Sociedad

Milton Alexander López de León, el estudio como antídoto de la homofobia estructural

El reportaje es un fragmento del texto incluido en el libro 'Identidad migrante', publicado por los dos autores en Reclam Editorial en junio de 2022

Milton Alexander López de León durante la entrevista. IVÁN GIMENO

Milton dejó de ser Milton y pasó a ser Alex. Interiorizó que el cambio del nombre con el que se daba a conocer llevaba aparejada una transformación radical de la concepción que el mundo tenía sobre él. Quiso creerlo. Quiso que lo creyesen. Milton siempre había sido también Alex pero, por entonces, con los veinte años recién cumplidos, quiso acallar uno y ser decididamente el otro con el arduo objetivo de silenciar el pasado y mirar únicamente hacia el futuro. No le quedaba otra. La vida no estaba siendo aquello que había proyectado años atrás. Demasiados gritos, exceso de contratiempos, lagrimales saturados. 

Nacido en la capital de Guatemala, sus padres le aportaron historia y piel, cultura e idiosincrasia. Y la diferencia, mal entendida y mezclada con el clasismo, pronto desemboca en racismo. Bien lo sabe Milton Alexander López de León. También su familia. Ella, su madre, de la zona cercana a México; él, su padre, maya de la etnia cachiquel, de San Martín Jilotepeque. Esa unión española y indígena. En el cerro de maíz tierno. Alex nunca aprendió el habla de su padre y nunca se entendió con él. Coincidieron con el español, pero vivieron mundos dispares. Cambios generacionales que son agujeros insalvables.   

Él cuenta con la mirada particular de un hombre, nacido en los ochenta, pobre económicamente y de orientación sexual homosexual en un país invasivamente regido por la moral cristiana. Y, por otro lado, la violencia. El silencio que impone, los anhelos que aquieta, los avances que demora. Reflexiona Milton Alexander: “En el contexto en el que me rodeé no sé cómo salí adelante y no me acabé juntando a una mara. Uno de mis tíos sí perteneció a ellos y acabó mal. En Primaria no tuve tantos problemas pero en el instituto sí. Mis padres no tenían dinero y me vi obligado a ir a un instituto en que se rompían escritorios para construir pistolas. Literalmente. Y se puede hacer, no sé cómo pero se puede hacer. Se movía droga y sobreviví como pude. Existen peleas entre los institutos. A muerte. Me tocó a mí. En la puerta de mi casa me vapulearon y desde entonces tuve mucho miedo. La profesora, al observar que me quería ir, que me lo quería dejar, me ofreció una beca por mi buen rendimiento”.

Foto: IVÁN GIMENO

“Eso me permitió seguir en otro centro, quizá más ordenado y centrado en los estudios pero también con sus complicaciones. Fue bueno pero a la vez destructivo. Me fui a un colegio privado, más grande, y fue fatal. Fue allí donde intenté suicidarme varias veces. No podía aguantar con la gente blanca. Era el único maya, el único moreno. Me trataron muy mal. El racismo fue muy explícito. (…) Incluso cambié mi nombre. En el bachillerato era Milton y a partir de ahí pasé a ser Alex. Nunca pensé en irme y en mi mente se edificó la posibilidad de cambiarlo todo desde dentro pero eso con el tiempo se apaciguó por todo el sufrimiento acumulado y la falta de expectativas de transformación (…) Cuando llegué a Madrid viví en Chueca. Y dije: ‘puta madre, esto es el reino de los cielo’. Nunca había visto a dos homosexuales cogerse de la mano. Allí en mi país a la gente se la descuartiza por esas cosas y reparte los pedazos por varios barrios. Y la gente no reacciona. Al salir de la iglesia y comenzar una nueva vida empecé a tener más ambición. Llegué a ser cajero pero ya no quería. La gente me preguntaba por qué estudiaba tanto. Seguí insistiendo y los estudios me sacaron. Estudié en Guatemala en tres universidades gracias a las becas y obtuve títulos de Informática y de Psicología. Cuando vine a Madrid me gustó. Empecé a trabajar en la Universidad dando clases y con trabajos como consultor y cuando me gradué lo hice con muy buenas notas”, arguye. 

Las agresiones del racismo

Nada es como se sueña. El mundo de acogida está, desgraciadamente, repleto de agravios y diatribas, de inconvenientes y obstáculos. Y de mucho miedo. De recelo a raudales. Es el eje canalizador de las personas migrantes. Terror. El pavor a la policía, emblema de la deportación. De terror al hambre, del pánico a la calle, a tener que volver a empezar, al regreso frustrado. Un miedo para el que no existe terapia porque es personal e intransferible. Un pánico, sin embargo, que sólo se puede combatir desde las herramientas de la comunidad, a través de la colectivización del dolor, con el amparo del otro u otra. En varias ocasiones ha sufrido agresiones físicas, sin poder denunciarlo. 

Sin embargo, el proceso de crecimiento intelectual y maduración emocional ha ido aparejado a una vida dictada por la incertidumbre, sometida por la frustración: “Tengo más sueños. Hace seis meses sólo pensaba en poder comer cada día. Durante la pandemia me vi obligado a pedir ayudas y hubo una organización en València que me prestó su ayuda alimentaria. Uno de sus dirigentes me tocó, me agredió sexualmente, y quería más. Ha habido varias personas que han denunciado este trato en ese lugar. Menos mal que no lo permití. Fui cuatro veces a buscar ayuda y en las cuatro me agredieron sexualmente pese a mi oposición. Aunque me quede con hambre, decidí no volver. Ir a hacer cola para pedir alimento y que se aprovechen de esa forma es desalentador. Cuando llegué a España me ofrecieron prostituirme a través de una aplicación digital, que supuestamente servía como enlace entre nosotros, los latinos, y gente conocida de la política que quería hacer uso de la prostitución de forma totalmente secreta. Ellos se quedaban el 50%. En tres ocasiones me contactaron y en la última me informé porque no tenía dinero. Era demasiado fácil pero finalmente no lo hice. Menos mal. No lo hice. Nunca pensé que podría llegar a esto en la vida. Siempre quise estudiar y ayudar a la gente. Soy sabedor de las secuelas que puede tener pasar por una red de trata. Por un tiempo lo normalicé pero ahora soy más consciente de mi cuerpo y lo que tengo que hacer para respetarme. Pero influye la situación en ese momento, con la falta de trabajo, de comida y de papeles. Media mucho la necesidad y el contexto. Y también tu situación personal heredada en tu familia. A mí de pequeño nunca me respetaron a nivel corporal y sexual. Parecía la única vía. En el marco familiar ya había tenido malas experiencias (…)”. 

Foto: IVÁN GIMENO

López ganó a finales de 2021 una de las becas doctorales «Paulo Freire +» lanzadas por la Organización de Estados Iberoamericanos en colaboración con la Junta de Andalucía.  El guatemalteco la ganó para el desarrolló de su investigación “Duelo migratorio, estrategias de afrontamiento y malestar psicológico en personas migrantes y refugiadas”. En el proceso se recibieron más de 300 solicitudes de candidatos de todos los países de Iberoamérica. 

Milton Alexander sentencia con cada aseveración. Ha vivido mil vidas. Querría desprenderse de algunas de ellas pero todas han formado el valiente que hoy es. Milton Alexander López de León. Nada sobra en él. 

El reportaje es un fragmento del texto incluido en el libro ‘Identidad migrante’, publicado por los dos autores en Reclam Editorial en junio de 2022

Si te gusta este artículo, apóyanos con una donación.

¿Sabes lo que cuesta este artículo?

Publicar esta pieza ha requerido la participación de varias personas. Un artículo es siempre un trabajo de equipo en el que participan periodistas, responsables de edición de texto e imágenes, programación, redes sociales… Según la complejidad del tema, sobre todo si es un reportaje de investigación, el coste será más o menos elevado. La principal fuente de financiación de lamarea.com son las suscripciones. Si crees en el periodismo independiente, colabora.

Comentarios

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.