Cultura
Lara Moreno: “He aguantado los caballos porque si no la novela sería un grito de 150 páginas”
Hablamos con la escritora Lara Moreno sobre las violencias que sufren las tres protagonistas de 'La ciudad' (Lumen), su última obra.
Lara Moreno (Sevilla, 1978) es una de las escritoras que mejor se adentran en los terrenos turbios de la intimidad para revelar sus lazos con las violencias que atraviesan nuestro modelo de sociedad. Ha publicado dos libros de relatos, tres poemarios y un volumen recopilatorio de su poesía, el ensayo breve Deshabitar sobre la crisis de la vivienda, y tres novelas: Por si se va la luz, Piel de Lobo y La ciudad. En todas ellas, publicadas por Lumen, Moreno nos adentra en la intimidad de sus protagonistas, en su mayoría mujeres, y nos pone, frente a frente, con lo que socialmente se sigue considerando turbio, vergonzoso e, incluso, enfermizo. El deseo, la angustia, la insatisfacción, el ansia por exprimir la vida, el miedo a no dar la talla y la violencia, uno de los temas que atraviesa toda su obra.
En La ciudad, publicada este otoño, nos sumerge, precisamente, en las distintas formas de violencia que enfrentan tres mujeres que conviven en el mismo edificio sin conocerse ni apenas verse: Oliva, maltratada por su pareja; Damaris, explotada económica y socialmente por su condición de migrante, y Horía, vejada y violada en los invernaderos de frutos rojos de Huelva a donde llega.
Una de las señas de identidad de sus novelas es cómo expone las consecuencias de las violencias más cotidianas, invisibilizadas y corrosivas de nuestra sociedad. ¿Cuál es el proceso entre que identifica esa violencia, la disecciona y la destila en sus novelas?
Lo puedo explicar, sobre todo, con La ciudad. El personaje que ocupa más espacio es Oliva, cuya pareja, Max, es un maltratador. Retrato esta violencia desde un lugar más psicológico que transmite mucha tensión. En el primer capítulo parece que no hay una solo grito cuando es todo lo contrario. He aguantado los caballos porque si no la novela entera sería un grito de 150 páginas. Lo que me interesaba era contar el estado psicológico en el que viven esa mujer y también el maltratador para ser capaz de encerrarla en ese estado.
En los casos de Damaris, una mujer colombiana, y de Horía, marroquí, escribo como espectadora porque no puedo ponerme en el pellejo de una mujer que tiene que dejar a su familia atrás para servir en una casa. En estos dos casos, los personajes no estaban trazados desde la violencia, pero la fui encontrando mientras escribía. Hay muchísima violencia para las mujeres migrantes en este país.
En la novela se transmite esa cautela y distancia a la hora de contar a las dos protagonistas migrantes. Emplea un estilo menos psicológico que en el caso de Oliva y, a veces, casi periodístico para describir las condiciones materiales en las que sobreviven Horía y Damaris. ¿Por qué?
Yo estudié periodismo, pero nunca lo he ejercido ni lo he utilizado para investigar o para mi escritura. He sacado la literatura de la literatura y de mi experiencia vital. Creo que siempre hay que acercarse a los personajes con cuidado porque son territorios desconocidos. Pero en este caso, además, son mujeres con las que no comparto nacionalidad ni cultura, y sobre las que estoy escribiendo desde el privilegio. Así que no quería ser condescendiente, ni paternalista ni nada de lo que no me gusta que hagan conmigo.
Por otro lado, a la vez que trabajaba en La ciudad escribí el pequeño ensayo Deshabitar, dedicado al problema de la vivienda. Fue la primera vez que mezclé mi yo literario con el periodístico.
En el caso de Oliva, consigue retratar con fidelidad la telaraña con la que muchas mujeres describen el maltrato. Ese proceso por el que el maltratador va mermando su autoestima, aislándolas, cercándolas de vergüenza por su situación y agotándolas hasta dejarlas sin herramientas ni energía apenas para pedir ayuda. ¿Cómo fue el proceso de escribir ese despojo de nuestra capacidad de pensar que podemos salir de esa situación e, incluso, de buscar ayuda?
Es curioso porque si hubiese metido a Damaris en una relación de maltrato seguramente nadie la habría cuestionado porque se entiende mejor porque tiene menos recursos económico y menos red. Por eso me interesaba contarlo a través de Oliva, porque tenemos que contarlo una y otra vez, porque la sociedad todavía no se cree que la propia pareja pueda hacer daño. Dejemos de poner el ojo en las víctimas y de cuestionar por qué no se ha ido ella de la relación.
Tenemos instalados tantos pequeños maltratos, no sabemos convertir nuestra intimidad en una zona de confort, de crecimiento y de paz. Para mí era un reto literario poner todo esto encima del papel, levantar a estos dos personajes, que fueran lo más realistas posible, aunque llegasen momentos en los que los veía absolutamente patéticos… A veces quería darle a ella más arrojo, más ira, pero me tenía que recordar todo el rato hasta qué punto bloquean el cansancio, la asfixia.
Y por otra parte quería desmitificar la figura del maltratador: Max es un seductor, un perverso narcisista y un personaje absolutamente común entre nosotros.
Me ha sorprendido que en algunas entrevistas le hayan preguntado, precisamente, por qué ella no se iba y dejaba la relación. Me ha resultado desesperanzador comprobar la falta de conocimiento que sigue habiendo sobre los mecanismos de la violencia de género.
Tengo que reconocer que ha sido un bajón enorme porque, por desgracia, recibo muchos mensajes de mujeres diciendo que se han metido en el libro y que han revivido la situación de violencia de género que en el momento no identificaron. Y también me escriben hombres porque se han visto reflejados en comportamientos del maltratador que tenemos integrados. Pero, cuando crees que lo has explicado perfectamente, y que después ya nadie va a dudar de que este hombre sea un maltratador y que esto es lo que ocurre cuando al día siguiente llega una paliza, una violación, un asesinato…
Piensas que contándolo con una mujer así, que tiene una hija maravillosa, que ha tenido otra relaciones, que el padre de su hija es un tipo absolutamente normal, que tiene amigos, un trabajo, se va a entender. Y no todo el mundo lo entiende. Y es un cansancio enorme porque hay que seguir contándolo. Explicar que la violencia no es adictiva, que Oliva lo que quiere todo el tiempo es que la relación vaya bien. Y te encuentras leyendo reseñas, en presentaciones ante las que tienes que volver a dar explicaciones.
En el caso de las violencias que sufren Damaris y Horía por ser mujeres migrantes, violencias de todo tipo promovidas y favorecidas por las instituciones al condenarlas a la clandestinidad y a la explotación, tampoco solemos dirigir la mirada a sus responsables: los legisladores, los empresarios y los empleadores que les denigran y maltratan económicamente.
En este caso vemos cómo en ellas confluyen el machismo, el clasismo y el racismo. Si queremos ver cuales son las carencias, las vergüenzas y los desastres más absolutos de cualquier país solo tenemos que ver cómo tratamos a las personas migrantes.
Hay otra protagonista que encuentro fundamental, la hija de Oliva. ¿Qué papel juega?
Las escenas en las que aparece Irena me resultan muy angustiosas, aunque nunca pasa nada con ella. Cuando una mujer sufre violencia de género está en peligro y, automáticamente, si tiene hijos a su cargo lo van a estar también. He querido representar cómo esa mujer está ausente todo el rato, sabe que tiene que solucionar esa situación por la niña, preservar su mundo de seguridad, confort y paz. Irena demuestra tanto la fragilidad como la fortaleza de Oliva porque, a pesar de todo, protege a su hija.
En sus artículos de opinión en El País y en entrevistas has abordado la dificultad de escribir en un contexto de precariedad e inestabilidad. ¿Cómo son sus rutinas de trabajo?
Vaya por delante que escribir es un privilegio. Pero estoy cansadísima de tener que sacar tiempo para la escritura. Los ratos libres que quedan después del trabajo y de la vida. Yo escribo por inmersión y soy bastante rápida. Además, soy lineal: no puedo escribir lo siguiente si no sé lo que ha pasado antes. Empecé a trabajar en la novela hace cuatro años y no ha sido hasta el último año cuando la he escrito. De hecho, el último tercio del libro lo escribí en nueve días de inmersión total.
De todas formas, esta novela necesitaba estos años porque sin los aprendizajes de lo que hemos vivido ninguno de los personajes serían como son.
Y cuando acaba una novela como ésta, en la que hay tanta vida, ¿cómo se queda?
Me harté de llorar. No podemos hacer spoiler, pero lloré muchísimo, sobre todo con el personaje de Horía. Había logrado empatizar de verdad, sentía que la había mirado a los ojos por primera vez. Me dio muchísima pena ver todas las huellas que había en ella y en las demás protagonistas.
Para mí la escritura es un reto que disfruto muchísimo. Escribes contra la vida, contra el trabajo, sacando tiempo de donde puedes. Y cuando pones el punto final es de una gran alegría.