Análisis

La vida poética un 1 de mayo

"Porque vivir, y no solo sobrevivir, es que la onda expansiva de las palabras que Carme Elías ha querido dejar dichas antes de dejar de ser ella se conecte con las que nos brotan cuando conocemos la noticia de la muerte de una trabajadora marroquí cuando iba a recolectar fresas en un autobús en Almonte", escribe Patricia Simón.

La actriz Carme Elías en el programa La matemática del espejo (RTVE)

La mirada-océano. Las manos-mapa delimitando los confines del mundo. Las palabras-catarata volviendo sobre una vida adrede. “He sabido decir sí, he sabido decir no. He sido valiente”. Los hombros atrás, el pecho al frente. “Ver cómo un ser querido se va fundiendo en la nada”. Los pómulos-cumbre desafiantes ante las preguntas, la sonrisa-puerto cerrando los punto y seguido de las respuestas.

“Espero la muerte digna. Que cuando yo ya no esté, adiós”, dice como quien recita Carme Elías, y la camisa roja es fuego, y las arrugas de las comisuras, llamas de digna rabia, de rabia digna. 

“Estoy muy feliz con todo lo que he podido hacer. No por lo que he hecho, sino por lo que he podido sentir haciéndolo”, puntualiza la actriz, que ha hecho público su Alzheimer. Y su emoción contenida alumbra con la belleza de la sabiduría que deslumbra. La entrevista, realizada por Carlos del Amor en el programa La matemática del espejo, nos transforma hasta situarnos en ese “estado de encantamiento, de comunión, de disfrute, el que te da el amor por otro, la amistad colectiva, una obra de arte”, como define la vida poética el filósofo Edgar Morin en otra memorable entrevista, en este caso de Joseba Elola en El País

Morin, uno de los grandes intelectuales europeos vivos, nos recuerda que “la vida es una lucha entre prosa y poesía. La prosa son las cosas aburridas, las que tienes que aguantar”. Y por eso, “cada uno de nosotros debe intentar cultivar la parte poética de la vida porque eso es vivir. Lo otro es solo supervivencia”. 

Un estado de gracia del que nos gustaría no tener que salir jamás y que solo es pleno cuando la conexión con lo genuino y universal incluye como expresión elevada de la humanidad la lucha contra injusticia y la maldad. Porque la vida sólo es poética cuando se trabaja para que todas las personas tengan el derecho a la educación, la formación, el tiempo, el espacio y el descanso necesarios para poder disfrutar del poder evocador de una canción o del horizonte en un día de bajamar.

Porque vivir, y no solo sobrevivir, es que la onda expansiva de las palabras que Carme Elías ha querido dejar dichas antes de dejar de ser ella se conecte con las que nos brotan cuando conocemos la noticia de la muerte de una trabajadora marroquí cuando iba a recolectar fresas en un autobús en Almonte (Huelva). El 1 de Mayo, el Día de las personas trabajadoras, uno de los poquísimos días en los que había un consenso por el que, salvo en servicios mínimos y en los ámbitos imprescindibles, nadie debería trabajar. Pero esta mujer y las otras siete temporeras que han resultado heridas de gravedad, y de las que aún desconocemos sus nombres, cuentan con un convenio del campo que estipula solo un día de descanso semanal, independientemente de los festivos.

Una nueva muerte que nos recuerda que no hay sociedades democráticas mientras el trabajo no sea compatible con la vida, con el gozo, con la risa. “Me doy cuenta de que me doy cuenta”, escribe Elías a propósito de los primeros síntomas del Alzheimer en su libro Cuando ya no sea yo. Quizás esa sea la mayor expresión de la actitud poética ante la vida: esforzarse por darse cuenta y dar fe de ello. Por quienes quieren y no pueden. Para que cada vez sean menos quienes pueden pero no quieren. Para cuando ya tampoco seamos nosotros los que queramos.

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