Cultura

Los lectores que no querían (ni quieren) escritoras

Las editoras Laura Huerga y Blanca Pujals reivindican la importancia de leer a las pioneras que se rebelaron a través de su creación literaria y que han sido menospreciadas hasta nuestros días.

Una mujer utiliza una máquina de escribir en la ducha (Harris & Ewing, 1922)

“¿De una mujer? ¿Y francesa? ¿De la Sagan? Te vas a comer los mocos”. Eso le dijeron a Blanca Pujals, editora en Viena Edicions, cuando decidió publicar Un cert somriure (Una cierta sonrisa) de Françoise Sagan (Cajarc,1935). La novela salió a la venta en febrero del año pasado y ha sido un éxito comercial, el segundo volumen más vendido de sus Petits plaers, una colección que recupera obras breves de grandes autores de la literatura universal. Irónico resulta, además, que la última galardonada con el Nobel de Literatura haya sido otra autora francesa, Annie Ernaux (Normandía, 1940).

Sagan publicó varias novelas y obras teatrales pero es conocida principalmente por Buenos días, tristeza. Es un hecho recurrente reconocer el talento de una autora pero reducirlo a una obra, un bolet –que se dice en catalán–, un hecho aislado fruto de la casualidad y sin demasiada importancia. “La crítica no pudo soportar que una autora joven escribiese una obra maestra y que después siguiese escribiendo novelas que eran llevadas al cine con mucho éxito”, explica Pujals.

Sagan no solo cometía la osadía de escribir, vivía como mejor le parecía: “Llevaba una vida de lo que se consideraba ser una puta. Tenía los amantes hombres y mujeres que le daba la gana y bebía lo que le daba la gana, como todos los hombres, pero ella era considerada una bala perdida”.

La librería La tribu del barrio de Sant Andreu de Barcelona ha reunido a las editoras Blanca Pujals y Laura Huerga, fundadora de Raig Verd, con un grupo de lectores y lectoras para hablar de esas malas mujeres que se atrevieron a volcarse en la creación literaria. Su trabajo ha sido en muchas ocasiones negado, menospreciado, invisibilizado e incluso quemado.

No lo escribió ella. Lo escribió ella, pero no debería haberlo hecho. Lo escribió ella, pero es una anomalía. Estas son algunas de las citas de la crítica que la escritora Joanna Russ (Nueva York, 1937) recopiló en Com destruir l’escriptura de les dones (Cómo acabar con la escritura de las mujeres), un libro que acaba de editar Raig Verd en catalán y que, pese a que fue escrito en 1983, muestra con un humor punzante dinámicas que perduran hasta nuestros días.

Françoise Sagan. LUMEN

Una de las negaciones de la autoría más surrealistas la encontramos en El caso Frankenstein, de la británica Mary Wollstonecraft Shelley (Londres, 1797). Un crítico dijo de ella: “Su extrema juventud, así como su sexo, han contribuido a la opinión generalmente aceptada de que ella no fue tanto la autora como una médium transparente a través de la cual pasaban las ideas de los que tenía a su alrededor. Todo lo que hizo la señora Shelley fue un reflejo pasivo de algunas de las fantasías que habían dentro del aire que la rodeaba”. Más tarde también se argumentó que Virginia Woolf (Londres, 1882) se impregnaba de su ambiente masculino. O que fue el hermano de las Brontë (nacidas las tres en Yorkshire del Oeste, a principios del siglo XIX) quien escribió sus libros. 

El libro de Joanna Russ puede parecer una suma de anécdotas, pero la teórica feminista define un mal estructural. “Hay una frase de Russ que lo resume todo: para formar parte de la estructura que invisibiliza la escritura de las mujeres, solo es necesario ser bien educado. Esto es así, cuando no dices nada, todo te parece bien y no cuestionas el porqué, estás contribuyendo a que todo siga así”, apunta Laura Huerga.

También podría parecer cosa del pasado, pero los esquemas que Joanna Russ describió hace cuarenta años se perpetúan. “Cambian las formas de reprimir –de destruir– la escritura y la autonomía de las mujeres” ya que, por ejemplo, “han entrado en el juego los mensajes de odio virales, pero el contenido y la intención se mantienen inmutables”, indica la escritora Mariló Àlvarez en el epílogo del libro.

Àlvarez pone el ejemplo de cuando en el año 2020 el filólogo Narcís Garolera desaconsejó la lectura de Canto jo i la muntanya balla de Irene Solà (Malla, Barcelona, 1990). El catedrático argumentaba que en la multipremiada novela no se acentuaba correctamente, obviando que la obra se ha publicado según las nuevas normas de acentuación de los diacríticos en catalán. Y eludiendo el talento y creatividad de Solà. Este mismo señor afirmó que otro señor, Joan Prat había enseñado a escribir a Mercè Rodoreda (Barcelona, 1908). Por suerte, la escritora en catalán más influyente publicó siete novelas tras la muerte de su citado mentor.

Àlvarez recopila otros ejemplos de invisibilización de las escritoras en nuestra tierra. Como cuando Caterina Albert (La Escala, Girona, 1869) se vio obligada a adoptar el pseudónimo de Víctor Català tras publicar La infanticida en 1898, ya que era inconcebible que una mujer escribiese sobre otra que asesina a su hijo. O cuando la asociación cultural Lo Rat Penat decidió retirar en los años 50 el premio Jocs Florals de València a Anna Rebeca Mezquita (Onda, Castellón, 1890) al percatarse de que era una mujer quien había escrito un poema de amor dedicado a otra mujer. O cuando el señor Joan Pla le espetó a Montserrat Roig (Barcelona, 1946): “Señorita, ¿usted quiere escribir con estas piernas?”. Se suele decir que no se debe juzgar con los ojos de hoy hechos del pasado. Pero ejemplos actuales haberlos, haylos.

La reticencia a leer libros ‘de mujeres’

Una librera toma la palabra en el coloquio para confirmar que cuesta “horrores” recomendar algunos libros escritos por mujeres, “muchos hombres son reacios a leerlos”. “Parece que lo que escribe la mujer es para la mujer y, en cambio, lo que escribe el hombre es universal”, protesta la editora de Raig Verd. “A mí me han dicho que Jane Austen (Hampshire, 1775) es una autora para tietes. Yo adoro a la gente mayor, y por tanto no me parece un insulto, pero ojo, sacamos la primera edición de Seny i sentiment (Sentido y sensibilidad) en febrero y no llegamos a Sant Jordi porque se agotó”, cuenta Pujals. Hasta el año 2022, Mujercitas, escrito por Louisa May Alcott (Filadelfia, 1832) en 1868 y protagonizado por mujeres, no había sido editado en catalán. ¿Es un libro para chicas? “Somos el 50% de la población, creo que no hay ningún problema en entendernos para tener relaciones humanas con nosotras. Además, nosotras no hemos tenido ningún problema en sentirnos interpeladas con historias que hablaban de hombres.”, opina Huerga.

A las editoras les duele que no se recomienden las obras literarias de autoras como las hermanas Brontë, Elizabeth Gaskell, Lousa May Alcott, Ursula K. Le Guin o la poeta Emily Dickinson. Nombres que suenan menos que el de sus coetáneos masculinos. “Son mujeres que han tenido que luchar contra una época que no las dejaba escribir”, destaca Huerga.

Emily Dickinson, nacida en 1830 en Massachussetts, es un ejemplo de mujer que tenía prohibido publicar por parte de su familia. Russ explica en su ensayo cómo las féminas se han dividido tradicionalmente en las categorías de mujer de su casa, soltera, dama o puta. Las tres primeras entran en el círculo de lo íntimo, es decir, el hogar. Y la puta sería la única que vive experiencias fuera de casa. “La crítica de la época hace esta división, o bien no es interesante porque no ha vivido, o si es interesante porque ha vivido no tiene valor porque ella es una mujer que no tiene valor”, señala Huerga.

Blanca Pujals siente devoción por las Brontë. La primera edición de Cumbres borrascosas de Emily Brontë fue todo un acontecimiento en el Reino Unido de 1847. Salieron a la vez bajo el pseudónimo de Ellis Bell, Jane Eyre de Currer Bell (pseudónimo de Charlotte Brontë) y Agnes Grey de Acton Bell (que era Anne Brontë). No es de extrañar que utilizasen pseudónimos masculinos, la sociedad de la época consideraba que las mujeres no eran capaces de escribir sobre temáticas como la violencia o el alcoholismo.

“Parece que lo que escribe la mujer es para la mujer y, en cambio, lo que escribe el hombre es universal”.

Laura Huerga, editora de Raig Verd

La crítica especulaba sobre si eran obras de un mismo hombre. Cuando las hermanas Brontë se presentaron ante el editor, este no daba crédito de estar ante tres autoras de ropajes humildes. “La primera edición de Cumbres borrascosas calificó de obra maestra categorizada como novela de aventuras. La segunda edición se publicó con el nombre de la autora y entonces ya se insufló su éxito”, explica la editora. Ya no eran consideradas novelas de aventuras, sino románticas. Y ya no trataban sobre temas universales, sino sobre temas domésticos.

El auge de la novela social inglesa empieza más tarde con Charles Dickens. Pujals señala que menos conocida es su amiga y autora Elizabeth Gaskell (Chelsea, 1810). “Dickens era buen tío, creía en las mujeres y una en la que creyó muchísimo fue Elizabeth Gaskell. Fue la que mejor explica cómo se estaba transformando Manchester, cómo surgía la nueva clase social del proletariado y cómo esto lo cambiaba todo en novelas como Norte y sur. Pero aquí no la conoce prácticamente nadie”.

Faltan el nombre de muchas autoras en los libros de texto porque no se las ha referenciado por otros autores o autoras a los que han influenciado. “Emily Dickinson no se considera un referente porque hace una poesía demasiado experimental, demasiado diferente. Si fuese un hombre quien lo hiciera sería el gran referente”, asegura Huerga. Joanna Russ destaca la incoherencia que se da cuando Dickinson no es considerada referente de nadie, pero en cambio el poeta coetáneo Walt Whitman llega a ser referente de escritores que ni lo han leído. Es constante la negación de la capacidad de creación de las mujeres en las críticas literarias y los medios de comunicación.

En sus inicios, los críticos hablaron de Ursula K. Le Guin (Berkeley, 1929) como si fuese un hombre. La californiana es una autora prolífica que triunfa en la ciencia ficción. Russ explica cómo un crítico expresa gran admiración por su obra pero a la vez le quita valor mencionando que su padre era un gran antropólogo y “lo que ella hace es gracias a su padre”.

Raig Verd está traduciendo gran parte del legado de Le Guin. “Ella entendía que la ciencia ficción podía hablar de los grandes valores humanos y de las pequeñas grandes luchas que tenemos día a día. No creía en las grandes batallas y por eso se encontró grandes barreras”, indica Huerga. Fue reconocida por la National Book Foundation en 2014 tras 60 años de carrera. “Ahí se empieza a ver que había sido un gran referente para Harry Potter y para grandes autores aunque no se había mencionado como tal”.

Sin estas y otras mujeres, la historia de la literatura está incompleta. Huerga cita La noche de la esvástica, una novela de ciencia ficción escrita en 1937 por Katharine Burdekin (Derby, 1896). La considera un referente clarísimo de 1984 de George Orwell en el que la autora imagina una segunda guerra mundial en la que ganan los nazis y reescriben la historia.

“Tenemos que recuperar estos referentes y ubicarlos en la historia de la literatura”. “Le pregunto a algunos hombres sobre sus referentes y digo, ¿cómo puedes creerte con suficiente conocimiento para hablar de literatura universal sin haber leído a Jane Austen? Yo no osaría hablar de literatura universal sin haber leído a Tolstói, por ejemplo, pero ellos en cambio no tienen ninguna vergüenza en decir que leer a Austen es de mujeres. Es desesperante”, opina Pujals.

En su empeño por recuperar autoras olvidadas, ofrecen al lector la oportunidad de recuperar de las llamas libros perseguidos por el fascismo. Es el caso de las obras de Irène Némirovsky, escritora judía nacida en Kiev en 1903 que escribió toda su obra en francés. Algunas de sus novelas como El baile y David Golder fueron bestsellers en su tiempo. A pesar de su éxito, no fue nacionalizada en Francia y fue deportada a Auschwitz en 1942, donde murió.

«¿Cómo puedes creerte con suficiente conocimiento para hablar de literatura universal sin haber leído a Jane Austen?».

Blanca Pujals, editora de Viena Edicions

“Pasa de ser una de las escritoras más vendidas en todo el mundo a que el nacismo ordenase quemar todos sus libros y desaparece de las librerías”, cuenta Pujals. Sus hijas encontraron años más tarde manuscritos inéditos que fueron publicados a partir de 2004 como las novelas Suite francesa y Ardor en la sangre. “Es muy fuerte que hasta entonces el fascismo había ganado. Debemos trabajar para recuperar autoras que ya sea por fascismo, racismo o machismo no están en las librerías”, afirma la editora.

Joanna Russ también reivindica a colectivos minoritarios. “Al final lo que hace el sistema es visibilizar un grupo, que es el de los hombres blancos de una cierta clase social, y el resto son despreciados. No hacen nada que tenga valor o que cuando lo hacen es un hecho aislado. Es importante que seamos conscientes de este sesgo y no solo vayamos a recuperar a las mujeres sino a otras razas, otras clases sociales y ver desde otros países”, sostiene Huerga. Las editoras reconocen que se debería hacer un esfuerzo por traducir obras que no provengan solo de la literatura anglosajona, que es la que copa las librerías.

Ellas leen más y escriben menos

Según la encuesta de hábitos de lectura que elabora cada año la Federación de Gremios de Editores de España, las mujeres leen más que los hombres, un 70% de ellas leen en su tiempo libre frente al 59% de ellos. Pero ellas escriben y publican menos, el porcentaje de libros publicados por autoras suele estar en el 30% anualmente. “Los premios literarios premian a más hombres que mujeres y es un hecho que se presentan más hombres. A mí casi todos los manuscritos que me llegan son escritos por hombres”, admite Huerga.

Si en narrativa hay menos autoras que autores, en ensayo la diferencia es aún más acuciante. “Cuando hago encargos a mujeres cuesta que acepten y tengan el tiempo de hacerlo porque hacen mil cosas más”, indica la editora de Raig Verd. La presión también las disuade. Huerga expone que a muchas les dicen que si le han publicado un libro es porque son guapas o mil motivos más. “Entonces quizás escriben un libro muy bueno, pero autoras que luego quieran publicar un segundo libro no hay tantas”. “La mayoría no están en Twitter para no recibir ataques”, añade Pujals.

Mariló Àlvarez apunta a que si bien los comentarios paternalistas y condescendientes disuaden a muchas mujeres de publicar sus escritos, otras ni siquiera se lo han planteado por el efecto perverso de la criptoginia, la falta de referentes. Por eso es tan importante el trabajo de editoriales que están apostando por recuperar a autoras y buscar nuevas firmas para sus catálogos.

“Si las niñas y los niños crecen pensando en que las mujeres escritoras somos, como afirmaba con ironía Ursula K. Le Guin, un animal mitológico, poco dispuestos estarán a cambiar de opinión cuando sean grandes, a pesar de las evidencias. Hemos de convertir las escritoras en una realidad antes que sea demasiado tarde”, señala Àlvarez. De la obra Com destruir l’escriptura de les dones borbotean referentes en las que sumergirse. Que en esta charla en la librería La tribu también haya hombres jóvenes tomando nota de sus nombres es esperanzador. 

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Comentarios
  1. Asombroso este artículo de ELISENDA PALLARES. la vista puesta en la historia.la literatura forma una historia marginadas por ser mujeres,escritoras anti fascistas olvidas como Katharine Burdekin, la cual desconozco y su novela «LA NOCHE DE LA ESVÁSTICA»anticipándose a orwell,(¿Plagió orwell?).decir que se olvidó de María Teresa de León,(casada con Alberti),la editorial hoja de lata, recuperó a española luisa arce,su biografía de Rosalía de Castro, té rooms, trece cuentos,……
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  2. Lamento no poder hacer donaciones, pero hablaré de Uds a mis amigos. Felicitaciones, su labor es admirable y deben mantenerse firmes. Les auguro y deseo mucho éxito, lo merecen.

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