Cultura

¿Podemos ponernos de acuerdo sobre qué futuro queremos?

José Ovejero escribe sobre 'Imaginar un país' y el informe 'España 2050'

GEORGE HODAN / Licencia CC0

Este artículo pertenece a la serie de José Ovejero #UnAñoFeliz, cada dos semanas en La Marea.

Hoy no voy a hablar de un acontecimiento o una noticia que me haya parecido alentadora. O solo en la medida en la que la publicación de un libro puede ser un acontecimiento o, más interesante aún, provocar acontecimientos.

Hará más o menos un año que me propusieron participar en un la escritura de Imaginar un país, con otros ocho autores y autoras, aunque entonces ignoraba quiénes serían. La propuesta era que escribiésemos de una manera asequible los otros tantos capítulos del informe España 2050, un documento de estrategia encargado por el Gobierno en el que participaron decenas de expertos para intentar pensar qué políticas necesitamos desarrollar para que España resuelva sus problemas más acuciantes (medioambientales, sociales, educativos, etc.) y construyamos un país en el que nos gustaría vivir.

Ya habréis entendido que el problema principal es el pronombre «nos». ¿A quién abarca ese plural? El libro y el informe se presentan como proyectos de Estado, es decir, capaces de abarcar a gente de distintas ideologías. Pero, ¿es eso posible? Solo lo es si se entiende como un proyecto de mínimos, y eso me provoca incomodidad. Para mí no basta lo que se plantea, por ejemplo, en el capítulo que he escrito yo, el del medio ambiente. Yo tomaría medidas más radicales, pero al mismo tiempo soy consciente de que, por mucho que me desagrade, la derecha gobernará en algún momento de aquí al 2050 y querría que sí, también la derecha sea capaz de aceptar que hay que tomar medidas urgentes en la lucha contra el cambio climático y contra la contaminación. Es necesario ese espacio de consenso -y mira que me da miedo esa palabra que tiende a aguar tantas medidas y a difuminar los conflictos ineludibles- en el que podamos entrar, por ejemplo, los autores y autoras de esos textos, aunque es evidente viendo el listado que no todos votamos a los mismos partidos ni tenemos visiones del mundo idénticas. Es probable que si tuviésemos que conversar sobre el día a día de la política española acabáramos discutiendo.

Y quizá sea eso lo bueno de este proyecto, lo que me alegra, a pesar de mis reticencias, de haber participado en él. 

Hace años tuve que entrevistar al ganador del premio Nobel de Economía Reinhard Selten y, preparándome para la entrevista, descubrí algunos de los principios de la teoría de juegos: el primero, que no tiene sentido buscar el mejor resultado sino el resultado posible; segundo, que en juegos de cooperación –aunque sea cooperación forzada, como suele darse en política–, todos los participantes han de ceder para obtener más de lo que tenían al comenzar el juego. Me acordaba de ello al acceder a participar en este ensayo. Sí, en parte a regañadientes porque siempre me dan miedo la fácil deriva que tiende a tomar el posibilismo hacia el cinismo y la camisa de fuerza que la razón práctica impone a la capacidad de soñar. Pero no estamos ante un libro de sueños, sino ante un espacio para la imaginación práctica e inmediata.

Y me alegro de estar ahí, entre otras cosas porque pienso que puede dar lugar a un diálogo necesario también entre oponentes. Ante oponentes de buena fe, quiero decir. Está claro que negacionistas del cambio climático o de la violencia de género no pueden tener cabida en ese consenso, entre otras cosas porque a la mayoría no le importa la verdad sino el rédito político que se puede extraer de negarla, de enturbiar las aguas, de atizar los rescoldos de rabia siempre presentes en cualquier sociedad.

Así que tengo que confesar que –no hay alegría perfecta– sí que me irritó enormemente descubrir que aparte de los nueve autores y autoras y del prologuista, Antonio Muñoz Molina, aparece también la firma de Mario Vargas Llosa. El suyo es un texto protocolario, sin sustancia. Pero aun así, ahí está su nombre, sus palabras que abren el libro como si lo apadrinaran. Alguien capaz de apoyar a un candidato admirador de Hitler o a un negacionista del COVID o a una encausada por corrupción con tal de que no gane las elecciones la izquierda democrática no debería estar en este libro. Por mucho que se busque abarcar a una mayoría o traspasar las fronteras ideológicas. Hay fronteras que no se pueden traspasar sin traicionarse. Y dar desde la izquierda tal visibilidad a quien apoyaría a cualquiera que acabe con ella tampoco me parece de gran inteligencia política.

Llego al final del artículo: ¿Sigo alegrándome? ¿Debe entrar Imaginar un país en mi serie Un año feliz? A pesar de todo sí; porque necesitamos libros que nos empujen a pensar y discutir el futuro, y necesitamos gobiernos que, aunque solo sea pasajeramente, se alejen de las necesidades y urgencias electorales para mirar el futuro no muy lejano y preguntarnos cuál queremos que sea. Y, hasta ahora, nadie me lo había preguntado.

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Comentarios
  1. DETENER LOS ROBOTS ASESINOS.
    gobiernos y empresas están desarrollando a gran velocidad sistemas de armas que cuentan con una autonomía cada vez mayor mediante el empleo de nuevas tecnologías e inteligencia artificial. Estos “robots asesinos” podrían ser utilizados en zonas de conflicto, por fuerzas policiales y en el control de fronteras. No se debería permitir a una máquina decidir sobre la vida y la muerte. Debemos actuar ya para proteger nuestra humanidad y hacer del mundo un lugar más seguro.
    Nos enfrentamos a lo inconcebible: se están desarrollando drones y otras armas avanzadas con la capacidad de elegir sus propios objetivos y atacarlos sin control humano. En otro tiempo se pensaba que esto era algo propio del cine, pero las armas autónomas —o “robots asesinos”— ya no son un problema del futuro.
    Las máquinas no pueden tomar decisiones éticas complejas. Carecen de compasión y entendimiento, toman decisiones basándose en procesos arbitrarios, sesgados y opresivos. Tecnologías emergentes, como el reconocimiento facial y de la voz, a menudo no reconocen a las mujeres, las personas negras y las personas con discapacidad. Esto implica que las armas autónomas en ningún caso se pueden programar adecuadamente para sustituir la toma de decisiones humana.
    La sustitución de tropas por máquinas facilita que se decida ir a la guerra y, mediante transferencias ilegales y la captura en el campo de batalla, estas armas caerán en manos de otros. Además, estas tecnologías se emplearán en la función policial, en el control de fronteras y para amenazar derechos humanos como el derecho a la protesta, el derecho a la vida, y la prohibición de la tortura y otros malos tratos. Pese a estos motivos de preocupación, países como Estados Unidos, China, Israel, Corea del Sur, Rusia, Australia, India, Turquía y Reino Unido siguen invirtiendo en el desarrollo de armas autónomas.
    Empresas y departamentos de defensa de todo el mundo están inmersos en una carrera para desarrollar estas tecnologías, por eso debemos actuar rápido antes de que perdamos el control humano significativo sobre el uso de la fuerza, lo que tendría unas consecuencias terribles.
    Pedimos a los dirigentes de gobiernos de todo el mundo que inicien las negociaciones para una nueva legislación sobre la autonomía de los sistemas de armas, a fin de garantizar el control humano sobre el uso de la fuerza y prohibir las máquinas cuyo blanco son las personas y que nos reducen a objetos, estereotipos y puntos de datos.
    https://www.amnesty.org/es/petition/stop-killer-robots/

  2. El problema aquí es confundir el marco de realidad que define la intención que se le supone a la diferencia ideológica. Confundir dicha diferencia; la que emana de la distorsión que sobre la realidad establece la ideología y se supone que le imprime a su interpretación; con la que se corresponde con una práctica que negando la misma (la ideología) usa su espacio para conseguir unos fines pragmáticos cuya intención es conservar el privilegio que se ocupa en dicha diferencia. No puede haber consenso entre dichos espacios, aunque pudiera haberlo entre sujetos de dichas corrientes, precisamente porque no hay la más mínima voluntad de cesión ni de acuerdo en quienes establecen las reglas de una (una España, una religión, un nacionalidad, una doctrina, Una…); el mundo reaccionario no tiene ideología sino relato, no tiene ideario sino prácticas, no quiere consensos sino imposición: es una historia de justificación aparente tras la que esconder su voluntad de impedir, en la conciencia de quien les crea, la emersión de alguna que se oponga a la conservación de la ventaja.
    Es de aquí de donde deriva la necesidad de la revolución: sin cambiar primero a quien establece las reglas que impiden cualquier consenso no son posibles los cambios. El cambiar y acordar, para ellos, no es maque el “gatopardiano” modificar “algunas cosas” de para nada cambie.

  3. Antonio Gramsci: Al pesimismo de la razón se le opone el optimismo de la voluntad.

    «EL HUEVO DE LA SERPIENTE», E. Gómez (ARMHA)
    Nuestra sociedad está asentada sobre unas bases muy poco sólidas.
    La normalización del discurso extremo de la falacia y de los mensajes de odio nos van preparando para lo que puede llegar a ser un futuro muy poco halagüeño, un futuro en el que, al menos en la convivencia comunicativa, ya estamos y no es un lugar cómodo.
    Decir que los que querían fusilar a 26 millones de hijos de puta (la mitad larga de la población española) son de los nuestros; afirmar que un gobierno legítimamente apoyado en partidos perfectamente legales es ilegítimo llamando directamente al golpe de estado; expresar públicamente que en España se fusiló mucho pero fue “por amor”, es confundir el objeto de un verdadero amor, que han de ser las personas, con el que se tiene a una entelequia, aunque a esa entelequia se le llame patria.
    Lo primero es apología del genocidio, lo segundo incitación a un golpe de estado, lo tercero es desprecio las víctimas del franquismo y por ende a la humanidad…

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