Crónicas | Medio ambiente

Los guardianes de los ríos de Iberia

Los pescadores del Oria han pasado de recoger angulas a puñados a cruzar los dedos para capturar un par de kilos. La historia de esta especie es también la historia de la degradación de los ríos europeos.

Río Orio. WIKIPEDIA CC3.0

En las noches de invierno sin luna, la desembocadura del Oria se llena de faroles. A bordo de sus embarcaciones, equipados con cedazos y cubos, los pescadores iluminan el agua en busca de un tesoro: la angula. En este río vasco, el más importante de Guipuzkoa, la captura de los alevines de anguila no es solo un trabajo y un negocio. Es una forma de entender el mundo, una que está desapareciendo a toda prisa.

Dice la tradición que la angula se pesca mejor en noches frías y nubladas, cuando los animales se ven atraídos por la luz de los faroles. Aun así, en una buena jornada, cada embarcación no logra capturar más de cinco kilos. Hace medio siglo, se podían superar los 75. Cuentan en los pueblos del Oria que en el pasado eran tan abundantes que los campesinos las cogían directamente desde la orilla para alimentar a los cerdos.

Hoy, la anguila europea es una rareza. Su población se ha reducido un 98% en todo el continente y la especie se encuentra al borde del colapso. Los ejemplares adultos se reproducen en el mar de los Sargazos, en medio del Atlántico, y los alevines recorren miles de kilómetros durante dos años hasta llegar a los ríos de Europa. Allí crecen y maduran hasta que, entre cinco y 20 años más tarde, no se sabe bien cómo, recorren el camino inverso de vuelta a los Sargazos, donde se aparean y mueren.

Hay muchos detalles que se nos escapan de su larga travesía. Pero lo que sí es seguro es que en su camino hay muchos obstáculos. La sobrepesca (es el único alevín cuya captura todavía está permitida) es solo uno de ellos. La contaminación de los ríos y las barreras que pueblan sus cauces dificultando que las angulas remonten las aguas hasta sus hábitats preferidos, la destrucción de los ecosistemas fluviales y el cambio climático ponen también de su parte. La historia de la anguila es la historia de la degradación de los ríos europeos. El 40% de las aguas dulces de la península Ibérica está en mal estado, según los baremos que establece la Directiva Marco Europea del Agua. Esto no quiere decir que el 60% restante esté bien, sino que cumple un mínimo de acuerdo a unos indicadores biológicos, químicos e hidromorfológicos. “En realidad, no hay ningún informe fiable sobre el estado de los ríos en España”, señala el doctor en geología Julio Barea, responsable de campañas de consumo y biodiversidad de Greenpeace.

“Prácticamente todos los ríos tienen daños importantes. Del tramo medio a la desembocadura, casi todos están muy afectados por obras, extracción de áridos, contaminación o barreras como las presas,” añade Barea. De acuerdo con el informe de síntesis del último ciclo de planes hidrológicos (de aplicación entre 2022 y 2027), los principales problemas que afectan a los ríos son los vertidos de aguas residuales urbanas mal depuradas y otras fuentes de contaminación difusa, la destrucción del espacio fluvial y los obstáculos, la presencia de especies invasoras y el cambio climático.

Una barrera por kilómetro de río

El alcance real de cada uno de estos impactos se desconoce. Solo a nivel de presas, azudes (pequeñas barreras para desviar o frenar el río) y canalizaciones, el proyecto AMBER, encargado de elaborar un atlas europeo de barreras fluviales, ha contabilizado cerca de 630.000 obstáculos registrados en los ríos europeos. Cuando los integrantes del proyecto fueron a contrastar los datos con estudios de campo, encontraron que nada cuadraba. Las estimaciones más conservadoras hablan de más del doble de barreras, la mayoría de ellas obsoletas, que dificultan el discurrir de los ríos europeos.

“Es casi una barrera por kilómetro de río”, explica Pao Fernández, responsable del proyecto Dam Removal Europe en la World Fish Migration Foundation y participante en AMBER. “En España, recopilamos datos de unos 20.000 obstáculos de los inventarios de las cuencas hidrográficas y de las agencias del agua. Pero creemos que al menos faltan 30.000 barreras por contabilizar. Son barreras que están abandonadas y están saltándose la ley”, afirma. Hubo un momento en la historia en que todo tenía que llenarse de embalses. Era el progreso.

Con el tiempo, han empezado a notarse sus impactos. Frenan el flujo de nutrientes y sedimentos río abajo y hasta el mar, lo que afecta a deltas y playas. Fragmentan el hábitat y bloquean el paso de especies migratorias, como la anguila o el salmón. Multiplican las emisiones de gases de efecto invernadero, ya que acumulan materia orgánica en descomposición. Impiden que los acuíferos se recarguen de forma eficiente. Son, además, un riesgo para la seguridad y su mantenimiento supone un gasto elevado. La lista podría seguir durante unas cuantas páginas. “Hemos creado unas cuencas fluviales totalmente modificadas y controladas que necesitan muchísimos recursos para mantenerse cuando antes teníamos unos sistemas autosostenibles que solamente nos daban beneficios y riqueza”, añade Pao Fernández. “No creemos que haya que eliminar todos los obstáculos, pero no podemos seguir gestionando los ríos como en el siglo XIX, comprometiendo a las generaciones futuras. Lo primero es empezar por eliminar las barreras que están en desuso”, concluye.

El proyecto Dam Removal Europe, en el que participan siete organizaciones europeas, aboga por restaurar los ríos y arroyos del continente mediante la eliminación de barreras, recuperando los ciclos de los cauces. El año pasado, en España se eliminaron 108 barreras. En 2020, el primer año en que se publicó el informe de Dam Removal Europe, fueron 15 y apenas un centenar en todo el continente. Portugal eliminó su primera barrera el año pasado. No lejos de la desembocadura del Oria, las aguas del Bidasoa también llegan al Cantábrico. De 67 kilómetros de longitud, marca la frontera entre Francia y España y es uno de los pocos ríos salmoneros que quedan en la península Ibérica. Al igual que sucede con la anguila, las poblaciones de salmón europeo se han reducido un 93% en el último medio siglo. En el Bidasoa, sin embargo, se están recuperando. “Es un río en el que se lleva actuando bastantes años, gracias a la cooperación institucional y a las organizaciones civiles. Se han eliminado varios obstáculos y se ha conseguido que el salmón llegue a remontar el cauce hasta Elizondo, en el valle del Baztán”, explica César Rodríguez, secretario general de Ríos con vida, una organización para la conservación y la restauración de los ríos en la que conviven pescadores, científicos y amantes de la naturaleza.

Durante muchos años, los salmones no remontaban más de seis o siete kilómetros desde la desembocadura del Bidasoa. Cuando llegaron a Elizondo en 2019, hacía más de tres décadas que no se dejaban ver. “Hay algunos casos más y varias confederaciones hidrográficas se toman en serio la eliminación de barreras”, añade César Rodríguez. “Además, la estrategia de biodiversidad europea y la futura ley de restauración de la naturaleza también contemplan recuperar la conectividad de los ríos”, sostiene.

«Los ríos, además, nos ayudan a adaptarnos al cambio climático. Un río sano, con un bosque de ribera sano, es capaz de bajar la temperatura del entorno varios grados», subraya Gutiérrez

Amenazados por la fragmentación, la contaminación y la presencia de especies invasoras, muchas de ellas totalmente asentadas en la península Ibérica, los ríos se enfrentan también a una carrera contrarreloj frente al cambio climático. La subida de las temperaturas y el descenso de las precipitaciones pueden multiplicar los efectos de las presiones que actualmente sufren los ríos. Sucede, por ejemplo, en el Mar Menor, donde la contaminación provocada por los vertidos de la ganadería industrial, unida al calentamiento del agua, provoca la eutrofización de una laguna costera que está al borde del colapso.

“Tenemos que entender bien cómo las presiones existentes potencian los efectos del cambio climático”, subraya Cayetano Gutiérrez, investigador de la Estación Biológica de Doñana (EBD-CSIC) y coordinador del Observatorio Ibérico Fluvial, un organismo recién creado para entender los efectos del cambio climático en los ríos de las diferentes zonas geográficas de la península y qué impactos se tienen que atacar primero en cada región. Como señala el investigador, no tiene el mismo efecto un vertido agrícola en un río caudaloso en una zona de agricultura poco intensiva que en una zona árida y muy industrializada.

Beneficios para la salud

“Los ríos, además, nos ayudan a adaptarnos al cambio climático. Un río sano, con un bosque de ribera sano, es capaz de bajar la temperatura en su entorno varios grados y reduce la evaporación de agua”, explica el investigador. “Un río en buen estado ecológico e hidromorfológico nos protege ante eventos extremos, tanto lluvias torrenciales como sequías, y reduce el riesgo de inundaciones. Y no hay que obviar que el contacto con la naturaleza en sí mismo también tiene beneficios: está demostrado que ayuda a reducir enfermedades mentales y cardiovasculares”.

Los pescadores del Oria han pasado de recoger angulas a puñados a cruzar los dedos para capturar un par de kilos. Y los casos de pueblos donde ya no pueden beber agua de sus acuíferos, ya sea de forma puntual por la sequía o de forma permanente por la contaminación de los mismos, se multiplican en la península. Solo en Castilla y León se calcula que la mitad de las aguas están contaminadas por nitratos procedentes de la fertilización de los campos.

“La contaminación de los acuíferos hasta el punto de no poder consumir agua para beber o la destrucción de los ríos que ya no se pueden usar para pescar o bañarse y pierden su potencial económico y turístico son algunos de los impactos más tangibles de la degradación de estos ecosistemas”, señala Cayetano Gutiérrez. Pero el abanico de impactos derivados de la destrucción de los ríos es mucho más amplio.

Puede haber problemas de tipo sanitario, dada la gran colección de patógenos que se concentran en los ríos a través de los vertidos urbanos, problemas generados por el aumento de la erosión en los ríos cuyo cauce ha sido modificado y han perdido sus meandros naturales y alteraciones en los ciclos biogeoquímicos de la Tierra y la productividad de los ecosistemas, no solo fluviales, sino también marinos.

«El cambio es inmediato. Lo primero que ves cuando liberas un río es que empieza a recuperar su salud»

Desde 1970, las poblaciones de vertebrados de agua dulce han caído un 84%. De invertebrados ni siquiera se sabe. “Cuando perdemos una especie, perdemos algo singular e irrepetible. Perdemos algo de nuestra propia riqueza, como planeta y como sociedades humanas. Podemos pensar que qué mas da que desaparezca un pececillo, pero en ecología todo está conectado, todos dependemos de todos”, añade desde Ríos con vida César Rodríguez.

“Los ríos los tenemos mal cuidados y no les prestamos la atención que necesitan. Son un patrimonio natural que hemos perdido. Imagínate que alguien quisiese derruir la catedral de Santiago para construir un aparcamiento. Es impensable. Pues estas cosas se hacen con los ríos”, ejemplifica Julio Barea, de Greenpeace.

La crisis de biodiversidad y la crisis climática nos han estallado en la cara. Tras años escuchando advertencias que parecían lejanas, sus efectos son cada vez más tangibles en nuestra salud y nuestros modos de vida. Buena parte del mundo sigue avanzando contrarreloj sin mirar atrás, recorriendo el camino que marca una forma particular de entender el progreso. Sin embargo, la ciencia repite que la salida al laberinto medioambiental está, en gran parte, en recuperar el fluir de los ríos y las dinámicas de los bosques. En restaurar nuestra relación con la naturaleza.

Recuperación posible

«El cambio es inmediato. Lo primero que ves cuando liberas un río es que empieza a recuperar su salud. La temperatura se equilibra y los acuíferos se empiezan a recargar bien”, añade Pao Fernández. “Vuelven especies que no se habían visto en décadas y se recupera la actividad económica de los pueblos fluviales”. El caso más paradigmático está, quizá, a miles de kilómetros del Oria y el Bidasoa, en la frontera entre Rusia y Finlandia.

El río Hiitolanjoki nace en el país escandinavo y muere en el Ládoga, el mayor lago de Europa. Este es uno de los refugios del esturión y uno de los pocos que mantiene una población estable de salmón de agua dulce, una subespecie de salmón atlántico que nunca migra al océano. Durante años, los pueblos finlandeses habían escuchado hablar de los salmones que remontaban el río desde Rusia, pero nadie los había visto. Hasta el año pasado.

Tras la demolición de varias presas obsoletas, el Hiitolanjoki recuperó su curso natural. Al poco tiempo, los salmones, con el río libre de obstáculos, volvieron. Aunque llevaban más de un siglo sin hacerlo, seguían programados para remontar el río y desovar aguas arriba. “Hasta hace 200 años teníamos unos ríos productivos y sostenibles, aunque ya no nos acordemos”, concluye Pao Fernández. ¿Estamos a tiempo de recuperarlos?

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Comentarios
  1. La salida al laberinto medioambiental está también en vivir con sencillez, en saber simplificar, en la coherencia y en la responsabilidad.
    «Hubo un momento en la historia en que todo tenía que llenarse de embalses. Era el progreso».
    La gente, corticos que somos, aún sigue pensando que gracias a Franco tenemos tantos pantanos y aún habría que construir más para que nunca falte agua. Cazurricos; pero si los pantanos que hay están vacíos porque los ríos apenas llevan agua (a este paso veremos hasta el desecamiento del Ebro) para que querrán construir más.
    Se cargaron valiosos ecosistema, empobrecieron la montaña, e hicieron emigrar a la gente de su lugar. Y todo para beneficiar a las grandes compañías del hormigón y al gobierno de turno con la excusa de que en el llano se necesitaba agua para regar los campos. Bueno, pues si necesitáis agua recogerla en grandes balsas en vuestro territorio, no en el del vecino, además de saber ahorrarla que no se ha sabido.

    10 de octubre de 2012. Carga policial contra los vecinos de Artieda (Zaragoza), ordenada por el delegado del gobierno, Gustavo Alcalde (PP), y el presidente de la Confederación Hidrográfica del Ebro (CHE), Xavier de Pedro (PAR), para intentar expropiarles tierras dentro de los planes de recrecimiento del pantano de Yesa. Los vecinos de Artieda, contrarios a esta obra faraónica que les condenará a abandonar su pueblo, salieron a cortar el paso a los funcionarios. Los antidisturbios de la Guardia Civil (GRS) intentaron abrir paso a los ladrones mediante la fuerza y la brutalidad. Pero su violencia no pudo, ni nunca podrá, con un pueblo que tan sólo quiere defender su tierra, su río y su vida. La actuación de la Guardia Civil y la CHE se saldó con decenas de heridos y más unión, rabia y dignidad en Artieda.
    RESISTIRE, RESISTIRE HASTA EL FIN
    https://www.youtube.com/watch?v=2bf0-oe0v0g

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