Internacional

Estudiar como quien trabaja: un año de aulas cerradas en Ucrania

Desde hace un año, la única clase presencial a la que pueden asistir Maksym y Mykhailo Maslov es a la de entrenamiento militar. Ellos se esfuerzan por obtener las mejores notas para sacar de la pobreza a su madre y su padre, que lucha en el frente.

Makysm y Mykhailo Maslov en su dormitorio. PATRICIA SIMÓN

(JÁRKOV, UCRANIA) // “Les enseñamos a montar un arma, a usar una granada, a defenderse del enemigo con artes marciales, Derecho Internacional Humanitario, porque nos importa mucho la igualdad de género… Pero es muy difícil hacer todo esto por Zoom; así que, una vez a la semana, hago grupos presenciales”. Cuando se declaró la invasión rusa en 2022, Maxim Rogozni preparó su mochila para unirse a filas. Era un militar retirado, pero lo llamaron para que se hiciera cargo de la protección del centro educativo de su barrio, a las afueras de Járkov. Luego, poco a poco, él mismo fue ampliando sus responsabilidades en el colegio 118, en el que hasta antes de la guerra acudían diariamente unos 600 estudiantes de primaria y secundaria. La brutalidad con la que esta ciudad, la más cercana a la frontera rusa, fue atacada en las primeras semanas de la invasión, provocó que más de la mitad de sus estudiantes estén ahora refugiados en países europeos.

Mykhailo Maslov estudiando en el cuarto de su padre y de su madre. P. S.

Casi la mitad de los colegios e institutos de Ucrania llevan un año cerrados. En concreto, según los últimos datos del Ministerio de Educación y Ciencias del Gobierno de Ucrania, actualizados en enero de 2023, solo el 63,5% de los estudiantes de primaria han vuelto a recibir clases. Uno de los problemas es que no todos los centros educativos cuentan con refugios, requisito imprescindible para su reapertura. Así pues, 5.068 han abierto de manera presencial, 3.204 de manera mixta y 1417 online. En el ámbito de la educación secundaria, están funcionando un 30,5% de manera presencial, un 33% a distancia un 33% y un 36,5% de manera mixta. Y según datos de UNICEF, al menos cuatro millones de niños, niñas y adolescentes se ven obligados a seguir parte de sus clases a través de la pantalla de un ordenador o un móvil. Los continuos cortes de electricidad y de Internet que sufren muchos de quienes siguen en Ucrania dificultan el seguimiento de los estudios, además de que no todos los menores tienen equipos informáticos. La población menor de 18 años cuando comenzó la guerra era de 6,7 millones, dos de los cuales fueron puestos a salvo por sus madres en otros países. Una parte de estos sigue sin escolarizarse en sus países de acogida e incluso los que sí lo han podido hacer, siguen en muchos casos conectándose a Internet para seguir las clases de ucraniano y de otras asignaturas que su antiguo profesorado sigue impartiendo online

Desde el primer día de guerra, el profesorado ucraniano se volcó en retomar lo aprendido durante el confinamiento por la COVID-19 y garantizar así el derecho a la educación de su alumnado. Incluida la asignatura de conocimientos militares y  primeros auxilios llamada Defender Ucrania. Sin embargo, a Maxim Rogozni no le bastaba trasladar sus conocimientos a través de la pantalla. Así que una vez que Járkov fue recuperada en su totalidad por el Ejército ucraniano, el exmilitar pidió permiso a la dirección para entrenar a un grupo de adolescentes en el gimnasio.

Clase de la asignatura Defender Ucrania.

Se cubren tras mesas infantiles mientras avanzan, cargan con el arma de juguete a la vez que corren, aplican una llave a un sospechoso en un supuesto checkpoint… Son algunos de los escenarios que recrean. Los chicos y chicas ríen y bromean mientras se revuelcan en las colchonetas. Es uno de los escasos momentos de expansión que disfrutan desde el inicio de la guerra. Pero muchos tienen a sus padres combatiendo en el frente y creen que, de cómo se desenvuelvan en estas tareas, dependerá de que vuelvan a verlos. La suerte es el mejor compañero de un soldado en la guerra y un concepto difícil de entender en la adolescencia.

“Si los enemigos vuelven a entrar en la ciudad, sabrán cómo defenderse. Y si la guerra continúa, ellos tendrán que combatir en apenas un par de años”, explica el instructor, que ha cosido parches a su vestimenta civil para darle un aire militar. 

Dos gemelos lanzan puñetazos al aire con la descoordinación propia de quienes todavía no controlan unas extremidades que se alargan a base de estirones. Son Mykhailo y Maksym Maslov, los hermanos gemelos que, si todo va bien, lograrán la medalla de oro de su promoción por obtener las mejores notas. Viven a unos doscientos metros de su colegio, pero cada mañana, tras desayunar, apoyan sus móviles en la pared, se colocan los auriculares y comienzan a tomar notas mientras escuchan a su profesora. Uno lo hace en el pequeño cuarto que comparten ambos como habitación. Otro, en el salón, que hace las veces de dormitorio de sus padres. La madre, que evita entrar para no aparecer en la pantalla, pasa buena parte de la mañana en la minúscula cocina esperando noticias de su marido, que combate en el frente. En el quicio de la puerta, se secan los peces que sus hijos pescan en el río. Son un alimento tradicional con los que los adultos suelen acompañar el vodka.

Viktoriya Muhina, en la cocina. P. S.

“Estaba durmiendo cuando me desperté por las bombas. Me asusté mucho porque no sabía qué estaba ocurriendo. Pusimos la televisión y entendimos que la guerra había comenzado”, explica Mykhailo, el más extrovertido de los hermanos. “Ahora sé que la guerra es innecesaria, que son crímenes, brutalidad, todo lo que no es necesario. Deberíamos vivir en paz”, continúa Maksym. Él quiere ser farmacéutico porque se le da muy bien la biología. Mykhailo, ingeniero de aeronáutica, un sector económico importante en esta zona del país. 

En Ucrania, como en otros países del mundo, cada vez son más los universitarios que se decantan por carreras tecnológicas. Dos de cada tres estudiantes de grado superior, según un estudio de la UE, cursa títulos vinculados con la tecnología, la ingeniería o las ciencias puras. Ucrania, como otras exrepúblicas soviéticas, se ha convertido en un surtidor de mano de obra barata para las tecnológicas que en la última década crearon decenas de oficinas en el país. Europa del Este, cuna de buena parte de los pensadores y artistas que definieron el canon del arte europeo hasta mediados del siglo XX, busca ahora con ansia la prosperidad económica en las carreras tecnológicas. Mientras, pierden peso los conservatorios, las facultades de humanidades y los estantes de poesía en las librerías. 

Hay hambre de bienestar material y la casa de los hermanos Maslov es la evidencia de que tienen razones para ello. Forman parte de ese 40% que ya antes de la guerra vivía por debajo del umbral de la pobreza en Ucrania. Por ello, conciben la formación como una competición. También entre ellos, bromean. Sacar a su familia de la pobreza depende de su éxito. Su madre los escucha mientras explican cómo para ellos estudiar es un trabajo. No hay recreo, ni bromas entre los compañeros, ni juegos en los pasillos, ni trabajos en grupo.

El teléfono suena. Es el padre. La llamada significa que está vivo. El ánimo está electrificado en los pocos metros de este apartamento, construido por el Estado en los años 80. El hombre sacó a su familia adelante trabajando como albañil, una profesión muy preciada en tiempos de guerra. Son los que mejor saben abrir trincheras y construir refugios bajo tierra. Y mientras lo hacen, hay que defender la posición en una guerra que se libra palmo a palmo. Para eso, también les dan un arma. 

Ante la pregunta de cómo se explican el origen de esta guerra, se miran entre sí sin una respuesta. Piden a su madre que lo aclare. “Todo el mundo está viviendo y desarrollándose en vista al futuro. Quizás esta gente (en referencia a Rusia) no se ha desarrollado en algunos ámbitos y lo quieren hacer a través de la guerra. Quieren que todos seamos víctimas de su enfermedad e inconsciencia. La justicia ganará y la victoria será nuestra. Pero es una pena que el precio sea el de tantas vidas”, expone Viktoriya Muhina a borbotones, concentrada en poder alcanzar la última frase. Se levanta y se va a llorar a otra habitación. Los niños sonríen incómodos, le hacen bromas para que no se lleve consigo el micrófono, retoman el testigo. 

“Cuando aquí la cosa estaba ya muy peligrosa, nos fuimos a Alemania con nuestra madre y nuestra abuela. Allí nos dieron una habitación y dinero para nuestros gastos. Nos trataron muy bien, pero no queríamos vivir fuera de nuestro país y nos volvimos a los dos meses”, recuerda Mykhailo. 

Maksym Maslov siguiendo la clase a través del móvil en su dormitorio. P. S.

Los libros de texto se acumulan en los escritorios. No hay uno solo de adultos en la vivienda. Las ventanas permanecen encintadas y el parque infantil que se ve al fondo permanece vacío. “Queremos trabajar en Ucrania y contribuir a su recuperación”, concluyen los dos al unísono. 

Ucrania tiene una de las tasas de natalidad más bajas del mundo. En 2021, era de 1,16, por debajo del 1,23 de España. Sgún datos de las Naciones Unidas, ya antes del éxodo masivo vivido y del empobrecimiento generados por la guerra, la previsión es que este país perdería a una quinta parte de su población antes de 2050. Que en una casa haya dos hijos, como es el caso de los gemelos Maslov, es una excepción. La mayoría de las parejas ucranianas tienen un hijo de media desde finales de los años 90.

«Es muy importante tocarles para enseñarles a escribir»

Dlena Pushkar da clases a través de la pantalla del ordenador desde su aula. Pero hoy no está completamente sola. La acompañan los dos hijos de una compañera del centro. Al otro lado, niños y niñas de cinco años cantan un cuento. Una parte están en sus casas en Járkov, otros refugiados en ciudades como Dnipro o Lviv, algunos en países europeos. 

“Doy clase a niños pequeños. Es muy importante tocarles para enseñarles a escribir, por ejemplo. Y eso es imposible por Zoom. Intentamos hacerlo lo mejor posible porque no tenemos alternativa”, explica con orgullo la maestra. Ama su trabajo, sigue yendo todos los días al colegio con sus hijos y valora especialmente la implicación de los padres y madres. “Tengo 31 alumnos y todos siguen las clases todos los días, aunque estén muy repartidos por el mundo. Los que se han escolarizado en otros países, se conectan por la tarde a las clases de ucraniano que damos”, continúa. 

El rostro de Dlena se endurece a la hora de contar cómo le explica la guerra a personas tan pequeñas. “No le ocultamos nada, se lo contamos todo. Les decimos claramente quiénes son los enemigos. Y a veces creo que los niños saben más de la guerra de lo que dicen. Son capaces de entenderla y de sobrevivir en un sentido muy profundo. Esta es la poesía que una niña escribió cuando les pedí una redacción sobre qué estaban sintiendo”, anuncia Dlena. Busca el folio entre un legajo de papeles y comienza a leer unos versos épicos que reproducen la conversación entre una madre y una hija sobre cuando la victoria militar traiga la paz. La maestra llora. Y hay rabia cuando dice que su alma arde en llamas. 

Dlena Pushkar en su aula. P. S.

Victoria Kolomanska, la directora del centro, se incorpora a la conversación: “Europa debería estudiar la historia de Ucrania porque evidencia que no nos vamos a dejar vencer. Tienen que entender que si dejamos a Rusia comer, su apetito crecerá y no se conformará con el dedo: engullirá el hombro. Tienen que ser castigados, no pueden irse con impunidad”, sentencia. 

El colegio permanece listo para volver a la vida en cualquier momento: las plantas vivas, los tablones llenos de dibujos e indicaciones. La sala del profesorado está llena de maestras que, en sus ratos muertos, hacen velas con cartón y queroseno para enviar al frente. En Ucrania, desde el año 2000, el 97,7% de los estudiantes acaban la educación secundaria y casi un 60% tiene formación universitaria, porcentajes muy superiores a la media de la Unión Europea. “En cuanto llegue la victoria, abriremos la escuela. Pero Járkov es la ciudad más cercana a la frontera rusa, siguen bombardeando y es peligroso aún”, concluye la directora. 

En la zona central y occidental del país, donde cada vez se siente la guerra más lejana, son cada vez más quienes exigen al Gobierno de Zelensky que reabra todas las aulas en vista a que ya nadie espera una victoria cercana.  “No hay un botón de pausa. No es una opción posponer la educación de los niños y niñas y volver a ella cuando se hayan resuelto otras prioridades sin poner en riesgo el futuro de toda una generación», ha declarado Afshan Khan, director para Europa y Asia Central de UNICEF.

Fe de errores: En una primera versión del reportaje se decía que todos los centros educativos de Ucrania permanecían cerrados cuando en los últimos meses se han reabierto parte de ellos. 

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