Cultura

[VÍDEO] Isabel Coixet: “Las auténticas víctimas no van por ahí exhibiendo el dolor”

Bob Pop conversa con Isabel Coixet sobre su último documental, 'El techo amarillo', y muchas otras cosas.

La directora de cine Isabel Coixet. MAURICIO RÉTIZ

Primero, ¿cómo estás?

Sorprendentemente bien. Y me sorprendo.

¿Para ser tú o para cómo están las cosas?

Para ser yo. Lo de las cosas… eso ya no sé.

En este número de La Marea hablamos de ser muertos vivientes en una sociedad que va cambiando. No sé si tú, directora de cine y nieta de taquillera de cine, asumes que estás viviendo ya en un mundo casi desaparecido.

Sí. Yo siempre pienso en las estrellas estas que cuando las miras te dicen ‘uy, esa está brillando allí’, pero llevan muchos años muertas. Pues yo siento que lo hago es un poco así. Que es residual. Muy muy muy residual. Que uno está allí, intenta y te gusta y te apasionas y cuentas cosas, pero… que eso lleve a algún sitio, que tenga un sentido como el que podía tener hace… pues eso, cuando mi abuela era taquillera, pues no. No creo que las películas ahora conformen ni la ideología ni la imaginería ni casi nada de lo que realmente importa. No sé. Si hubiera querido otro tipo de trascendencia, me habría dedicado a la bioquímica.

Y cuando te dicen que tienes que reinventarte, ¿qué piensas?

Ay, yo pienso en Madonna y me da mucha pena. Pero reinventarse, ¿cómo? (risas). No lo sé. Después de todo, las células están todo el rato ahí cambiando. Así que tampoco somos las mismas personas que hace diez días o diez meses. Me parece bien para Madonna.

Me decías “no creo que el cine ya conforme la ideología…”. Entonces, ¿qué es lo que está conformándolo?

Yo que sé, son muchas más cosas. Es como una mezcla extraña de los resabios de esa cultura cinematográfica, mezclados con el porno… todos los resabios de las artes que quedan y que van permeando las redes sociales… La gente de mi generación aprendió a besar en el cine. Ahora no besan en el cine pero besan como… Yo qué sé, el porno, RedTube, mezclado con alguna película que habrá visto.

Pero en el porno no besan, ¿no?

¿No besan?

Me suena que no. Yo no he visto muchos besos en porno.

Hombre, alguno hay. Besos negros.

Me interesa mucho esto que dices del porno como educación sentimental. Es verdad. Mala educación sentimental.

Bueno, o buena. La gente se carga mucho el porno, pero pienso que igual a alguien le viene bien.

No lo tengo claro.

Yo tampoco.

Y tampoco tengo claro el modo de consumo. Yo entiendo que antes, cuando veías porno, había casi un protocolo, un ritual. Ahora mismo el porno está en tu móvil y va aumentando el nivel de exigencia que tenemos ante lo que vemos. Ya un bukake te parece aburrido porque lo has visto todo y quieres más cosas. El porno te va pidiendo más.

Es que cualquier cosa que pase… Antes, Umberto Eco decía parafraseando a Arquímedes aquello de que cualquier cosa sumergida en el baño de la televisión es mil veces más banal. Ahora cualquier cosa sumergida en el baño de nuestro terminal telefónico ya es un billón de veces más banal.

Sí, porque hablamos del porno sexual y cárnico, pero también está el porno emocional. El porno emocional duro.

¿Quieres decir Tamara?

Quiero decir redes sociales, Tamara, Ortega Cano… 

(Bufido)

Es fascinante. Yo estoy un poco metido en esto.

De ahí lo de los muertos vivientes.

¿Necesitamos rentabilizar el dolor?

He pensado mucho en eso porque es verdad que, a veces, te llegan muchas historias. Y a mí me llegan muchísimas historias… Cada día, una media de cinco a diez personas me envía algún tipo de mensaje… Y es verdad que hay historias tremendas, episodios horribles, tragedias encadenadas que… Pero, claro, eso… Al final, no sabes muy bien, sobre todo cuando dicen mucho ahora ‘De esto saldría una serie o una película’. Yo creo que cualquier cosa, incluso la más banal, puede dar lugar a una ficción. Pero, cuando las que se autodenominan víctimas enseñan el dolor de una cierta manera… creo que hay maneras que invalidan lo que les haya podido pasar. Y me ha pasado y lo he vivido. Y a veces he estado a punto de contar historias y me he parado porque no he sabido muy bien dónde… Había una cierta realidad, una cierta verdad en lo que contaban, pero… uf. Las auténticas víctimas no van por ahí exhibiendo el dolor y exhibiendo la tragedia como estas cosas que se exhiben en las iglesias.

En tu último documental, El techo amarillo, hablas de eso: víctimas que no hablan desde la victimización, sino desde una conciencia de que son capaces de procesar algo horrible que vivieron y lo cuentan para que nadie más lo viva.

Ese es el fin último. Y es verdad que, para mí, conocerlas fue… Yo tampoco sabía cuando las conocí qué iba a hacer con la historia, qué no iba a hacer… Yo quería conocerlas.

Espera. ¿Tú cómo conoces esta historia?

Pues yo leí un artículo en el ARA de Albert Llimós y Núria Juanico y me gustó mucho. Me pareció que era un artículo muy bien currado, se notaba que había investigación y había un texto, El techo amarillo, que era el testimonio de una chica de 14 años que, en un grupo de teatro amateur de Lleida, que es el aula de Teatre, va de gira con un profesor al que ella conoce desde que tiene cuatro años. Y cómo reparten las habitaciones, todos con todos, y el profesor duerme con la alumna en la misma cama y… ese relato me tocó mucho. Me parece muy sincero. Noté que había algo muy auténtico. Yo lo sentí así y lo sigo sintiendo. Y, entonces, quise conocerlas, las conocí y me gustaron. Primero, la idea de hacer un documental no les molaba nada. Ya lo de salir en el artículo, aunque no salían sus nombres, les había costado mucho. Y, de repente, les dije: ‘Bueno, me gustaría hacer algo con vuestra historia’. Me parece que es una historia que toca muchas cosas. Esto no es una manada; no hay una violación con fuerza, pero hay algo que no está bien en todo lo que están contando, en la conducta de esta persona, de este profesor, que es inadmisible. Y me gustó mucho cómo lo contaban, me gustó mucho que no había ningún momento de ‘pobre de mí’, y tenían una actitud bastante sana respecto a lo que había pasado. Lo único que querían era justicia. Entonces, si estoy contenta es porque creo que, al menos para ellas, esto les ha servido para cerrar un capítulo. Yo las veo ahora mucho más tranquilas.

¿El enfado puede cambiar más las cosas que la pena o la compasión?

Yo creo mucho más en el enfado. La autocompasión no lleva a nada. Aunque todos tenemos una parte en nosotros que es el ‘pobrecito de mí’. Pero no lleva a ningún sitio. El enfado a algún sitio lleva. Yo siempre digo que en este país nos enfadamos muy poco, que somos muy mansos, como el título de tu novela. Eso es bueno para algunas cosas, pero hace que no avancemos. Ahora vamos a pasar el documental en el festival de São Paulo, en Brasil, y espero que alguna consecuencia tenga. Porque yo creo que este hombre está en otra escuela de teatro dando clase allí.

Pese a lo que tú decías, películas como la tuya conforman un imaginario en el que se puede creer a estas mujeres.

Sí. Bueno, digo esto y desde que se supo que estaba haciendo este documental, he recibido cientos de insultos, amenazas… Yo ya me río. Como tengo mucho cuajo con esto… Pero es alucinante. De gente que no ha visto el documental todavía y dice ‘no, porque tú solo has hablado de una parte’, ‘Estas mujeres, ¿por qué no hablaron antes?’ y ‘Muchas, muchas tendrían que contarte cosas que no te han contado; te han mentido’. Es muy gracioso. Es un tono muy… muy Sálvame, el tono en el que me escriben.

Porque eso sí que conforma al final el discurso colectivo. El ‘yo sé cosas que tú no sabes’. Y luego una cosa muy peligrosa, que Sálvame y otros programas similares crearon, que fue el concepto ‘tu verdad, mi verdad’.

Sí. Y ‘estoy en un mal momento’ o ‘esto está siendo muy duro para mí’… Todas estos latiguillos. Sí, sí, tu verdad y mi verdad, pero… los investigadores que no son una cineasta con buenas intenciones como yo también las creyeron. Y en el registro pone ‘todos los testimonios que hemos tomado coinciden…’. Eran muchas chicas, más de las que salen. Con lo cual, hay una base para pensar que esto es verdad.

Es terrorífico. Si no me equivoco, la nueva ley de defensa de los menores ha cambiado y ya no prescriben tan…

Hay más años, pero ellas, cuando denunciaron, estaba la otra ley. Si hubieran tardado un poco… Pero bueno, estas cosas son así. Lo hicieron cuando lo sintieron. Ya está.

Cuando ahora hay una corriente que acusa a la corrección política o a cierta mentalidad de izquierdas de ser los nuevos inquisidores, de que de pronto vemos la sexualidad como algo negativo y estamos retrocediendo, de que ya no se puede decir nada… Tengo la sensación de que su problema es que ya no pueden decir nada ellos. Los que siempre lo han dicho todo.

Sí. Pero a mí me hace mucha gracia también el concepto de cancelación. O sea, doscientos mil artículos sobre la cancelación y la libertad. Y digo ‘pero, ¿quién está cancelado?’. Yo todavía no he visto a nadie cancelado de verdad. Bueno, vale, Harvey Weinstein, que ha sido juzgado y a punto de entrar en chirona por muchísimas acusaciones. Pero es que ninguno de los demás. Woody Allen está en su casa y no quiere rodar, bueno, rodará otra película seguro. Charlie Rose, que era el gran entrevistador metemano de la televisión pública americana. Un prestigio que había entrevistado a todos los Premios Nobel. Pero si dentro de dos meses va a empezar otro programa a los 82. Plácido Domingo está cantando. ¿Dónde están esos cancelados? Porque yo no los veo. Son bombas de humo. Sí, ser woke es un poco coñazo. Estar todo el rato con la vara de medir tampoco puede ser. Pero hay cosas que no están bien. Ni estaban bien entonces ni están bien ahora ni estarán nunca bien.

Y no es que cuando antes no estaban bien no nos diéramos cuenta, es que no había espacio para decirlo.

Es que todos los westerns con los que yo crecí y las películas de Elvis Presley… Yo recuerdo la sensación que tenía siempre cuando Elvis Presley –que en todas las películas lo hace– le daba una hostia a la chica. A mí eso me horrorizaba. Me horrorizaba y tenía siete años. Me parecía que el mundo era un lugar muy hostil porque había gente como John Wayne y Elvis Presley que daban hostias a las chicas para que se callaran y luego las besaban. Esto a mí no me gustaba ya a los siete años. No me parecía bien ni me daba morbo. Que yo no digo que no tenga que estar. No digo que a Lo que el viento se llevó le tengamos que cortar la bofetada a Vivien Leigh. Vivien Leigh era alguien a quien igual yo también le habría dado una bofetada, es verdad (risas). Pero no recordemos también las cosas como que antes pasábamos de ellas. No.

Porque, además, es el riesgo de la nostalgia: pensar que todo era mejor, más plácido, porque al final todo nos parecía bien y tragábamos. Y al final esa nostalgia es lo que nos lleva al auge del fascismo. Pensar que antes estábamos mejor, nadie protestaba y todos éramos más felices.

Es curioso lo de la palabra fascismo. Últimamente he oído muchas cosas sobre el fascismo y me gusta mucho el concepto de Timothy Snyder del esquizo-fascismo, cuando los fascistas acusan a los que se supone que no lo son de serlo para justificar sus acciones. Es el mundo en el que vivimos.

Y creo que mucho de todo eso tiene que ver con el abuso de poder consentido. Por un sistema, no por las víctimas.

Bueno. Yo creo que uno sobrevive como puede y yo creo que muchas víctimas de abuso de poder –yo me incluyo– han considerado más práctico mirar para otro lado y ser una especie de anguila. Siempre tengo esta imagen de la anguila que va esquivando cosas. Y ya ves que hay rocas y corales peligrosos y morenas, pero piensas ‘voy a sortear las cosas’. ¿Por qué? Pues porque es más práctico. Es que no puedes estar con el piquete y la protesta y con el Síndrome de Juana de Arco todo el rato. Porque no es práctico. A Juana de Arco la mataron en la hoguera. Igual si hubiera sido un poco más lista y no se hubiera cortado el pelo y hubiera transigido de boquilla… Yo siempre pienso en eso.

Sí, pero me contabasa que ayer venías en un tren con unas chicas con velo y pensabas que se deberían quitar el velo.

Eso pensaba, pero a la vez pensaba ‘¿quién soy yo para pensar eso?’. Había una parte de mí que decía ‘ya me puedo yo rapar el pelo que no sirve para nada, pero un rato que os lo quitárais vosotras todas juntas, las ayudaría mucho más’. ¿No? Pero esto es muy bonito en mi cabeza.

Pero, al final, estamos exigiendo cierta heroicidad a personas cuando lo que tenemos que exigir es que el sistema que está podrido se derrumbara.

Sí. Pero, ¿no está ya derrumbado?

Eh… Parece que no.

¿No?

No.

No lo sé.

A veces soy optimista y pienso ‘estos últimos coletazos son los estertores de un sistema que acaba y está haciendo la última rabieta del desahogo’. Pero muchas veces veo que no cambian las cosas, que quienes sustituyen esos sistemas perpetúan cosas ya malas en el otro.

Me acuerdo del discurso de Camus cuando le dieron el Nobel, que decía “no, mi generación no ha querido luchar contra el sistema. Lo único que ha querido ha sido no dejar que se deshaga en ruinas”. Cada día me levanto con lo de Lenin: ¿Qué hacer? Y, cuando las desgracias del mundo y el horror se van superponiendo en capas como estos pasteles americanos interminables, digo ‘vayamos a una capa. ¿Qué puedo hacer por hacer que esa capa sea mejor?’. Soy incapaz de pensar en el sistema en todas las capas.

Antes, cuando hablabas de que tú habías sufrido los abusos de poder, ¿a qué te referías?

A personas que han sido mis jefes que me han tirado una silla, que me han hecho trabajar treinta y seis horas seguidas en una oficina, que me han hecho trabajar en campañas políticas cuando yo no quería trabajar en determinadas campañas políticas. Eso en mi etapa de publicista. Y después… insultos, venganza. Recuerdo un gran ejecutivo de una gran gran empresa que luego se hizo político y le salió mal. Le salió fatal. Este era el director general de Coca-Cola. Creo que es una de las cosas más dantescas que he vivido nunca. Eso me sirvió para pensar que tenía que dejar ese mundo porque no… Recuerdo una reunión con ese señor, que se llamaba Marcos de Quinto.

Se sigue llamando así, creo. Dejó la política, pero ahora financia cadenas de ultraderecha.

Bueno, ese señor… Los insultos… Cuando ya habíamos acabado una reunión de preproducción, llegó bastante cocido –todo hay que decirlo– y lo que salió por esa boca contra mí… Cuidado, que yo ya no era una aprendiz. Ya había dirigido cosas. Y ese señor era mi cliente. Pero este lo recuerdo porque fue de esas cosas antimujer, antiyo… Vamos, básicamente que yo no tenía ni puta idea de hacer nada y cómo era posible que me hubiera contratado… Dantesco.

Y cuando lo viste en las listas al Congreso, ¿qué pensaste?

Me pareció coherente. Lo que me dices ahora de él es coherente. No sé, hay personas a quienes se les sube el rollo este. Los encontronazos que he tenido de este tipo siempre han sido con hombres. Y siempre han sido con hombres que teóricamente estaban por encima en el escalafón, por encima de mí. Pero es verdad que mi actitud siempre ha sido ‘bueno, este tío es un cabrón, pero no puedo levantarme e irme porque hay mucha gente implicada en esto’, y siempre en mí la hormiga soldado ha podido, ‘así que vamos a hacer como que no lo hemos oído y vamos a intentar que no se rompa la noche’. Pero, desde luego, yo veo el nombre de ese señor y… La última vez que lo vi fue en una entrega de premios y es como que te vuelve todo. Es más, luego rodé el spot pero él se lo cargó y nos lo hizo repetir.

¿En qué clase de productora y directora te ha convertido?

En una superviviente (risas).

¿Cómo ejerces tú el poder después de vivirlo, de sufrirlo? 

Yo creo que tengo una manera de mandar que seguramente es fruto de todas las cosas que he vivido. Y pienso, aunque igual me equivoco –quizá hay que preguntar a los que trabajan conmigo–, que la pirámide del cine al final es muy clara. En un rodaje, el que manda es el director porque es lo más práctico, realmente, que haya una persona que tome las decisiones equivocadas o no. Quizá es que, como estoy tan segura de mis decisiones, no necesito imponerlas. Yo lo veo así, va a ser así. No necesito mear como Jack Nicholson para marcar mi territorio. No me da miedo que alguien venga y tenga una idea. Cuando empezaba, quizá me ponía más nerviosa en ese sentido. Desde hace tiempo, no tengo ninguna mística del poder. A mí los tipos con poder no me ponen. Es más, a mí todo lo contrario: todos estos que mandan me dan cero morbo. Y creo que soy una jefa ok.

¿Cuándo se estrena el documental?

Me parece que el 16 de diciembre en cines, y luego se estrenará en TVE y en TV3 el año que viene.

¿Tienes algún proyecto que puedas contar? Serie, peli, obra de teatro, zarzuela, musical…

Estoy haciendo un documental para Apple Estados Unidos, pero lo estoy rodando en España, en La Alberca. Es la historia de un cerdo y de la relación de los humanos con los cerdos, básicamente. Cómo los vemos, cómo de alguna manera sentimos cariño por ellos pero nos los comemos porque nos gusta el jamón. Y todo alrededor de este cerdo que es una tradición en Salamanca, en La Alberca, desde hace 400 años, donde se escoge un cerdo cada año y se le deja libre por el pueblo y la gente lo cuida.

¿De casa en casa?

Sí, sí.

Ay, qué bonito. ¿Y no hay indulto posible ni nada? 

Sí, sí, hay una subasta. Tú compras un número… Yo he comprado muchos, eh. Tú puedes decidir si quieres que el cerdo vaya a un matadero o llevarlo a un santuario.

Y esto… ¿es como la intriga del documental? ¿Hasta el final no sabes si el cerdo se salva o no?

Ajá.

Me gusta. Y, claro, tú como directora tampoco lo sabes porque estás rodando en tiempo real.

Sí.

Y encariñándote del cerdo. 

El cerdo se llama Antón. Y, si yo le digo ‘Antón’, conoce mi voz.

¿Y es mejor actor que otros con los que has trabajado?

Que alguno.

¿Has trabajado con intérpretes peores que el cerdo?

Sobre todo con uno. Siempre pienso en el mismo. Yo he trabajado con gente fantástica, pero el cerdo está en el top ten. Lo hace bien el cerdo.

Eso es muy importante.

Tiene unas pestañas…

¿Los cerdos tienen pestañas?

Pero que no te lo puedes creer. Piensa que he pasado mucho rato rodando el ojo del cerdo (risas).

¿Y tiene título la peli? 

Pig.

No Pig Antón. Pig Antón sería muy bonito (risas). 

No. Pig

Si te gusta este artículo, apóyanos con una donación.

¿Sabes lo que cuesta este artículo?

Publicar esta pieza ha requerido la participación de varias personas. Un artículo es siempre un trabajo de equipo en el que participan periodistas, responsables de edición de texto e imágenes, programación, redes sociales… Según la complejidad del tema, sobre todo si es un reportaje de investigación, el coste será más o menos elevado. La principal fuente de financiación de lamarea.com son las suscripciones. Si crees en el periodismo independiente, colabora.

Comentarios
  1. «No creo que las películas ahora conformen ni la ideología ni la imaginería ni casi nada de lo que realmente importa».
    Hubo tiempos, allá por los 80, que se podía aprender en valores y experiencias de vida del buen cine europeo.
    Los capos del sistema capitalista si mueren será matando. Nos iremos todos antes que ellos. Tienen en sus manos todos los recursos para que así sea.

    MURIO POBRE Y OLVIDADO un 30 de noviembre.
    La importancia de llamarse OSCAR WILDE
    Para la sociedad londinense Wilde era un tipo extravagante, un hedonista, un dramaturgo, un socialista, un dandi. Inteligente y ácido, provocaba amor y admiración en sus auditorios, así como también ira. Perseguido y encarcelado por amar y desear a otros hombres En la cárcel, Wilde, no puede dejar de ver al dolor como el verdadero principio.
    “Yo veo ahora que el dolor, por ser la emoción suprema de que el hombre es capaz, es a la vez el tipo y la prueba de todo gran Arte”, escribió. Y citó versos de Goethe:
    El que nunca comió su pan con dolor,
    el que nunca pasó las horas de la medianoche
    llorando y esperando la mañana,
    ese no os conoce, Potencias Celestiales.
    Enfermó, lo trasladaron dos veces de cárcel y al cumplirse los dos años de condena se vio solo y sin amigos en una Londres hostil. Emigró a París y el 30 de noviembre de 1900 murió de meningitis, pobre y olvidado. La cárcel lo había dejado sin ganas de reírse de la vida, según él.
    En algún momento escribió sobre su condena: “No tengo duda de que ganaremos. Pero el camino será largo y lleno de monstruosos martirios”.

  2. Abril 2016.
    La directora de cine Isabel Coixet vuelve a sus inicios en el mundo de la publicidad con un hilarante corto para Gas Natural en el que se ofrecen consejos sobre eficiencia energética. Jajajaja todavía nos reímos con este corto tan bueno que realizó, ah no es gracioso ? Que la factura del gas ha subido, jajaja no pasa nada, seguimos blanqueando el capitalismo . Salud !!!

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.