Sociedad
Aita Mari se prepara para volver a salvar vidas en el Mediterráneo
Visitamos el barco de rescate, que realiza su puesta a punto estos días en Burriana, y rememoramos la complicada misión vivida en junio
A pesar de que la última misión acabó hace semanas, parte de la tripulación todavía se encuentra enrolada en el barco de rescate Aita Mari. Son varias las embarcaciones de este tipo que realizan su puesta a punto estos días en Burriana, Castellón. El Sea Watch 4 y el Open Arms, que pueden verse fuera del agua, en el astillero, mientras que Louis Michell, el barco impulsado por el artista Bansky, y Aita Mari fondean en el puerto.
Pablo Jáuregui se encuentra picando cubierta del barco de rescate Aita Mari bajo un sol de justicia en plena ola de calor en la costa valenciana. “Ahora mismo somos dos a bordo y estamos haciendo las labores de toda la tripulación. A nuestro ritmo, eso sí, pero sin parar”. Pablo ha sido cocinero en la última misión, pero ahora mismo realiza labores como marinero de puente. “El barco lo conocemos bien, es casi, casi como nuestra segunda casa”. Y en Aita Mari siempre hay trabajo, haya misión o esté en puerto.
Desde una pequeña ventana de la cabina del capitán, asoma Óscar Palacios, el “punky”. Estar varios meses fuera de casa pasa factura y comenta que ya tiene ganas de volver para “desconectar y descansar un poco”, algo que sucederá en breve. Este primer oficial y capitán nos recibe entre mapas de navegación mientras describe las tareas que están llevando a cabo estas semanas. “Estamos haciendo tareas de mantenimiento y preparando la embarcación para la varada, que será a finales de agosto y, mientras tanto, estamos aprovechando para ir renovando todos los certificados que nos caducan. Además, hemos sacado las balsas salvavidas para hacerles la inspección anual y estamos actualizando publicaciones, cartas náuticas y demás papeleo para la siguiente misión”.
La más reciente, la octava de la ONG “Salvamento Marítimo Humanitario”, ha sido una de las más complicadas según el “punky”, que viajaba por cuarta vez con Aita Mari. “Tuvimos rescates bastante difíciles, con gente en el agua y las patrulleras libias por la zona y además se alargó el tiempo hasta que nos dieron puerto de desembarque”. “Teníamos bastante gente a bordo, estaban nerviosos, habían vivido situaciones muy intensas, querían desembarcar y no entendían esa agonía extra pasando a bordo calamidades y hubo situaciones tensas a bordo fruto de todo esto”. “Pero al final”, añade, “lo pudimos gestionar todo bien y aunque desde el primer rescate hasta que nos dieron puerto pasaron 9 días, al final todo llega y una vez que nos dieron puerto todo el mundo se puso a celebrarlo y fue bastante bien”, asegura.
En esta última misión, la tripulación ha realizado 4 rescates. En el primero, pusieron a salvo a 11 hombres procedentes de Marruecos, Bangladesh y Costa de Marfil que se encontraban a la deriva y con peligro de hundimiento por sobrecarga y entrada de agua. El segundo fue uno de los más tensos ya que una patrullera libia se adelantó a Aita Mari (sus naves son más rápidas), e interceptó una precaria barca con 103 personas que la ONG se disponía a atender. Cuando el barco de rescate llegó a la zona, la patrullera libia ya había embarcado en su nave a la mayoría de las personas migrantes, pero 17 se lanzaron al agua para evitar ser devueltos a ese país. Así, la tripulación tuvo que rescatarlas una a una, viviéndose momentos de gran tensión. De hecho, Hamsa, un joven etíope de 15 años, ya estaba inconsciente y bajo el agua cuando el equipo llegó hasta él. En este caso, los supervivientes eran de Etiopía y Eritrea siendo menores 7 de ellos.
Cabe recordar que Europa financia, entre otros países, a Libia para que contenga en ese país a las personas que pretenden llegar a Europa. Asociaciones como Médicos Sin Fronteras han denunciado el acuerdo firmado entre Italia y Libia hace 5 años y patrocinado por Europa, que deja en manos de la Guardia Costera libia las patrullas en el Mediterráneo central. Algo que, según la ONG, “en lugar de dar protección a las personas que buscan seguridad y libertad, las mantiene fuera y lo más lejos posible de Europa: en Libia. Más concretamente, en sus centros de detención, donde la tortura y la extorsión son la norma”. Miles de relatos de supervivientes y varios informes internacionales han documentado estos abusos, y una misión de investigación de la ONU los ha considerado crímenes contra la humanidad.
El tercer rescate se produjo en medio de la noche y tras una hora de búsqueda, cuando Aita Mari se dirigía hacia Lampedusa para que el joven Hamsa, rescatado semi inconsciente, fuera evacuado a un hospital. Se trataba de un barco de madera a la deriva con 40 personas a bordo procedentes de Libia en su mayoría, Sudán, Siria y Egipto. Entre ellos, viajaban 6 niños de entre 8 meses y 4 años. Llevaban 24 horas a la deriva sin agua ni comida.
El último rescate llegó a primera hora de la mañana, poco después de que Hamsa fuera evacuado. 45 personas que se encontraban a la deriva desde hacía tres días, entre ellas una mujer embarazada y 18 menores. Sus viajes comenzaron en Etiopía y Eritrea.
Ya solo faltaba recibir la asignación de puerto seguro para el desembarco de las 112 personas rescatadas, algo que tardó en producirse varios días. Según los barcos de rescate, esta espera es una práctica habitual cuyo fin es disuasorio, de desgaste para tripulaciones y para las personas rescatadas y que genera situaciones de mucha tensión en las naves.
Ni siquiera escuchar todas estas historias desde la pequeña zona en la proa del barco donde estas personas tuvieron que esperar puerto durante días, hace que una pueda imaginar todo lo vivido allí.
Después de esta misión, el “punky”, no tiene claro si participará en la próxima: “En el barco las condiciones son muy duras y solo hay una tripulación (en otros barcos de rescate hay dos) por lo que pasamos muchísimo tiempo aquí, no desconectas, vienes muy tocado de las misiones y no te da tiempo muchas veces a cargar pilas. Es normal necesitar un par de semanas para adaptarte a la rutina de la vida normal, y para cuando lo consigues, tienes que volver a embarcar. Creo que necesito recuperarme un poco”, añade.
Pablo, en cambio, dice que estará en la novena misión. “Tengo claro que es el sitio donde hay que estar”, confiesa mientras afirma sentirse “encantado y orgulloso” de formar parte de este equipo.
“Hay una política de silencio de gobiernos como el italiano y el español para que no se hable de lo que está sucediendo en el mediterráneo”
Iñigo Mijangos, presidente de Salvamento Marítimo Humanitario
“Pocas cosas han cambiado en el último año en cuanto a los barcos de rescate” nos cuenta desde Bizkaia el presidente de Salvamento Marítimo Humanitario, Iñigo Mijangos. “Es cierto que con el gobierno italiano de Draghi se han flexibilizado las inspecciones a las que nos sometían a los buques de rescate y en las que éramos detenidos por cualquier excusa. Ahora se siguen haciendo, pero con criterios más profesionales y más éticos. Precisamente, el Tribunal de Justicia de la Unión Europea acaba de sentenciar contra estas prácticas injustas que realizaba el ministro ultraderechista Salvini.
“El resto sigue igual”, dice Mijangos. “Italia no interviene en rescates hasta que no están estrictamente en sus aguas, se siguen tardando unos 8 días en dar puerto, añadiendo un innecesario sufrimiento en las personas rescatadas” y critica “la política de silencio no solo del gobierno italiano, también del español, para que se hable lo menos posible de todas estas situaciones”.
Con respecto a la iniciativa del ministro José Luis Escrivá de reformar la ley de extranjería y que permitirá incorporar personas extranjeras al mercado laboral, Mijangos cree que “son unos cambios puramente utilitaristas que van a utilizar a la inmigración para resolver los problemas de cierto tipo de industria o cierto tipo de actividades económicas que no encuentran mano de obra”. Para el presidente de la ONG, “no responde a un deseo sincero y real de cumplir con los principios de derechos universales o de los tan cacareados objetivos del milenio como el fin de la pobreza o contar con una migración regular”: “Se está vendiendo como una defensa de los derechos humanos algo que es falso y que simplemente busca dar satisfacción a unas necesidades muy concretas del mercado de trabajo”.
Finalmente, el presidente de Salvamento Marítimo Humanitario ha aprovechado para agradecer iniciativas como las de Estella/Lizarra Ciudad de Acogida que organizó el pasado 10 de agosto una comida solidaria en esta localidad navarra cuyos beneficios irán para la ONG: “Aita Mari siempre se encuentra en situación de precariedad económica porque las subvenciones van disminuyendo cada vez más”, explica. En este sentido ha querido hacer un llamamiento a la ciudadanía “a participar en nuestra asociación, para que podamos tener una cierta independencia económica con el barco de rescate y con la asistencia sanitaria que ofrecemos en el campamento de personas refugiadas en la isla griega de Chios”. “Cuantos más socios tengamos y actividades solidarias como la de Estella seremos más independientes y solventes”, ha sostenido.
Aita Mari espera hacer dos misiones antes de que finalice el año y como dice Mijangos, “en enero volveremos a poner el contador a cero y a empezar otra vez”.
El infierno de Libia y las personas que hay detrás de las cifras.
Izaskun Arriarán es enfermera y una veterana en los rescates de Aita Mari. Esta alavesa de Aramaio pudo volver a su casa nada más acabar la misión y desde allí nos cuenta algunas de las historias que ha vivido. “Hemos vuelto a ser testigos de los malos tratos que sufre la gente que huye de sus países, sobre todo de los subsaharianos que llegan a Libia con el objetivo de embarcarse en el peligroso viaje hacia su sueño: llegar a Europa en busca de una mejor calidad de vida”, cuenta. “En esta última misión hemos escuchado historias de malos tratos, palizas múltiples o quemaduras con agua caliente por parte de policías o milicias, que sirven para extorsionar a las familias de quienes migran a cambio de rescates”.
“Un chico nos contó cómo su compañero murió junto a él en un centro de detención ]una especie de cárceles situadas en Libia donde detienen a los migrantes a pesar de no cometer delito alguno] debido al hambre y la sed”. “Son lugares de hacinamiento, sin luz, donde les dan un poco de agua cada día y algo de pan de vez en cuando”, asegura la enfermera.
Algunos jóvenes también hablaron de las mafias que controlan las precarias embarcaciones que intentan llegar a Europa. “Nos contaron que la relación con ellas suele ser vía telefónica pero que cuando varios chicos llegaron hasta una de las barcas y montaron, aparecieron unas personas que los golpearon, los sacaron de allí y volvieron a pedirles los mil y pico o dos mil euros que suelen pagarse por realizar ese viaje”.
Al sufrimiento de estas personas hay que añadir la generalizada violencia sexual contra las mujeres. “Varias mujeres nos relataron cómo habían sido violadas en repetidas ocasiones en el transcurso de su viaje hasta llegar a Libia. Algunas fueron abandonadas en la cuneta de una carretera y violadas nuevamente al día siguiente por la policía que fue a buscarles”. Pero allí no acabó su infierno. “La policía las llevó a un centro de detención donde fueron drogadas y posteriormente abusadas en repetidas ocasiones”.
En esta octava misión de Aita Mari se han producido 4 rescates y, aunque todos son siempre complicados, Izaskun Arriarán recuerda con especial angustia el segundo. “Fue muy duro e impactante para la tripulación. En todas las charlas y coloquios de sensibilización que hacemos, solemos decir que la gente prefiere morir en el mar que volver a Libia pero nunca nos había tocado verlo en primera persona”, recuerda. En este rescate, los guardacostas libios se adelantaron al barco de rescate y, cuando este llegó, 17 personas se lanzaron al agua escapando de los libios, dando comienzo a un rescate tenso y peligroso. “Teníamos a 3 personas en situación bastante crítica en cubierta, habían llegado nadando y estaban exhaustas. Cuando les estábamos atendiendo, quitándoles la ropa e intentando tranquilizarles, trajeron a un chico inconsciente: Hamsa, de tan solo 15 años”. “El chaval”, dice Arriarán, “nadó una distancia importante, en medio de una situación muy estresante y llegaba agotado. Lo habían rescatado cuando ya estaba bajo el agua. Lo metimos rápidamente en enfermería, venía en hipotermia y conseguimos ir reanimándolo poco a poco”. Pero de manera “sorprendente”, Hamsa volvió a empeorar, “había sospecha de que pudiera haber agua en el pulmón”, rememora. Por si todo esto fuera poco y debido a la situación, el oxígeno se agotó. “Tenemos que agradecer al barco de rescate Sea Watch, que se encontraba en la zona, que se acercara y nos diera dos botellas de oxígeno”. Esto, junto a otra medicación, hizo que el joven mejorara progresivamente hasta que fue evacuado a un hospital.
A la alavesa también le impactó ver cómo rescataban a Soukayna, una mujer libia que viajaba con sus tres hijos, uno de ellos con autismo. “Los niños tenían entre 3 y 6 años más o menos. La mujer huía de su marido, que la había amenazado de muerte”. La enfermera recuerda que “la estancia en el barco fue difícil para ellos, niños tan pequeños durante 9 días en un espacio tan reducido y con gente de tantas nacionalidades y culturas distintas”. A pesar de ello, Soukayna no se quejaba, “decía que para los niños no era tan extraño convivir en un espacio tan pequeño y estar juntos ya que, en casa, por miedo a que el marido les pudiese hacer algo, prácticamente no salían de la habitación”. Soukayna, además, hizo de traductora en numerosas ocasiones alrededor de conflictos y tensiones que se han vivido. “Hay que tener en cuenta que después de meses o años sufriendo todo tipo de vulneraciones de derechos y tras jugarse la vida en el mar, hubo personas que estuvieron nueve días esperando puerto. Y ahí aparece el miedo a ser devueltos a Libia, el no entender que no nos den puerto a pesar de que veamos tierra desde el barco”.
“Es un sufrimiento innecesario al que se somete a estas personas que han pasado por experiencias muy traumáticas en sus viajes. Y eso genera tensiones en el barco y los gobiernos lo saben. En nuestro caso, algunas personas se negaron a comer en una ocasión y otras dos se lanzaron al agua porque no aguantaban más. Hubo más momentos complicados y, por cierto, Soukayna estuvo mediando en todos; pero tanto ella, como sus hijos y el resto de niños que viajaban tuvieron que sufrir situaciones muy tensas”.
Pero Izaskun Arriarán prefiere quedarse con los agradecimientos de muchos de ellos, como los de los eritreos, chavales de entre 14 y 16 años que son obligados a ser soldados. “La mayoría huyen a los 12 años solos y su viaje dura 2 o 3 años, incluyendo estancias durísimas en Libia. Fueron muy, muy agradecidos. Tenían mucha hambre, no habían comido durante 3 días a la deriva. Sorprende que tengan que partir de sus casas tan jóvenes para hacer un recorrido tan duro y peligroso”.
Finalmente, la enfermera y una de las responsables de misión quiere agradecer el trabajo realizado por toda la tripulación, “que hizo una excelente labor de coordinación, de equipo y de mantener la calma en cada una de las complicadas situaciones que vivimos”.