Cultura
Jon Fosse: “Quizá la buena literatura tenga algo que ver con aprender a morir”
El escritor noruego reflexiona en esta entrevista sobre la septología presentada entre 2019 y 2021, publicada en España por De conatus.
Asle es el nombre del protagonista de la septología escrita por el escritor noruego Jon Fosse (Hausgesund, 1959), presentada en distintas entregas entre los años 2019 y 2021, y que ha publicado en España la editorial De conatus. Asle es pintor, hace tiempo que dejó el alcohol, y ahora vive solo en una casa próxima a la costa, desde la que se ve el mar, en un lugar llamado Dylgja que no queda muy apartado en coche de Bjørgvin, Bergen. Ha perdido a su esposa, Ales, y desde entonces apenas se relaciona con nadie, únicamente con su vecino Asleik, que es pescador y está también solo en la granja de al lado, y con otro pintor llamado igual que él, Asle, al que conoce desde la juventud, que es alcohólico y malvive en la ciudad con la única compañía de su perro Brage. Aún queda otro personaje importante en la vida de Asle: su galerista, Beyer, que le dedica todos los años una exposición justo antes de Navidad porque es entonces cuando mejor vende sus cuadros.
Condensado así, este planteamiento podría ofrecerse como algo convencional: una cadena de acontecimientos que se van sucediendo según el transcurso habitual del tiempo, en una misma dirección. Pero nada más lejos de la intención de esta septología que es, ante todo, una novela circular y por tanto hipnótica. Una obra total, libre de obstáculos y de frenos, en la que la escritura se curva, se dobla, se arquea, provocando en el lector una extraña energía, un estado de fascinación por los temas, los paisajes, el frío previo a la Navidad, los cuadros, las casas, las carreteras… Con una forma lenta de literatura que se expande en una única oración y que mantiene el ritmo del rezo. Una oración continua, permanente, que genera una especie de trance ascendente, sin sobresaltos.
En la primera página de cada libro encontramos siempre a Asle situado frente a un lienzo en el que aparecen dos rayas que se cruzan, entregado a una larga contemplación porque necesita decidir si ese cuadro está terminado o no, y si ya puede apartarlo, consciente de que no lo va a vender porque, como ha hecho con otros, lo mantendrá oculto en el desván, junto a los demás, sólo disponible para él.
De igual manera, cada libro termina con este mismo protagonista rezando, tanto en latín como en su lengua, pidiendo piedad, pidiendo clemencia, ya que poco después de conocer a Ales, antes de casarse con ella, se convirtió al catolicismo, y sus creencias religiosas, sus meditaciones y sus dudas se manifiestan en el texto con una frecuencia idéntica a la de sus ideas sobre lo que es el arte y el amor. La pervivencia y el duelo.
Así, la mezcla de presente y pasado en un mismo párrafo, sus reflexiones y recuerdos, con la misma cadencia, de forma constante, en el mismo plano, hace que el tiempo se fusione, no exista, mientras el pensamiento reconstruye lo sucedido y lo altera, lo hace y lo deshace, agrupando momentos distantes y recientísimos, fragmentando la realidad.
El periodo narrativo es el de una semana, desde un lunes, en los días previos a la Nochebuena, hasta un domingo, momento en que culmina la que es, desde el principio, una huida hacia el interior en busca de refugio espiritual. Todo sucede en el Adviento, pero como ocurre cuando el verdadero marco no es el de la realidad objetiva sino el de la apreciación personal por parte del ser histórico o imaginario que es el personaje, de la mano de su razonamiento también circular, el tiempo se funde, desaparece, redefinido por los distintos tipos de servidumbre a las que se somete el protagonista: la servidumbre del alcohol, la servidumbre del arte, la de Dios.
Esta entrega, o esta dependencia, es única y es múltiple, al igual que lo es el propio protagonista: su vida no es sólo la suya, sino la de los otros individuos que podría haber sido él mismo de no haber optado por determinados caminos en su momento: el Asle alcohólico de la ciudad de no haber dejado de beber tiempo atrás, o Asleik, su vecino, de no haber optado por el arte desde muy joven. Por tanto, Asle es uno y es trino, como lo es el Dios al que se refiere en tantas ocasiones, y cada personaje es pues una versión distinta de él.
La inocencia se mantiene a lo largo de toda la novela, como se mantiene la idea de que el arte es también una manera de mostrar al exterior lo que el artista lleva en el interior. Vocación y devoción. Memoria y continuidad. Asle defiende su forma de vivir hacia dentro mientras intenta dar respuesta a las llamadas de toda índole que le asaltan y a la constante duda de en qué habría cambiado su existencia de haber tomado otro camino, de haber cruzado por un lugar distinto o no haber entrado en un café en el momento preciso, anulando así la posibilidad de conocer a Ales, el amor de su vida, que está convencida de que su encuentro no pudo deberse a la casualidad, sino a “un designio divino, la providencia”.
Cada libro de esta septología se fusiona con el anterior y con el siguiente en una escritura pausada, ritual, que mantiene un control absoluto sobre la composición, los personajes y los que son los grandes temas de la novela (el amor, la esperanza, la nostalgia, la creencia en la eternidad de lo sagrado), logrando que leer a Fosse desencadene una curiosa euforia, una fascinación próxima a la que generan las leyendas o los mitos.
La experiencia lectora es la de una letanía, una oración continuada que para los que hemos nacido católicos se incrementa en las páginas en las que leemos rezos que aprendimos de pequeños, que sabemos de memoria, y recitamos en nuestro interior con un ritmo propio, una cadencia propia. La lectura de esta novela conduce a un estado muy parecido al del trance. ¿Era esto lo que quería conseguir cuando se planteó esta estructura?
Cuando escribo no pretendo conseguir nada. Para mí escribir es una forma de escucha, no de planificación ni de pretensiones previas. Simplemente empiezo a escribir. En esta novela, por ejemplo, el personaje principal, Asle, se encuentra bastante pronto con el otro Asle, que se le parece mucho, y eso es algo que simplemente sucede y que, desde luego, me sorprendió incluso a mí. Cuando escribo, llega un momento en el que tengo la sensación de que lo que estoy escribiendo ya estaba ahí fuera, en algún sitio, y yo sólo tengo que anotarlo antes de que desaparezca. A veces me resulta sencillo, aunque a veces tengo que ir detrás de ese texto que de alguna manera ya estaba ahí. Para mí, escribir es un viaje a lo desconocido. Y para mí, que crecí en una cultura protestante noruega casi completamente secularizada, también fue extraordinario descubrir la rica tradición católica y su oración, su eucaristía, etc. Casi, pero sólo casi, como le sucede a Asle en la novela.
En el libro VI leemos: “El vínculo inseparable entre lo que llamamos forma y lo que llamamos contenido es lo que hace que una pintura sea buena, o lo que hace que un poema sea bueno, lo que hace que la buena música sea buena”. Se trata de un pensamiento de Asle que se materializa en la propia novela, en la que es esencial ese vínculo entre forma y contenido. ¿Es más importante para usted cómo se cuenta una novela que lo que se cuenta en ella?
Sí. En mi adolescencia tocaba la guitarra (y también el violín), y de repente dejé de tocar y comencé a escribir. El estado en el que intentaba situarme al escribir era muy parecido al estado en el que me situaba al tocar: todo giraba en torno a la música del lenguaje. Con el paso del tiempo, mi concepto de la forma se ha ampliado mucho, y digamos que ahora también incluye lo que normalmente entendemos como «contenido», pero mi escritura «trata de algo» en un nivel muy bajo. Si consigo escribir bien, se produce una unidad en la escritura, y esta totalidad implica, por así decirlo, también qué se cuenta, pero sin palabras, con ese lenguaje que existe más allá del propio lenguaje escrito. A menudo me pregunto cuál es el significado, al menos el significado más profundo, de lo que escribo. Desde luego, para mí la capacidad de escribir es un don, tal vez incluso derivado de la gracia. Por ejemplo, haber escrito Septología.
Si en el libro I Asle, como pintor que es, está obsesionado por la luz, en los libros finales va entrando en una oscuridad creciente de la mano de su desinterés por la pintura. Quiere librarse de todo. Usted ha dicho que no escribe para expresarse, sino para desaparecer. También Asle quiere desaparecer al final de su novela. ¿Es ésa, desde su punto de vista, la ambición máxima del artista? ¿Desaparecer en su obra?
Tal vez. No estoy seguro de qué responder. Pero siento que escribir tiene mucho más que ver con desaparecer como persona que con ser visible como persona. Busco escapar de mí mismo más que expresarme. Quizá la buena literatura tenga algo que ver con aprender a morir.
No es fácil hablar de catolicismo y de creencias religiosas en España (país tradicionalmente católico), sobre todo para los que nos consideramos de izquierdas. Resulta un tema tabú, del que se apoderó el franquismo y que todavía no se ha liberado, por lo que en ocasiones nos podemos sentir huérfanos de espiritualidad y acudir a prácticas orientales que poco tienen que ver con nuestra cultura. Pero el ser humano necesita esa faceta espiritual, y usted lo muestra en su novela. ¿El silencio al que aspira Asle tiene algo que ver con el silencio de Dios?
Yo mismo me siento conectado con la izquierda radical. Sé que por ejemplo el catolicismo en España sigue unido en gran medida al régimen de Franco, y me parece extraño, o irónico de alguna manera, que a Franco todavía se le dé el poder de definir el catolicismo, especialmente porque tales conexiones no tienen nada que ver con lo esencial de la creencia y la práctica católicas. Un escritor católico como Georges Bernanos lo vio muy pronto. Quizá sea más fácil verlo desde un país en el que el catolicismo estuvo prohibido por ley durante mucho tiempo. Y estoy seguro de que también la perspectiva es muy diferente para los católicos de América Latina, ya que muchos mantienen una estrecha relación con el marxismo.
El Papa actual, por supuesto, no puede decir de sí mismo que sea socialista, pero su forma de pensar y de hablar es muy cercana a lo que yo mismo, como una especie de socialista, puedo llegar a pensar y a decir. Yo dejé la Iglesia noruega a los 16 años, cuando pude dejarla. Tenía la impresión de que representaba la estupidez pura y de que era una especie de fuerza social controladora que no podía soportar. Supongo que si hubiera crecido en España, habría dejado la Iglesia católica por razones similares. Por otro lado, no hay duda de que existe una estrecha conexión entre el pensamiento del Maestro Eckhart, mi principal influencia católica, y las formas de pensar budistas. Yo mismo soy un creyente cristiano, pero creo que todas las religiones son formas de acercarse a lo sagrado. Dios se ha dado a sí mismo muchos caminos, como afirma un viejo padre noruego amigo mío. O Dios no depende de los sacramentos, como dijo Tomás de Aquino.
En mi pensamiento religioso me siento muy próximo a los cuáqueros, que no tienen sacerdotes ni sacramentos, y que se congregan en reuniones silenciosas, concentrados en la luz interior, la que Dios le ha dado a cada ser humano. Ninguno de los dos Asles que aparecen en la novela son autobiográficos, pero estoy de acuerdo con Asle en ciertas cosas. Por ejemplo, cuando cree que se puede escuchar la voz de Dios en silencio. Asle encuentra un lugar en la iglesia católica para sus creencias, y la misa le ofrece una especie de paz, a pesar de las muchas dudas que alberga sobre todos los dogmáticos.
La espiritualidad no tiene nada que ver con religión alguna, todo lo contrario. Es una cualidad que trae en sí mismo el ser humano. Lo mismo que la sensibilidad, se nace o no se nace con ella.
Jesús era un ser espiritual, hecho a sí mismo, no religioso.
Las religiones son dogmas, la espiritualidad forma parte de uno. Unos la traen más desarrollada, otros menos y otros parecen bestias que hayan venido al mundo con apariencia humana.