Sociedad

“Un sastre experimentado es un psiquiatra, un espeleólogo del alma”

El intelectual libertario Michel Suárez pubica 'De re vestiaria', un ensayo en defensa de los artesanos de la moda

El intelectual Michel Suárez (ALEX ZAPICO)

Una revolución justa, pero también bella, y bien vestida. Con esto sueña Michel Suárez (Pola de Siero [Asturias], 1971), intelectual libertario, siempre impecablemente trajeado. Publica Suárez De re vestiaria: defensa del saber hacer de los maestros sastres artesanos y el elogio del arte de vestirse para guía y disfrute de elegantes, seguidos de abundantes comentarios críticos sobre su decadencia en la era del narcisismo y las máscaras (Trea, 2023). Conversamos aquí sobre algunas claves de un libro «cubista», escrito contra la moda rápida y la civilización de la máquina.

Su libro es, a la vez, una historia y una defensa del código clásico masculino de vestimenta, escrito desde posiciones libertarias. ¿La revolución no está reñida con el bien vestir?

Es una defensa de la labor minuciosa, lenta y esmerada de los maestros sastres artesanos y, en consecuencia, una impugnación radical de una modernidad encajada en el mito del progreso y su corolario de racionalismo, utilitarismo, aceleración, desarrollismo, crecimiento y mediocridad; también de la ruina estética en la que nos ha sumido el sistema industrial desde hace más de dos siglos.

Nuestra época se caracteriza por la desafección general por la delicadeza. Hoy, el gusto por el lujo se ha impuesto a un lujo del gusto que, indiferente al poder del dinero, solo es accesible mediante el estudio de la sensibilidad y la pasión por lo bueno. Para el hombre actual, vestirse es un engorro, una obligación o un acto reflejo, una actividad que se ejercita sin pena ni gloria y siempre pensando en los únicos mandamientos de la sociedad del conocimiento, la comodidad y la baratura. No se ve la menor meditación sobre el cromatismo, las proporciones, el balance, ningún interés que vaya más allá del utilitarismo y el narcisismo.

Yo reivindico los viejos frenos morales que, en la Edad Media —un periodo de tinieblas, según dicen—, opusieron resistencia al gobierno de la usura y la codicia, así como una defensa incondicional del arte de agradar como principio rector de la vida social. La guinda a todo esto es la razonable y moderada exigencia de abolir de una vez por todas la publicidad y el trabajo asalariado, dos lacras con las convivimos con la mayor naturalidad.

Se adentra en la paradoja de que, hoy, la clase obrera viste traje; los plutócratas, camiseta.

A pesar de las ideas preconcebidas, quienes hoy en día usan mayoritariamente un traje son los asalariados. Pensemos, sin entrar en consideraciones sobre calidad y estilo, en comerciales, empleados o guardias de seguridad. Los políticos, ciertamente, aún se ajustan a un protocolo institucional que lo impone como atuendo apropiado, pero ese protocolo presenta cada vez más brechas. En cuanto a los empresarios, es evidente que en el mundo de la empresa ya no es tan indiscutible como hace apenas unas décadas.

Me preguntaba por la revolución. Es una palabra demasiado imprecisa, flácida… Puede significar cualquier cosa y su contrario. Yo pongo a la vista un episodio histórico concreto: la Comuna de París, y más concretamente el Manifiesto de la Federación de Artistas, encabezada por Courbet, escrito —el manifiesto— por un talentoso tapicero y poeta llamado Eugène Pottier, y que contiene esta frase crucial: «Cooperar esforzándonos por nuestra regeneración, el nacimiento del lujo comunal, esplendores futuros y la República Universal». Es la más bella y profunda proclama revolucionaria que conozco, junto con el magnífico: «Queda abolida la explotación del hombre por el hombre» de la revolución libertaria del treinta y seis.

Lujo comunal es el título del libro de Kristin Ross sobre el imaginario político de la Comuna.

Se abogaba a un tiempo por la autonomía política, es decir, la democracia, incompatible con la existencia de un ente exterior al cuerpo político como el Estado, y la supresión de la división del trabajo. La existencia debería ser, en sí misma y para cada ser humano, una obra de arte. Las consecuencias de este manifiesto son profundas y nos llevarían muy lejos. Bastará con recordar una de las más significativas: la necesidad de reconciliar la mano como órgano de expresión, es decir, la artesanía, con el cerebro, el trabajo intelectual, esos viejos amigos separados por la economía política. Podríamos decir que la Comuna apostó por reeditar el kalos kagathos griego, una visión de conjunto del hombre que aúna goce estético, altura moral y pasión por el bien común.

Su crítica se entrelaza también con una oposición vigorosa a la civilización de la máquina que bebe de Anders o Mumford y reivindica a los luditas o el socialismo de Morris, preocupado igualmente por hacer una revolución que no solo sea justa, sino también bella.

Morris fue tal vez el más clarividente y complejo de todos los que dieron la voz de alarma contra el funesto error de disociar la belleza de la lucha por un mundo más decente y justo. Su odio por la civilización moderna y la pasión por crear objetos bellos son más válidos aún en esta era de credulidad tecnológica y atomización social que en su propio tiempo.

La historia de los luditas —tejedores, zurcidores e incluso sastres—, arroja una luz cegadora sobre el socialdarwinismo y los miedos hobbesianos sobre los que se erige la actual civilización. La gran diferencia con los luditas es que ellos supieron ver lo que se les venía encima con la proletarización y la descualificación artesanal, y nosotros no cesamos de jalear, retrospectivamente, a sus represores. Es imposible, por ejemplo, entender el salvaje y dogmático asalto a la sanidad pública o la gestión de la pandemia sin entender el concepto de moda rápida, circuito corto o just in time, que imperan en la industria de la moda gracias al salto tecnológico producido en la década de los ochenta.

Considero imprescindible dar a conocer a nuestros hijos los maravillosos efectos que la belleza provoca tanto en el espíritu, como en la vida en común; no es posible deslindar el arte de vestirse del decorum, la sociabilidad, la amabilidad y la delicadeza con el prójimo en la esfera pública. Ante todo, no herir sensibilidades ajenas con una apariencia descuidada o feroz.

Reivindica la artesanía, a los maestros sastres, y como parte de ello, la posibilidad de que el traje que uno adquiera finalmente no se parezca a aquel que fue a la sastrería a pedir. El diálogo con el profesional y, como parte de ese diálogo, la posible transformación de las posiciones iniciales. Ello recuerda de algún modo al Platón que advertía contra la escritura, diciendo que el texto escrito no respondía a preguntas, y también a la concepción ática de la democracia, que no consistía fundamentalmente en cuantificar votos y porcentajes, sino en una deliberación cuyo ideal era el acuerdo unánime.

El taller de un sastre es un comercio, pero también un tercer lugar, en el sentido que le dio Oldenburg a la expresión, esto es, un espacio público-privado donde parroquianos, no necesariamente clientes, y artesanos se reúnen y practican esa vieja costumbre de charlar sin intermediarios electrónicos. Además de esta función tan menospreciada en el tiempo de las compras en línea, el diálogo con un maestro que aconseja y orienta, de acuerdo con morfología física y el temperamento del cliente, es fundamental para la educación del gusto. Uno puede llegar al taller con una idea para una chaqueta, un chaleco o, por qué no, un batín de seda o unos vaqueros, y, tras las indicaciones del sastre modificar el modelo inicial.

Un sastre experimentado es un psiquiatra, un espeleólogo del alma, que, en ocasiones, sabe mejor que el propio cliente lo que le conviene. El caso de Michael Caine con su sastre Douglas Hayward es muy ilustrativo. No se conocían, pero en cuanto Caine puso un pie en el establecimiento de Hayward, tras haber ahorrado el dinero suficiente para hacerse su primer traje, supo, entre otras cosas por su acento cockney, que ambos eran del East End, un barrio obrero de Londres del que ninguno renegó. Su amistad se prolongó hasta la muerte del sastre y Caine siempre lo consideró su mejor amigo. Naturalmente, también el cliente tiene un papel activo en el proceso de elaboración, acompañando la prenda por las sucesivas fases por las que pasa y dando su opinión. Este proceso de acompañamiento está muy alejado del acto de comprar o intercambiar una prenda por dinero. Una sastrería, además de educar el gusto, educa, y cómo, la paciencia. 

Explica que un traje no es perfecto, como no lo es ninguna creación artesana.

Sí, y esto es importante. La búsqueda de la perfección en un objeto artesano revela una gran incomprensión de la artesanía. Ruskin no dejó lugar a dudas en La naturaleza del gótico: nada de lo hecho a mano por un artesano puede ser perfecto, porque la irregularidad es la condición elemental de la vida. La perfección, por el contrario, es la divisa de la máquina. La perfección es vulgar, despoja al artesano de su imperfección original y le priva de dejar su impronta, su sello personal. En el caso de la sastrería, la irregularidad del cosido de un traje confeccionado por un maestro recuerda que no hay, ni puede haber, otro traje igual, aun en el supuesto de que intentasen replicarlo. Ese cosido traduce su saber hacer, pero también su estado de ánimo, sus circunstancias en el momento de coserlo. Decir que una chaqueta artesana es perfecta es un elogio de una enorme incompetencia. Nuestro tiempo no siente ninguna pasión por las cosas únicas, irrepetibles.

Defiende la tradición; un sentido rebelde, contestatario, de la tradición, frente a la novolatría característica del mundo moderno.

Mi ensayo es también un homenaje personal a individuos que no se tomaron ni la elegancia ni la emancipación a la ligera. En mi galería de elegantes hay de todo, menos gente de orden y filibusteros. Hay antimilitaristas, guerrilleros antifranquistas, libertarios, estetas, marginales, homosexuales y críticos de enorme lucidez que no dejaron de cultivar el gusto por las formas. Que nadie espere ver sus nombres en los libros de elegancia masculina al lado de monarcas nazis como Eduardo VIII o criminales como Churchill, celebrados modelos de elegancia que no pasaban de hombres bien vestidos. Miguel Almereyda, Rafael Barret, Antonio de Hoyos y Vinent, el primer Camba, Carl Einstein o Facerías sabían que no se puede separar la forma y el fondo, que todo está en todo, como decía Pottier durante la Comuna. Esa es una elegancia que impresiona.

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Comentarios
  1. Los espeleólogos del alma para mucha gente son los curas, metidos éstos a espeleólogos del cuerpo de adolescentes.
    Bien seguro que tendrían más honestidad y ética los sastres artesanos.

    Pederastas eclesiásticos e impunidad en el Reino de España, Domingo Sanz.
    Lo de la pederastia en la Iglesia Católica no ha hecho más que empezar, por lo que toda cifra es provisional. Además, el número total de delitos que se podrán conocer será mínimo en comparación con los que se cometieron, pues a las víctimas que habrán fallecido se sumarán las que no jamás denunciarán.

    Francia: “Al menos 216.000 casos de pederastia en la Iglesia francesa, según una comisión independiente. Dos años y medio de investigaciones dan lugar a medio centenar de propuestas, entre ellas reformar el secreto de confesión”. El País, 05/10/2021.
    Portugal: “El informe de los abusos sexuales en la Iglesia portuguesa: al menos 4.815 víctimas desde 1950”. El País, 13/02/2023.
    España: “La auditoría de los abusos en la Iglesia española suma ya 4.000 víctimas pese a las trabas de varios obispos”. El Diario. 16/02/2023.
    Teniendo en cuenta que las investigaciones avanzan a ritmos dispares es inútil cruzar esos casos de pederastia en cada país con sus poblaciones respectivas: los sacerdotes franceses y portugueses parecerían 38 y 5,5 veces más pederastas que los españoles, algo fuera de lugar.
    En cambio, para lo que sí sirve el cruce de casos de pederastia con el de habitantes es para constatar que “las trabas de varios obispos” son la causa de que en el Reino de España avance con exagerada lentitud una investigación que es similar a las realizadas en las repúblicas portuguesa y francesa.
    Esta lentitud española en la investigación de los pederastas que han abusado investidos de la autoridad eclesiástica multiplica una impunidad que es muy elevada en esta clase de delitos, sea cual sea su entorno.
    En mi opinión, el problema del Reino de España es que la impunidad es el resultado de una historia en la que durante muchas generaciones han predominado los periodos de crueldad de las élites contra los de abajo….

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