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Myriam Gurba: “Si muestras resiliencia, si tu sentido del humor permanece intacto, parece que la violación no fue tan mala”

La autora chicana publica en español ‘Mala onda’, una novela de no ficción en la que reflexiona sobre su vida tras sufrir una violación.

La autora Myriam Gurba, en una foto cedida.

Myriam Gurba me recibe virtualmente en su cocina de California. Se acaba de despertar. Al fondo veo a un perro que pasea a sus anchas y, de vez en cuando, aparece también su actual pareja: “¿Tú has estado en España, verdad?”, le pregunta ella. Oigo un grito a lo lejos: “Sí, ¡en Madrid y en Barcelona!”. Nos reímos. Maldecimos a una antigua profesora suya que penalizaba a los alumnos que utilizasen vocabulario latinoamericano: “Me puso un notable en vez de un sobresaliente, ¡y yo hablaba español en casa!”. De madre mexicana, Gurba se ha convertido en una de las voces chicanas, queer y multirraciales más importantes de la literatura estadounidense. En su tercer libro, Mean (2017), recupera la agresión sexual que sufrió a manos de Tommy Martínez, quien además asesinó a Sophia Castro Torres. Ahora la editorial Tránsito acaba de publicarlo traducido con el título de Mala onda. Hablamos sobre esta obra, la violencia de género, el racismo, sus próximos proyectos…

El libro se llama Mala onda en español, pero el título original es Mean. Enfatizas mucho el querer “ser mala”, ¿por qué?

Mean tiene muchas definiciones en inglés que no se traducen bien a español. La más próxima quizá sería “crueldad”, pero no es lo mismo, porque ser cruel es más fuerte… Pero hay otra razón para elegir ese título, y es que en inglés también es un verbo, “to mean”, en la acepción de darle significado a algo, de que algo tiene sentido [lo aclara en español]. Así que en inglés el título funciona de dos maneras: como una crueldad ligera, y como dar sentido. Por una parte, la crueldad es parte de la vida, ¿no? Y yo la ejerzo de varias formas en estas memorias, pero la última crueldad es la que comete mi perpetrador. Estoy invitando a mis lectoras a considerar los diferentes tipos de crueldad, sopesarlos y valorarlos. Y luego, claro, estoy intentando encontrarle un significado a lo que me sucedió, porque muchas mujeres que hemos sido violadas al final nos preguntamos: ¿para qué sirve mi vida si sufro esto? Mean es mi tentativa de construir significado con lo que ocurrió en un sentido literario.

La verdad es que fue interesante leerlo en español. A veces, intentaba descifrar el inglés de debajo pero, al mismo tiempo, me di cuenta de que la traducción estaba adaptada a un público mexicano, y me tocaba navegar por esa riqueza lingüística…

Claro, es que la traductora [Elisa Díaz Castelo] es mexicana.

Mi pregunta entonces es… ¿cuál es tu relación con el español como lengua literaria? Hay palabras escritas directamente en este idioma; estoy segura de que se pierden matices en la traducción, pero aun así se nota la mezcla.

Pues yo no quería escribir un libro en spanglish, ésa no era mi intención. De hecho, cuando empecé Mean ni siquiera quería escribir un libro; creía que estaba haciendo experimentos personales que no saldrían del ámbito privado. Pero luego noté que se estaba convirtiendo en algo más grande y, conforme narraba mi infancia, me di cuenta de que sería estúpido contarla exclusivamente en inglés, porque yo no tengo una mente monolingüe. Quería que la gente se adentrase en mi conciencia, pero mi conciencia es políglota, así que debía invitar al lector a este modo de pensar en dos idiomas, sin costuras. E hice algo inusual en el mundo del libro anglófono, y es que hay fragmentos que aparecen en español, sin cursivas que indiquen que es una lengua extranjera, sin traducción. Depende del lector darse el trabajo de entender o no, porque hay mucha gente como yo, especialmente en el suroeste de Estados Unidos, que se desliza dentro y fuera de las dos lenguas; hay mucha gente que puede leer así, y habrá más en el futuro.

¿Cómo fue la recepción del libro? ¿Te criticaron por eso?

La crítica no vino por mezclar idiomas sino por el humor. Me dijeron que el humor era inapropiado, que el humor y el horror no deberían ir juntos. Yo creo que el principal problema que tiene la gente con el humor del libro es que existe la expectativa de que las supervivientes, cuando escribimos sobre agresiones sexuales –especialmente sobre violación–, debemos hacerlo según un formato preestablecido. Hay un hábito narrativo que impera y nos dice que contemos el evento como el peor de nuestras vidas, arruinadas por completo, porque ésa es la única forma de provocar compasión. Si muestras resiliencia, si tu sentido del humor permanece intacto, parece que la violación no fue tan mala… Las críticas más duras han sido ésas, al humor.

Me da la sensación de que esa expectativa de la violación y del dolor es muy blanca. El dolor también se racializa y debe ser narrado según ciertos patrones. Sin embargo, en las personas multiculturales, que habitan el cruce entre varias lenguas, el humor puede representar otro universo diferente. No sé si estás de acuerdo conmigo…

Completamente, tanto que acabo de escribir un pequeño ensayo sobre eso para mi próximo libro. Critico a las mujeres blancas que han escrito sobre varios tipos de agresión sexual, que lo cuentan todo en ese tono casi religioso… Claro, el horror es el horror, pero si hay algo que nos ayuda a sobrevivir es el humor. Tú no tienes que usarlo si no quieres, pero no me digas a mí que no lo utilice, ¿sabes? En este libro explico cómo en las culturas de donde provengo el humor es esencial para sobrevivir a lo peor. Nos divertimos con la muerte, su lenguaje es como un juguete, y el humor es también un arma. Una cosa que no se tiene en cuenta es cómo una manera de luchar contra la misoginia es reírse de ella. ¿Qué hace la risa con la persona a la que va dirigida? Los encoge, los achica… Y lo último que quiere un machista es ser “pequeño” [señala la medida con los dedos, carcajea, sonrío…]

Myriam, al principio del libro hay una violación brutal. Luego esto desaparece y sólo retomas el tema muchas páginas después, pero obviamente la lectora es incapaz de olvidarlo y debe convivir con esto durante todo el relato. ¿Por qué este enfoque?

El libro sigue las convenciones narrativas del true crime, aunque también las subvierte. En este género normalmente el narrador empieza con el crimen, y luego te aparta y te lleva de la mano por la historia… Estoy usando ese patrón, pero para darle la vuelta, porque hay elementos ausentes en el género que yo empleo, como fantasmas… Eso es fantasía. Otra razón es que la violencia con la que se abre el libro es la que sufre Sophia Castro Torres, y ella no recibió ningún aviso de que iban a agredirla y asesinarla, ¿verdad? Pues el lector tampoco. Yo quería introducir esta violencia de forma que el lector experimentara la conciencia de la víctima: sin advertencias, surge de la nada, es una emboscada. Cuando lees sobre el asesinato se te queda en la cabeza todo el tiempo; esto es una aproximación al trastorno de estrés postraumático (TEPT), con el que yo vivía. Mientras vas por el mundo viviendo tu vida hay ecos de lo que pasó dentro de ti, así que replico este síndrome para el lector, que lo comparte conmigo.

¿Cómo manejaste el dolor durante el proceso de escritura? ¿Fue difícil, liberador? Dame un adjetivo.

Fue muy estresante, no fue liberador en absoluto [se emociona]. Cuando empecé a escribir el libro yo había acabado de leer algunas memorias sobre el mismo tema y quería intentar un relato propio. Pero tenía TEPT, sin tratamiento, así que, mientras intentaba escribir sobre abuso sexual, agresiones, lo que me encontré fue que me daba ansiedad, entraba en pánico… y descubrí que si utilizaba varios elementos del humor y el surrealismo era capaz de enfrentarme al tema sintiéndome protegida. Una vez que me calmé, pude proceder con el humor como un mecanismo de protección estilística, pero… conforme estaba escribiendo esto, porque me llevó varios años, bueno… una de las ironías es que me quedé atrapada en una relación de violencia doméstica. A esa persona que me metió en la trampa yo le había contado mi historia, y la utilizó para aterrorizarme. Hacía cosas similares a las que había hecho mi violador, para torturarme. Al final conseguí escaparme de esa relación, pero ésa fue la época en que el libro salió, y yo me tuve que esconder para que esa persona no me encontrara, porque cuando abandonas una relación violenta es justo el momento en que es más probable que esa persona te mate, y ya me había dicho que estaba pensando asesinarme… Así que me tuve que esconder y no disfruté nada el lanzamiento de mi libro.

Myriam Gurba
Portada de Mala onda. EDITORIAL TRÁNSITO

Qué horror. Cuando necesitabas estar más expuesta, hacer presentaciones…

Las cancelé todas. De hecho, acabé traumatizada, porque estaba intentando sobrevivir, seguir viva… Ahora bien, ¡mi próximo libro trata de cómo escribir un libro sobre violencia sexual perpetrada por un extraño mientras tu pareja te quiere matar! [se ríe] Una de las cosas que subrayo es que la violencia que viene de un extraño es terrible, pero muy rara en comparación con la violencia íntima, y lo que pretendo ilustrar es que esa violencia de fuera a la que nos han acostumbrado a tenerle pavor es más pequeña y fácil de aguantar que cuando tienes al agresor en tu puta casa.

Es interesante cómo lo cuentas, porque en Estados Unidos, fuera de los ambientes académicos, no existe la noción de “violencia de género”. Es “doméstica”, pero obviamente esto significa otra cosa. Cuando leí tu libro me pareció una buena manera de empezar a decir que la violencia tiene género; no es casual que las agredidas en tu relato sean siempre mujeres.

Sí, totalmente; el libro va de violencia de género. Como has dicho, ese término no existe fuera de la academia, y a mí me gustaría que se usara en Estados Unidos, y que sustituyese al lenguaje que empleamos al respecto… Aquí hay un falso énfasis en la igualdad, como algo ya se hubiera logrado. Tipo… ¡ah, las mujeres pueden ser las agresoras!, ¡las mujeres también pegan a sus maridos! Claro, cuando estamos intentando defendernos de esos cabrones. Muchas veces se llama a la policía [en casos de maltrato] y actúan como si fuesen dos personas que no saben gestionar su ira, pero ¿quién se está defendiendo de quién? La razón por la que esto ocurre es una opresión de género. ¿Sabes? Valoro mucho que en América Latina el discurso se centre en el género como la causa de la violencia, y la palabra “feminicidio”, que enfatiza el asesinato de una mujer porque es mujer. La gente no quiere hablar de esto en Estados Unidos, pero es una conversación que voy a intentar instigar con mi próximo libro. No hay ninguna epidemia de maridos asesinados, ni centros de acogida para hombres, ¡venga ya! Ni hombres corriendo a protegerse con sus niños. ¡Qué gilipollez! Como ves, me saca de mis casillas [risas].

Vamos a hablar de orientación sexual… Dices que Mala onda no es un libro sobre salir del armario, pero ya desde el principio, cuando relatas tu infancia, dices cosas como: “Me puse a cuatro patas e hinqué las rodillas en el polvo junto a los columpios. Miré el agujero del topo, queriendo deslizar mi puño por ahí”. Mmm… ¿esto no es una declaración de intenciones?

¡Es un libro queer! [Se ríe] Pero intentaba escapar de la idea de que se trata exclusivamente de un libro sobre salir del armario. Durante mucho tiempo en Estados Unidos, si escribías sobre temática gay, estabas obligado a hacerlo contando esta escena reveladora de darte cuenta… y yo nunca he tenido un momento así. Yo creo que fue el resultado de lo que las editoriales elegían publicar, pero yo no quería que la lectora tuviese esa expectativa, porque es un estereotipo. Hay materia queer, LGBT, pero estoy lidiando con muchas más cosas. También es cierto que los libros a los que estaba respondiendo con Mala onda eran muy hetero. Luego está mi propia orientación sexual, y creo que la mejor palabra para describirla es “bisexual”. No me gusta del todo porque sugiere lo binario, pero hago las paces con ella en el sentido de que me atraen los que comparten mi expresión de género y también los que no.

Una última pregunta. Hay un pasaje donde contemplas a varios mexicanos cogiendo fresas y tú te diferencias de ellos. Dices: “Me sentía mal por ser principalmente mexicana y no tener que estar allá haciendo eso”. ¿Por qué te sentías mal?

El libro negocia diferentes manifestaciones de la culpa. La primera es la culpa del superviviente. Sophia Castro Torres murió y yo viví [lo dice en español] ¿Por qué? La razón es el privilegio de clase. A mí me asaltaron mientras caminaba hacia el trabajo de mi madre, a las dos de la tarde, en la ciudad, en frente de una casa de un barrio residencial… Habría sido muy inoportuno asesinarme allí, pero Sophia no tenía casa [en español], era una sin techo, y estaba andando a las dos de la madrugada. Es oportuno matar a una mujer sin casa a las dos de la madrugada. El privilegio de clase es lo que me salvó la vida, y fue la pobreza lo que posibilitó que el asesino matara a Sophia. En el libro medito sobre esa abundancia en mi vida que ella no tenía, sobre esa injusticia… Así que reflexiono sobre la culpa y la diferencia de clase respecto a otros miembros de la diáspora mexicana. Pero también comparto muchas ideas sobre raza. Una de las cosas que ocurre en California es que a los mexicanos se nos racializa independientemente de nuestros rasgos. Quizá en México tienes el privilegio de ser huerita [blanca], pero eso no te lo traes a Estados Unidos. Y, mira, en torno a este debate siempre hay alguien que suelta: “Mexicano es una nacionalidad, no una raza”. ¡Pues ve y díselo a los racistas! Seguro que dejan de serlo cuando escuchen esa distinción, ¡ja! Realmente me molesta. Una definición de racismo que es bastante exacta es la de Ruth Wilson Gilmore: “La vulnerabilidad diferenciada de un grupo respecto a la muerte prematura”. Es decir, un grupo señala a otro y dice: “Está bien que mueran pronto”. Es muy sucinta, aquí no hablamos de apariencia física, idioma, etcétera. simplemente de quién muere antes de tiempo, porque eso es lo que hace el racismo, te acorta la vida, te inhabilita, te aniquila.

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Comentarios
  1. Muy fuerte; pero así es:
    ¿Si abortas ahora que nos vamos a follar dentro de 5 ó 6 años?
    Un juzgado donostiarra abre diligencias por el cartel «ofensivo» contra la Iglesia aparecido en San Sebastián.
    El Juzgado número 1 de San Sebastián ha abierto diligencias por el cartel “ofensivo” contra la Iglesia aparecido en marquesinas de la capital guipuzcoana tras la denuncia realizada por la Fundación Española de Abogados Cristianos.
    En un comunicado, la presidenta de Abogados Cristianos, Polonia Castellanos, ha informado de que el juzgado de Instrucción número 1 de San Sebastián ha ordenado la apertura de diligencias por el citado cartel que representaba la imagen de un bebé en el vientre de la madre y contenía la pregunta ‘Si abortas ahora, ¿qué nos vamos a follar dentro de 5 o 6 años?’, todo ello acompañado del logotipo de la Conferencia Episcopal.
    https://www.diariosigloxxi.com/texto-ep/mostrar/20230321140328/juzgado-donostiarra-abre-diligencias-cartel-ofensivo-contra-iglesia-aparecido-san-sebastian

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