Internacional
Aguantar o emigrar: la vida en los Balcanes
Cuando en un país no prima la formación profesional sino los contactos con las personas o las entidades de poder, a la gente de a pie le quedan muy pocas opciones para sobrevivir. Así se vive en Macedonia del Norte
SKOPJE | Impotente, hastiada, puede que cabreada. Valentina Todoroska muestra estos sentimientos cuando recuerda que para prosperar en Macedonia del Norte es necesario contar con un amigo o conocido con poder. No altera el tono de su voz, sino que mantiene su característica monotonía para lamentar que no obtuvo una plaza de funcionaria porque la candidata con la que competía es cercana a un partido político.
Alguna vez, pese a no aumentar la cadencia de las palabras, se trastabilla al relatar un problema extendido en los Balcanes: el clientelismo, que todos conocen pero que, cuando golpea tus ilusiones, escuece. “No puedo definir mis sentimientos de forma adecuada, pero creo –y no solo es mi caso– que este sistema va limando lo bueno que tienes y te transforma hasta que muestras lo peor que llevas dentro”.
En The Oxford Handbook of Political Clientelism, Susan C. Stokes considera que “el clientelismo está íntimamente ligado a la pobreza y la desigualdad, de las cuales sea probablemente tanto causa como consecuencia”. Desde una vertiente antropológica, Alex Weingrod analiza el clientelismo como “personas de autoridad desigual, pero ligadas a través de lazos de interés y amistad, que manipulan su relación para alcanzar sus fines”. En toda sociedad existe, en menor o mayor medida, esta forma de interacción. Además, es inevitable querer ayudar a un hijo o sobrino; es humano, incluso, y ocurre desde tiempos inmemoriales. El problema surge cuando la percepción extendida es que solo se puede prosperar teniendo contactos con los políticos o los oligarcas. Allí es donde la interacción deviene en clientelismo que, en sus diferentes versiones, va desde el patronaje político hasta los acuerdos informales con empresarios o líderes locales.
“El clientelismo también existe en el Reino Unido, pero no afecta directamente a la gente corriente: los políticos obtienen el apoyo de personas con buena posición social, pero si enfermas puedes ir al médico sin tener que llevar 200 gramos de café. La vida es normal. En los Balcanes, el clientelismo es más rudimentario: se expande vertical y horizontalmente y se mezcla con el nepotismo; atrapa a todos los segmentos sociales y tiene presencia en las instituciones y las relaciones familiares. Por eso es tan difícil de erradicar”, explica Marika Djolai, antropóloga del European Centre for Minority Issues y autora del estudio Clientelism in the Western Balkans.
Subraya la problemática que presenta la escasez de recursos: “Los puestos de funcionario son limitados, como ocurre también con las plazas en universidades. El problema es que, cuando los recursos se agotan, la lucha por ellos se embrutece”. Reflejo de esta tendencia, según los datos de Djolai, en los últimos 20 años la mayoría de los Estados balcánicos han doblado su número de funcionarios.
La fuga de jóvenes
Cuanto menor es el tamaño del país, mayores son los lazos familiares y más fácil es que se eleve la percepción de vivir en un Estado clientelar. En Andorra o Emiratos Árabes Unidos, donde todo marcha bien, no supone un gran drama; se acepta como un “mal menor” dentro del confort. Pero en países empobrecidos como Macedonia, de 1,8 millones de habitantes y una renta media mensual de 300 euros, la riqueza a repartir es menor. “Hubo un tiempo en el que se confiaba en cambiar el sistema, pero entonces las personas votaron una y otra vez para que nada cambiase y ahora ya no creen más. Es un ciclo perpetuo en el que, si se es realista, se piensa que no existe una salida”, sostiene Djolai. Como resultado, la juventud emigra, y el resto o aguanta o acaba siendo cómplice del sistema.
Valentina Todoroska aguanta. Ella nació en 1977 en Struga, localidad ribereña del lago Ohrid en la que existe balanza en el volumen entre las comunidades albanesa y macedonia. Arqueóloga de profesión, trabaja en excavaciones en Kavadarci y junto al centro de submarinismo Zadar, bajo las aguas del lago Ohrid. Es, asegura, la única mujer macedonia especializada en arqueología subacuática.
Antes de estallar la crisis de la COVID-19, Todoroska opositó a una plaza laboral en el Museo de Struga. Por la cuota de representación étnica en Macedonia –país segregado entre albaneses y macedonios– ese puesto estaba reservado para la comunidad albanesa, pero no había candidata cualificada y la plaza estaría abierta sin importar la etnia. Sin embargo, el proceso no llegó a tal punto: una mujer de etnia macedonia se consideró albanesa y obtuvo la plaza.
“Puedes decir que eres albanesa, aunque seas macedonia, pero no puedes cambiar de identidad si antes ya has afirmado oficialmente que eres macedonia. Y ella lo afirmó en los concursos de 2018 y 2019”, denuncia. Todoroska subraya más irregularidades y sostiene que su rival es cercana al partido en el poder: “Yo sé que ella es cercana a la Unión Socialdemócrata de Macedonia y que yo tengo 15 años de experiencia y ella uno”. Ha interpuesto un recurso, pero desconfía de que la decisión sea revocada.
El clientelismo funciona a través de redes informales en las que tener un conocido te sirve para saltarte el turno de espera en las instituciones públicas. Si tu amigo está bien conectado, incluso puede obviarse el pago de ciertos impuestos. Además, el sistema se refuerza con lo que el sociólogo Alvin W. Gouldner definió en 1960 como the norm of reciprocity: una norma moral de reciprocidad social por la que las personas tienden a ayudar a quienes les han ayudado antes o, al menos, no intentan dañarles. Esta norma no entiende de etnias o religiones y es el combustible perfecto para el sistema: se crea una deuda no escrita en la que, si todo funciona, existe un beneficio bidireccional duradero.
En Macedonia el sistema es robusto, parece inamovible, pero el beneficio para el cliente es exiguo. Y cada día lo es más. La falta de oportunidades laborales y de progreso democrático no hace más que aumentar la tradicional migración laboral de esta región: se estima que 600.000 macedonios residen de forma temporal o permanente fuera del país. Las mentes más preparadas encuentran oportunidades en Estados Unidos o Europa occidental y desarrollan vidas estables lejos de su tierra natal, mientras que los trabajadores menos cualificados, propensos a la migración circular, terminan como mano de obra barata en Occidente.
Este proceso migratorio ocurre en los Balcanes desde mediados del siglo XX, pero ahora las familias apenas tienen hijos que mantengan la balanza poblacional. Los Estados no han conseguido encontrar la fórmula con la que mejorar las condiciones de vida de la sociedad, y la Unión Europea (UE) no parece ser la solución: Rumanía y Bulgaria, pese a ser miembros comunitarios, mantienen las estructuras mafiosas que obligan a las personas a emigrar. Un estudio del balcanólogo Tim Judah para el medio digital Balkaninsight refleja una tendencia preocupante: se estima que en 2050 Bulgaria habrá perdido el 38,6% de su población con respecto a 1990; y Rumanía el 30,1%.
Los jóvenes –a diferencia de sus padres, que creyeron en el cambio democrático que prometían entidades internacionales y políticos locales– carecen de esperanza. En el caso de Macedonia, el Youth Study South-East Europe 2018-19 destaca que un tercio de los jóvenes ansía emigrar y que uno de cada dos basa su decisión en las mejores condiciones de vida en el extranjero. Además, el estudio identifica los factores que consideran clave para encontrar un trabajo: primeramente, lazos y amigos; en segundo lugar, conexiones con gente poderosa; y en tercero, suerte. Estos son seguidos por la experiencia, el nivel educativo y enrolarse en un partido político.
“La mentalidad de la gente es cortoplacista. La firma [unirse a un partido político] es el camino fácil, pero luego te echan si no les sirves. Aquí el trabajo se reparte con una condición: tú y toda tu familia, no solo tú, tenéis que apoyar al partido”, comenta Kristina, de 24 años (que pide utilizar un seudónimo), quien ha tomado la decisión de huir a la UE: ocurrirá en cuanto finalice el proceso para obtener la nacionalidad búlgara. Ella, a diferencia de Todoroska, no aguanta: es joven y, antes que sufrir una vida inestable, prefiere que se la considere búlgara.
El conflicto con Bulgaria
Macedonia mantiene un conflicto identitario con Bulgaria. Oficialmente, pese a ser el primer país en reconocer su independencia en 1991, Sofía promueve que Macedonia es una creación artificial de la Yugoslavia de Tito; que hace un siglo, los macedonios no eran más que búlgaros. Sin datos oficiales en esta causa sensible, al menos 100.000 macedonios han obtenido la nacionalidad búlgara. Y el flujo continúa, reflejo de la desconfianza en la pronta adhesión a la UE: podría necesitar una generación para completarse o, como ocurre con Turquía, podría terminar en el congelador de Bruselas.
“La nueva generación sabe que el cambio no necesita cinco, sino treinta años, y que los políticos no van a promoverlo. Así, en la próxima década continuará la fuga de cerebros, la pérdida de capital humano, la aceptación del capital extranjero para las inversiones que solo beneficiarán a unos pocos políticos y el derrumbamiento de las instituciones públicas”, lamenta Djolai. Influidos por los cincos siglos de ocupación otomana y, posteriormente, por la jerarquizada estructura de Yugoslavia, que comenzaría a desintegrarse en la década de 1990, nacieron los nuevos Estados de los Balcanes, dominados en el presente por oligarcas corruptos conniventes con Occidente.
En el camino hacia la UE, los Estados equipararon sus leyes a las de Bruselas, pero los circuitos informales que caracterizan a la sociedad balcánica las han convertido en papel mojado. Por estas y otras razones, Macedonia ocupa el puesto 87 de 180 en el Índice de corrupción elaborado por Transparencia Internacional. La democracia, como el día a día, sufre una distorsión constante. Así, no extraña que la sociedad piense si es mejor aguantar o, tal vez, sea ya hora emigrar.
Aunque falsimedia apenas lo difunda, éste es el país que más refugiados ucranianos acoge.
¿No decían que Rusia era tan mala? ¿Por qué tantas personas eligen como refugio al país «agresor»?.
Los medios en manos de la reacción mundial, casi todos, nos suelen “bombardear” con las “bondades” de los gobiernos occidentales y sus gobernados. Aunque unos más que otros, todos ellos, nos dicen, están haciendo “grandes esfuerzos” para recibir a los y las refugiadas ucranianas que están provocando los “malvados” rusos; como si gran parte de dichos gobierno no tuviesen gran culpa de que se haya desatado la guerra en Ucrania.
Pero tampoco en esto es cierto lo que nos cuentan; en esto también mienten mucho. Según ACNUR, nada sospechosa de ser prorrusa, el país que más refugiados/as recibe es precisamente Rusia.
De más de 6,4 millones de refugiados/as de Ucrania registrados/as en toda Europa, casi 2 millones de ellos/as han elegido Rusia para refugiarse.
Compruébenlo en éste gráfico:
https://insurgente.org/aunque-falsimedia-apenas-lo-difunda-este-es-pais-que-mas-refugiados-ucranianos-acoge/
GALICIA, UN EJEMPLO PARA TODAS LAS MACEDONIAS DEL MUNDO.
HE AQUI UNA BUENA BASE PARA UN MUNDO MAS JUSTO Y SABIO.
La Xunta de Alfonso Rueda estrena el curso suprimiendo casi 60 aulas públicas de educación infantil y primaria en Galicia.
La Confederación Intersindical Galega (CIG), el sindicato con más afiliados y delegados en Galicia y mayoritario en la enseñanza pública de la comunidad, ha denunciado que la Consellería de Educación del Gobierno de Alfonso Rueda va a iniciar el curso 2022/2023 suprimiendo 33 aulas en educación infantil y otras 26 en educación primaria.