Economía
Juan Torres: “Hay algo más que inflación: una fragilidad financiera que puede producir problemas aún mayores”
El catedrático de Economía Juan Torres publica 'Más difícil todavía', un libro en el que defiende que "esta no es una crisis cualquiera"
Juan Torres López tiene dos características que, como economista con relevancia pública, le hacen diferente a la mayoría. Por un lado, se hace entender y explica lo que sucede de una forma didáctica, quizá una particularidad heredada de su actividad docente. Por otro, analiza la economía desde un prisma progresista, de izquierdas, propio de una escuela crítica que no suele predominar en los medios de comunicación de masas.
Ambos atributos se combinan en Más difícil todavía, un libro editado por Deusto que lleva como subtítulo Esta no es una crisis cualquiera: la economía mundial puede colapsar y debemos prepararnos para ello. Un trabajo en el que este catedrático de Economía Aplicada de la Universidad de Sevilla trata de «analizar y explicar qué está sucediendo en la economía mundial» y lo hace de una manera casi paralela a los acontecimientos. Un reto que él mismo describe como «aventurado», aunque considera que asumir el riesgo vale la pena.
Hay una generación, que no llega a los treinta, que ya ha sufrido de manera directa la crisis financiera de 2008 y la de la pandemia de la COVID-19. Sin embargo, el subtítulo de su libro dice que “esta no es una crisis cualquiera”. ¿Cuál es la diferencia?
Posiblemente, la diferencia es que cada vez se están combinando más factores de crisis de diferente naturaleza. La crisis de 2008 fue claramente originada en el sector financiero, aunque luego terminó por extenderse al conjunto de la economía. La anterior, la de las empresas puntocom, también tiene un detonante concreto. La crisis de la COVID-19, lo mismo. Sin embargo, ahora estamos creando un caldo de cultivo en el que aparecen factores de diferente naturaleza que coinciden en el tiempo. Si esto termina por ocurrir, los efectos de tal crisis serían mucho más devastadores, porque pueden poner en peligro no solo una parte del sistema sino el funcionamiento conjunto.
La tesis principal de este trabajo que acaba de publicar es que la inflación no es el problema económico más grave en la actualidad. En febrero, sin embargo, subió hasta el 6% y, si uno enciende la televisión o abre cualquier diario, la sensación es que sí es el problema más importante.
Es el problema que está en primer plano y por eso puede dar la impresión de que es el más grave, pero yo creo que no. Es un problema importante, grave, que nos aparece nada más abrir las noticias y que notamos al hacer la compra, pero no es el único. Estos días estamos viendo un pánico financiero en EEUU que podría extenderse a otros lugares. Esto ya nos advierte de que hay algo más que inflación: hay una fragilidad financiera que podría producir problemas todavía mayores. Al mismo tiempo, además, hay una movilización generalizada, quizá difícil de apreciar, de miles de empresas buscando relocalizarse, lo que va a provocar decenas de miles de despidos.
También estamos asistiendo a un incremento de la deuda desorbitado, que es insostenible. Y a un aumento de la desigualdad. Y luego está el problema del cambio climático y la necesidad de cambiar pautas de consumo. Es verdad que estos problemas no están en primer plano, pero están ahí y pueden estallar en cualquier momento. Esto, sin hablar de otras cuestiones, no exactamente económicas, como los problemas geopolíticos y el riesgo de entrar en una conflagración mundial, incluso nuclear.
Usted le resta importancia a la influencia de la guerra de Ucrania en la inflación. ¿Cuál ha sido o cuáles han sido las principales causas?
No es que yo quiera quitarle importancia, lo que intento explicar es que no es el origen de la subida de precios, que empezó antes de la invasión. La inflación se produjo por problemas de oferta, por el bloqueo de los canales de aprovisionamiento, problemas de logística internacional, por especulación en los precios, por desajustes en la demanda, como consecuencia de los costes que lleva aparejados el cambio climático… Es decir, que las subidas de precios empezaron antes de la invasión de Ucrania.
Otra cosa es que las autoridades actuaran con una ceguera absolutamente incomprensible e injustificable y se empeñaran en decir que no habría problema. La guerra de Ucrania ha sido una lluvia sobre mojado, ha contribuido al tensionamiento de los precios al máximo y ha permitido que las empresas aprovechen su gran poder de mercado para subir márgenes comerciales.
Como en esta entrevista, en el libro reconoce el problema de la inflación pero critica los “remedios inadecuados”. ¿Cuáles son?
El remedio más dañino es la subida vertiginosa de los tipos de interés llevada a cabo por los bancos centrales. Siendo esta una subida de precios originada por problemas de oferta, la subida de interés solo ha provocado un aumento de los costes para muchas pequeñas y medianas empresas y un aumento en el sufrimiento de muchas familias que han tenido que reducir el consumo. Lo que ha hecho ha sido acrecentar la rentabilidad de muchos bancos pero, como hemos visto en EEUU, también les ha provocado problemas de insolvencia.
La subida de tipos de interés es una torpeza histórica. Su origen está en un fundamentalismo económico que proviene de teorías que la realidad ha demostrado inadecuadas. La prueba de ello es que llevan tiempo subiendo tipos de interés y la inflación subyacente sigue creciendo.
Más allá de los remedios y recomendaciones aplicados por organismos supranacionales y bancos centrales, ¿cómo valora las medidas adoptadas por el Gobierno español: rebaja en los combustibles, bajada del IVA en los alimentos, transporte gratuito…?
Curiosamente, en esta etapa se ha producido un hecho paradójico: la lucha contra la inflación se le encarga a los bancos centrales, pero las medidas más eficaces para controlar los precios no han venido de su parte, sino de los gobiernos, porque han intervenido en factores estructurales que suben los precios. No están acertando del todo porque no están tomando otras medidas contra la especulación, los bloqueos de oferta o incluso contra el poder de mercado de ciertas empresas, para lo cual hay que tener una fortaleza política de la que carecen.
Una de las principales críticas del libro va dirigida a las grandes empresas, sobre todo a las que operan en régimen de oligopolio, y usted apuesta por limitar su poder de mercado. ¿De qué forma?
Durante muchos años, en países como EEUU, las leyes antimonopolios y de defensa de la competencia han establecido regímenes que limitaban estas prácticas. Lo que ocurre es que ciertas empresas han alcanzado un poder político, mediático y académico impresionante y han conseguido que esas normas se diluyan e incluso desaparezcan. Hemos sabido que las grandes constructoras de este país han estado repartiéndose la obra pública, y la multa que se les ha puesto es ridícula. Si saltarse las normas de competencia es tan barato, van a seguir haciéndolo.
La normativa europea de fijación de precios en el mercado eléctrico da poder a quienes más poder tienen. Lo que es una verdadera vergüenza es ver a tantos economistas bien posicionados económicamente defendiendo la competencia y el libre mercado y, a la vez, justificando estas prácticas anticompetitivas. Estos economistas libertarios, promercado, son los voceros de las empresas que menos practican la competencia.
¿Hay voluntad política para llevar a cabo medidas que limiten el poder de mercado de las grandes empresas?
No lo sé, porque no estoy en la cabeza de los dirigentes. Lo que sí sé es que su actuación, de facto, no limita el poder de las grandes empresas. Quienes conocemos el mundo de la gran empresa sabemos que tienen oficinas y gabinetes dedicados a influir de la manera más directa posible en las normas que se llevan a cabo.
En Ohio, por ejemplo, hemos visto cómo un tren ha descarrilado debido a que la empresa propietaria había presionado para que no se aplicaran normas de seguridad. Ahora, ha quebrado un banco porque Donald Trump había derogado los controles que antes existían sobre esos bancos. En Europa, hemos decidido lo mismo: las empresas han subido los precios porque gozan de poder de mercado, político y mediático. Son las que hacen, en gran cantidad de ocasiones, las leyes que les afectan.
En el libro habla de la inflación como una “tapadera” de muchas empresas para aumentar sus márgenes y sus beneficios. Hemos visto ganancias récord en el sector bancario, en el energético… ¿Qué parte de la inflación es real y qué parte es artificial?
La inflación es real en todos los casos. Es difícil de medir, pero se ha conseguido, y lo que se pone de relieve es que los márgenes de beneficios extraordinarios de algunas empresas son los que están provocando las subidas de precios. Es una evidencia, no se puede negar. Desgraciadamente, no se dispone de mecanismos que hagan transparente el modelo en que las empresas fijan sus márgenes, algo que es una cuenta pendiente.
A pesar de eso, gracias a investigaciones y otros métodos como encuestas, es posible comprobar que algunas empresas, las que acaparan mayor poder de mercado, las que se mueven en mercados oligopolistas, están subiendo márgenes con la excusa de que los precios suben. Y esto termina provocando un daño al resto de empresas.
Lo escandaloso es que los directivos de las patronales se muestren, de una manera tan indisimulada, como socios y compinches de las grandes empresas que tanto daño están haciendo al grueso de pymes que no tienen ese poder.
El presidente de Mercadona, Juan Roig, reconoce haber subido los precios “una burrada”, pero asegura que lo contrario habría sido “un desastre” para toda la cadena. ¿De verdad no hay otra opción que no sea una subida brutal de los precios?
Mercadona es una empresa exitosa, con una estrategia de mercado que durante muchos años ha sido ejemplar, y no de las peores en lo laboral. Pero, como otras tantas, está aprovechando su poder de mercado y la coyuntura para aumentar los precios. No es nada nuevo, todas lo hacen. Es puro capitalismo.
El problema es que lo que es bueno para Mercadona no es necesariamente bueno ni para la economía en general ni para el resto de empresas. Esa paradoja es la que el señor Roig no tiene en cuenta: él defiende la estrategia que más conviene a su empresa, pero en primero de carrera de Economía, lo primero que se enseña es a no caer en la falacia de la composición, es decir, a no creer que lo que es bueno para una empresa, es bueno para todas. Roig cae en esa falacia, como es normal, pero hay que decírselo: no se puede confundir el todo con la parte.
¿Limitar los precios de determinados productos, como los alimentos, es una posible solución ante la inflación?
Es una solución complicada que debe hacerse teniendo en cuenta a los productores. Se puede imponer, pero los efectos perversos que tendría igual son peores. Aquí, lo que debería imperar es un sentido de equilibrio, de equidad, de voluntad de contribuir con el mismo esfuerzo y en proporción a nuestra capacidad cuando nos encontramos en una situación extraordinaria. El problema es que eso no se logra. Tenemos bancos, eléctricas o grandes cadenas de comercio que tienen una avaricia desmedida, un ansia de beneficio enfermiza y una apetencia de poder, no solo económico y financiero, patológica. Ante eso es muy difícil actuar si los gobiernos no tienen el apoyo expreso de una gran mayoría social, porque quienes acabo de mencionar se apoyan en el poder político y mediático para generar un discurso que es convincente para la mayoría de la población pero que está basado en mentiras.
Hace unas horas, en una cadena de televisión, se culpaba a Pedro Sánchez y al Gobierno de la caída en la cotización de los bancos españoles, que se ha producido por la quiebra del Silicon Valley Bank, como es obvio. Pero eso lo oye la gente, y una gran cantidad de personas se lo cree. Vemos, diariamente, cómo la información que se transmite sobre los hechos económicos es manifiestamente falsa. Es muy difícil que los gobiernos tengan capacidad y fuerza para doblar el brazo a esas grandes empresas, y mucho más cuando se trata de algo como controlar los precios.
Señala el cambio climático como una de las causas de la actual inflación. ¿Por qué?
El cambio climático es caro y genera costes en el uso de los recursos. Nos está obligando a utilizar mecanismos de producción que son más costosos. Es decir, el cambio climático impone costes. Pero también, en los primeros momentos, la transición hacia fuentes de energía menos contaminantes es costosa, porque hacen falta inversiones, hacen falta gastos que, lógicamente, encarecen la producción. Después se puede lograr un ahorro impresionante, pero, al principio, la transición es cara.
¿De verdad se va a lograr un ahorro importante si las nuevas energías renovables siguen en manos de las empresas del oligopolio?
Una pregunta inteligente. El uso de energía renovable debe llevarnos a una utilización de los recursos energéticos que es menos costosa, pero sí es cierto que si esa transición se deja en manos de empresas con poder de mercado, capaces de alterar los precios, la consecuencia va a ser una disminución de la eficiencia y un aumento artificial de los beneficios extraordinarios. Eso podría provocar que gran parte del ahorro real que producen las energías renovables se desperdicie al convertirse en beneficios de las empresas. Puede pasar, sí.
La fe, los cimientos de un sistema bancario perverso, Raul Comín.
Hace pocos días salió la presidenta del Banco Central Europeo, Christine Lagarde, a asegurar que el sector bancario es resiliente por sus posiciones sólidas de capital y liquidez. Miente. Simplemente porque ningún banco -europeo o estadounidense- lo es. Ningún banco podría confrontar lo que le ha ocurrido a Sillicon Valley Bank, Signature Bank o Credit Suisse. Nadie podría hacer frente al hecho de que buena parte de tus depositantes quisieran retirar su dinero de vez, sencillamente porque no lo tienen; todo es ficticio.
No obstante, hay que ser consciente que esto no se debe solamente a que la regulación bancaria sea directamente una broma, sino por el factor de que la especulación es un factor inherente al sistema capitalista. Es cierto que el hecho de que el coeficiente de caja, un indicador que exige el porcentaje de depósitos que debes mantener como liquidez, sea irrisorio, ayuda. Actualmente está en un 1%, es decir, por cada 100 euros provenientes de depósitos, las entidades deben mantener al menos un euro en sus reservas. Pero aún con todo, la realidad es que si quieres sobrevivir en el sector bancario capitalista, tienes que especular, y contra más, mejor, lo que conlleva tener lo mínimo posible en las reservas.
Entonces, ¿cuál es la diferencia entre los bancos de hace unos meses con beneficios récord y los de ahora al borde de la quiebra? La confianza. Hace un par de semanas se prendió la chispa que provocó el gran incendio que estamos viendo; la venta apresurada de activos a pérdidas de SVB. Así es, así de fácil es que todo un sistema bancario entre en crisis. Dicha venta causó que los depositantes quisieran retirar su dinero del banco, dinero que no tenían, por lo que quebró.
La caída de un gigante financiero como Sillicon Valley Bank generó el caos suficiente como para que mucha gente se preguntara si realmente sus ahorros de toda la vida estaban a salvo, haciendo que Wall Street se desplomara temporalmente hasta que la Reserva Federal actuó. En ese momento, muchos economistas de los medios convencionales salieron a asegurar que era imposible que tal cosa pudiera suceder aquí por la fortaleza del sector bancario en la UE. Al poco tiempo después, las noticias sobre el contagio del pánico en Europa salían una detrás de la otra. Tanto Credit Suisse como Deutsche Bank parecen ser las primeras fichas del efecto dominó que nos espera….
https://insurgente.org/raul-comin-la-fe-los-cimientos-de-un-sistema-bancario-perverso/