Internacional

La izquierda boliviana levanta la bandera de la estabilidad económica con la menor inflación de toda América

El MAS está viviendo una segunda oportunidad, tras los 13 años de presidencia de Evo Morales, pero el Gobierno ha perdido el impulso transformador de los primeros años.

El presidente boliviano, Luis Arce Catacora. ASAMBLEA LEGISLATIVA PLURINACIONAL / Licencia CC BY 2.0

LA PAZ (BOLIVIA) | En algunas de las principales calles de La Paz se puede ver un enorme cartel con la imagen del presidente boliviano, Luis Arce, y un mensaje muy sencillo: «Bolivia tiene la inflación más baja de toda América, apenas un 1,2%». Es el logro del que más presume el sucesor de Evo Morales, elegido en octubre de 2020 después de un año de gobierno interino de la golpista Jeanine Áñez. Arce, antiguo ministro de Economía de Morales, ha conseguido devolver el Movimiento al Socialismo (MAS) al poder y mantener una envidiable estabilidad económica. Una situación que pocos esperaban un par de años atrás, cuando un golpe de Estado expulsó al MAS del poder.

La izquierda boliviana está viviendo una segunda oportunidad, tras los 13 años de presidencia ininterrumpida de Evo Morales (2006-2019), pero el Gobierno ha perdido el impulso transformador de los primeros años. La era de Morales terminó (al menos por ahora) en las elecciones de octubre de 2019. El presidente –que pudo ser candidato de nuevo gracias a una polémica maniobra del Tribunal Constitucional y a pesar de su derrota en el referéndum convocado para autorizar su reelección– ganó las elecciones entre acusaciones de fraude por parte de la oposición, nunca demostradas. Las protestas de sectores conservadores y de clase media degeneraron en un golpe de Estado, que expulsó a Morales del poder y obligó al exilio a los dirigentes del MAS.

Durante un año, gobernó el país la conservadora Jeanine Áñez, una senadora con poca relevancia política hasta entonces. Su gobierno fue “desastroso”, en palabras del politólogo residente en La Paz Carlos Heras, experto en la oposición boliviana. A la represión violenta de los partidarios del MAS, que provocó al menos 37 muertes en los días siguientes a las elecciones de octubre de 2019, se sumó una nefasta gestión de la pandemia y una corrupción descarada, simbolizada por el escándalo del sobrecoste en la compra de respiradores para enfermos de COVID-19. El gobierno que venía a corregir los supuestos desmanes del MAS fue ampliamente percibido como “inoperante”, según Heras.

Después de varios intentos de posponerlas, el gobierno interino se vio obligado a convocar elecciones para octubre de 2020, en las que el candidato del MAS Luis Arce (Lucho) arrasó con un 55% de los votos. Un porcentaje que sugiere que Arce recuperó a parte de las clases medias que se habían alejado del MAS. El politólogo y periodista boliviano Fernando Molina avanza dos razones de este distanciamiento: el empeño de Morales por ser reelegido a toda costa y la voluntad de estos sectores de clase media de “identificarse con las élites”.

Arce consiguió revertir el rechazo de las clases medias distanciándose de Morales, como explica Heras, con un discurso autocrítico respecto a su candidatura a la reelección. Además, el exministro de Economía tiene una imagen de persona “capaz, que polariza menos que Morales o [el exvicepresidente Álvaro García] Linera”. El resto lo hizo la mala gestión y el racismo de Áñez, que llamó “salvajes” a los seguidores del MAS. Una actitud que asustó a estos sectores de clase media y movilizó a las bases populares e indígenas del MAS, según explican Heras y Molina. 

A 26 puntos de diferencia de Arce quedó Carlos Mesa, que había sido el principal opositor a Morales. Mesa, que había construido buena parte de su legitimidad rechazando el empeño de Morales en ampliar el límite de mandatos presidenciales, vio muy debilitada su imagen de defensor de la democracia al alinearse con el gobierno golpista. Áñez retiró su candidatura, ya que su espacio electoral había sido ocupado por el ultraderechista Luis Fernando Camacho. Camacho, que también estuvo implicado en el golpe de Estado, obtuvo solo el 14% de los votos pero posteriormente consiguió ser elegido gobernador del Departamento de Santa Cruz, un territorio tradicionalmente opositor. 

Segunda era del MAS

Así empezó la segunda era del MAS en el poder, muy distinta de la “época heroica” de Evo Morales, como la llama Molina. Arce se ha rodeado en su gobierno de personas de perfil técnico en lugar de recuperar a los militantes más cercanos a Morales, toda una declaración de intenciones. Además, su vicepresidente, David Choquehuanca, es el principal rival de Morales en el partido. Pese a dejar maltrecha a la oposición con su rotunda victoria, Arce se encontró un escenario poco halagüeño al llegar al poder: la pandemia y la crisis económica derivada de ella.

Casi dos años después, el que fue el artífice del ‘milagro económico’ boliviano como ministro de Evo Morales, puede presumir de que Bolivia tiene la menor tasa de inflación del continente; asimismo, por ahora, la población apenas nota las turbulencias económicas provocadas por la guerra rusa en Ucrania, lo que le vale a Arce ser hoy la personalidad política más popular de Bolivia.

Sin embargo, la estabilidad económica no está totalmente garantizada a largo plazo. Molina advierte de que el Gobierno está incurriendo en déficit para mantener el crecimiento económico, lo que pone en entredicho las abundantes reservas de dólares acumuladas durante los gobiernos de Morales. Uno de los elementos claves es la subvención a la gasolina, que absorbe una parte considerable del presupuesto estatal.

Aun así, el Gobierno tiene a su favor, según Molina, la alta confianza de la población en el boliviano (la moneda nacional), que contrasta con el hundimiento de la confianza monetaria en otros países latinoamericanos, especialmente Argentina. Más de 15 años después de su llegada al poder por primera vez, el MAS se ha convertido en sinónimo de crecimiento económico y estabilidad para muchos bolivianos y bolivianas.

El gobierno de Arce está manteniendo calmadas las aguas económicas pero ha perdido el impulso transformador que definió el llamado “proceso de cambio” iniciado con la histórica elección de Morales en 2005 –fue el primer presidente indígena de Bolivia–. En esos primeros años, el MAS impulsó una nueva Constitución progresista, que creaba un Estado plurinacional adaptado a la diversidad étnica y cultural de un país donde la población indígena es mayoritaria, aunque ha estado tradicionalmente excluida del poder.

Además, los primeros gobiernos del MAS nacionalizaron parcialmente los hidrocarburos –principal fuente de riqueza del país– y desarrollaron ambiciosos programas sociales que permitieron reducir la pobreza y las desigualdades mientras crecía la economía, en la línea de otros gobiernos de la primera ‘marea rosa’ latinoamericana.

El impulso transformador llegó también a las relaciones de género, con la paridad en el Ejecutivo y el Legislativo y una batería de leyes feministas pioneras, fruto del impulso del MAS y de los acuerdos entre organizaciones sociales de mujeres campesinas e indígenas, por un lado, y ONG feministas de clase media, por otro. Esta alianza inédita consiguió promover leyes de participación política, contra las violencias machistas y contra aquellas que sufren las mujeres políticas, entre otras. Sin embargo, la aplicación judicial de la Ley 348 sobre violencia machista deja mucho que desear, provocando las protestas de los movimientos de mujeres. Como respuesta, el MAS ha elaborado un proyecto para actualizar la ley y el gobierno de Arce ha declarado 2022 como el Año la Despatriarcalización, una decisión que Molina califica de “cosmética” y no dice demasiado del compromiso feminista de un gobierno donde las mujeres vuelven a ser una pequeña minoría, como antes de la época de Morales.

El antiguo ministro de Economía de Morales no está para grandes novedades. En palabras de Heras, Lucho se conforma con “mantener la estabilidad económica y el crecimiento, con un patrón de asistencia a las personas más pobres y mantener el ritmo de construcción de infraestructuras”. Mantener, no transformar. No en vano Arce ha sido comparado con Mariano Rajoy, por su estilo político pasivo (ante la duda, actuar poco).

Perspectivas para 2025

Todavía quedan tres años, pero las miradas ya se dirigen a las próximas elecciones generales, en 2025. La oposición está muy debilitada después de la derrota de 2019 pero se ha consolidado en Santa Cruz, el departamento más rico de Bolivia y foco tradicional de contestación de los gobiernos del MAS.

Este mes de agosto se ha vivido un episodio más del enfrentamiento entre el poder central y las élites de Santa Cruz, esta vez a raíz de la decisión del Gobierno de retardar la elaboración del censo, que determina el reparto de escaños y recursos económicos entre territorios, decisión interpretada por el gobernador Camacho como una maniobra para evitar transferir más recursos a su departamento.

Santa Cruz seguirá siendo una plataforma para los partidos opositores, pero su opción más realista para ganar en 2025 es una eventual división del MAS. Como explica Fernando Molina, Evo Morales sigue muy presente en la vida del partido y está dispuesto a volver a ser candidato. Arce duda pero es probable que sus seguidores le presionen para que opte a la reelección, ya que sus puestos dependen del suyo.

El hipotético enfrentamiento entre ambos líderes podría abocar a la división de un partido “poco institucionalizado”, como explica Molina, lo que le daría una oportunidad a una oposición que por ahora ni siquiera cuenta con un candidato sólido. Pero todavía queda mucho para ese momento; primero tendrá que comprobarse si Arce es capaz de mantener la estabilidad económica y su popularidad durante los próximos dos años.

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