Cultura

Revisitar ‘Los santos inocentes’ de Delibes para no ser ni santos ni inocentes

La primera adaptación teatral de la obra de Miguel Delibes es, en palabras de su director, Javier Hernández-Simón, el retrato de una España de la que «seguimos siendo herederos».

Pepa Pedroche y Javier Gutiérrez en un momento del montaje de 'Los santos inocentes'. MARCOSGPUNTO

Este artículo se publicó originalmente en ‘La Fàbrica Digital’. Puedes leerlo aquí en catalán.

GUILLERMO MARTÍNEZ | «Esta obra es un recuerdo sobre la imposibilidad de articular una sociedad más justa y democrática, en la que se perpetúa la crueldad hacia los menos privilegiados». Así describe Javier Hernández-Simón la obra teatral Los santos inocentes, adaptación de la novela homónima de Miguel Delibes y que por primera vez sube a los escenarios. Hernández-Simón, director de la obra y autor de la adaptación junto a Fernando Marías, rescata estas líneas escritas en 1981, cuando una aún incipiente democracia española empezaba a asomar la cabeza. «Parece que no, pero estas ideas que nos muestra siguen latentes en la sociedad y hay que tener mucho cuidado para que no vuelvan a tomar fuerza, no solo en España, sino a nivel mundial», advierte.

Una idea primigenia vertebra la trama, ambientada en los años sesenta: un señorito de Extremadura dispone de las cosas, animales y personas a su aire, mientras una familia de campesinos gasta todas las energías en la servidumbre, pero con una ilusión: que sus hijos no sigan el mismo camino y puedan estudiar. «Todo esto nos habla de la necesidad de la educación, como individuos y como sociedad, para convertirnos en seres libres, para construir el criterio personal. Sin educación nos dirán cómo son las cosas y no podremos refutarlo ni rebelarnos nunca», dice Hernández-Simón.

La obra de teatro, que ya se ha representado más de un centenar de veces por toda la geografía española antes de llegar a Madrid a partir del 11 de mayo, es un grito evocador más sobre cómo combatir los privilegios y totalitarismos presentes en la historia. Confeccionada por Delibes con una estructura moderna que muestra los diferentes puntos de vista de los personajes y con elipsis temporales, que Los santos inocentes saltara al teatro no fue fácil. Según explica el director, «trasladarla al lenguaje escénico fue lo que más costó porque teníamos que crear una narrativa un poco más lineal».

La España sumisa

«Paco el Bajo acepta el destino que su señor le tiene reservado, es el esclavo domado perfecto, ni siquiera llega a la resignación. Es como si le hubieran mutilado la voluntad desde que era pequeño», comenta Hernández-Simón. «Es el espejo en el que todos nos debemos mirar», escribió Fernando Marías, «un personaje que no queremos entender porque nos vemos demasiado reflejados en él, un tipo que asume su condición de esclavo con una gran naturalidad y sumisión». Frente a él, Azarías, un personaje con una forma propia de entender el mundo basada en la ternura, la protección hacia los indefensos y la incomprendida crueldad. Por encima de ellos, el temible Iván, un señorito altivo, autoritario, violento en cada gesto. Un verdadero destructor de todo lo que le rodea, en palabras del director.

Los personajes femeninos responden al contexto histórico en el que se enmarca la trama: silenciosos en la novela, pero con cierta voz en la obra de teatro, para acercarlos al público y comprender quiénes eran y su forma de pensar. «Es importante que revisitemos de dónde venimos, especialmente en España, donde seguimos siendo una de las democracias más jóvenes de Europa y no hace tanto que vivíamos bajo el yugo de una dictadura. Seguimos siendo herederos en muchos comportamientos de la sociedad», recuerda Hernández-Simón.

En realidad, estos santos inocentes que visitan el teatro por primera vez desde la publicación de la novela siguen siendo esta advertencia que, según el director teatral, nos dice que las ideas que propugnan la desigualdad entre clases habitan entre nosotros. «Unas ideas que hay que aprender a detectar pronto para que no nos engañen ni lleguemos a apoyar lo que nos reprime, para que no seamos Paco el Bajo», concluye.


‘Los santos inocentes’ se representará desde hoy y hasta el 11 de junio en Las Naves del Español, en Matadero Madrid.

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Comentarios
  1. ¿Así que había una incipiente democracia española?
    ¿Y que ha sido de ella?
    Yo no la he conocido nunca. Los que lucharon por ella aún la esperan en las cunetas, descampados y fosas comunes.
    Aún no se ha hecho ni la VERDAD, ni la JUSTICIA ni la REPARACIÓN, todo sigue bien atado, razón por la cual estamos volviendo otra vez a aquellos tiempos de «la extraordinaria placidez, de la paz de los cementerios» tan añorados por millones de súbditos borregos.

  2. LOS SANTOS INOCENTES. M. DELIBES
    Javier Hernández-Simón
    El Teatro Auditorio de Cuenca lleno de mayores, jóvenes y estudiantes deseosos de ver, representada sobre un escenario, una de las novelas más genuinas del siglo XX en nuestro país. Inevitable el recuerdo de la extraordinaria versión cinematográfica para la mayoría. Las expectativas en todo lo alto…hasta el final.
    Pepa Pedroche (Régula) me decía que en la adaptación el tiempo correspondía a 1968, justo cuando en Francia estaba la revolución cultural y así la comparación que hace el señorito Iván (Jacobo Dicenta) de España con Francia ante el embajador francés (José Fernández) queda enmarcada y refleja el sinsentido y la maldad que el franquismo imponía en todos los rincones del país.
    La humillación y el desprecio sin límites, evidenciando el abuso, constante, de poder de los ricos sobre los pobres. Cómo las costumbres son crueles cuando consiguen normalizar la injusticia en todos su extensión, consiguen que los ofendidos se sientan orgullosos y agradecidos a sus verdugos.
    Los diálogos, perfectamente entonados, son trozos de realidad que ha construido lo que somos hoy. Suenan creíbles porque lo son. El machismo, la prepotencia, la dominación, la cosificación, el desprecio, la ignorancia así como la esperanza, el deseo de cambio, el querer hacer y querer ser diferente, aparecían permanentemente en las voces y en los cuerpos de los personajes, que llenaban todo, incluso el patio de butacas.
    Los pájaros sobre volando inquietantes y protegiendo seguros dan cuenta de la ambigüedad, de la distancia en las posiciones mentales y físicas de las clases sociales durante el franquismo. Son ellos los que justifican la existencia de Paco el Bajo y su familia en el cortijo del señorito, pero también son ellos las que causan la solución al drama insoportable de la falta de dignidad humana.
    La dureza de la vida en el campo con tantas necesidades en la casa, en las ropas, en la salud, en la educación, en los enseres, es transmitida con las luces, el sonido de la txalaparta, los objetos apilados de manera informe e imprecisa, con la expresión corporal de todos empezando con Marta Gómez (la niña chica), siguiendo por Javier Gutiérrez (Paco el Bajo) y las miradas y las manos de cada uno de los miembros de la familia, padre, madre, hijos y tío Luis Bermejo (Azarías).
    La conversación entre las mujeres, Régula y Nieves (Yune Nogueiras) sobre las posibilidades vitales es, sencillamente, entrañable. La madre que confiesa no tener piernas, igual que su otra hija enferma, pero que Nieves sí las tiene para salir de allí y poder vivir como una persona y no como animales que es como les tratan en la finca del señorito, él mismo y los guardeses. Esa conversación, con su metáfora oportuna y acertada, nos advierte que hay situaciones que se perpetúan si no se provoca la transgresión, aunque suponga dolor, mucho dolor porque lo más probable es que madre e hija no se vuelvan a ver nunca más.
    De nuevo Régula mantiene otra conversación con su hermano enfermo y sus hijos sobre su otro hermano asesinado en la guerra y desaparecido sin rastro ni para llevarle unas flores a la tumba. Dura poco esta escena pero inunda de injusticia la historia de todo un país todavía hoy.
    Estas dos conversaciones nos sonrojan y nos recuerdan el peligro de soportar más de lo conveniente un régimen antidemocrático, una cultura fascista, una sociedad machista y una justicia corrupta.
    Delibes siglo XXI, todo un lujo verlo.
    Espero que Madrid, a pesar de elegir a sus polític@s actuales, sepa apreciar el mensaje inequívoco de la obra.

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