Opinión
La izquierda inquisitorial
"A nadie 'cancelan'. Pero sí que generan un hábito paralizante de miedo y autorrepresión", escribe Pablo Batalla
La cultura de la cancelación no existe. Es este supuesto drama, inexistente en realidad, lo que trasluce la fotografía que en cierta ocasión tuiteara la periodista conservadora británica Katie Hopkins, acompañando al comentario: «Así es como se siente una cuando es una mujer conservadora blanca». La foto: Hopkins, rostro serio, asustado, y, en la frente, una pegatina circular con la diana de la mirilla de un arma. Le contestaba otra tuitera: «De hecho, me encanta esta metáfora, porque es una diana falsa, y lo has puesto allí tú misma».
En torno a este asunto de la falsa cancelación, es famoso también un divertido sketch protagonizado por Lisa Kudrow: una influencer de derechas que denuncia incansablemente que las voces conservadoras están siendo silenciadas en Internet y los medios, y lo hace desde su canal de YouTube, los podcasts de Joe Rogan y Jordan Peterson, el programa de televisión de Tucker Carlson en la Fox (dos veces) o un libro best seller titulado Conservative voices are being silenced.
Hace unos meses, se publicaba en el diario ABC un artículo titulado Cuando llevar la contraria a la izquierda tiene castigo, centrado en dos mujeres y cuatro hombres para los que la presunta cultura de la cancelación habría significado ver su carrera arruinada. Todos eran rostros conocidísimos, con las más privilegiadas tribunas mediáticas y editoriales del país a su disposición. Cultura de la cancelación es el nombre que asignan a una nueva esfera plebeya surgida con Internet, que ha democratizado considerablemente la discusión y la crítica, quienes añoran o desearían un debate público jerarquizado, en el que un puñado de gurúes —muchas veces de nivel intelectual manifiestamente mediocre, aupados por otros motivos— hable, un pueblo mudo escuche y toda la contestación que uno pueda recibir sea una carta al director que pueda, o no, publicarse. Es el miedo, el odio, a la democracia; a las ágoras áticas; a que puedan alzar la voz lo mismo el duque que el menestral; y el deseo de aquel a quien la vida sonríe y mima de sentirse rebelde contra algo, por alguien amenazado, de alguna causa mártir.
No existe la cultura de la cancelación; no como la caracterizan los snowflakes llorones que la denuncian. Pero no todo lo que no existe no existe en absoluto. Tan cierto es que la cultura de la cancelación no existe como que no se dice una mentira cuando se dice que, en los últimos tiempos, ha ido prosperando en el seno de la izquierda una pulsión inquisitorial y ultramoralista, que no despeina a sus enemigos, pero sí le afecta a ella misma; a su eficacia crecientemente perdida en en el pozo del postureo ético y la vigilancia mutua. Mark Fisher se refirió a ella en un artículo célebre sobre «el castillo del vampiro»: un enrarecido ambiente de «propagación de la culpa», impulsado por «un deseo de sacerdote de excomunicar y condenar, un deseo académico pedante de ser el primero en ser visto descubriendo un error, y un deseo de hipster de pertenecer al grupo». Fisher empezaba por evocar
«diferentes polémicas en Twitter, en las cuales determinadas figuras que se identifican a sí mismas como de izquierdas fueron señaladas y condenadas. Lo que habían dicho estas figuras era en ocasiones cuestionable, pero la manera en que fueron personalmente vilipendiados y perseguidos deja un residuo horrible: el hedor de la mala conciencia y el moralismo de la cacería de brujas. La razón por la que no me he pronunciado sobre cualquiera de estos incidentes —me da vergüenza decirlo— es el miedo. Los matones estaban en el otro rincón del patio de recreo. No quería atraer su atención».
Hay quien dice que, hace un siglo, las contiendas internas que han atravesado al campo progresista en los últimos años hubieran acabado con una montaña de muertos. Es posible. Hoy estas querellas fundamentalmente digitales no acaban con nadie: ni con su vida, ni con su carrera. A nadie cancelan. Pero sí que generan un hábito paralizante de miedo y autorrepresión; un andar con pies de plomo en tiempos que demandan las zancadas de siete leguas. No las da ya una izquierda que, más allá de algún chispazo ocasional de vitalidad (que, de todas maneras, suele declinar la gramática, no de la victoria, sino de la resistencia: no gana Boric, se derrota a Kast; no gana Lula, se derrota a Bolsonaro), ve declinar su estrella en todas partes.
Hay países como Italia en los que, directamente, ha desaparecido, convertida en lo que no es imposible, si prospera la tendencia actual, que acabe convirtiéndose también en España: un sálvese quien pueda de medios, editoriales, podcasts, librerías, centros sociales, marcas personales, variopintos saraos; desarbolada red de proyectos, no políticos ya, sino mercantiles, comensales ensimismados de una tarta menguante ante cuya mengua vayan arreciando peleas a dentelladas que esgriman el postureo ético como una más de sus armas; contienda caníbal de anabaptismos rivales en la cual suceda —ocurre ya— que se organice un evento feminista, ecologista, antifascista, y corran a boicotearlo, no los machistas, no los negacionistas, no los fascistas, sino otros antifascistas; tal vez mientras enaltezcan la importancia de los cuidados, vocablo fetiche, tan dicho y tan poco hecho, de este ciclo. Todo vale en las guerras comerciales.
Es urgente salir, que la izquierda salga, del castillo del vampiro. «Hemos de aprender, o volver a aprender, cómo construir camaradería y solidaridad en vez de hacer el trabajo del capital condenándonos e insultándonos los unos a los otros. Esto no significa, por descontado, que tengamos que estar siempre de acuerdo: al contrario, hemos de crear las condiciones donde pueda darse la falta de acuerdo sin temor a la exclusión y a la excomunión», decía también Fisher en aquel artículo. Grábese en mármol.
Mariluz: ¿Sabes que Amnistía Internacional está financiada por el mafioso multimillonario filántropo Soros?
Y te lo dice una asociada que no se borra por puro sentimentalismo que no porque me merezca ya credibilidad alguna.
Internet ha instalado más censura que en tiempos del franquismo (que yo viví)
Y la gente no se entera.
«las voces conservadoras están siendo silenciadas en Internet y los medios»…
¡cara más dura imposible! La verdad si que está siendo silenciada o manipulada.
(Zaporiyia y las medias mentiras, Carlos Tundidor Diaus:
Una prueba del nueve que mi sentido común pone en marcha, casi siempre, es el contraste de una noticia con los voceros florentinianos y Cía. Si los Antonios de la sexta, los Ristos de la cuatro, las Anas Rosas de la cinco, los Carlos de la Cope, las Ángeles de Prisa y algunos/as más de cuyos nombres ni quiero acordarme, se ponen de acuerdo y todos la dan de manera uniforme es que hay tomate. Tomate y medias mentiras, medias verdades, como queramos decirlo, como dice Risto de ellos mismos: ‘Todo es mentira’. Y, efectivamente, todo habrá sido tergiversado como buenos periodistas del régimen. Creo que darle la vuelta a “su” noticia es la mejor manera de acercarse a la realidad. Y no falla, oiga).
El sálvese quien pueda yo creo que casi está instalado gracias a la inconsciencia colectiva.
La izquierda gubernamental está obligada a obedecer a los grandes capos del capital. No esperemos gran cosa de ella. Lo que salga será de la izquierda no gubernamental, de la radical, la que va a la raiz, y de la ciudadanía despierta.
En Francia se manifiestan cantando la Internacional, en España, si se concentran, es para ver los partidos de fútbol.
Si han decidido entrar en esta noticia, no les vamos a “robar” mucho tiempo con ella. Tan sólo les vamos a dejar un vídeo de una marcha, de las muchas que se han llevado a cabo estos días en el estado francés contras las políticas que inciden muy negativamente en la vida de los y las trabajadoras. Los y las manifestantes cantan la Internacional, en medio de sus justas reivindicaciones.
Mientras eso sucede en el país vecino del norte, en el estado español, eso que llaman izquierda, o está coaligada con el gobierno de derechas malamente disfrazado progre o, simplemente, desaparecida. Y el grueso de la población obrera, lejos de plantar cara a sus verdugos, se dedica a ver partidos de fútbol (como en los tiempos del franquismo más opiaceo). Ahí sí que se congrega mucha gente.
https://insurgente.org/en-francia-se-manifiestan-cantando-la-internacional-en-espana-si-se-concentran-es-para-ver-los-partidos-de-futbol/
Los comentarios de este artículo ratifican el artículo de manera perfecta
No puedo estar de acuerdo con el mensaje de este artículo, me parece contradictorio que admita, que se está generando un hábito paralizante de miedo y represión, ya que esto constituye una definición flagrante de violencia y de obstaculización de la libertad de expresión. Quienes están sufriendo de este ejercicio de cancelación, o si no le gusta ese término podemos cambiarlo por el de «intimidación» lo sufren con independencia de su ideología política. Creo que a este artículo le falta bibliografía. En el ensayo Generación ofendida de Caroline Fourest, por cierto una mujer poco sospechosa de ser de derechas, escribió en Charlie Hebdo, está perfectamente argumentado que sí existe tal cultura de la cancelación, perdón, de intimidación, con ejemplos verificables. La afirmación de que no se cancelan personas o carreras no puedo estar más en contra. Desgraciadamente ahora que Putin de repente se ha vuelto malo a ojos de todos, no puedo si no recordar con tristeza cómo se boicotearon en redes sociales, sobre todo, las denuncias de bombardeos masivos y crímenes de guerras perpetrados por las fuerzas rusas en Siria, daba igual que hubiese informes de la ONU o de Amnistía Internacional, que yo me tomé la molestia en leer, quienes intentaban denunciarlo, siendo pacifistas de izquierdas, sufrían acoso por rrss, incluso se intentaba boicotear a cualquier ciudadano sirio que intentara hacer una charla para explicarlo. Así que no solo se cancelan personas, a veces se cancelan sociedades enteras, la siria por ejemplo, hasta que la guerra llama a la puerta de Europa, claro. Me parece muy poco acertado decir que Internet ha democratizado la discusión y la crítica, pues no, para nada, las rrss se han convertido en un lodazal donde las personas moderadas nos abstenemos de intervenir, y los medios de comunicación, todos, no se salva ninguno, tiene líneas editoriales que si un tema choca con su ideología bloquean la difusión de ciertas noticias, da igual que sean relevantes o no para la ciudadanía. Si tienes que reprimirte para publicar un artículo o compartir una notica de un medio de comunicación oficial, eso es censura, amigo, igual no nos meten en una cárcel física, pero sí en una simbólica, y el miedo es una de las vías más eficaces para mantener al ciudadano a raya y calladito. Desde luego este tema merece una reflexión más profunda y menos sesgada, mejor documentada y con un valor añadido de audacia para mencionar otros temas que en sí mismos suponen un empujón al ostracismo social
Pues otra columna mala de Batalla. Entre que se fuma la mitad de los cuatro minutos contando o transcribiendo directamente lo que otras escribieron y que usa adjetivos horteras que no llegan a epatar tipo «ultramoralista» (¿eso qué es? O se es un moralista o no se es) para llegar a una conclusión equivocada.
A nadie se cancela, en eso tiene razón, pero no está nada mal eso que él condena como «hábito paralizante de miedo y autorrepresión» no es más que regresar a la consideración para con quien nos escucha o lle; regresar a darle valor a las palabras, que sí, viven un momento de hiperinflacción y sobreoferta.
Los discursos inflamados de la década de 2010 se encuentran ahora con su evaluación. Lo de colocar insultos a nuestros discrepantes le puede valer a FJL: si eres Moriche, por ubicar un poco al lector con el asunto que motiva a Batalla a escribir y que se le ha pasado comentar, quizás la aspereza de tus formas acaba por encontrarte tarde o temprano, por muchas lecturas que asgeuren tu capital cultural. La camaradería, como la razón o la caridad, es facultativa y recíproca.
Saludo a todas.
Carallo para el enfoque, no veía batallar con tal precisión, desde que, hace mucho, alguién pensó en que lo que venía de Moscú no era el comunismo, sino el neocorreo del neozar (y no hablo del microneozar Putin)…
El remate del Fisher (su frase citada) resume perfectamente un estado de ánimo, que tiene cualquier cabeza pensante, situada en la izquierda (de la Asamblea Nacional Francesa aún revolucionaria), desde que los llamados comunistas españoles consiguieron no ser clandestinos… aunque antes ya existía la «cancelación/nocancelatoria», pero se «tenía que ser» más resiliente (ironías de la vida militante)…