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De la ‘conspiración’ del 11-M a reventar el minuto de silencio del 17-A

"Lo ocurrido ayer en la Rambla significa la degradación moral de un reducto político", escribe Josep Carles Rius

Foto: @CLxREixampleBCN

Este artículo se ha publicado originalmente en Catalunya Plural. Puedes leerlo en catalán aquí.

Una treintena de personas reventaron ayer el minuto de silencio en memoria de los atentados de Barcelona y Cambrils. Cuando las víctimas depositaban claveles blancos en el memorial del Pla de l’Os, en la Rambla, lanzaron gritos exigiendo “la verdad”. La acción de este grupo responde a la llamada teoría de la conspiración, que defiende la tesis de la implicación de los servicios secretos españoles en los atentados. El boicot provocó la indignación de las víctimas y mereció la condena de todos los partidos, incluido Junts.

El mismo grupo que reventó el minuto de silencio abucheó a los políticos que asistían al acto en una segunda fila. Salvo a la expresidenta del Parlament Laura Borràs, que se acercó a saludar a los alborotadores, entre aplausos. Todos ellos asistieron después a un acto convocado ante la delegación del Parlamento Europeo y apoyado por el Consejo de la República. Bajo el lema de «basta de impunidad», los 250 concentrados acusaban al Estado de «cometer omisiones graves en la protección de la vida».

En los atentados de hace cinco años, dieciséis personas perdieron la vida y el número total de víctimas fueron 350, según la sentencia, que intentaba corregir la falta de rigor de la instrucción judicial a la hora de realizar el recuento. Es el segundo atentado islamista más grave sufrido en España tras el cometido en Madrid el 11 de marzo de 2004 (191 fallecidos y 1.858 heridos). En ambos casos, sectores de la política y de los medios de comunicación han alimentado teorías de la conspiración pese a no existir ningún hecho que las sustente.

La primera alarma

Lo ocurrido ayer en la Rambla significa la degradación moral de un reducto político. Pero las alarmas se habían encendido justo después de los atentados. Los días que siguieron en los atentados de la Rambla de Barcelona y Cambrils, en agosto del 2017, fueron horas de dolor, conmoción y solidaridad con las víctimas. Pero también afloraron otros sentimientos. Era el momento álgido del Procés.

El luto y el respeto a las víctimas parecía suficiente para firmar una tregua. Sabemos que no fue así. Si llevaban años viviendo en la dinámica del todo vale para conseguir sus objetivos, ¿por qué en aquella ocasión debía ser diferente? ¿Por las víctimas? ¿Porque sufrimos un atentado islamista que nos unía en el dolor y la defensa de la libertad? ¿Porque habíamos vivido ya una tragedia de estas dimensiones en 1987, en Hipercor, y habíamos compartido las lágrimas y la indignación? Eran motivos suficientemente sólidos para la tregua. No fue así.

Lo que ocurrió en la respuesta a los atentados no era un capítulo más de la acelerada historia de los últimos años. Era el síntoma más evidente, más triste, del dilema moral que expresa la eterna pregunta de si el fin justifica los medios. Los que intentaron instrumentalizar los atentados respondieron, quizás sin ser conscientes de ello, que sí, que sus nobles causas estaban por encima del dolor y del respeto. Que merecían romper el silencio en beneficio propio.

Cuando se encendieron las luces de alarma tras los atentados de Barcelona y Cambrils, casi nadie atendió a las señales de emergencia. Y el último capítulo lo acabamos de vivir cinco años después en la Rambla. Cuando debíamos recordar en silencio y respeto a las víctimas de los atentados de Barcelona y Cambrils, algunos prefirieron, entonces y ahora, el ruido de su causa.

El precedente: el 11-M

El precedente de lo que vivimos ayer debemos buscarlo en 2004, en Madrid. Hace dieciocho años, Pedro J. Ramírez, director de El Mundo hasta enero de 2014, construyó la mentira sobre el 11-M, el peor atentado terrorista sufrido en España. Con su persistente campaña de cientos de páginas y decenas de portadas contribuyó a incrementar el dolor de las víctimas. A hacer aún más difícil el trabajo de policías, fiscales y jueces que habían realizado una investigación y un proceso penal ejemplar.

Pero Pedro J. Ramírez no estuvo solo en su delirio. Federico Jiménez Losantos, el locutor estrella de la emisora ??propiedad de la Conferencia Episcopal Española; un medio público como Telemadrid, y el diario digital de la extrema derecha (Libertad digital) fueron los cómplices necesarios para alimentar una corriente de opinión crédula con la mentira. Yhubo un compañero de viaje aún más poderoso, un sector del PP que intentaba reescribir la historia, borrar la pésima gestión de las horas que siguieron el 11-M.

El grupo de presión político y mediático actuó de forma despiadada contra todos aquellos que consideraban obstáculos para sus propósitos, ya fueran víctimas, jueces o periodistas. Hay un ejemplo especialmente hiriente. La que fue presidenta de la Asociación 11-M Afectados del Terrorismo, Pilar Manjón, sumó a la pérdida de un hijo un acoso constante. Más de diez años después del día más triste de su vida todavía recibía amenazas. En una entrevista concedida en el undécimo aniversario del atentado pedía que “no se olvide que muchos de los nuestros se han ido quedando por el camino, con ictus, infartos… Y eso proviene de la doble y triple victimización que en este país se hizo con las víctimas del 11-M”.

Hubo millones de ciudadanos que querían leer, oír o ver fabulaciones interesadas antes que conocer la verdad. Sin ellos, el diario, la radio y la televisión implicados no habrían tenido el combustible necesario para la ignominia. Y hubo clamorosos silencios y pocas voces críticas. Un ejemplo. El 21 de septiembre del 2006, cuando la teoría de la conspiración estaba en su momento más álgido, la Junta del Col·legi de Periodistes de Catalunya (de la que yo era decano) fue una de las pocas voces que plantó cara.

El Colegio aprobó un documento en el que se afirmaba que “la teoría de la conspiración afecta gravemente a las instituciones del sistema democrático, ponen en peligro la convivencia y degrada el periodismo”. Dos días después, La Vanguardia publicó un editorial en el que se leía: “No entraremos en consideraciones gremiales. Que cada pluma aguante su vela. Con o sin responsabilidad, la prensa nunca escapa al escrutinio social. En este sentido, poco aportan cruzadas moralistas como la llevado a cabo esta semana por el Col·legi de Periodistes de Catalunya contra quienes se sienten seducidos por las teorías conspirativas”.

El director de La Vanguardia era entonces José Antich. Tras ser despedido del diario, en el año 2013, fundó un digital, donde acaba de escribir un artículo con el título Cinco años sin saber la verdad de los atentados del 17-A y donde da pábulo a las teorías de la conspiración, empezando por las fantasías del comisario Villarejo. Lo que estaba en juego entonces, y ahora no es una cuestión gremial ni moralista, es la democracia, la libertad, la convivencia y la ética. Por eso es tan importante hacer memoria.

Las víctimas

Las víctimas del terrorismo son casuales. Pero son víctimas con causa. La causa de la libertad de pensamiento y del modelo de vida, de los valores de una civilización que los terroristas quieren destruir. En el fondo, las víctimas de las calles de Madrid, Barcelona, Cambrils, París, Londres, Niza, Bruselas, Manchester, Berlín, Ankara, Estambul, Bagdad, Kabul, las ciudades de Siria y tantas otras de todo el mundo han perdido la vida en manos del mismo fanatismo que asesinó a los periodistas de la revista Charlie Hebdo, o que provocó el ataque a Salman Rushdie, treinta y tres años después de la fatua dictada por el ayatolá Jomeini.

La revista y el escritor plantaron cara, ejercieron la libertad de expresión y pagaron un precio alto por el coraje. Y son igual de víctimas de la barbarie como las de Madrid, las Ramblas o Cambrils. Son todas víctimas que debemos sentir como nuestras. ¿Pero es realmente así? ¿Hemos estado a la altura del sacrificio? En el caso de los atentados de Madrid en el 2004, rotundamente, ¡no! El trato que recibieron las víctimas es posiblemente el episodio más miserable de la democracia española. Dieciocho años después algunos intentan reproducir la misma infamia aquí. Las teorías de la conspiración siguen, aunque, como en el caso de Madrid, no hay ningún hecho que las avale.

Paso a menudo por la rotonda de entrada al puerto de Cambrils. También por la Rambla de Barcelona. Y, de vez en cuando, por la estación de Atocha, en Madrid. Siempre me invade el sentimiento de dolor que acompaña a los escenarios de las tragedias. Lo primero que me viene a la memoria son las víctimas. Las que dejaron la vida, y los supervivientes. Los heridos, las familias. Los que estaban allí, en primera fila, en el momento en que el odio y el fanatismo se convirtieron en un crimen contra la humanidad. Podíamos haber sido cualquiera de nosotros. Solo el azar te salva del terrorismo de los fanáticos. Porque buscan esto, precisamente, el miedo indiscriminado.

No olvidemos que su combate es el nuestro, que las víctimas son patrimonio de todos los que defendemos la libertad. Hoy, cuando se cumplen cinco años de los atentados de Barcelona y Cambrils; hoy que Salman Rushdie se recupera de graves heridas en un hospital de Nueva York, hoy que algunos alimentan teorías de la conspiración que agravan el sufrimiento de las víctimas, es necesario recordarlo.

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Comentarios
  1. Hauríem d’estar preocupats realment, no pel minut de silenci trencat sinó per la falta de democràcia de l’Estat espanyol. La llei de secrets oficials que es va posar en pràctica en l’època del dictador Franco als anys 60 atempta directament contra un sistema democràtic. Aquesta llei ha permès les incompareixences a la comissió d’investigació dels atemptats d’agost de 2017, propiciada pel Parlament de Catalunya de representants del Govern, de comandaments de la Policia Nacional i la Guàrdia Civil i del CNI. En total van estar divuit persones les que van rebutjar la col·laboració amb la investigació argumentant que no existeix cap obligació jurídica a aquest respecte.
    Tot això, no només va deixar massa incògnites sobre aspectes fonamentals de la investigació, sinó que fins i tot les va alimentar.
    Una bona lectura per poder treure una opinió, tot i les incompareixences i les compareixences amb caràcter secret, es pot trobar al dictamen final (https://www.parlament.cat/document/actualitat/109317520.pdf) on s’explica clarament que no s’ha pogut esclarir la veritat dels fets i que fan entreveure que el CNI podia haver evitat la massacre.
    En aquest document tenim tot un ventall de visions diferents que posa en evidència tos els grups polítics, però també estan relatats els fets que s’han pogut conèixer, alguns dels quals són aquests:
    “Hem estat coneixedors, a partir dels testimonis que han participat a les diferents sessions de la comissió, que el jutge en el seu moment va autoritzar que el Cos Nacional d’Intel·ligència intervingués els telèfons dels que van resultar ser els participants dels atemptats, els 5 dies previs a l’atemptat. Aquestes escoltes podem concloure que foren crucials en la investigació perquè es creu del cert que els individus havien parlat per telèfon de com dur a terme els atemptats, fet pel qual podem afirmar que els cossos policials espanyols eren coneixedors que ens trobàvem davant una amenaça imminent a Catalunya. De fet, els detalls del sumari del CNI expliquen que coneixien perfectament les seves intencions.”
    “Un dels fets més rellevants que encara no encaixen és la vinculació que hi havia entre Es Satty i el Cos Nacional de Policia i el Centre Nacional d’Intel·ligència. Es pensa que Es Satty estava al corrent de tota l’operació terrorista. En aquest sentit, un cop és mort, el CNP fa desaparèixer la seva fitxa amb l’objectiu de desvincular-lo del cos policial perquè hauria estat un fracàs que un informador de la policia fos un dels caps pensants de l’atemptat.”
    “La Policia Nacional no informa els Mossos d’Esquadra d’aquesta informació per una qüestió de jerarquització del cos. Diversos testimonis apunten al fet que Es Satty era el número 2 de la cèl·lula terrorista. Es va poder conèixer amb posterioritat que tenia preparats tots els bitllets per a sortir cap a Europa. Per tant, amb les diferents informacions de les quals disposem, es pot concloure que totes les proves indiquen que Es Satty era informador del CNI.”

  2. Le rapport de synthèse final 17-A sur le témoignage de l’imam en chef de Ripoll en Belgique omet ses références au CNI

  3. Hubo algunos que perjudicaron el periodismo más que otros. En la época más reciente, fue épica la manera y profundidad de contar mentiras con las «teorías de la conspiración del 11 M». No recuerdo ninguna campaña mediática en la que se publicaran más falsedades durante más tiempo (10 años), alcanzando un considerable nivel de ingenio para engañar a la opinión pública.
    Pedro J Ramírez y Casimiro García Abadillo, resistiéndose y luchando contra la verdad y contra dos sentencias dos sentencias judiciales (AN y TS), en junio de 2009, presentaron un libro titulado «Titadyn», marca de la dinamita que utilizaba ETA. Aún, a esas alturas nos querían hacer creer que los atentados yihadistas del 11 de marzo de 2004 los había cometido ETA. Ahí están las hemerotecas y algunos libros escritos por los protagonistas de aquellas jornadas, como «Las Bombas del 11 M”, publicado por el que fuera jefe de los TEDAX en esa época, comisario Juan Jesús Sánchez Manzano.

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