Internacional
La privatización del reciclaje ahoga a miles de cartoneros en Turquía
El país se apoyaba hasta ahora en el trabajo informal de más de 500.000 personas que separan cartones y envases en la calle para venderlos a empresas dedicadas a tratar y reutilizar los materiales
ESTAMBUL (TURQUÍA) | «Vivo al día. No puedo más. Si quieren terminar con los cartoneros, al menos que nos den una alternativa. Así no podemos seguir”, lamenta Mustafa. Este joven de 27 años dedica su jornada a recoger cartones en las calles de Estambul para venderlos a empresas que se lucran con el proceso de reciclaje. Trabaja muchas horas al día, normalmente más de diez, con un carro a cuestas buscando envases y cartones en los contenedores. Si mantiene un ritmo constante a pesar de la lluvia, a pesar de caer enfermo, consigue llegar al sueldo mínimo en Turquía, de unos 260 euros. “No tengo tiempo de buscar otro trabajo porque vivo al día. Ahora muchos de nosotros ni siquiera tenemos dónde dormir. Nuestra situación es muy inestable”, explica.
Turquía produce cerca de 20.000 toneladas de residuos de papel y plástico al año, según datos del Ministerio del Medio Ambiente. De estos, un tercio son reciclados gracias al trabajo de los cartoneros, que venden este material a empresas que hacen este trabajo. El país carece de un sistema eficiente de separación y recogida de materiales. Existe un puñado de empresas y ayuntamientos que tienen su propio sistema de recogida, pero es insuficiente y casi todo el peso de esta labor recae en el trabajo informal de los cartoneros. Unas 500.000 personas se dedican a recoger cartones y plásticos en la calle, un trabajo que da sustento a más de dos millones de personas, según la asociación de cartoneros SATDER.
El perfil de estos trabajadores es muy variado: hay inmigrantes, niños o desempleados que hace años que no consiguen un contrato, cuenta Ali Mendellioglu, que lidera una organización que protege los derechos de los cartoneros. “Aquí hay kurdos que fueron expulsados de sus pueblos en los noventa y migraron a grandes ciudades, migrantes, gente con diploma, gente con antecedentes. Es la cara más visible de la pobreza en Turquía. Este trabajo es su forma de vida y, si lo pierden, no les queda nada”, explica.
Mendellioglu insiste en la importancia de organizarse entre los trabajadores ante la amenaza de privatizar su sector sin contar con ellos. En el último año, la policía ha intervenido decenas de almacenes donde los cartoneros guardan su material, un espacio en el que también improvisaban dormitorios para los trabajadores más vulnerables. En una ocasión, los cartoneros llegaron a quemar sus propios carros para ahuyentar, sin éxito, a la policía, que respondió con pelotas de goma y gas lacrimógeno. Más de 200 trabajadores fueron detenidos y tres de ellos se enfrentan a diez años de prisión por “resistencia a la autoridad” y “poner en peligro la seguridad pública”.
Desde entonces, se ha producido un rifirrafe sobre las redadas entre la gobernación de la provincia de Estambul y el ayuntamiento. La primera está en manos del partido en el Gobierno, el islamista AKP; y la segunda, bajo el mando del principal partido opositor, el socialdemócrata CHP. La gobernación anunció que la operación era en contra de “actividades de recolección no autorizadas y sin licencia” que crean “problemas de salúd públicos” y aseguró que actuó con el conocimiento del ayuntamiento.
Por su parte, el gobierno local asegura que no fue notificado de dichas operaciones. En medio de la trifulca, los cartoneros piden una vía de comunicación para reivindicar sus derechos y acusan a las autoridades de echar balones fuera. “Detened estas redadas lo antes posible. Si hay algún problema, contactad con los recolectores para hablarlo. Produzcan proyectos para integrarlos en el sistema, no para destruir a los cartoneros que están sufriendo con este negocio. Si cerráis los almacenes, miles de personas perderán su empleo”, aseguró el cartonero Mahmut Aytar en una protesta.
“El motivo de estas redadas es la creación de empresas privadas de separación de residuos. Ahora están construyendo dos grandes instalaciones para ello en Maltepe y Esenyurt (barrios de Estambul)”, asegura Mendillioglu. “Podríamos haber hablado de la integración de los recolectores en el sistema, pero los políticos ya han tomado una decisión. En lugar de integrarlos, los han abandonado porque sale más caro darles una oportunidad”, añade.
Sin alternativa
“Reconocer legalmente a un grupo tan grande y crear empleo es una gran carga adicional para la economía del país”, dice Serter Oran, experto en economías informales. Oran ha participado en estudios pilotos llevados a cabo en Ankara para incluir a los cartoneros en el sistema, pero cree que la mejor opción es que se autoorganicen mediante cooperativas. “Los proyectos piloto han durado muy poco. En algunos países de América Latina, los cartoneros están organizados bajo el techo de cooperativas. Funciona y es producto de casi 40 años de lucha”, explica. Por el momento, no ha surgido una alternativa parecida y las organizaciones de cartoneros esperan poder negociar directamente con el Gobierno.
El contacto con las autoridades empezó en el año 2004, cuando el Ejecutivo introdujo una regulación para ajustarse a las leyes de la Unión Europea que obliga a los fabricantes de envases a recoger, almacenar y reciclar parte de la producción. Desde entonces, se ha modificado la ley hasta 18 veces, sin ofrecer una alternativa regulada a los cartoneros, cuyo trabajo pasó de informal a ilegal. Una de las principales medidas consiste en multar a las empresas que compren residuos a almacenes no registrados. Sin embargo, no se ha regulado la recogida, separación y transporte de los residuos, la etapa de reciclaje más costosa, más importante y que llevan a cabo los recolectores.
“La solución a este problema no es quitarle el trabajo a estas personas al que recurren como último recurso ante la pobreza, y trasladarlo a los monopolios. Hay que desarrollar soluciones basadas en un trabajo seguro y dialogar con ellos”, asegura Arzu Çerkezo?lu, presidenta de DISK, uno de los principales sindicatos turcos. “Hay que tener en cuenta que trabajan de manera informal y en malas condiciones. No es su elección, es una necesidad”, añade. En el último mes, una decena de ciudades han empezado a pedir a los cartoneros un certificado del ayuntamiento para poder seguir recogiendo desechos en la calle. Esta nueva medida ha expulsado a centenares de trabajadores inmigrantes o con antecedentes penales a los que no se les ha dado el certificado.
Aumento de la inflación
Sus condiciones laborales también han empeorado con el aumento de la inflación –actualmente en el 54%– que ha forzado a los cartoneros a trabajar más horas para llegar a final de mes. Si recogen más de 200 kilos al día, pueden llegar a ganar unas 100 liras al final de la jornada, unos seis euros. “La inflación ha afectado mucho pero hay otro factor. En los últimos años han llegado muchos migrantes a Turquía que, sin ayudas del Estado, se han visto abocados a trabajar en este sector. Hay mucha gente trabajando en los mismos barrios y los precios para comprar residuos han bajado”, apunta Mendillioglu.
Es el caso de Baran (nombre falso), un joven sirio de 14 años que recoge residuos en el centro de la ciudad. “Iba a la escuela pero mi padre perdió el trabajo hace unos meses y necesitamos el dinero. Recojo cartones desde principios de año. Es cansado pero al menos puedo escuchar música”, explica. Añade que, por el momento, no ha tenido problemas con las autoridades turcas.
Turquía acoge a casi cuatro millones de refugiados sirios, de los cuales 1,6 millones están en edad de trabajar. Sin embargo, solo 20.000 tienen permiso de trabajo. Su condición ha abocado a miles de familias a trabajos informales y muchos de ellos son cartoneros. En las calles de Estambul es habitual ver a jóvenes sirios, en muchas ocasiones niños, empujando carros mientras buscan en contenedores. En el último año, también a migrantes afganos, cuya situación en Turquía aún es más precaria. La mayoría no están registrados ante las autoridades y no está claro cuántos afganos residen en el país. Varias ONG calculan que entre 200.000 y 400.000.
“No es solo un trabajo, es una forma de vida. Queremos que la gente vea cómo vivimos y en qué condiciones. Si intervienen en nuestro trabajo, afecta toda nuestra vida. Por eso la resistencia es nuestra única opción”, concluye Mendillioglu.
NO ES CRISIS ES CAPITALISMO.
No hay hoy en día poder estatal capitalista que pueda gobernar esta crisis en sentido «social».
Algunos datos de lo que viene: El gas natural de referencia europeo cierra la jornada en precios récord y el euro cae de nuevo por la debajo de la paridad del dólar. Lo que supone unas importaciones más caras para toda la UE y que en sus Estados miembros la inflación seguirá.
Más: el poder exportador de la UE cae lastrado porque su principal economía, Alemania, es muy dependiente del (antes) gas barato ruso. El problema reside en que toda la eurozona se construyó para favorecer las exportaciones industriales alemanas, sin esto la UE entra en crisis.
Estas predicciones pueden parecer catastrofistas, pero son necesarias para pensar una estrategia política a futuro.
La socialdemocracia necesita que al capital le vaya «bien» para poder repartir los «restos» de su ganancia. Hoy día la UE financia los Estados hiperendeudados mediterráneos con la deuda que va venciendo de Alemania. ¿Qué pasará cuando a Alemania le empiece a ir mal también?
La salida que los distintos gobiernos intentarán será la de paliar las caídas de las tasas de ganancia del capital en su conjunto, a la vez que intentan aplicar ciertas medidas de subsistencia mínima para aminorar la previsible explosividad social.
Por cierto, que al capital en su conjunto le vaya mal no quiere decir que ciertas ramas no estén haciendo negocio y obteniendo beneficios récord, como es el caso de las empresas energéticas, a las que los altos precios les favorecen. El capital es siempre una relación compleja.
En conclusión, este futuro nos obliga a repensar más allá del paradigma de la reforma y la independencia política de la clase trabajadora respecto al poder del capital, de la dependencia estatal. La creación de instituciones proletarias independientes es una necesidad apremiante.
https://insurgente.org/jose-castillo-la-creacion-de-instituciones-proletarias-independientes-es-una-necesidad-apremiante/