Sociedad

Bethania Pérez Alves, médica: “La gente no está teniendo la atención que debería tener”

Esta médica internista vallecana es una de las afectadas por la onda expansiva de la falta de personal en atención primaria. Cuando llegan al hospital “su situación ya es mucho peor de lo que debería ser”, explica.

Bethania Pérez Alves ante un centro de salud del barrio de Vallecas. ELVIRA MEGÍAS

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Bethania Pérez Alves es médica internista vallecana, y después, madrileña. Este orden de los factores se comprende y reivindica si has nacido y crecido en uno de esos barrios que crean patria, y Vallecas es uno de ellos. Para esta entrevista que forma parte de la serie con la que La Marea quiere honrar a sus suscriptoras y suscriptores, y agradecerles su apoyo, nos cita en una de sus fronteras, al este, cerca del metro Pacífico.

Tras el cristal en una cafetería, por momentos el exterior parece una ciudad del norte de Europa acostumbrada a que la lluvia caiga en diagonal y a bocanadas apocalípticas. Aquí sorprende, y los parroquianos del local, Elvira Megías con su cámara, la preguntante y la preguntada, miran atónitos hacia afuera. Betha está contrariada, se le complica poder llegar a su clase de yoga, a la que va tres veces por semana. Se apuntó hace un año, a la vez que comenzó a estudiar portugués y a acudir a un club de lectura en la librería Muga, una de las más conocidas de Vallecas, como no podía ser de otra manera. Fue en 2021, cuando pasó una fase dura en el trabajo, tras la gestión de la pandemia. “Sentía que no tenía ganas de trabajar, que no quería ver a pacientes. Quería irme a casa a hacer otras cosas”.

Su especialidad, la medicina interna, a veces no se comprende bien. “Soy una médica de hospital, que sabe un poco de todo”. Trata a pacientes con muchas patologías, o que están bajo investigación hasta encontrar un diagnóstico. La doctora que no opera, podría decirse. En los peores momentos del coronavirus estuvo de lunes a domingo tratando pacientes ingresados en el Hospital Universitario del Sureste, en Arganda del Rey, donde llevaba tiempo contratada. Después, con el tiempo, el cansancio y el hastío la alcanzaron. “Sentí ahogo. Entre ola y ola intentábamos sacar el trabajo acumulado, y noté que me estaba quemando”, cuenta. Vio cómo, después del huracán de la COVID, la Comunidad de Madrid seguía asignando el mínimo personal posible. Decidió cambiar de contrato y retroceder profesionalmente. “A lo que aspiramos siempre es a un contrato fijo con un turno, y volví a hacer guardias para tener más tiempo libre”.

Una atención médica que la gente no se merece

Ese momento de bajón ya es pasado. “He podido descansar, ha bajado un poco la presión asistencial en los hospitales”. Aunque la situación está lejos de estar solucionada, y la rabia aparece a menudo. Hace mes y medio que ha vuelto a trabajar en el Hospital Universitario de Getafe, donde hizo la residencia entre 2013 y 2018, y al que llegaba cada día con niveles máximos de motivación durante los cinco años de su MIR. Ese retorno a los orígenes le ha hecho bien. Aunque hoy, con 34 años, se sigue cabreando viendo de primera mano cómo llega la onda expansiva de la falta de personal en atención primaria.

“Nos llegan casos al hospital como, por ejemplo, un flemón dentario que deriva en una infección más grande de todos los tejidos de la cara. Normalmente al paciente le vería su médica o médico de cabecera en el centro de salud”. Cuando vienen al hospital, les cuentan que han estado peregrinando tres o cuatro días intentando conseguir una cita en su ambulatorio, o acercándose a los puntos de urgencias extrahospitalarias, cuya reapertura y falta de recursos humanos ha derivado en la huelga actual, y no les atienden: “Cuando ya no pueden más y llegan aquí, su situación ya es mucho peor de lo que debería ser”. Comprende que de vez en cuando los pacientes le pongan mala cara. “Es que la gente no está teniendo la atención que debería tener”, y reflexiona, desde su corazón vallecano, sobre la necesidad de más solidaridad para con los profesionales de los centros de salud. Aunque formen parte del mismo sistema de salud público, explica que son dos mundos distintos, el hospitalario y el de primaria. “El día a día de uno y otro no tienen nada que ver. Somos un colectivo muy poco unificado. Te reconozco una parte de elitismo y que en la especialización estamos muy acomodados”. En general, los médicos, las médicas, se mueven poco, cuenta, hasta que no hay agravios graves. “Si hay una manifestación grande como la de noviembre, sí; ahora se moviliza todo el mundo”, se indigna, “pero anda que no hemos tenido tiempo”.

Betha tiene tres referentes sobre los que triangula su vida y que aparecen en cada tema de conversación. El primero es, por supuesto, Vallecas. “Solo me alejé unos años, cerca de Atocha, durante la residencia”. Ahora vive junto a su pareja, que no es de la zona pero ha terminado comprándose un piso en uno de sus barrios, Portazgo. “Juro que no lo obligué, fue decisión suya”, aclara entre risas y ante una más que razonable sospecha de coacciones. Alfonso Fraile, su novio, que es compañero de profesión a su vez y, casi por alusiones, explica: “El barrio le ha enseñado a defender a los débiles frente a los poderosos, y esos valores los aplica también en su trabajo. La medicina es quizá donde una visión humanística puede aportar más beneficio”.

Su amiga de toda la vida Eva Peces introduce el segundo pilar que sostiene a Betha: la vida comunitaria que ha experimentado desde pequeña en asociaciones vecinales de todo tipo. Una de ellas, por ejemplo, aún le hace estar en contacto con profesores de su colegio Palomeras Bajas, más de veinte años después. “Ella cree que hay que hacer ciudad en el sentido del derecho a la ciudad, que hay que participar y tejer redes, que hay que ser consciente del lugar en el que uno vive para poder cambiarlo”.

Y la tercera columna, la que más base tiene y origen de las otras dos, en realidad, son sus padres, Marinete Alves y Paco Carazo, ambos muy conocidos en el tejido asociativo vallecano. Betha les tiene muy presentes, se sabe una privilegiada con buen sueldo de médico titular especialista, aunque tampoco se quita mérito. Estudió siempre con beca pero “sin mamonear, que sabía que no me podían estar manteniendo mucho”. Hoy reconoce no tener problemas de dinero, puede hacer todo lo que quiere y, sobre todo, viajar cuando puede. “Mi límite es ideológico. Para mí el peor agravio es que mis padres me puedan ver como una pija”, reconoce. Paco aprovecha desde el cariño paternal la grieta. Señala la sensibilidad social de su hija y el valor de haberse sacado la carrera a la primera, aunque le pide que viaje un poquito menos en avión para vigilar la huella medioambiental. “A lo mejor para viajes más cerca, de proximidad, podría hacer uso de la bicicleta, andar, utilizar también las piernas como transporte…”.

De ‘Carne Cruda’ a ‘La Marea’

Precisamente su padre fue quien la acercó a La Marea. Uno de los recuerdos familiares más presentes en Betha es verlo con varios periódicos en la mesa, los compraba todos los días. El País, El Mundo, ABC, Le Monde Diplomatique. “Un día me dijo: hay unos periodistas que están creando una cooperativa…”, recuerda, y ahí conoció la revista. Se animó a hacerse suscriptora tras escuchar varias veces las colaboraciones del equipo de redacción en Carne Cruda, el programa que escucha cada día sin falta. La radio que su madre ha encendido en casa desde siempre le hizo ser una consumidora de audio voraz, ahora en formato podcast.

De La Marea le interesan el enfoque social de los temas, el peso de las noticias de Climática, y la mirada feminista e internacional de la selección editorial. “Agradezco mucho algo que me ayuda: que indiquéis el tiempo de lectura de los artículos. Tengo poco tiempo y así me organizo”, explica.

Mantiene una actitud crítica hacia la esclavitud de la última hora, y le gusta que en La Marea no sea el criterio fundamental de publicación. “El hecho de que vayáis a otro ritmo y con otro tratamiento hace que dediquemos atención a otras cosas. La última hora te genera la sensación de que tienes que estar pendiente y, si paras un poco, entiendes que tampoco todo es importante”, reflexiona. Por sacar punta a algo, señala que cuesta un poco ubicar la información: “Me gustó un montón el proyecto de memoria #PorTodas, es una de las cosas que me animó a suscribirme, y tengo dificultades para encontrarlo”. La Marea no es el único medio al que está suscrita. Entre ella, Alfonso y sus amigas y amigos, se reparten algunas suscripciones. Le preocupa un poco que “son opciones afines” a su ideología, y eso, dice, le crea un sesgo. Y vuelve a aparecer la referencia de su padre. “No hago lo que hace él, que compraba periódicos distintos en papel antes, y lee muchos ahora… esto me da un poco de miedo”, reconoce. El pensamiento de Betha está en continua autoevaluación, y no oculta ni se perdona ni una sola contradicción. La última, por ejemplo, la gentrificación que está viendo llegar a Vallecas. “Veo cómo cambian los comercios hacia un tipo de vecino con otro nivel adquisitivo. Lo hablamos mucho: yo lo critico pero, por mis circunstancias económicas, participo en esto”, admite.

Para Betha Pérez, vallecana, médica y activista en lo que se le presente, el gasto de su monedero es político, también en el periodismo que consume. “Lo entiendo como una parte de activismo: cuidemos los que podamos de que quien informe tenga ciertos principios sociales, éticos y políticos… Mi forma de participar en esto es apoyaros”.

Esta entrevista forma parte del especial 10º aniversario dedicado a nuestras suscriptoras en #LaMarea92. Puedes conseguir la revista aquí.

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