Cultura
Álvaro Gago, director de ‘Matria’: “El matriarcado no existe”
'Matria' trata de la vida de Ramona, que lucha entre trabajos precarios para salir adelante y apoyar a su hija en los estudios.
Matria fue una de las películas españolas que se estrenaron en febrero en el Festival de Berlín, en la sección Panorama, y que pasó también por el Festival de Málaga, donde María Vázquez (Ramona, la protagonista de la película) se llevó la Biznaga de plata a mejor interpretación femenina. Vázquez agradeció al jurado haber premiado a «una mujer obrera, incorrecta, imperfecta y gallega». La ópera prima del gallego Álvaro Gago se estrenó en cines en España el pasado 24 de marzo y aún está en cartelera. Esta es una de las películas en gallego más programadas de la historia, por lo que es un lujo escuchar el gallego, uno de los idiomas oficiales de España, en muchas de las pantallas de nuestras ciudades.
Matria trata de la vida de Ramona, que lucha entre trabajos precarios para salir adelante y apoyar a su hija en los estudios. Sin embargo, la carga que tiene que sostener la hace tambalear en su día a día, en su relación con los suyos y, especialmente, con quien más quiere: su hija. Con todo, la esperanza de salir de esa rueda está ahí. Hablamos con Gago días antes de la semana de Pascua.
¿En qué momento Francis, la persona real en la que se inspira la Ramona de Matria, hace girar tu mirada hacia ella para hacer un corto y luego este debut en el largometraje?
Yo rodaba mucho con mi abuelo con el fin de crear piezas de memoria con las que reunir a mi extensa familia. Francis, que cuidaba a mi abuelo, empezó a aparecer en los planos de forma natural y con su permiso empecé a grabarla y a ver la amistad fuerte que la unía a la familia. Al compartir tiempo con ella me fui dando cuenta de su potencial, de su resistencia personal y de la historia que tenía detrás. No le daba importancia a la cámara. El presente es muy importante para ella y tiene un humor muy vivo. Mi admiración fue el motor para preguntarle si quería que escribiéramos algo conjuntamente. Ella aceptó mi acercamiento y decidió que quería contar su historia. Le costó porque siempre le habían dicho «que no valía para nada»… pero quiso ser escuchada.
Además, ese es un pensamiento que se le mete mucho a la clase trabajadora, en este mundo de la competitividad y de las apariencias…
Exacto, es un pensamiento que se mete muy adentro y que te limita, limita tus horizontes. Convencerla de lo contrario fue un trabajo constante, de pico y pala. Pero al final se abrió y dijo: «Vamos allá».
El trabajo de María Vázquez es increíble, porque nos transmite ese agobio. Su rostro es el de la clase trabajadora. Estas caras se notan y están marcadas por la dureza de la vida… ¿Existe la cara de la clase obrera?
Sí. Se nota en la piel, en las manos, en los ojos… Son miradas que lo dicen todo. Miradas cansadas, explotadas y atravesadas por la agresividad. A veces con falta de deseos, de ilusiones y de refinación. Estos rostros a los que te refieres son los de la precariedad y los marcados por el género. La salud es indisociable de estos dos elementos. Esta sensibilidad también intenté transmitirla en la película con la relación de Ramona y su médica de cabecera, quien le pide que deje de fumar.
Hay una escena muy fuerte en la que Ramona pregunta por el porcentaje que le queda para poder pedir la ayuda de minusvalía, porque al final hay personas tan extenuadas que se desentienden de su vida y de su salud para tirar adelante con el sistema…
Sí, y creo que fui cuidadoso y no puse un espejo, porque muchas veces la realidad es más dura y cruel aún. Hay Ramonas que toman cuatro y cinco pastillas para tirar y aguantar. Todo está muy rebajado pese a que se ha calificado la película como exagerada o se ha llegado a hablar incluso de «pornomiseria». Pero en realidad el proceso fue al revés, porque rebajé muchas cosas.
¿Cómo fue el trabajo con María Vázquez para darle realidad a Ramona, para que el capitalismo se le notara en el rostro y en la mirada? ¿Y cómo fue el diálogo entre ella y Francis, la protagonista del cortometraje y en quien se inspira la película?
María no estaba disociada de su entorno, ella es una trabajadora. Escogió un camino complejo, escogió su familia en su momento y sufrió la precariedad. Salvando ciertas distancias, está muy cercana a Francis y a Ramona. Para mí era fundamental que Francis se sintiese cómoda con el trabajo y con la propia María. Ese traslado de su esencia a la pantalla no buscaba una imitación, sino la creación de un personaje ficticio que se alimentaba de la realidad. Francis estuvo en casi todos los castings porque era fundamental, y con María fue un flechazo. Hubo buen entendimiento. María es muy cariñosa y tiene mucha admiración por Francis. Fueron generosas la una con la otra.
Se habla de la retranca gallega de ellos y del matriarcado gallego. ¿Por qué elegiste llamar Matria a tu película, con todo lo que representa, con lo que tenemos en la cabeza sobre qué es el matriarcado y lo que vemos en la película?
Por ese falso mito, porque el matriarcado no existe. Empecé a reflexionar sobre ese tema hace siete años, cuando me enfrenté a un artículo de Montse Dopico sobre el matriarcado. Creó un despertar en mí, un cuestionamiento. Estando fuera de Galicia era algo que yo defendía para hablar de mi tierra como un lugar único y específico. He presumido de ello y… luego todo eso se desmoronó. Exploré mucho ese tema y leí a muchos investigadores que fueron atraídos por este concepto a Galicia y que luego se dieron de bruces con la realidad. Leí sobre esa decepción como resultado de esas diversas investigaciones. Y ese concepto de matriarcado me llevó a abrir ese melón: matria. También es una palabra que tiene un peso de la tierra muy fuerte cuando lo decimos. Es una palabra que no se traduciría, se aplica al título como un grito.
La protagonista enfrenta una gestión emocional muy compleja. Hace que las cosas funcionen pero tiene que cargar con un gran peso. La mujer es un pilar, pero no alcanza a sostenerlo todo. En cualquier caso, en la película hay una pequeña luz de esperanza. ¿Todas las Ramonas tienen la posibilidad de llegar ahí?
Todas no, hay muchas Ramonas y es complicado. Pero sí creo que hay otros espacios o Ramonas que pueden hacerlo. Incluso con lo que decide Ramona, ya cambió, no será la misma. Ese cambio individual e íntimo sí que tiene un efecto en las personas con las que comparte su día a día.
¿Tu cine es social? ¿Esta es una representación de la clase trabajadora?
La clase obrera no hace cine y está muy poco reflejada en las pantallas. Además, usar el concepto «cine social» es una forma de encasillar y etiquetar este tipo de películas, que se quedan varadas en una esquina y no llegan a tener el alcance que se merecen. La etiqueta de «cine social» es un flaco favor a estas propuestas, que son más incómodas al sistema y que pueden servir para la representación de la clase obrera. Yo no invento nada y no es una película arriesgada a nivel formal, pero hay un intento de reflejar esa revolución personal y esa toma de consciencia. Hay personajes complejos y con quienes a veces no es fácil empatizar, y creo que eso es fundamental para no tratar a la clase obrera con condescendencia. El sistema reduce las propuestas más incómodas de esa forma. Como cineastas tenemos esta responsabilidad y me parece que la estamos entendiendo. En su origen, el cine consistía en grabar el día a día y lo que pasaba en las fábricas. Es un origen que miro mucho. Y también creo que tenemos el deber de mirar la multiculturalidad y la composición étnica de nuestro país, porque las personas migradas o sus descendientes no están siendo representadas en el cine. Es muy interesante dejar espacios a gente que pueda aportarnos esa otra mirada o esa otra luz sobre este país, sobre las historias que pasan aquí. En ese aspecto estamos muy atrasados. Este país y el cine tienen una deuda enorme con toda la diversidad que compone nuestra sociedad.