Internacional
Morir en el frente de Bajmut
En Bajmut, los soldados que acaban de ser heridos en la batalla son recogidos en ambulancias para ser trasladados a hospitales de campaña. La única épica que se puede encontrar en la guerra es la hermandad con la que estos hombres se consuelan.
El hombre grita. A veces, balbucea palabras ininteligibles. Alrededor, una enredadera de brazos lo cargan de la pick up a la ambulancia. Las voces de los paramédicos y soldados quedan amortiguadas por el sonido de los bombardeos. El conductor arranca, el hombre vuelve a la vida para pedir que le den algo para el dolor, el auxiliar le ausculta el pecho, el paciente no respira apenas, le inyecta medicamentos, le mete varios paquetes de gasa en la herida de la ingle, la ambulancia salta sobre los socavones abiertos por los bombardeos, el hombre deja de revolcarse, lo trasladan inconsciente al hospital de campaña, muere a los pocos minutos.
El soldado de pocos más de treinta años, robusto, alto, ha fallecido, según todos los síntomas, por la onda expansiva de un mortero que le ha reventado por dentro. El impacto contra los pulmones le ha provocado un colapso que le hincha el vientre. Ahí es donde la sangre se le ha concentrado. Por fuera, sigue siendo el mismo, quizás algo más mortecino. Por dentro, la amalgama de detritus en la que convierte la guerra a los hombres.
En un punto cercano al frente de Bajmut, no paran de llegar jeeps con los soldados que acaban de ser heridos en la batalla. Desde allí, paramédicos militares y voluntarios de la ONG Road to Relief, cofundada y dirigida por la catalana Emma Igual, los recogen en ambulancias para trasladarlos a hospitales de campaña. La única épica que se puede encontrar en la guerra es la hermandad con la que estos hombres se consuelan. Los que llegan en un estado más grave parecen desmadejados, con las piernas colgando de la camilla y los torniquetes atándoles a la vida. Los que llegan conscientes, se dividen entre los que se refugian en un silencio de plomo y los que imploran por que no sea el final.
“Cuando entran en calor, se duermen. Llevan días sin dormir”, me dice uno de los paramédicos. Encerrados en una de las ambulancias, esperamos que lleguen más heridos para dirigirnos al hospital. Tienen pocas y, dependiendo de la gravedad de los casos, a veces tienen que esperar para que el puesto no se quede desprovisto de atención médica.
En frente de nosotros, un hombre de unos cuarenta años dormita sentado y envuelto en una manta térmica. Ha intentado resistirse hasta que el agotamiento le ha vencido. Su rostro afilado y su mirada perdida deja sin aliento. “Soy artillero. El dron me identificó y el tanque empezó a dispararme. Cambié de posición. El dron volvió a buscarme y el tanque volvió a dispararme”, explica, con el torniquete clavado en el bicep. El auxiliar médico le retira las botas y le coloca plantillas químicas que proporcionan calor al pisarlas. Se las han enviado unos amigos desde Alemania.
Afuera, el cadáver de un soldado, envuelto en una bolsa negra, espera sobre la nieve ser recogido por el furgón que recorre el frente con esa función. Las furgonetas verdes siguen llegando, muchas de ellas tan viejas que acentúan el aspecto arcaico de la escena: en las primeras líneas del frente, cuando el enfrentamiento es cuerpo a cuerpo, la guerra sigue siendo igual que todas las guerras: barro, sangre, sueño, hambre, miedo. La introducción de avances tecnológicos como los drones solo ha reducido las posibilidades de los soldados de sobrevivir.
Llega el aviso de que en breve llegarán siete heridos, dos de ellos muy graves. Otros dos se bajan por su propio pie de la pick up. Suben a la ambulancia. Al fondo, se sienta un hombre y cierra los ojos. En la camilla, se apoya el otro. Mantiene la espalda erguida. “Nos cayó un mortero en la trinchera. Siento temblar la cabeza y todo el cuerpo. Él es nuestro comandante”, dice, señalándole, con respeto.
En el hospital de campaña, otros soldados les reciben, les cargan, les meten en una consulta, cierran la puerta. En el pasillo, sentados sobre cajas de medicinas y de comida de campaña, hombres con la cabeza vendada, esperan en sillas de rueda, con muletas, en camillas. Visten los uniformes con los que combatieron. Las manchas del estampado de camuflaje no se distinguen de las de barro y sangre. Los médicos corren de un lugar a otro con las mismas ojeras que los soldados. Una habitación con una fiambrera con zanahoria rallada y latas de legumbres sobre una mesa cumple las funciones de comedor. Todo el mundo engulle de pie, rápido, en un plato de plástico. “Ayer tuvimos 200 heridos”, dice un soldado antes de salir corriendo.
De vuelta al punto de recogida, un veterinario reconvertido en paramédico limpia la sangre de la ambulancia mientras espera que lleguen nuevos heridos. “De camino al hospital, sobre todo, suelen mencionar a sus hijos, a sus madres, a sus esposas”, explica, mientras comparte confidencias con un compañero sobre sus hijas adolescentes. Tanques cubiertos de tela de camuflaje blanca pasan junto a nosotros con soldados que también cubren sus uniformes con monos del color de la nieve que sigue cayendo. A su paso, van dejando atrás los grandes carteles publicitarios que pueblan las carreteras del país con soldados mirando aguerridamente a la cámara. Cuanto más se alejan de ellos, más se escuchan las explosiones de mortero.
Actualización: El 10 de septiembre de 2023, se confirmaba la muerte de la directora de la ONG Road to Relief, Emma Igual, y del voluntario canadiense Anthony Ihnat, al caer un proyectil ruso sobre el convoy en el que se desplazaban en el frente de Bajmut.
Éste articulo debería traducirse al alemán, al catalán y al noruego, y en una forma tan simplificada, qué incluso las pobres personas afectadas por Sindrome de Down u otro retardo mental, lo puedan entender. Pues, no hay otra manera de qué lo puedan comprender von der Leyen, Stoltemberg y, muchisimo menos, Borrell.
Seria mucho pedir qué además lo entiendan Zelenski, Biden, la domadora de Biden: Victoria Nuland, Kissinger, el gran Soros y la banda de supremacistas sionistas de la Reserva Federal. Es decir, los anormales qué han provocado ésta guerra y sus tragicas consecuencias, con el sólo fin de llenarse los bolsillos de plata y, de paso, quedarse con Ucraina para regalarsela a Netanyahu. Ésta última operación (el regalo de Ucraina entera al sionismo) sería montada para establecer en Ucraina el » Gran Israel». ¿ Éso es cierto? Uno podria preguntarse: ¿Seguro qué semejante barbaridad es cierta? La intención con toda seguridad qué
es cierta, pues, exactamente éso ( qué iba a instalar el Gran Israel en el pais de los ucranianos) es lo qué dijo Zelenski en una entrevista pública.