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‘Las herederas’, los fantasmas de la locura

Aixa de la Cruz –escribe Anna María Iglesia– se reivindica como una extraordinaria narradora con su último libro, donde novela la familia, las herencias, el miedo a la locura y el uso de fármacos. 

Un detalle de la portada de 'Las herederas', de Aixa De la Cruz.

“La locura es así, algo que se conceptualiza como un mal privado cuando, en realidad, siempre es compartido”, reflexiona Erica, mientras recorre el pueblo en el que ha transcurrido parte de su infancia y al que acaba de regresar junto a su hermana Lis y sus primas, las hermanas Olivia y Nora, al conocer el fallecimiento de su abuela. Tras mucho tiempo, las cuatro vuelven a encontrarse en esa vieja casa de varios pisos en la que su abuela ha decidido poner fin a su vida. Era mayor, sí, pero su muerte no fue natural. Se suicidó, pero ¿por qué?

Eso se pregunta Olivia, entre sentimientos de culpa. Ella es la médico de la familia. Ella le había firmado el talonario de recetas a su abuela. En busca de respuestas, recorre las distintas estancias, abriendo armarios y cajones, en los que encuentra blísteres de ansiolíticos, antidepresivos y pastillas varias. Pero, entre esos cajones, entre esas habitaciones y sus paredes, se esconde algo más que la pregunta sobre la muerte voluntaria de la abuela: el temor a una locura compartida, a una excesiva predisposición al consumo de ansiolíticos y de otras drogas, legales o no, mezcladas a menudo con alcohol.

“Corre algo oscuro por esta herencia genética que comparten, algo irrevocable que le hace sospechar de sí misma, ¿por qué yo no? ¿O acaso sí?”, vuelve a interrogarse Oliva. “Convive con una alcohólica, una anoréxica y una psicópata bajo el techo de una octogenaria que se cortó las venas”. ¿Es ella la única que escapa de esta maldición familiar?

Este es el punto de partida de Las herederas, la última novela de Aixa de la Cruz, que, tras Cambiar de idea, un texto híbrido entre el relato autobiográfico y el ensayo, se sumerge en la ficción pura para abordar cuestiones que, en parte, ya estaban en su anterior trabajo, como son el consumo de drogas o la precariedad. En esta ocasión, sin embargo, la escritora vasca opta por crear cuatro personajes, cuatro mujeres jóvenes que, de una manera u otra, están atrapadas en distintas formas de consumo y, de esta manera, reflexionar tanto sobre las razones de dicho consumo como sobre su incitación desde distintas estancias.

Nora, trabajadora autónoma, ha pasado de consumir en sus años universitarios drogas para divertirse a estar atrapada en el abuso de otras drogas para aguantar el ritmo de trabajo, para no dejar nunca de producir. Nora representa perfectamente la autoexplotación de la que habla Byung-Chul Han, una autoexplotación que, además, no la hace escapar de la precariedad en la que vive instalada.

Por su parte, Lis, tras haber sido internada por un brote psicótico, vive también atada a una medicación constante que, teóricamente, la protege de tener otros brotes, pero que, al mismo tiempo, la anula. Lis está y no está. Erica tampoco escapa del todo de estos “malos hábitos”, si bien sueña con convertir la vieja casa de su abuela en un lugar para retiros espirituales. Mientras para Erica la casa de la abuela le ofrece la posibilidad de buscar nuevas formas de vida alejadas de las lógicas de consumo y producción de la ciudad, menos frenéticas e impersonales, para Lis esa casa es el lugar de todos los males. Es ahí donde reside la maldición familiar. Algo parecido piensa Nora, que, sin embargo, quizás más cínica, ve la casa como el espacio ideal para ser utilizado por su camello como almacén de drogas. “Un cuerpo en desintoxicación es una crisis económica, una familia numerosa en la que, de pronto, falta un sueldo”, apunta Nora.  

De la Cruz explora de qué manera la línea que separa las drogas legales de las ilegales –aquí hablamos de drogas y medicamentos, sin embargo, en inglés drugs no distingue– se desdibuja cuando el consumo se convierte en un imperativo: se alienta –y esto en Estados Unidos lo saben bien– el consumo para ser productivos, para ser aptos, para maquillar cualquier forma de trastorno. Porque las enfermedades mentales son un tabú y la ‘locura’ es un término tan amplio como despreciativo en el que meter a todo aquel que padece una dolencia. Los medicamentos se vuelven tan necesarios como abusiva es su administración. Se induce a su uso en nombre del orden y del mercado –términos que han terminado por ser sinónimos en la lógica neoliberal–, porque, como señala Nora, alguien que se desintoxica significa “crisis económica”, ante todo para esas farmacéuticas que crean adicciones y, a la vez, producen pastillas para combatirlas. 

Los cuatro personajes de De la Cruz, cada uno con su propia historia, atestiguan las contradicciones de una sociedad que castiga a quien se droga (ilegalmente) y fomenta a quien lo hace (legalmente). Las cuatro primas son, a su vez, el reflejo del miedo a la imposibilidad de una huida de la filiación, de escapar de la familia y su herencia. Ellas no pueden dejar de ser herederas de esa casa que, con aires góticos, esconde unos fantasmas familiares que están ahí y que temen ser descubiertos.

Como Blye, la protagonista de Otra vuelta de tuerca, las cuatro primas llegan a la casa de su abuela, cuya muerte voluntaria esconde su razón de ser en esos fantasmas que, paradójicamente, no son tan distintos de los que acechan a las jóvenes, que sobreviven gracias a esos mismos blísteres con los que la anciana se quitó la vida. 

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Las herederas

Aixa de la Cruz

Alfaguara, 2022

Aixa De la Cruz

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