Cultura | Opinión
#UnAñoFeliz (14) | Un mundo con corazón
"Temelkuran no tiene pudor en mostrar sus debilidades, sus dudas y sus derrotas. No se presenta como una gurú [...] Cree que juntos podemos conseguirlo", reflexiona Ovejero sobre la obra de la periodista turca.
Qué bien me cae Ece Temelkuran. Salgo de sus libros con una sensación esperanzada, cosa de agradecer en estos tiempos; más bien, en todos los tiempos. Ya sé que es un error confundir a los autores con sus obras y que no es infrecuente que alguien a quien admiramos nos decepcione al conocerlo: la obra crea una expectativas que pueden no ser fáciles de satisfacer. O sencillamente los autores no se ajustan con sus actos a lo que defienden, lo que no quita valor a sus ideas, tan solo habla de la debilidad y la incongruencia humanas.
Ahí tenemos a ese profesor al que admiramos por su defensa de la justicia y luego resulta ser un déspota con los empleados. Ahí tenemos a Séneca, a quien agradecemos el consuelo de su sabiduría, cuyo valor no merma por el hecho de que el filósofo prefiriese el lujo y la cercanía del poder, incluso cayendo en el servilismo, a aplicar sus propios principios estoicos.
Pero me estoy alejando del tema: qué bien me cae Ece Temelkuran. Leí Cómo perder un país y agradecí su exposición sencilla, clara y apasionada de los mecanismos que utiliza el populismo autoritario para destruir el tejido social, socavar la ética y la verdad y hacerse con el poder. Ahora leo Juntos: un manifiesto contra el mundo sin corazón (Anagrama 2022, Trad. Francisco José Ramos Mena), y lo cierro también con la convicción no de que el mundo podría ser mejor (cosa obvia), sino de que podemos hacerlo mejor.
En un artículo reciente de esta serie, yo quería salvar la utopía de «una sociedad cálida y acogedora frente a la frialdad de una supuesta racionalidad económica que siempre beneficia a los mismos y genera una crisis tras otra». Y afirmaba que para ello era necesario cambiar el vocabulario de la política, refugiado hoy en una asepsia funcionarial o en la soflama patriótica que tiende siempre a lo abstracto y se olvida del individuo.
Temelkuran va más allá y examina algunos conceptos que usamos asiduamente y nos parecen útiles, como esperanza, rabia, orgullo, pero nos propone sustituirlos por otros: fe, atención, dignidad. No se trata de limitarnos a sustituir las palabras, sino a moldear nuestra actitud. Porque la esperanza es vaga, un refugio que no implica acción, pero la fe, creer en los demás y en nosotros mismos, tener la convicción de que podemos intervenir en el mundo y enfrentarnos a su ferocidad, sí tiene un valor político. Y el orgullo, dice Temelkuran, «divide a las masas en «ellos y nosotros» mientras la dignidad habla de un «nosotros» que no excluye a nadie. El orgullo suele encontrarse en el lenguaje del populismo –orgullo de ser español, por ejemplo– y eleva a un grupo por encima de otros; la dignidad es a la vez individual y colectiva y no depende de la mirada ajena; es intrínseca al ser humano.
Pero ¿por qué contrapone Temelkuran la rabia a la atención? La autora comprende la rabia, la ha sentido ella misma tanto tiempo, le parece tan justa frente al egoísmo homicida de un Erdogan o un Trump o de las grandes multinacionales, pero la rabia suele tener corto aliento y entra en los cálculos de los poderosos. ¿Importa que millones de personas se manifiesten escandalizadas contra la guerra de Irak si poco después, salvo unos pocos, todos se van a sus casas?
Temelkuran da un ejemplo muy gráfico: una empresa canadiense pretendía extraer oro usando cianuro en una región particularmente hermosa de Turquía. Una protesta masiva detuvo el proyecto. Pocas semanas después se filtró un documento interno de la empresa en el que se habían evaluado los riesgos de dicho proyecto y que incluía los costes de seis meses de paralización de la actividad, antes de que la atención de los manifestantes se desviase a otros asuntos: la rabia ciudadana era un coste más.
Por eso Temelkuran defiende la atención; no basta con el estallido de rabia, mucho menos con la rabia expresada en las redes sociales, que, por cierto, tienen dueños, y no precisamente filántropos; jugamos a rebelarnos en ellas mientras nos lo permiten y les conviene. Mucho más necesaria es la atención –alimentada por la fe–, no volvernos adictos al carrusel de injusticias que afloran una tras otra en la prensa para ser sustituidas por las siguientes sin que nuestros rechazos efímeros tengan consecuencias.
Atención, fe, dignidad, amistad… el libro de Temelkuran nos ofrece un decálogo de posibilidades para pensar y construir una realidad más justa, más acogedora. Y lo hace mezclando lo personal y lo colectivo, lo político y lo íntimo, porque todo es parte de lo mismo. Temelkuran no tiene pudor en mostrar sus debilidades, sus dudas y sus derrotas. No se presenta como una gurú que muestra el camino a los adeptos. Está ella misma en el camino, mira alrededor y ve que hay un montón de gente como ella, luchando, defendiéndose y defendiendo a otros. Y cree que juntos pueden, podemos, conseguirlo.
GDAMS – CAMPAÑA INTERNACIONAL CONTRA LOS GASTOS MILITARES.
LA GUERRA NOS CUESTA LA TIERRA – NO CON MIS IMPUESTOS.
https: //demilitarize.org/
Los ejércitos del mundo son responsables de aproximadamente el cinco por ciento de las emisiones globales de gases de efecto invernadero, sin embargo, su huella de carbono, así como las otras formas en que contribuyen al deterioro del clima, rara vez se analizan. Nuestros gobiernos actualmente gastan más de 2 billones de dólares en militarización, pero la expansión militar es inconsistente con los esfuerzos para alcanzar los objetivos de emisiones esenciales y exacerbará, no detendrá, la emergencia climática. La guerra y los conflictos armados conducen, no solo a la muerte y la destrucción, sino también a la devastación ambiental y al deterioro del clima. Aunque nuestros gobiernos pueden argumentar que tal gasto de «defensa» es necesario, en última instancia nos dejará indefensos frente a la amenaza existencial que plantea la crisis climática. Cliquea en más información.
Instamos urgentemente a los gobiernos a:
cambiar de rumbo y centrarse en recortes rápidos y profundos del gasto militar, impulsando una carrera armamentista y alimentando la guerra;
desmilitarizar las políticas públicas, incluidas las políticas diseñadas para hacer frente a la crisis climática;
implementar políticas centradas en la seguridad humana y común que protejan a las personas y el planeta y no la agenda impulsada por las ganancias de las industrias de armas y combustibles fósiles;
crear estructuras de gobierno y alianzas basadas en la confianza y el entendimiento mutuos, la cooperación y la verdadera diplomacia, donde el conflicto se resuelva a través del diálogo, no de la guerra.
El costo de oportunidad de hacer lo contrario no puede ser más alto.
La guerra nos cuesta la Tierra.
https://www.ecologistasenaccion.org/evento/290077/