Cultura

¿Cómo la secuestramos en un sitio tan bonito?

"De bestias y aves, de la poeta y narradora madrileña Pilar Adón, nos aboca a esas primeras páginas de murmullo, de incertidumbre, de selva nocturna y dantesca que solo elegirán atravesar los lectores y lectoras pacientes", opina el autor.

Recorte de la portada de 'De bestias y aves'

Nada es más arriesgado para la narración de una novela que el gesto de no aclarar en las primeras páginas qué está pasando y a quién le está pasando. Y con qué está pasando quiero decir a qué situación conflictiva, a qué reto, está destinada el o los personajes. De bestias y aves, de la poeta y narradora madrileña Pilar Adón, nos aboca a esas primeras páginas de murmullo, de incertidumbre, de selva nocturna y dantesca que solo elegirán atravesar los lectores y lectoras pacientes. Los que no lo sean, no llegarán al verdadero principio, en el que la mujer protagonista, Coro, conduce su coche por una carretera hasta quedarse sin gasolina. Sin saberlo, tocará la puerta de Betania, el sitio en donde transcurrirá toda la historia.

Una mujer perdida y en lo oscuro es recibida por una “familia” de mujeres extrañas. A ellas, Coro irá a pedirles gasolina. Solo necesita un poco de gasolina para volver a su camino. Su coche está varado en la puerta, no pide mucho. Relatado así, resulta el comienzo de cualquier thriller, un paisaje perfecto para el crimen. Con muy pocas líneas de lectura, se nos revela que Adón nos propone otra mirada, otras posibilidades. La aventura nos mete de la mano de su protagonista en un espacio sin tiempo, en el que no se termina de responder la simple pregunta del inicio: ¿me podrán ayudar con algo de gasolina?

Por otro lado, la escritura (de fuerza lírica, metafórica, poética, siempre plástica), se presenta como un fresco de versiones insólitas para deducir qué puede suceder en el encuentro entre una mujer sola y libre, y un grupo de otras, encerradas por propia voluntad. Una adorada mujer ciega, unas gemelas, Tressa, Missa, Rebeca, Magdalena y otras, forman parte de algo que nunca termina de definirse, pero que evidentemente es un mundo aparte, un universo con forma de tela de araña y ambiente floral. También aparecen algunos varones, que por momentos funcionan como la posibilidad de que la protagonista cuente con una salida, un recurso para escapar a esa cerrazón en la que ha caído sin darse cuenta. Todos pueblan un elenco destinado a desarrollarse dentro de un teatro entre lo tierno y lo exasperante, entre las dulzuras de una tribu cooperativa y los tambores acompasados del monstruo que come desde adentro. Es una película o una pesadilla o una realidad incomprensible, que comienza como una experiencia alucinógena y poco a poco tiende a la desesperación.

El escenario juega un papel determinante para encontrar el tono asfixiante con el que la novela va apretando el cuello del lector. Una casa en medio de un bosque o una selva, un lago o una ciénaga, un perro, un sapo, unas cabras. Nada termina de ser terrorífico y nada termina de ser amigable, bello, natural en esa naturaleza. Se lee como quien sabe que desde la página saltará una sorpresa desagradable, como quien respira en cada párrafo la sospecha de que detrás de la descripción de las sensaciones físicas encantadoras y de que detrás de la contemplación romántica de cada árbol y de cada cielo, un puño escondido saldrá para taparnos la boca.

Así pues, Coro se verá obligada a vivir entre aquellas mezclas de brujas y ángeles, de sirenas o de fantasmas, ninguna exenta de los influjos extraños del paisaje, ninguna exenta a sus reglas comunales. Moviéndose entre la intensidad de esa tierra, la compañía permanente de bichos y bestias, y la persuasión de sus carceleras o liberadoras, la protagonista deberá desandar un desafío existencial, resumido en dos cuestiones: por qué quedarse allí, por qué no largarse de allí. Moverse o quedarse quieto. Como en tantas y tantas situaciones de la vida misma.

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