Internacional
Brasil: la victoria del constructor de coaliciones
Lula tendrá como meta política recoser su país, roto a la mitad como muestran los resultados de la segunda vuelta
Este artículo se ha publicado originalmente en Catalunya Plural. Puedes leerlo en catalán aquí.
Los expertos en política brasileña se refieren al «lulismo» para describir la articulación política de un espacio capaz de ir más allá del PT. En 2002, en la fórmula electoral incorporaron, como candidato a vicepresidente, a José Alencar, un empresario y político de clara tendencia conservadora. En aquella ocasión su rival fue José Serra, candidato del Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB, partido que forma parte de la internacional demócrata cristiana), que cayó derrotado ante la candidatura encabezada por el PT y sus aliados.
Aquel 2002 parece ser una clara inspiración para articular el espacio político que ha llevado a Lula, de nuevo, a la Presidencia brasileña. Un tuit del mismo candidato es explícito: “Un gobierno nuestro no será un gobierno del PT. Tendrá que ir más allá. Henrique Meirelles no era del PT, ni Furlán, Gilberto Gil o Celso Amorim. No haremos un gobierno del PT, haremos un gobierno del pueblo brasileño”. Meirelles (2003-2010) ocupó la presidencia de Banco Central durante las presidencias del PT, Furlan fue un empresario que ejerció de ministro de Industria y Comercio (2003-2007), Gilberto Gil, un famoso músico que aceptó ocupar la cartera de Cultura (2003-2008) y Celso Amorim un diplomático de carrera que fue Ministro de Relaciones Exteriores (2003-2010). Heterodoxia como marca de identidad política.
Make Brasil 2002 again
Los acontecimientos que tuvieron lugar después de que las cámaras apartaran a Dilma Rousseff de la Presidencia de la República (2016) han marcado profundamente el contexto sociopolítico de aquel país. No se entiende el golpe parlamentario sin la connivencia de parte de los aliados del PT, encabezados por el vicepresidente Michel Témer; así como no se entiende la victoria de Bolsonaro sin la conjura política-judicial que obstaculizó la candidatura de Lula en 2018. Si el agotamiento social en relación a los gobiernos del PT era real, la represión que sufrieron sus principales figuras políticas marcaron la política brasileña para siempre.
La candidatura de este año de Lula da Silva ha querido recuperar aquel espíritu de 2002, añadiendo nuevos elementos, con el objetivo de superar la polarización generada en los últimos 6 años. Solo con el apoyo del mayor número de aliados, Lula podría llegar a la presidencia, como así ha quedado demostrado con el ajustado resultado final. Este hecho explica que su compañero de fórmula, Geraldo Alckmin, hubiera formado parte durante décadas del Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB), la formación política tradicional del centro-derecha brasileño -la del expresidente Fernando Henrique Cardoso, José Serra o de Aécio Neves-. Si bien Alckmin se ha afiliado recientemente al Partido Socialista Brasileño (PSB), el gesto de Lula opera en clave de pragmatismo y capacidad de tejer acuerdos.
Observando la estrategia de ensanchar la base social de su plataforma de apoyo, es inevitable no pensar en un manifestante que, el día antes de la primera vuelta presidencial, lucía una bandera explícita. Make Brasil 2002 again.
El constructor de coaliciones
El pragmatismo y la heterodoxia ideológica son sin duda características del lulismo, que a la vez nunca dejó de tener como máxima prioridad las políticas sociales. Esta orientación le acerca a ciertos sectores del peronismo argentino, del Frente Amplio uruguayo o de la coalición gobernante en Chile; una síntesis entre ideología y realismo. Brasil es un campo de juego bastante más complicado por razones de dimensión y de complejidad. Por este motivo, el Partido de los Trabajadores ha tenido que trabajar duro para tejer una amplísima red de apoyo a su candidatura.
En 2018, con Lula en prisión, la candidatura presidencial del PT fue encabezada por el profesor Fernando Haddad (PT), con una coalición donde solo compartía fórmula con sus socios del Partido Comunista de Brasil (PCdoB) y del Partido Republicano de Orden Social (PROS); dos fuerzas de izquierdas. Haddad finalmente no ganó la Presidencia y, encima, tuvo que encontrarse en los debates electorales de la primera vuelta a candidatos como Guilherme Boulos (PSOL) o Marina Silva, que este año ya han comenzado la partida de al lado de Lula.
El Presidente Lula ha sido capaz de construir una coalición de izquierdas muy plural, llamada “Vamos Juntos por Brasil”, de la que participan principalmente dos federaciones de partidos y un partido histórico. En primer lugar, la Federación Brasil de la Esperanza, encabezada por el PT y con la participación del Partido Comunista de Brasil (PCdoB) y del Partido Verde. En segundo lugar, la federación entre el Partido Socialismo y Libertad (PSOL) y REDE (Red de sostenibilidad). Por último, un partido histórico como es el Partido Socialista Brasileño (PSB), que aporta a los candidatos a vicepresidente del país (Geraldo Alckmin) o la candidata a vicegobernadora de São Paulo (Lucia Francia). Todo esto no es sólo una sopa de siglas, sino la unidad absoluta de la izquierda brasileña -exceptuando Ciro Gomes-. Cabe recordar que el PSOL es una escisión del PT o que REDE es el partido de la excandidata presidencial Marina Silva. Músculo organizativo y político para batir a Bolsonaro.
Y en las cámaras, ¿qué?
En los medios, desde el resultado de la primera vuelta, se ha instalado un mensaje hegemónico: Lula sufrirá para gobernar en los próximos 4 años. Y es cierto que el bolsonarismo no solo ha resistido, sino que se ha consolidado como un movimiento político a tener en cuenta. Es necesario establecer un paralelismo innegable con Donald Trump y su influencia en el Partido Republicano; el bolsonarismo ha transformado el lenguaje y las formas de la derecha tradicional brasileña, apartándola de sus núcleos de poder. En los republicanos estadounidenses cada vez hay menos perfiles como Mitt Romney, y el histórico PSDB ha perdido gran parte de sus feudos, como la gobernación de São Paulo.
La debilidad parlamentaria fue precisamente uno de los temas que marcó el debate electoral celebrado en 2006, entre Geraldo Alckmin y Lula da Silva. El escenario actual es muy diferente, pero habría que informar al lector de la existencia -en la cámara baja brasileña- de partidos bisagra que normalmente negocian y pactan con el gobierno. Estas fuerzas políticas se etiquetan como Centrão -nada que ver con la idea de centro político- y seguramente sean capaces de entenderse con el ejecutivo de Lula, puesto que su orientación es plenamente pragmática y nada ideológica. En sus propias palabras: “el Presidente debe conversar con las personas electas para debatir sobre los problemas del pueblo, independientemente de su posición política.
La aritmética, además, no es tan negativa para los intereses del PT. Según una proyección de Folha de Sao Paulo, la suma de todas las fuerzas que previsiblemente pueden ser favorables a Lula da Silva reuniría 228 escaños, mientras que el bolsonarismo tendría sólo 201 escaños. Una situación similar a la que se vivirá en el Senado, donde el nuevo oficialismo podría tener hasta 36 senadores, por 24 de la oposición.
Un hecho adicional que facilitará el trabajo parlamentario del gobierno es el compromiso del Presidente Lula en ocupar el poder solo durante cuatro años. El hecho de que no se presente a la reelección ayudará a focalizar al gobierno en la gestión y al superar la polarización. Las cámaras serán un obstáculo, pero este no parece insalvable. Les tocará construir mayorías para cada proyecto.
Sin embargo, y recordando el golpe parlamentario contra Dilma, el PT insiste off the record en que “Alckmin se ha comprometido”, dando a entender que durante este mandato no habrá extraños juicios parlamentarios ni polémicas en torno a la Presidencia.
¿Y cómo será el nuevo gobierno?
El Presidente electo ha manifestado su voluntad de montar un equipo diferente, que conozca la administración y que tenga en mente la inclusión social, pero que a la vez sea dialogante y esté a disposición de todos los sectores sociales -incluidos los empresarios- para dirigir políticas públicas. Durante la campaña ha destacado su compromiso con la «responsabilidad fiscal» y en la sostenibilidad económica -en un claro mensaje de ortodoxia económica- y su voluntad de impulsar a las pequeñas y medianas empresas. Un programa de mínimos, social, pero lo suficientemente abierto como para representar capas sociales que vayan más allá de aquellos que le han votado. La candidata presidencial -en primera vuelta- Simone Tebet ya aparece en las quinielas como posible ministra, pese a pertenecer a una fuerza política de centro liberal.
Cuatro años más de Lula en el Palau de Planalto. El mayor reto de su carrera política será recoser su país, roto a la mitad como muestran los resultados de la segunda vuelta. Deberá ejercer como constructor de coaliciones, como aliado del pueblo. Si lo consigue, honrará el amplísimo 81% de los brasileños y brasileñas que, cuando abandonó el poder en el año 2010, aún aprobaban la suya.
Infelizmente la de Lula es una victoria menos qué pírrica, pues Bolzonaro y su horda tienen mayoria en ambas cámaras. Por otra parte, los partidos minoritarios con representantes en las camaras, son de derechas y mas afines al bolzonarismo qué a Lula. Por tanto, a éste no le quedará ni la posibilidad de tejer alianzas contra la politicas de Bolzonaro. Así pues, Bolzonaro seguirá en el poder.
Pero, si hay gente qué no debería escandalizarse por los politicos brasileños, son los europeos, pues, la piara formada por Borrell, von der Leyen, Stoltember, Bidenn y Zelensky es muchísimo peor qué mil bolzonaros.