Cultura

Gonzalo Torné: “Cada vez hay menos capacidad de resistencia a las críticas, pieles más finas”

Defensor acérrimo de la imaginación, Torné reflexiona en esta entrevista sobre su ensayo 'La cancelación y sus enemigos' (Anagrama).

Gonzalo Torné. CEDIDA

Gonzalo Torné (Barcelona, 1976) es uno de esos escritores más preocupados por la artesanía de la palabra, la lectura y la creación sosegadas que por los focos y la promoción continua. Ganador del Premio Jaén por su primera novela, Hilos de sangre (2010), desde entonces ha publicado tres más, siendo quizá la más conocida El corazón de la fiesta (2020), aunque mi favorita es Divorcio en el aire (2013), una historia matrimonial de tintes proustianos en la que destaca también el humor. De hecho, el humor parece conformar no solo un ingrediente esencial en sus textos, sino un modo de ser, como demuestra a menudo en sus comentarios de Twitter.

Defensor acérrimo de la imaginación, ha publicado recientemente el ensayo La cancelación y sus enemigos (2022) en los conocidos cuadernos de Anagrama, donde no ha podido prescindir de uno de sus personajes, Clara Montsalvatges, aunque (en teoría) se trate de una obra de no ficción. Aquí discute un tema candente de la literatura actual: ¿qué hacer con los autores –y otros personajes públicos– que se quejan de ser “cancelados” mientras reciben premios y aparecen en todos los medios? ¿Favorece la rabia del público lo que Torné llama ‘cancelación positiva’, esto es, que solo se escriba de asuntos que no ofenden? De eso y más hablamos en esta entrevista. 

¿Cuándo empezó a reflexionar sobre la “cultura de la cancelación” y por qué le interesaba escribir este ensayo? Cuénteme cómo fue el proceso de escritura, incluida la decisión de darle forma epistolar y acudir a Clara Montsalvatges.

La primera parte del ensayo parte de un interés por distinguir “cancelación” de “censura”, y también por señalar hasta qué punto se habla de cancelación para desactivar la crítica legítima, sobre todo cuando viene de espacios “nuevos” como las redes. El artículo tuvo una resonancia inesperada y en Anagrama me pidieron escribir un cuaderno. Decidí partir de la “emancipación de las audiencias”, que me parece un fenómeno interesante y discutible, pero al avanzar me sentía muy incómodo “pontificando”. Así que recurrí a mi buena amiga, y protagonista de mis novelas, Clara Montsalvatges, para que me diera réplica y articular una conversación en torno a estas y otras cuestiones como la “cancelación positiva” o la “cancelación interior”. 

En el fenómeno llamado “cancelación” parece haber varias ramificaciones: están los muy privilegiados que se quejan de que se les critique, pero no necesariamente pierden los privilegios. De alguna manera, se apropian de mecanismos de defensa propios de la víctima, sin serlo. ¿Cree que esto puede afectar a cómo vemos a las “víctimas” reales; es decir, a personas vulnerables que sí que sufren acoso en redes o incluso físico? ¿Cómo está alterando la categoría de “víctima” el fenómeno de la cancelación?

El de la víctima plantea un estatus un poco cruel: favorece a quien simula serlo y perjudica a quien de verdad lo es. Para el primero es un disfraz, para el segundo una condición no solicitada ni merecida que penetra a mucha profundidad en su vida. El doble salto de esta perversidad sucede cuando quienes simulan ser víctimas atribuyen a las auténticas víctimas una hipocresía y un ventajismo que solo es suyo. En casos extremos (Trump, un director que rueda cada año, columnistas bien asentados) la trampa parece bastante clara de reconocer. El asunto se vuelve más problemático en las zonas intermedias. Creo que ayudaría que no fingiéramos unos privilegios cosméticos (tipo poder comprar un libro o poder pagar a duras penas un alquiler o haber ganado una beca), ni ofreciéramos nuestras dificultades de andar por casa como garantía y sustento de nuestras obras. No significarnos en la medida de lo posible como víctimas y privilegiados ayudaría a oxigenar el espacio.    

Una de sus conclusiones es que “vivimos en la Edad de Oro de la libertad creativa”. Se puede escribir y decir prácticamente todo, afirma; si no te lo acepta una editorial, te lo aceptará otra. Sin embargo, parece estar hablando de creadores ya consagrados o con cierto capital económico o social. La primera cancelación que yo encuentro son las puertas cerradas de los circuitos culturales a quien tradicionalmente no ha tenido acceso, por cuestión de clase, falta de contactos, etc. ¿Cómo podría integrar este fenómeno con las reflexiones de su ensayo?

Creo que hay que distinguir la emisión libre de contenidos de la oportunidad, la propagación y el acceso. En los tres casos vivimos una edad de oro, pero los matices son distintos. Me parece evidente que nunca antes habíamos estado más libres de inquisiciones y trabas a la libertad de expresión. En cuanto a la oportunidad, jamás tantas personas habían sabido leer y escribir, ni podían acceder a estudios superiores, no digamos ya a bibliotecas y espacios para publicar y contrastar ideas. Esto también me parece complicado de discutir. 

En cuanto a la propagación, no creo que afecte a la expresión libre. Las relaciones entre ejemplares vendidos y atención (ya no digamos calidad de atención) es perversa. Creo que Proust vendió 200 ejemplares del primer volumen de su novela, autopublicada para mayor chiste, y tiene toda nuestra atención; mientras que a algunos autores superventas no los escucha nadie. Confundir la propagación con la libertad de expresión es peligroso, conviene proteger ambas instancias de contagios mutuos para entendernos.

El problema del acceso es más delicado y mis propias ideas han cambiado. Cuando se trata de literatura después de siete años filtrando cuatro o cinco premios literarios al año doy testimonio (parcial, por supuesto) de que las novelas que dan unos mínimos terminan, salvando casos excepcionales, encontrado su camino. Supongo que el incremento casi exponencial de editoriales todavía facilita más las cosas. Uno puede impacientarse, asistir a muchos enchufes e injusticias… pero al fin de cuentas solo necesitas un bolígrafo y un papel, y una cantidad de horas de las que es realmente muy complicado no disponer. Existirán casos, y son de lamentar, pero no dan un vuelco a que nunca había existido tanta disponibilidad para decir lo que uno quiere, ni tantas oportunidades para tantas personas.

Pero te digo todo esto pensando en términos literarios; las condiciones de producción del cine, del teatro, la danza o la música son otras, y aquí si considero decisiva la objeción del acceso, porque sin dinero no hay obra. Aunque desconozco por completo cómo funcionan estas industrias, sospecho que el volumen de ingresos familiares y los contactos juegan un papel más desequilibrante.

Me interesa también destacar las normas de un mercado voraz que crea y consume literatura y arte a ritmo acelerado. Esto afecta a los contenidos: no solo su aspecto moral, sino el tiempo de producción, la obsolescencia programada (un libro ya no es “tendencia” ni un año), la calidad del pensamiento si hay poco lugar para la reflexión, etc. ¿Cancela esto las obras en algún sentido?

Bueno, niego un poco la mayor. Sobre el aspecto moral y político, el mercado ha dado sobradas muestras de ser capaz de absorberlo todo. En realidad, el mercado está viajando hacia cualquier escritor, deseando darse un banquete. El mercado y, cuidado, también las instituciones públicas, los brazos blandos del poder. En un parpadeo pasas de promesa contestataria a estar en el Cervantes, festivales, de palmero en premios dudosos y ganando becas de bancos. A mí me parece muy bien que uno se integre en el “grotesco papelón del literato”, pero hay que ser consecuente con el no de cada sí, y no se puede criticar la velocidad del mercado cuando estás corriendo en su rueda. Los problemas que señalas quedan muy mitigados cuando uno no es tanto un escritor de “carrera” (y de mercado) como un escritor de “obra”, porque de manera bastante misteriosa la obra se filtra despacio, y va llegando a sus lectores y asociándolos. Hay una porosidad extraña, casi escandalosa, y no siempre sale bien, ¡no sale bien casi nunca!, pero ocurre: los libros se abren paso. 

Dice: “No creo que pueda existir un lector capaz de leer sin atender a las cuestiones morales-históricas que plantea una obra contemporánea sobre un asunto que le afecta”. Estoy de acuerdo. Es más, yo creo que ese lector también atiende las cuestiones morales-históricas de las obras antiguas, por eso los relatos de La Conquista quizá nos parezcan crueles. Hay voces que apuntan a dejar la moral actual de lado, olvidar el “presentismo”. Pero, ¿cómo se hace eso? Los valores morales que tenemos son por defecto los de ahora.

La pregunta es compleja y está sujeta a matices. Por un lado, está la carga política de las obras, que está ahí, y que es imposible obviar, porque forman parte de su tema. ¿Cómo se puede leer a Tolstoi sin “ver” el problema de la emancipación de los siervos o a Dickens sin “ver” las condiciones esclavistas de la industrialización? Es una cosa rarísima y ridícula. Es como pedirle a una persona que vaya a un museo y no vea el azul, o que en concierto no escuche la percusión. Así que lo de la dimensión autónoma del arte es un corro de la patata para alelados; es de una evidencia atronadora que el arte de todos los tiempos disputa el sentido del mundo nuestro de cada día. Lo que pasa es que los contenidos se atenúan a medida que se alejan de nosotros. A Valle-Inclán le preocupa mucho la dimensión política y moral de las guerras carlistas, a mí me da un poco igual. 

Otro asunto es cuando en las obras encontramos afirmaciones que se han vuelto políticas o inmorales con el tiempo. Las cosas que le pasan a Aristóteles con las mujeres, las caricaturas que Shakespeare hace con los judíos…  Cuesta mucho pasarlas por alto. ¿Destruyen la obra? Pues no, pero tampoco tengo que darles la razón, puedo articular un juicio que diga: “qué bien El Mercader de Venecia, pero qué torpe Shakespeare con Shylock, qué torpe”. No hay ninguna necesidad de destruir una obra o considerarla perfecta, disponemos de toda una gama de modulaciones intermedias. 

En el caso contemporáneo es de cajón. Javier Cercas dice a menudo que a él le interesan las preguntas y que escribe novelas sin ideología, pero luego, cito a Andreu Jaume, que lo señala con mucha sagacidad y gracia: “Al final de Anatomía de un instante, por ejemplo, los españoles descubríamos a Suárez como nuestro padre putativo y el golpe de Estado suponía el verdadero final de la guerra civil, un conflicto que a su vez había quedado resuelto en Soldados de Salamina.”. Pues, hombre, cómo vamos a dejar de lado la moral y la historia si usted no para de manosearla. 

Vuelvo a la libertad creativa. Cierto que existe, pero hoy en día toleramos menos abusos “textuales” porque la sensibilidad contemporánea ha cambiado con el feminismo, el antirracismo, el ecologismo… Jameson decía que en los años 60 los “Otros” se volvieron personas, y eso afecta a su representación. Ese margen de tolerancia modificado, ¿cómo influye en las obras? ¿Hay más ‘cancelación positiva’?

En lo que yo insistiría mucho es en la distancia que va de la libertad a la crítica. La libertad depende de la emisión y no de la recepción. La emisión libre de una obra no queda en entredicho por mucha crítica negativa que le caiga. En esto debemos ser muy estrictos. La libertad del escritor, del cineasta y del columnista termina cuando publica, y luego empieza la libertad del público de decirle que lo suyo es maravilloso o una porquería. 

Lo que ha cambiado es la correlación de fuerzas. Cada vez hay más perspectivas críticas y espacios desde donde ejercerla, y cada vez menos capacidad de resistencia a las críticas, pieles más finas. Esta indefensión ante la crítica provoca dos reacciones paralelas: la “cancelación positiva”, un intento de congraciarse con las corrientes más críticas planteando de manera abierta y lisa todo lo que esperan, y la “cancelación interior” que es una suerte de enfurruñamiento que te lleva a callar para que no te crujan. Aunque este es un objeto teórico, porque las supuestas víctimas de la autocensura no callan ni debajo del agua. 

Mi posición, aunque no me la hayas preguntado, es que uno debe escribir lo que le parece, pensando mucho lo que dice por el bien de la obra, y sin pensar apenas en lo que dirán. Parafraseando a mi amigo Santiago Gerchunoff: “Uno dice lo suyo, otros le responden, se llama democracia, y es maravilloso”. 

Pregunta filosófica: ¿cree que la ausencia de futuro (guerra, cambio climático, etc.) puede afectar a la actividad creativa? Me parece que todo artista ha tenido siempre cierta ambición de inmortalidad, pero igual en 100 años no queda un humano por estos lares…

Jajaja, puede, puede. La idea de inmortalidad es un espejismo, la raza humana lo tiene complicado para sobrevivir al sol, que es un episodio fugaz de la historia del universo. Lo que el desastre climático amenaza es la idea de posteridad, que es de una duración indefinida y algo intermitente (para el siglo XVIII, Shakespeare no era nadie, ¿quién lee ahora a La Fontaine?). Pero hay una instancia más profunda que anima a la escritura: hacerlo bien. ¿Para quién? Ni para Dios ni para la patria ni para la posteridad. Para nosotros y para los lectores que encontremos, sean 10 o 200.000. En esto, como en casi todo, creo en Naipaul: “En la escritura solo se trata de hacerlo bien, por eso es la profesión más noble”. 

Un concepto que me parece fascinante es el de “audiencias emancipadas”, gente que lee, sabe y opina independientemente de lo que diga el crítico de X suplemento cultural. En este sentido, quizá haya habido cierta democratización de la crítica y del arte, en cuanto que ya no dependemos tanto de los círculos hegemónicos. Pero ¡ah! dependemos de las redes sociales. ¿De qué manera el algoritmo de las redes altera esa “democratización”, si cree que lo hace?

No lo sé, yo creo que el TL (que al final es el tuiter de cada uno) es para quien se lo trabaja. Estoy absolutamente seguro de que todo era más cerrado e intelectualmente homogéneo antes de las redes, cuando el mundo se confundía con tu barrio, que ahora. Y no tengo pruebas ni dudas de que la supuesta “crispación” de las redes se debe a que la red ha facilitado traspasar las barreras y entrar en contacto con otras maneras de pensar tan convencidas de tener razón como las nuestras. 

Algo que me preocupa es lo que yo considero una despolitización paulatina de los autores y autoras. Involucrarse con alguna “causa” se juzga como una pérdida de legitimidad literaria, lo cual no ocurría antes del giro postmoderno (pensemos en Camus, Sontag, etc.) ¿Estar demasiado politizado te cancela?

Es complicado datar ese giro. En filosofía se da cuando se asume que el sujeto ya no puede ser un garante de la Verdad, que la verdad es ocasional, parcial, cambiante, dependiente de las circunstancias y del observador. Desde ese punto de vista, la literatura ha sido “posmoderna” desde siempre. Ofrece un surtido de verdades situadas y en contraste. El problema de la novela es el sentido. Y lo que ofrece es una representación. Para mí es completamente independiente del interés literario la causa a la que se adscribe a título civil su autor. Y no percibo que haya ido a menos la cantidad de artistas que abordan un contraste moral y artístico con el mundo. Pero supongo que es complicado de medir. 

Actualización 19 de enero a las 0.43 h.

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Comentarios
  1. Mejor, para vivir sin sobresaltos ser escritor que ejercer de periodistas.
    Dí las verdades y prepárate a lo peor. Menuda democracia tenemos hoy en el mundo.
    JULIAN ASSANGE, LIBERTAD
    PABLO GONZALEZ, LIBERTAD

    Un periodista fue asesinado cada cuatro días en 2022.
    Tras varios años de descensos consecutivos, 86 periodistas y trabajadores de los medios de comunicación fueron asesinados en todo el mundo en 2022, uno cada cuatro días, informó hoy la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura.
    El alza de homicidios durante el año pasado supone romper una tendencia a la baja observada recientemente: de los 99 asesinatos en 2018, la cifra había descendido a una media de 58 asesinatos al año entre 2019 y 2021, según el Observatorio de Periodistas Asesinados de la UNESCO.
    La Organización entiende que estos registros representan “un recordatorio de las crecientes fisuras en los sistemas del Estado de derecho en todo el mundo, y ponen de relieve el incumplimiento por parte de los Estados de sus obligaciones de proteger a los periodistas y prevenir y perseguir los crímenes contra ellos”.
    América Latina y el Caribe fue la región más mortífera para los periodistas en 2022, con 44 homicidios, más de la mitad de todos los asesinados en el mundo.
    México encabeza la lista de los países que registraron un mayor número de homicidios con 19 asesinatos, seguidos por Ucrania con diez y nueve en Haití.
    Casi la mitad de los informadores fallecidos se encontraban de viaje, en sus domicilios, en aparcamientos y otros lugares públicos fuera de su lugar de trabajo. Una tendencia al alza durante los últimos años que, según la UNESCO, “implica que no existen espacios seguros para los periodistas, ni siquiera en su tiempo libre”.
    Aunque creció el número de reporteros asesinados en países en conflicto -de 20 en 2021, a 23 en 2022-, el aumento global se produjo mayoritariamente en naciones con ausencia de enfrentamientos donde casi se doblaron los fallecimientos, al pasar de 35 casos en 2021 a 61 en 2022.
    Las principales causas de los asesinatos fueron las represalias por informar sobre el crimen organizado, los conflictos armados o la cobertura de temas comprometidos como la corrupción, los delitos contra el medio ambiente, el abuso de poder y las protestas.
    Pese a ciertos avances durante los últimos cinco años, el índice de impunidad de los asesinatos de periodistas sigue siendo extremadamente alto, un 86%.
    Además de asesinatos, otras formas de violencia contra los periodistas fueron las desapariciones forzadas, los secuestros y las detenciones arbitrarias, el acoso y la violencia en las redes, en particular contra las mujeres periodistas.
    La directora general de la UNESCO, Audrey Azoulay, instó a las autoridades a “redoblar sus esfuerzos para poner fin a estos crímenes y garantizar que sus autores sean castigados, porque la indiferencia es un factor importante en este clima de violencia”.
    Con motivo de la celebración del Día Internacional para Poner Fin a la Impunidad de los Crímenes contra Periodistas, celebrado a principios de noviembre, el Secretario General de la ONU, aseguró que es esencia “poner fin a una cultura común de impunidad y permitir que los periodistas hagan su trabajo esencial”.
    PARA QUE UNA DEMOCRACIA FUNCIONES ES VITAL QUE HAYA UNA PRENSA LIBRE, sin embargo, sólo este año, más de 70 periodistas han sido asesinados por desempeñar su labor, además de que un número récord está en la cárcel y las amenazas de violencia y muerte son cada vez más, añadió António Guterres.
    Guterres mencionó también el aumento de la desinformación, el acoso en línea y el discurso de odio, en particular contra las mujeres periodistas, entre los factores que sofocan a los trabajadores de los medios en todo el mundo.

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