Cultura
‘La belleza y el dolor’: un canto al arte político
El documental de Laura Poitras, León de Oro en Venecia y nominado al Oscar, narra la vida de la fotógrafa Nan Goldin, activista contra la crisis de los opiáceos.
“Cosa cómica es la vida, ese arreglo misterioso de lógica despiadada para un propósito fútil”. Esta cita, extraída de la novela de Joseph Conrad El corazón de las tinieblas (1899), sobrevuela el extenso documental dedicado a la fotógrafa estadounidense Nan Goldin La belleza y el dolor, que hoy se estrena en España. Dirigido por la aclamada cineasta Laura Poitras (Boston, 1964), quien adquirió fama por cintas tan críticas hacia el gobierno norteamericano como Citizenfour (2014) y Risk (2016), sobre las figuras de Edward Snowden y Julian Assange respectivamente, el nuevo filme mantiene la carga activista de los anteriores, pero esta vez para reivindicar justicia ante una crisis de opiáceos que ya ha aniquilado a más de medio millón de personas en Estados Unidos desde los años noventa. Su denuncia se despliega a través de la experiencia de Goldin, tan llena de sufrimiento como de una fuerza implacable contra los abusos que le tocó vivir a lo largo de distintas etapas.
El primer capítulo intenta desentrañar “la diferencia entre la historia y la memoria”, según narra la protagonista. Su voz en off, aún anónima para el espectador, acompaña a una serie de fotografías familiares que enraízan la película en el trauma, concretamente en el suicidio de su hermana Barbara. Cómo contar lo que pasó ayudándose del recuerdo que construye la imagen fija, las instantáneas tomadas durante una biografía, será el leitmotiv que articule un relato que se vale de los saltos temporales para comunicar la importancia del arte político, el dolor como herramienta que apuntala dicho arte siempre que cuente con un grupo afín alrededor, y la libertad convertida en una ética.
Así, el público va descubriendo cómo mucho antes de que Goldin crease la asociación P.A.I.N. con el objetivo de exigir responsabilidades a los Sackler, el clan de magnates que se lucró con la venta del opiáceo OxyContin a sabiendas de su carácter adictivo, la fotógrafa debió lidiar con unos padres incapaces de criar a sus hijas; de qué manera formó parte de la cultura underground del Nueva York de los setenta y ochenta; en qué momento puso sus carretes al servicio de la lucha contra el VIH.
Arte de combate
En la misma época en que Susan Sontag andaba escribiendo El sida y sus metáforas (1989), Goldin montaba exposiciones que perseguían mitigar el estigma asociado al virus y, específicamente, a la comunidad homosexual, tan marginalizada. Como afirma uno de los artistas de su círculo: “que yo tenga sida y no cuente con seguro médico es político”, pero también lo es el arte, el mismo que décadas más tarde se vio beneficiado por las donaciones millonarias de los Sackler.
No es de extrañar que, con esa trayectoria, una Goldin ya sexagenaria trasladase su activismo a museos de todo mundo (el Louvre, el MET, el Guggenheim neoyorquino…), los cuales fueron rechazando poco a poco el dinero surgido de comercializar opiáceos a través de Purdue Pharma, y retirando el nombre de los magnates de salas y placas conmemorativas. Poitras no sólo construye en su cinta una férrea acusación frente a quienes emplearon tácticas ilegítimas para enriquecerse con una droga de potencial deletéreo, sino que hila una fábula coherente en torno al rol social del arte, que puede erigirse como denuncia, o bien ser utilizado para blanquear la labor cuestionable de las empresas farmacéuticas.
Destaca asimismo el papel de una sociedad civil organizada pues, como apunta la propia Goldin, superviviente de la adicción a los opiáceos, el Congreso de Estados Unidos no hizo nada para paliar una epidemia que ya supera las 100.000 muertes anuales por sobredosis. Tampoco actuó el Departamento de Justicia. Fue la ciudadanía quien, mediante la protesta en galerías y pinacotecas, consiguió devolver cierta dignidad a los afectados manchando la reputación de los Sackler, hasta entonces conocidos por sus agasajos filantrópicos.
Huelga decir que, como muestra el documental, nunca se les imputaron cargos por la vía penal y el daño causado se saldó con una multa de 6.000 millones de dólares a pagar a los estados (no directamente a las víctimas) a cambio del blindaje legal ante futuras demandas. La lucha –parece indicar Poitras– tiene sentido en la calle, en el talento y la creatividad humana, en la urdimbre de los afectos, no necesariamente en las instituciones públicas.
Cargado de poesía en los continuos flashbacks de la fotógrafa, de rememoración y un respeto a los fallecidos que a veces adquiere un halo de duelo, La belleza y el dolor, por el que la directora ya ha ganado el León de Oro en Venecia y ha sido nominada al que podría ser su segundo Oscar, es también un homenaje a la libertad y la independencia de una mujer que hizo de las constantes embestidas (la tragedia familiar, la violencia machista, la enfermedad propia y la de los otros) materia fértil para su carrera, concebida como arma arrojadiza contra los poderosos. Quizá este canto feminista entonado por el dúo Goldin-Poitras logre ensalzar la necesidad de crear a favor del bienestar común, sacudir los prejuicios de quienes todavía creen en el autor como un ente puro y ahistórico separado de su obra y, sobre todo, aunar el deleite visual con una conciencia crítica que nos invite a pensar que la vida, cosa tal vez cómica, puede avanzar más allá del “propósito fútil”.
Otra lección de moral que da USA al mundo:
EE.UU libera a un preso saudí en Guantánamo tras 20 años y reconoce que no tenía pruebas contra él.
Estados Unidos anunció este miércoles que liberó de la prisión militar de Guantánamo a un ingeniero saudita arrestado hace dos décadas como sospechoso de los ataques de Al Qaeda del 11 de septiembre de 2001, pero que nunca fue acusado.
En marzo de 2002, Ghassan Al Sharbi, de 48 años, fue detenido en Faisalabad, Pakistán, junto a un socio de Al Qaeda. El hombre fue individualizado porque estudió en una universidad aeronáutica en Arizona y asistió a una escuela de aviación con dos secuestradores que participaron en los atentados del 9/11.
El ejército estadunidense ya había imputado cargos contra Sharbi y otros, pero los retiró en 2008.
Sin embargo, el hombre siguió retenido como combatiente enemigo en la prisión de la bahía de Guantánamo, Cuba, y su estatus se mantuvo en un limbo porque nunca se le imputaron cargos pero tampoco se aprobó su liberación.
En febrero de 2022, la Junta de Revisión Periódica del Pentágono, que tramita las solicitudes de liberación de Guantánamo, falló a favor de la salida del saudí.
Argumentó que el hombre no tenía una posición como facilitador o como líder en Al Qaida, y que tuvo buen comportamiento luego de años de ser considerado un prisionero hostil.
Además, dijo la junta, tiene «problemas físicos y de salud mental» que no especificó.
El panel de revisión dijo en un comunicado el miércoles que recomendaba que Sharbi fuera puesto en custodia saudí.
Con la liberación de Sharbi, son 31 los aún detenidos.