Internacional

El gobierno de Macron supera la moción de censura por nueve votos

Élisabeth Borne seguirá como primera ministra. La Asamblea no ha podido tumbar su antipopular reforma de las pensiones. La oposición avisa: “El combate continúa”.

Élisabeth Borne, todavía primera ministra de Francia, en una imagen de archivo. PARLAMENTO EUROPEO

Élisabeth Borne seguirá siendo la primera ministra del gobierno francés. La líder del partido de Emmanuel Macron en la Asamblea Nacional ha conseguido mantenerse en el poder al superar hoy las dos mociones de censura presentadas contra ella tras haber aprobado la reforma de las pensiones por decreto, sin pasar por el parlamento, y a pesar de las masivas movilizaciones sociales convocadas en su contra desde hace semanas. Se ha salvado por nueve votos de diferencia. La crisis política en Francia, sin embargo, está lejos de haberse cerrado.

La aritmética estaba a favor de Borne por más que varios diputados de Los Republicanos, la derecha gaullista clásica, admitieran públicamente que votarían en su contra. Al final pudo más la inclinación del grupo conservador por aprobar la reforma de las pensiones, que creen necesaria, que su animadversión por el presidente de la República, que se hizo patente en cada uno de los discursos pronunciados en el hemiciclo. Nadie tuvo una sola palabra de aprecio por Macron y su labor de gobierno. Nadie salvo los diputados de su partido, naturalmente. Un eventual fracaso en la moción de censura hubiera obligado a Borne a presentar su dimisión y a Macron a convocar unas nuevas elecciones legislativas.

“Asumimos la necesidad de una reforma para salvaguardar nuestro sistema de pensiones”, declaró Olivier Marleix, presidente del grupo parlamentario de Los Republicanos. “No nos dejaremos arrastrar por una extrema izquierda que quiere destruir las instituciones de la V República”, añadió. Al final, la dinámica de bloques se impuso y la unión de conservadores y liberales desbarató la moción de censura. Eso sí, Marleix dejó claro que Macron no le gusta: “El problema no es la reforma de las pensiones sino el presidente”.

Tras conocerse el resultado de la votación, la portavoz de La Francia Insumisa, Mathilde Panot, aseguró que “el combate continúa”, en referencia a la presión que franceses y francesas, en su mayoría en contra de la reforma, seguirán ejerciendo desde las calles. El próximo jueves se ha convocado una nueva jornada de movilizaciones en todo el país.

Dos números

Dos números han centrado la atención de los franceses en los últimos días. El primero es 49.3. Se trata del artículo de la Constitución que permite al gobierno aprobar leyes, de forma excepcional, sin pasar por el parlamento. Así es como el gabinete de Élisabeth Borne aprobó la semana pasada la reforma de las pensiones, que retrasa la edad de jubilación por decreto de los 62 a los 64 años. Desde entonces, las protestas espontáneas se han sucedido por todo el país, provocando altercados públicos y enfrentamientos con la policía que han terminado con la detención de centenares de manifestantes.

El otro número más repetido ha sido 287. Eran los votos necesarios para hacer caer al gobierno en una moción de censura. Y se presentaron dos. Fue la reacción de los diputados a la aplicación (“despótica”, según algunos de ellos) del artículo 49.3. Una de las mociones la encabezó el partido de Marine Le Pen, el ultraderechista Agrupamiento Nacional. La otra, una serie de diputados de centro congregados en torno al grupo Liot (siglas en francés de Libertades, Independientes, Ultramar y Territorios). La extrema derecha no tenía ninguna posibilidad de reunir los suficientes apoyos para tumbar al gobierno, pero el pequeño grupo presidido por Charles de Courson sí. Era remota, pero la tenía. Al final reunió 278 votos, nueve menos de los necesarios para desbancar al gobierno.

Courson pertenece al Partido Radical y ha estado ligado al gobierno francés en diferentes etapas desde que fuera elegido diputado por primera vez en 1993. De ideología liberal en lo económico y partidario del laicismo en materia social, su perfil responde al de un político moderado y europeísta de centro-derecha. En principio, un soporte perfecto para Renacimiento, el partido de Macron. Pero no ha sido así.

La polémica reforma de las pensiones ha evidenciado la soledad del partido de Emmanuel Macron, ya que los que parecían sus potenciales aliados en la Asamblea, Los Republicanos y los centristas del grupo Liot, se han ido posicionando, poco a poco y después de varias semanas de descontento popular, en contra de sus políticas y, sobre todo, de su forma de ejercer el poder. Las huelgas se suceden, las protestas han subido de intensidad, las basuras se acumulan en París, pero Macron ha preferido hacer oídos sordos y mantener el pulso hasta el final. Cayera quien cayera. Y quien ha podido caer es su primera ministra, y con ella el gobierno entero. “El presidente es un jugador. Un jugador de póker”, decía de él Charles de Courson en France Inter. Y juega fuerte, tanto él como sus más estrechos colaboradores.

Entre ellos destaca el ministro de Economía, Bruno Lemaire, que se destapó con una entrevista en Le Parisien en la que no mostró ninguna intención ni de medir sus palabras ni de hacer amigos. Al contrario. A todos los opositores a la reforma de las pensiones, de izquierda, de centro y de derecha (los críticos entre Los Republicanos, Agrupamiento Nacional, La Francia Insumisa, el grupo Liot, etcétera), los calificó directamente de “unión payasil” y los acusó de convertir la política francesa en “un circo”.

El debate previo a la votación de la moción de censura presentada por De Courson continuó por esa senda, con graves andanadas entre el partido del gobierno y la oposición.

La insumisa Mathilde Panot comparó al presidente de la República con un emperador loco y calificó de “miserable” su maniobra de aprobar la reforma de las pensiones por la puerta de atrás, sin votarla en la Asamblea. “Se cree Jesucristo, pero se parece más a Calígula, ese emperador borracho de poder. (…) Como le ocurrió a Calígula, la desmesura se ha apoderado del presidente. Ya no escucha a nadie. Se ha negado a recibir a los sindicatos, ignorando manifestaciones inéditas desde hace 50 años, parapetado en su palacio. Ni la adhesión a su proyecto ni la adhesión a esta reforma son de este mundo, pero él hará como que sí”. Toda la intervención de Panot transcurrió con este estilo fiero. “El pueblo les está mirando”, dijo dirigiéndose a la bancada macronista. “Les mira como a alguien que lo ha traicionado, con una mezcla de ira y de asco”.

En los últimos días han sido muchos los políticos, analistas, líderes sindicales y simples ciudadanos en las redes sociales los que han recordado las palabras de Macron cuando fue reelegido presidente en abril del año pasado: “Sé que muchos de nuestros compatriotas no me han votado por las ideas que yo defiendo sino para bloquear a la extrema derecha. Por eso quiero darles las gracias y decirles que soy consciente de ello y de las obligaciones que ese voto comporta”. Panot aludió a esta declaración y concluyó: “Su palabra no tiene ningún valor”.

Más mesurado, pero tremendamente firme, se mostró Charles de Courson, el promotor de la moción de censura. “Desde el principio de esta reforma de las pensiones hemos hablado de negación de la democracia. El gobierno ha desplegado todas las maniobras posibles para esquivar y reducir el debate parlamentario. La Asamblea Nacional, única representante del pueblo francés, no ha votado nunca sobre este proyecto de ley que cristaliza las tensiones, las inquietudes y la cólera de nuestros conciudadanos”. Y añadió: “¿Cómo aceptar un desprecio semejante hacia el parlamento”.

La macronista Aurore Bergé, lejos de dejarse intimidar, defendió con ardor el procedimiento del 49.3. Está en la Constitución y los que se oponen a la Constitución son los verdaderos antidemócratas, vino a decir. En resumen: legalismo por encima de legitimidad. Pero además de defenderse presentando la medida como perfectamente respetuosa con la ley, fue descalificando uno por uno a todos los partidos de la oposición. No dejó títere con cabeza. Y el premio gordo se lo llevó La Francia Insumisa, a quien acusó de ser “el trampolín de la extrema derecha”.

Cuando se certificó la derrota de sus oponentes en la moción de censura, Élisabeth Borne tomó la palabra y dejó al hemiciclo atónito: “El diálogo social debe ser la norma”, dijo. Los diputados se miraban sin creer lo que estaban oyendo.

La victoria macronista en las mociones de censura dan vía libre a la reforma de las pensiones. Pero nada ha cambiado en la calle: los sindicatos siguen dispuestos a dar la batalla hasta que la ley sea retirada. Por su parte, Jean-Luc Mélenchon, el líder de la Francia Insumisa, ha animado a los manifestantes a ejecutar ellos mismos “la censura popular en todo lugar y circunstancia”.

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