginas especializadas.

“Ahí tenemos algo interesante”, dice Sánchez, señalando a la costa marroquí, a apenas 27 kilómetros, dos semanas después del cruce de las embarcaciones bélicas rusas. Apostado junto al faro de Punta Europa, el extremo más meridional de la colonia británica, mira por los prismáticos, levanta la cámara con teleobjetivo, dispara. “Tengo que estudiarlo tranquilamente en la pantalla del ordenador, pero tiene pinta de ser un barco espía ruso. Suelen pasar también chinos, de Estados Unidos… Son barcos con muchas antenas y radares. A veces, incluso barcos de pesca. Van recogiendo comunicaciones por donde pasan. Todo el mundo se espía, también los aliados entre sí”, continúa explicando, mientras turistas europeos se bajan del autobús que les ha traído desde la Costa del Sol.

Los “oooooh” por la cercanía del continente africano, se convierten en “oh” cuando se percatan de la cantidad de buques que nos rodean, la mayoría petroleros a la espera de recibir encargos o de ingresar en el puerto de Algeciras. 

El primer antepasado de Sánchez en llegar al Peñón fue un comerciante que trasladaba bienes en barco desde Barcelona. Según la historia que le ha llegado a su descendiente, en 1834 alguien le alertó de que no debía volver a España si no quería ser encarcelado por alguna causa que este desconoce. Un siglo después, el abuelo de Sánchez trabajaría en la enfermería de la base naval de Gibraltar, su padre como electricista, y hasta su mujer –cuya familia es de origen italiano– fue contratada allí durante una temporada. “No sé si viene de ahí mi pasión, pero ahora que estoy jubilado es a lo que me dedico las 24 horas”. Incluso cuando era policía, no dudaba en robarle horas al sueño si alguien lo llamaba para avisarle de que estaba pasando algún barco de guerra. 

Las turbulencias geopolíticas en el tráfico marítimo

“Llevo un diario desde el año 77 con todos los que han pasado desde entonces. En aquella época, eran una media de 200 al año. Ahora son menos porque con un barco haces lo que te hacían antes cuatro. Estamos entre 40 y 50 anuales, y son más que en la primera década de este siglo. A raíz de la guerra de Siria y, especialmente, a partir de la invasión rusa de Crimea en 2014, han aumentado. Desde entonces vemos más barcos rusos, algunos chinos e, incluso, alguno indio”, explica asépticamente, evitando cualquier tipo de valoración política. No solo porque es parte del modo de relacionarse entre los shipsspotting para evitar roces, sino porque su interés genuino son las embarcaciones.

Pero, inevitablemente, Sánchez y la veintena de aficionados que en el Peñón se dedican a identificar estas embarcaciones son testigos de cómo las turbulencias de la geopolítica internacional se traducen rápidamente en alteraciones en el tráfico marítimo de este canal. 

En su diario, Sánchez registró en 2022 el paso de 26 barcos de guerra rusos y 32 en 2021. “Rusia ya no tiene las bases que tenía la URSS en Argelia, Túnez o Egipto. Tiene la base naval de Tartús en Siria, pero tiene que ir a Rusia a hacer los relevos”. En lo que sí ha notado Sánchez un descenso abrupto es en el número de barcos mercantes rusos a causa de las sanciones. Apenas contabilizó 12 en 2022. “Vienen de Turquía, repostan a menudo en Argelia y rodean por aquí para ir a Rusia”, explica.

Pero no todos son siempre visibles. Al igual que en el tráfico aéreo, hay regiones en las que no se publican las imágenes de los radares y de los satélites. Es el caso de los alrededores de Ucrania y del Mar Negro. “Los barcos son visibles una vez que cruzan el Bósforo. Y ahí también tenemos compañeros que avisan: oye que va para allá tal embarcación”, relata Sánchez, que observa un avión comercial que acaba de despegar del aeropuerto de Gibraltar. Mira la hora y aclara: «Es el que va a Heathrow». Sánchez palpita al ritmo del pulso del Peñón.

Las guerras de ayer y hoy de Estados Unidos

Además de lo que pasa frente a su hogar, el expolicía rastrea naves determinantes en los conflictos como los portaaviones norteamericanos. “El 2 de mayo salió The Gerald R. Ford de Virginia a hacer maniobras en el Mar del Norte. Allí se van a encontrar con los rusos. Luego vendrá al Mediterráneo porque Estados Unidos siempre tiene un portaaviones estacionado aquí. Y, después, pasarán los rusos siguiéndolo otra vez. Volvemos a los años 70, cuando los barcos se acercaban demasiado los unos a los otros, como decimos nosotros ‘enseñando la bandera’. El problema no es que se ataquen, sino que haya cualquier error por alguna de las partes y las consecuencias puedan ser graves”, alerta sin aspavientos. A unos pocos metros de donde nos refugiamos del viento, se alza la gran mezquita Ibrahim al-Ibrahim, construida por el rey Fahd de Arabia Saudí en 1997. 

Sánchez recuerda el tráfico intenso de barcos de EEUU durante la invasión de Kuwait en 1990 y, en menor medida, la de Irak en 2003. “Esto era crazy, un no parar”, dice en su lengua, el llanito en el que habla con todo el mundo y que la juventud gibraltareña está perdiendo. Niños y niñas que hablan un perfecto inglés y, muchos, también un perfecto español, pero no esa lengua más antigua que el spanglish y que incluye, además, palabras italianas, hebreas, indias, árabes. Algunas de las comunidades que conviven en apenas estos 6 kilómetros cuadrados.

Michael J. Sánchez con la mezquita financiada por el rey Fahd al fondo. PATRICIA SIMÓN

El riesgo de los submarinos nucleares

Desde hace años, los avistadores se avisan entre sí cuando ven, u oyen, llegar el avión norteamericano de la base de Rota. Suele sobrevolar en zigzag y durante horas unas aguas en las que siempre hace viento y oleaje. “Sabemos que cuando está dando vueltas así busca identificar lo que hay bajo agua, como submarinos nucleares”. Cuando son británicos, no es raro que salgan a la superficie. Como el HMS Audacious que el 3 de marzo atracó en su puerto militar.

Este submarino nuclear de la Armada británica volvía de realizar labores de vigilancia e inteligencia para la OTAN en el Mediterráneo oriental. La nave transporta misiles de ataque terrestre Tomahawk y torpedos pesados Spearfish, como informó en su momento Europa Sur. La ONG Verdemar-Ecologistas en Acción lleva años denunciando que Reino Unido utiliza el puerto militar de Gibraltar para reparar sus submarinos nucleares, lo que “pone en riesgo a la población del Estrecho de Gibraltar».

A su vez, Sánchez coincide en que “Gibraltar se está especializando en las labores de mantenimiento y aprovisionamiento de submarinos”, sin entrar a especificar la cuestión nuclear.  

Barcos espía en un proxy de la nueva Guerra Fría

Sánchez vuelve a mirar con sus prismáticos la embarcación más alejada en el horizonte, cada vez más convencido de que, por su silueta y movimiento, puede ser un barco espía. “La Unión Soviética tenía muchos barcos de pesca que, además de jureles, pescaban todo lo que podían. Ahora lo siguen haciendo, como el resto de países, a menudo con barcos mercantes”. Hace unos meses, mirando Vesselfinder y otras webs en las que se pueden rastrear algunos de los barcos que navegan por todo el mundo, le rechinó algo en uno que aparecía como una embarcación pesquera. Tenía la misma matrícula que otra que había identificado hacía unas semanas y que ahora se encontraba en el Mar del Norte. Cruzando datos con otros buscadores concluyeron que se trataba de un barco ruso de guerra camuflado. 

Pero no son los rusos los más habituales, sino los estadounidenses, los españoles, los británicos y los italianos. Y, aun así, los norteamericanos han bajado. “Con el cambio de Obama a Trump, su Gobierno ya no fue tan amable con Inglaterra, y ahí vimos claramente un bajón. Pero sus submarinos grandes sí siguen viniendo, especialmente los que llevan misiles balísticos”, puntualiza. 

Y, sin embargo, hay algo menos visible que le preocupa a Sánchez mucho más. “Estamos a 180 millas de la frontera entre Argelia y Marruecos. A Argelia le suministran todo el material de guerra China y Rusia. A Marruecos, Estados Unidos. Tenemos un proxy aquí, los dos peores enemigos enfrentados y pegados. Argelia tiene unos misiles antibarcos con un rango de distancia de 400 kilómetros. Estamos a mucho menos, pero no hace falta que los dispare a tierra. Con que le dé a un mercante ya se cierra el Estrecho. Toda la economía mundial se vería afectada porque el tráfico marítimo tendría que rodear África”, advierte. 

El poder de controlar Gibraltar

Sánchez es un orgulloso llanito que reivindica el papel que jugó Gibraltar en la II Guerra Mundial. “El Estrecho estaba abierto. Francia e Italia se fueron al lado de Hitler. Si el Peñón hubiese caído, se habría cerrado el Mediterráneo y habría sido un gran problema. Hasta ahora, quien ha controlado el Estrecho se ha llevado el gato al agua”, concluye mientras de fondo se alza el Peñón, horadado por kilómetros de túneles. Una zona militar de acceso restringido al Ejército británico.

La entrevista tiene lugar el domingo 7 de mayo, el día después de la coronación de Carlos III. Además de la abundante decoración desplegada para la ocasión por el Gobierno local, los llanitos han agregados fotografías del monarca y símbolos de la Corona a las banderas británicas que suelen decorar las viviendas del Peñón. Coincidiendo con la ceremonia, el Ejecutivo de Londres envió a una de sus embarcaciones más singulares, la HMS Scott, el buque de observación oceanográfica más grande de Europa Occidental. Decorada para la ocasión con las banderas de señales marítimas internacionales, es un ejemplo más de cómo en Gibraltar nada está desprovisto de la significación que supone controlar uno de los lugares donde mejor se mide la conflictividad mundial. 

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