Opinión

Feministas todas, ¿uníos?

"Fueron las mujeres obreras, organizadas para reclamar sus derechos en tanto que trabajadoras, las que sentaron las bases de un movimiento de auténtica emancipación", escribe Arantxa Tirado

Manifestación del 8-M en la plaza de Cibeles en 2022. Imagen de la retransmisión de la Comisión 8M de Madrid.

Ha pasado un 8 de marzo más y, con él, hemos asistido de nuevo a la constatación de varias cosas: que la lucha feminista es uno de los grandes movilizadores políticos y sociales actuales; y que, precisamente por su carácter hegemónico y transversal, el feminismo se ha convertido en una bandera detrás de la que se quieren situar también quienes dicen creer en la igualdad entre géneros, pero no les molesta la desigualdad entre clases. Debería resultar evidente que no se puede defender la igualdad como principio abstracto cuando se ponen límites a la igualdad absoluta entre todos los seres humanos. Sin embargo, hay quienes se empeñan desde hace años en tratar de convencernos que Ana Patricia Botín es tan feminista como Angela Davis. 

Es paradójico que exista un feminismo que denuncie los techos de cristal y la imposibilidad de las mujeres de llegar a lo más alto de la pirámide laboral sin darse cuenta de que la mayoría de nosotras no podrá nunca aspirar a esos puestos, y no por nuestra condición de mujer, sino por nuestra condición de clase. Por tanto, defender que las mujeres y los hombres debamos tener los mismos derechos y deberes en la sociedad, sin cuestionar los pilares del patriarcado actual intrínsecamente vinculados con el desarrollo del capitalismo, un sistema que convierte las diferencias en desigualdades, no deja de parecer un ejercicio de postureo

¿Significa esto que las mujeres no compartimos discriminaciones o amenazas a nuestra integridad, solo por el hecho de ser mujeres, como la violencia de género o las agresiones sexuales? Por supuesto que sí. ¿Se debe luchar por denunciarlas y combatirlas? También, aunque no nos encontremos en una misma posición de vulnerabilidad pues esta, sin duda, se ve agravada por las condiciones materiales de vida o el origen migrante. Sin embargo, ser consciente de los elementos transversales que nos hacen confluir en un mismo espacio de reivindicación, aun con nuestras diferencias, no implica olvidar que algunas personas que pueden parecer aliadas en esta luchan son, al mismo tiempo, enemigas en otras. 

En un momento en que el término feminismo está tan manoseado, hasta el punto de que una diputada de la ultraderecha española puede decir en el Congreso que ella es feminista porque “reza a una mujer” a la vez que trata de confrontar a las mujeres trabajadoras con la lucha feminista, se hace preciso recordar que la lucha por la igualdad entre mujeres y hombres fue enarbolada, principalmente, por las mujeres trabajadoras del movimiento socialista.

No fueron las Botín de la época, que explotaban a sus congéneres entonces como ahora, ni las antecedentes políticas de Vox en la franquista Sección Femenina, las que abogaron por transformar las estructuras económicas, sociales y políticas que causaban el sometimiento de la mujer. Fueron las mujeres obreras, organizadas para reclamar sus derechos en tanto que trabajadoras, las que sentaron las bases de un movimiento de auténtica emancipación de la mujer. Una liberación que, a diferencia de lo planteado por las burguesas sufragistas, no se conformaba sólo con conseguir mejoras en el marco de un sistema de opresión, sino que buscaba superarlo. Y que, una vez superado, encontró en esas mismas mujeres la capacidad de cuestionar los resabios machistas que seguían presentes en las sociedades autodenominadas socialistas.  

Hoy, como ayer, sigue habiendo una pugna entre distintas concepciones de cómo debería de ser la lucha por la liberación de la mujer, englobada bajo la etiqueta de feminismo. A las diferencias de intereses de clase se ha venido a sumar un cisma en el movimiento feminista, difícilmente resoluble, entre quienes consideran que el feminismo debe luchar también por los derechos de las mujeres transexuales o transgénero, y quienes piensan que asumir esa agenda es “borrar a las mujeres”. Nuevamente, cuesta entender que exista un movimiento que lucha por superar las desigualdades entre mujeres y hombres pero que sea insensible a las discriminaciones que padecen otros seres humanos por su género. Mujeres transexuales están viendo cómo cierto feminismo, de la mano de grupos reaccionarios, les niega la categoría de mujer bajo un discurso de esencialismo biologicista, incapaz de entender la cualidad social de toda construcción humana, incluida la de ser mujer. Como apuntó ya hace décadas Simone de Beauvoir, “no se nace mujer, se llega a serlo”. 

En definitiva, hasta que cierto feminismo no entienda que luchar por la libertad de las mujeres implica luchar por la emancipación del conjunto de la sociedad, pues nadie puede ser enteramente libre si otros, otras u otres siguen encadenados, será difícil que el feminismo pueda desarrollar la carga revolucionaria que lleva en potencia y que genera tanto miedo entre los defensores del statu quo. Esos mismos que respaldan el postureo feminista de empresas y empresarias el 8 de marzo mientras silencian sus prácticas discriminatorias los restantes 364 días del año. Esos que creen que las sociedades se cambian desde arriba y no transformando sus cimientos de forma radical desde abajo.

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Comentarios
  1. 8 DE MARZO DE 2023: NADA QUE CELEBRAR, MUCHO POR LO QUE LUCHAR
    Necesitamos reforzar la solidaridad de clase.
    Encaramos otro año más con el Día Internacional de la Mujer Trabajadora, fecha de origen en la tradición de lucha de la clase obrera por haber sido instituida en la II Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas en 1910, secuestrado por la clase que nos explota y oprime para convertirlo en una fiesta interclasista de todas las mujeres y ahora también de los hombres que se sienten mujeres.
    Pero las trabajadoras no tenemos nada que celebrar, y menos al lado de las mujeres de la burguesía que en creciente número ocupan cargos en las empresas, los bancos y las instituciones políticas.
    No tenemos nada que celebrar porque seguimos sin organizaciones de clase potentes que nos permitan plantar cara al despojo que estamos sufriendo de los servicios públicos (salario indirecto: sanidad, educación, dependencia…), que repercute de manera especial sobre nosotras; a la subida de los precios de los alimentos y la energía, a la dificultad de acceder a una vivienda digna sin peligro de que nos desahucien, a la reforma laboral que precariza nuestras condiciones de trabajo, a la doble jornada de las que combinamos un empleo inestable con el trabajo del hogar y el cuidado de niños y otros dependientes.
    El capitalismo, en su actual fase de declive de la tasa de ganancia, por la mano ejecutora de los gobiernos, sean del color político que sean, arremete privatizando los servicios públicos (ocultado bajo el bonito nombre de “concierto público-privado”), aumentando la explotación en el trabajo con horas extraordinarias no pagadas, invirtiendo el dinero de nuestros impuestos en la industria armamentista que llaman Defensa, para alimentar guerras allí donde quienes sufren y mueren son también los y las de nuestra clase, mientras nos quitan la atención primaria, los pediatras, las escuelas públicas infantiles, los centros de día, las residencias…
    La opresión de las mujeres de clase trabajadora es de carácter social. Por ello, nuestra emancipación, que es imposible en el marco del sistema capitalista, sólo podremos lograrla con la emancipación de toda la sociedad, con la lucha unitaria con nuestros hermanos y hermanas de clase hacia el socialismo.
    https://canarias-semanal.org/art/34036/8-de-marzo-de-2023-nada-que-celebrar-mucho-por-lo-que-luchar

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