Cultura

‘Saint Omer’, anatomía de lo inefable

El debut en la ficción de Alice Diop es un sobrecogedor estudio sobre la identidad y la maternidad basado en un suceso real: el juicio de una mujer que asesinó a su hija de pocos meses.

Guslagie Malanda en una escena de 'Saint Omer'. SURTSEY FILMS

Alice Diop carga con un título que, lejos de disminuirla, la engrandece: el de “cineasta de la banlieue”. Sus primeros trabajos fueron documentales que ponían el foco sobre un sector de la población que permanece apartado de los grandes relatos, sobre esa gente considerada a menudo como “invisible”. El punto de partida de Nosotros (2021), por ejemplo, eran las personas que toman el primer metro o el primer tren de la mañana. Eran trabajadores y trabajadoras del sector industrial o del servicio doméstico, personas anónimas (y racializadas), que hacen que todo funcione. Gente como sus mismos padres, emigrantes que llegaron a Francia desde Senegal en los años sesenta.

En La muerte de Danton (2011) seguía los pasos de un actor negro de la periferia de París durante su aprendizaje en el prestigioso Cours Simon de arte dramático. Ese actor (Steve Tientcheu), ante la cámara de Diop, era la personificación de un choque cultural, la viva imagen de la incomprensión y la soledad, una rareza incrustada en medio de un alumnado blanco que aprendía a recitar a Molière.

Lo que asombra en el trabajo de esta directora es su capacidad para construir a base de imágenes un discurso sociológico de enorme calado intelectual. Deudora confesa de Frederick Wiseman y Chantal Akerman (casi nada), Diop considera que su primer filme de ficción, Saint Omer. El pueblo contra Laurence Coly, es una continuación lógica de su obra anterior. Y no le falta razón.

El caso real de Saint Omer

La película está basada en el caso real de Fabienne Kabou, una mujer senegalesa acusada de haber ahogado a su hija de 15 meses al abandonarla en la playa de Berck-sur-Mer una noche de marea creciente, en 2013. La propia Diop acudió al juicio en Saint Omer, tal y como hace su protagonista en la ficción, una profesora universitaria (Kayije Kagame) que pretende escribir un ensayo a partir de él, a la manera de Hannah Arendt en Jerusalén. Pero no encuentra una tesis a la que aferrarse sino una crisis personal.

Este desmoronamiento emocional no es una debilidad. Al contrario, es una muestra de integridad moral y de humanidad. Su interés por la asesina no deviene en comprensión. Su compasión no se convierte en justificación. No hay aquí ninguna clase de veleidad foucaultiana del tipo el crimen no existe o la enfermedad mental es un tipo de activismo antiburgués. Nada de eso. El trabajo de la cineasta es demasiado profundo, demasiado serio como para dejarse tentar por el seductor centelleo de la boutade.

A través de largos parlamentos (extraídos directamente de las actas del juicio), Diop ofrece un estudio filosófico sobre la identidad y la maternidad reflexionando en torno al mito de Medea. O mejor dicho, dejando al público que reflexione por sí mismo. Por eso, haciendo otra demostración de honestidad, no ofrece respuestas a lo que, en realidad, no puede contestarse: “Señora Coly, ¿sabe usted por qué mató a su hija?”. Pero sí obliga al espectador a dialogar consigo mismo, a adentrarse en terrenos oscuros e interrogarse sobre temas incómodos.

La voz y el rostro de la acusada (interpretada magistralmente por Guslagie Malanda) nos va guiando por espacios tenebrosos, usando un vocabulario culto y una fluidez en el discurso que rompieron los esquemas de quienes la escucharon entonces y quienes lo hacen ahora en el cine. Son sólo palabras, pero tan afiladas y precisas (tan en la línea de Marguerite Duras, explícito germen discursivo del filme), que atornillan al público a la butaca y lo mantienen en vilo como en una película de terror.


‘Saint Omer. El pueblo contra Laurence Coly’ ganó el Giraldillo de Oro en el Festival de Cine Europeo de Sevilla y fue la película seleccionada por Francia para competir en los Oscar. Se estrenó en salas el pasado 3 de marzo.

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