Internacional
Ucrania, un año después: interés, torpeza y sangre
La guerra de Ucrania cumple un año sin que pueda atisbarse un final cercano. EEUU ha sido el único país beneficiado por la errónea y cruel invasión ordenada por Putin.
El 24 de febrero de 2022 fallaron todos los vaticinios de los analistas internacionales. Ese día, Putin invadía Ucrania para “desnazificar” el país. No lo llamó “guerra” sino “operación especial”. No habló de “invasión” sino de “liberación”. El poderío militar a su disposición parecía augurar una “guerra relámpago”. Se daba por hecho que entraría en Kiev en cuestión de horas. No fue así. El pulso continúa un año después. La propaganda rusa y ucraniana, también. Los analistas siguen, como entonces, lanzando hipótesis.
Ucrania se ha mantenido firme gracias al apoyo de los países de la OTAN, con Estados Unidos a la cabeza. Washington viene interviniendo en la política interior ucraniana desde 2013, cuando se produjo la llamada revolución del Euromaidán. Sus planes de expansión militar exacerbaron los ánimos del Kremlin, que consideró siempre a Ucrania como parte de su área de influencia. Las políticas restrictivas dictadas desde Kiev contra las provincias más cercanas a Rusia (cultural, lingüística, religiosa y geográficamente hablando), sirvieron de pretexto para la invasión. Así lo confirmó Vladimir Putin en su mensaje del pasado martes. Aunque discutible, quizás fuera esa la parte más coherente de un discurso que, en sintonía con la ultraderecha global, rozó el delirio en determinados pasajes. Un ejemplo: “Destruyen las familias y quieren destruir la identidad. Y los curas se ven obligados a casar a homosexuales. La vida privada es privada y no queremos controlar la vida de la gente, pero la familia es una unión de hombre y mujer”.
La torpeza de Putin ha conseguido que la Casa Blanca se salga con la suya. Fue Trump, cuando ocupaba la presidencia estadounidense, quien exigió a los países de la OTAN que incrementaran su gasto militar. Su petición fue considerada excesiva, cuando no grotesca, por quienes hoy la acatan sin rechistar. Como recordaba Azahara Palomeque en un reciente artículo, la compra masiva de armas “está beneficiando en bolsa a las principales empresas proveedoras, estadounidenses, a petición no sólo del gobierno de Biden, sino también de países como Suiza, Japón o Alemania”. Igualmente, países tradicionalmente neutrales por su amenazadora cercanía con Rusia, como Suecia o Finlandia, han solicitado, con entusiasmo, sumarse a las filas de la OTAN. Después de lo vivido en Ucrania, la primera ministra finlandesa ha llegado a decir que formar parte del club militar atlántico es “un acto de paz”.
Pero, al margen de los movimientos geopolíticos, hay un ejemplo mucho más dramático del calamitoso ojo clínico de Putin: el sufrimiento de la población rusófona de Ucrania. Hostigadas durante años desde Kiev, esas personas a las que el líder ruso supuestamente iba a salvar ven ahora cómo sus ciudades son salvajemente devastadas. Mariúpol, donde el 90% tiene el ruso como lengua materna, se vio sometida a un asedio que redujo la ciudad prácticamente a escombros. Limán, en el Donetsk, es otro caso análogo: tras los bombardeos de septiembre y octubre, hoy es una ciudad fantasma. Esta particular forma de salvar empieza a cambiar la percepción de mucha gente del Este de Ucrania.
Abejas grises, la última novela de Andrei Kurkov, el escritor ucraniano con más proyección internacional, tiene como protagonistas a dos hombres de esta zona. “No tienen claro si son rusos o ucranianos, porque pagan con dinero ucraniano y tienen pasaporte ucraniano, pero viven en la cultura rusa, ven la televisión rusa, escuchan su música y hablan ruso”, explicaba Kurkov a El País. El escritor también es rusófono (como el mismo presidente Zelenski, por cierto) y escribe en ruso, pero hoy es un firme partidario de “la cancelación de la cultura rusa”. El idilio de Putin con el efecto boomerang es un hecho incontrovertible.
De ‘neonazis’ a ‘patriotas’
En otras partes del país, más alejadas de la influencia rusa, la transformación provocada por la guerra es aún mayor. Nuestra compañera Patricia Simón visitó Dnipró (al sureste de Kiev) y pudo constatar el alcance de estos cambios, sobre todo en el ámbito político. Allí se abraza acríticamente el pasado más negro de Ucrania, que tiene que ver con su activa colaboración con el nazismo. “El hecho de que Putin haya intentado justificar su invasión bajo la falacia de la ‘desnazificación de Ucrania’ –cuando sus grandes aliados son, precisamente, los líderes internacionales de la ultraderecha– ha provocado la reacción contraria entre parte de sus víctimas”, explicaba Simón. “Muchos ucranianos rechazan abordar realidades tan constatables como que el batallón Azov fue creado por líderes de ideología neonazi para combatir a los prorrusos en el Donbás. Temen que al confirmarlo estén dando alas y legitimidad a uno de los múltiples y cambiantes argumentos con los que el Kremlin ha querido justificar la invasión ante su opinión pública”.
Después de un año, no hay cifras fiables sobre el número de bajas en ninguno de los dos bandos. La desinformación es una valiosa arma de guerra. Lo que hay son imágenes y testimonios sobre la crudeza de los combates. La matanza de Bucha, perpetrada en abril de 2022 por tropas rusas en retirada, ocupó las portadas de los periódicos de todo el mundo y provocó una conmoción internacional. Fue la respuesta al intento inútil de cercar Kiev, una maniobra que tuvo otro punto negro en el ya tristemente célebre puente de Irpín, donde las tropas de Putin masacraron a civiles que trataban de huir a través de él. Si el Kremlin podía tener razones convincentes para declarar que la OTAN amenazaba su espacio vital, las perdió entonces.
Pero la fortaleza mostrada por la defensa ucraniana, gracias a sus múltiples apoyos financieros y armamentísticos, no ha conseguido que el fin de la guerra esté más cerca. Putin, cada cierto tiempo, deja caer en público lo que es una obviedad para todo el mundo: Rusia es una potencia nuclear. Lo ha deslizado en sus mensajes desde el primer día de la invasión y volvió a hacerlo el pasado martes, cuando anunció la suspensión (temporal, remarcó) de su acuerdo de desarme nuclear con EEUU. Y por si la advertencia no quedó demasiado clara, añadió: “Rusia es invencible en un campo de batalla”. Es una sentencia que, desde hace décadas, los nacionalistas rusos repiten como un mantra amparándose en sus victorias históricas sobre Napoleón y Hitler. Pero no es verdad: entre otras muchas, Rusia perdió la guerra de Crimea en 1856, la guerra contra Japón en 1905 y se batió en retirada de Afganistán en 1989.
La escalada militar
Kiev, para mantener sus posiciones, exige más armamento a sus aliados. Está disparando más munición de la que EEUU y los países de la OTAN son capaces de fabricar, pero entiende que su supervivencia está relacionada con el hecho de no dejar de apretar el gatillo en ningún momento. Pedir, además, le ha dado buen resultado: consiguió que les enviaran los famosos tanques Leopard con los que espera frenar a los rusos en el Donbás. La presión la ejerció el mismísimo Joe Biden sobre el canciller alemán. Al final, Olaf Scholz aparcó sus reticencias y claudicó. Pero las demandas ucranianas no acaban ahí.
Zelenski pide ahora aviones F-16. Quienes los tienen (EEUU, Países Bajos y Polonia) aún no se han decidido a cederlos. Al parecer, la entrega de estos aviones plantea ciertas dudas entre los analistas militares del Gobierno estadounidense: primero, porque sería un dinero mal empleado, ya que podrían ser fácilmente neutralizados por las defensas antiaéreas rusas; y después porque Ucrania podría tener la tentación de utilizarlos más allá de sus fronteras, en territorio ruso, lo que marcaría una nueva fase del conflicto, mucho más peligrosa para todos los implicados.
Hay pocos gobernantes que se manifiesten públicamente en contra de esta escalada militar. Uno de ellos ha sido el presidente brasileño, Lula da Silva, quien cortó en seco al canciller alemán en una reciente visita oficial al país sudamericano: “Brasil no tiene ninguna intención de pasar munición para que se utilice en la guerra”. Por el contrario, aboga por una solución diplomática: “Por sentarse a la mesa con Rusia y con Ucrania y encontrar la paz, porque el mundo necesita paz. Estamos en el siglo XXI y estamos en una guerra que ni siquiera sabemos por qué ocurrió”.
Sus palabras, en el contexto actual, con las principales empresas de armas subiendo un 35 % en bolsa y con la industria de los combustibles fósiles obteniendo beneficios récord gracias a la crisis, suenan ingenuas. Pero quienes están en el frente las entienden perfectamente. “Que paren esta guerra como sea. No sé cómo pueden hacerlo, pero que la paren. Está muriendo demasiada gente”, le confesaba un soldado ucraniano a Patricia Simón. Iba camino del frente de Bajmut. “Allí un joven inexperto como yo dura cuatro minutos. Es una trituradora de carne”, agregó.
Mientras corre la sangre los políticos que participan en la contienda se lanzan grandes proclamas. Esta semana, Biden hizo un tour por Europa del Este, entre cuyos gobiernos se encuentran sus más acérrimos seguidores; en Bucarest dijo que “lo que está en juego no es sólo Ucrania, es la libertad”. Y añadió que EEUU defenderá “literalmente, cada pulgada de la OTAN”. Para su país, el artículo 5 del tratado es algo “sagrado”.
Putin, por su parte, se daba un baño de masas en el estadio Luzhniki de Moscú. En medio de un ondulante mar de banderas, y como si se tratara de un animador, pidió a los asistentes que gritaran bien fuerte “¡Rusia, Rusia!”. Sobre el escenario, un grupo de actores disfrazados con uniformes militares rodeaba al presidente, quien endilgó a su público otro discurso plagado de conceptos ultraconservadores: “En nuestro corazón, patria y familia son una misma cosa”. Se atrevió incluso a decir que los soldados rusos que están muriendo en el frente tomaron esa decisión “por ellos mismos”. Lo hicieron “para defender lo más sagrado y lo más querido que tenemos”, aseguró.
Un año después de la invasión sigue siendo difícil prever un final. Ucrania no puede ceder parte de su territorio, en torno a un 20 %, que incluye toda la franja este, desde el Donbás hasta la península de Crimea (ya anexionada por Rusia en 2014). Putin, antes de rendirse, avisa de que ejecutará la más monstruosa de sus amenazas: pulsar el botón nuclear. Mientras, el único beneficiado de la guerra es Estados Unidos, que gana dinero con la venta de sus armas y su gas licuado, y gana además influencia geopolítica. Por un lado, vuelve a atraerse a Alemania, que en los últimos años se había acercado demasiado a Rusia (y los gasoductos Nord Stream eran un símbolo material de esa alianza). Por otro, amplía las fronteras de la OTAN con nuevos aliados, lo que también se puede traducir como nuevas bases militares y nuevos mercados. Las bajas, además, las ponen otros. Su agenda, por tanto, pasa por alargar la guerra durante el mayor tiempo posible.
China tiene un ‘plan’
Puede que el único país con el poder suficiente para sentar a Ucrania y Rusia a una mesa de negociación sea China. Desde Pekín se anuncia que tienen perfilado un posible “arreglo político” al conflicto (no se atreven a llamarlo directamente ‘plan de paz’) y que lo darán a conocer en las próximas horas. Zelinski cree que el gesto es “positivo”, pero que necesitan tiempo para analizar los detalles. Tiempo para que los analicen ellos y, se sobreentiende, la Casa Blanca, que a buen seguro tendrá la última palabra. En cualquier caso, el tiempo nunca fue un problema para China, que también está contemporizando sus pasos en esta crisis.
El suministro de gas que recibe desde Moscú es ahora más barato, lo que ha reforzado sus lazos económicos. Existe igualmente un vínculo militar, ya que realizan maniobras conjuntas en Sudáfrica, pero dicen no apoyar a Putin con armas. Oficialmente, China se declara “neutral”. Por otra parte, la agresiva política exterior de EEUU, que incluye inconvenientes visitas a Taiwán por parte de sus congresistas (algo que también hicieron en Ucrania en 2013), amén de jactanciosos selfies mientras derriban globos espía, impide que Pekín se incline abiertamente a mostrar un perfil conciliador, lo que podría ser entendido como un síntoma de debilidad.
Así las cosas, en Washington, el complejo industrial militar y los halcones de la guerra se frotan las manos. En Bajmut, lamentablemente, la “trituradora de carne” sigue en funcionamiento.
«No a la conciencia de guerra», Pablo Laguna.
El envío de armas sólo retrasa la negociación, prolonga y profundiza el sufrimiento, y sirve exclusivamente a intereses de quienes hacen negocio con las guerras. Lo que hay que enviar son negociadores y no tanques. Necesitamos diplomacia y no exigencias.
Sin lugar a dudas, la entrada de Rusia en la Guerra de Ucrania marca un hito que cambia la naturaleza del conflicto, pasando a ser internacional (no olvidemos que esta guerra comenzó en 2014 tras un golpe de Estado, auspiciado por EEUU, y no reconocer al gobierno de facto los territorios hoy incorporados a Rusia). Y sin duda la actuación rusa ha causado estragos. La Rusia de Putin es horrible, pero estoy convencido de que no es mejor la Ucrania de Zelensky. De lo que menos dudas me cabe es que alimentar su guerra sólo nos arrastrará a un conflicto multilateral, y que la única posición sensata es la del NO A LA GUERRA.
El camino hacia el conflicto total está allanado. El movimiento pacifista no debe perder un minuto más. Es la hora de alzar bien alto la bandera de la paz.
La propaganda de guerra está a la orden del día, y en la Europa de los 27 la sufrimos cada día. Como en toda guerra, la propaganda es simple: enemigo malo, amigo bueno. Y la realidad no es tan sencilla.
Hay mucho daño que reparar en materia de derechos y libertades, pues mucho se ha hecho ya al calor de la conciencia de guerra, y se ha hecho en ambos bandos, aunque no nos lo quieran mostrar.
Podemos empezar por casa, donde se ha comenzado por limitar la libertad de expresión: en el momento en que escribo estas palabras, tengo pendientes de lectura casi treinta mil mensajes del canal de Telegram de RT (medio de comunicación público de Rusia) a los que cuando intento acceder, la aplicación dice “Este canal no puede ser mostrado porque viola las leyes locales”. Pero eso no es lo más grave, tenemos un periodista español, Pablo González, que lleva más de un año en prisión preventiva en Polonia sin que se presenten pruebas en su contra, y el Gobierno de España no ha intercedido aún. Y si aterrizamos en los países en contienda, podremos ver similares ataques a la libertad de expresión, con medios y periodistas sancionados o cerrados a ambos lados de las trincheras. De las tropelías de Rusia, ya habla diariamente la propaganda de nuestro bando. La propaganda sólo nos muestra loas al presidente Zelensky, al que se vitorea por doquier, aunque se ha visto cómo poco a poco ha ido ilegalizando más de una quincena de partidos políticos (incluyendo el socialista y el comunista).
La libertad de conciencia es constantemente atacada por el avance de la conciencia de guerra. El conflicto ya está en nuestras puertas, y ya venimos sufriendo las primeras consecuencias, económicas y políticas. Nadie podrá quedar indiferente, porque a todas las personas nos afectará. Yo ya he elegido bando, el de la paz. Movilicémonos y gritemos alto y claro: ¡NO A LA GUERRA!
https://laicismo.org/no-a-la-conciencia-de-guerra/277280
Ex militar de EE.UU. que combatió para Kiev y se pasó a las filas rusas (vídeo).
«Les dije soy antifascista. Estoy aquí para luchar contra el imperialismo ruso y los nazis. Entonces me respondieron: ‘no, los rusos no son nazis, los nazis somos nosotros’»
«Soy un comunista, un antifascista. Tenemos que luchar contra el fascismo en todas partes»
La proliferación y la omnipresencia de la ideología nazi en Ucrania, incluidas las esvásticas y los símbolos de las SS, están bien documentadas, pero son ignorados por los países y los medios de comunicación de Occidente.
Entre otras cosas, detalla la estrategia de las tropas ucranianas de usar civiles como escudos humanos. «Mi segundo día en Ucrania, me encontraba en Lvov. Estábamos en el sótano de una escuela, mientras que en los niveles superiores del establecimiento pusieron a civiles, gitanos […]. Esta era una práctica común en Donetsk, en Járkov. Ocupábamos casas y otros lugares junto a las viviendas donde vivían civiles. De esta manera, si desde el otro lado bombardean y los matan, ellos [los ucranianos] traen a los reporteros y dicen: ‘miren, mataron a civiles’. Pero no mostrarán las posiciones militares que están a los lados repletos de soldados», señaló.
«A muchos soldados rusos capturados les cortaron los genitales con un cuchillo, les abrieron el estómago, los degollaron o les cortaron las cabezas»
https://insurgente.org/ex-militar-de-ee-uu-que-combatio-para-kiev-se-paso-a-las-filas-rusas-con-valiosa-informacion-videos/
El partido comunista está ilegalizado en Ucrania desde hace 8 años.
El partido socialista también está ilegalizado y el secretario general escondido porque van a por él. Todos los partidos que no sean de derechas están ilegalizados en Ucrania.
¿Con quienes se ha posicionado occidente y la mayoría de sus falsimedia que manipula y miente como exige el yankee a sus lacayos?.
La guerra empezó en 2014 por parte de Ucrania, golpes de estado por medio y títere USA de presidente. Hasta que según occidente empezó la guerra en febrero 2022, Ucrania causó 14.000 muertos, entre otras bestialidades 40 sindicalistas quemados vivos en la casa de los sindicatos de Odessa.
Ya en 2013, Putin, del clan de los oligarca, pero que no le faltaba razón en este caso, avisaba al yankee de que estaba estrechando el cerco a las fronteras rusas y creando tensión premeditadamente.
TERRORISMO «¿Quiénes lo patrocinan?» Una intervención implacable de la eurodiputada socialista Clare Daly (vídeo). (No todos los socialistas son hipócritas)
https://insurgente.org/quienes-patrocinan-el-terrorismo-una-intervencion-implacable-de-la-eurodiputada-clare-daly/