Política
Las nostalgias de Gazte Koordinadora Sozialista
La moderación para atraer a sectores históricamente reluctantes a la izquierda 'abertzale' genera tensiones en el seno de EH Bildu.
«Nuestros padres eran del PNV y nosotros nos hacíamos de Herri Batasuna, y ahora nuestros hijos se hacen de GKS». GKS: tres siglas que se han ido adueñando de los titulares de la actualidad vasca en los últimos tiempos. Gazte Koordinadora Sozialista surgió en febrero de 2019 como una organización juvenil en pro de «la construcción de una sociedad sin clases» a la par que la del Estado vasco, la «organización comunista del proletariado» y la lucha «contra las diferentes dinámicas del poder burgués», disidente de la moderación impresa en los últimos años al discurso y el desempeño de la izquierda abertzale post-ETA.
Su rápido crecimiento preocupa, y mucho, en EH Bildu, y singularmente en el hirukote, el «trío» abertzale formado por el partido Sortu, la organización juvenil Ernai y el sindicato LAB. Es a este último que pertenece el militante al que le escuchamos el entrecomillado que abre este reportaje. El comedimiento socialdemócrata para abrirse a bolsas de votantes inasequibles para la vieja Herri Batasuna genera tensiones y distintas formas de «nostalgia de la radicalidad» en el seno de EH Bildu, algunas de ellas esperables, otras más sorprendentes, caso del antivacunismo o de la incomodidad de sectores de Eusko Alkartasuna –la, de por sí, pata moderada de la coalición– que sienten que EH Bildu ha adelantado por la derecha a la antigua EA en algunos aspectos.
La grabación de una batalla campal a puñetazos en una calle de la Parte Vieja de San Sebastián circula, viral, por los WhatsApp de militantes y simpatizantes de la izquierda abertzale desde finales de mayo. Ocurrió el día 30 ante el gaztetxe donostiarra: militantes de Ernai contra militantes de GKS. A tal punto ha llegado la temperatura de este enfrentamiento entre jóvenes abertzales leales a, o disidentes de, la línea actual de Sortu. Protestas estudiantiles, topagunes (encuentros multitudinarios) u ocupación de edificios para convertirlos en «centros socialistas» son algunas de las acciones y exhibiciones de fuerza que emprende GKS, cuya inquina ante Sortu y EH Bildu se engrandece ante la visita de la bilkide Maddalen Iriarte a un acto institucional por el cuadragésimo aniversario de la Ertzaintza unos días después de que esta detuviera a treinta de sus militantes, o la decisión de abandonar los polémicos ongi etorri, festejos de bienvenida a presos de ETA excarcelados. Que, según las denuncias de GKS, la izquierda abertzale utilice las comisiones de fiestas para impedir que la organización coloque sus propias txosnas (casetas) en fiestas patronales aviva la ira hasta el punto del enfrentamiento físico visto en San Sebastián.
¿Nostalgia de la ETA que no se conoció? ¿Envidia, más bien, de la irreverencia desarmada de la CUP catalana? ¿O un Frente Obrero euskaldún; recodo vasco de la yihad antiposmoderna contra la trampa de la diversidad y los desvíos feministas o LGTB de la atención debida a la insurrección proletaria? De todo esto se ha hablado en relación con GKS y posiblemente las tres hipótesis se hagan simultáneamente ciertas en un colectivo en realidad variopinto, argamasado por el odio a un enemigo común. GKS –lamenta un dirigente veterano de Sortu– parte de «una interpretación teórica en la que la verdadera revolución no es posible, no porque la correlación de fuerzas lo impida, sino porque estamos nosotros, que somos un tapón que bloquea el caudal de las aspiraciones de las masas. Desde esa mentalidad, no hay que pegarle al Estado, al capital, al IBEX, sino al tapón».
Desde Ernai rehúsan hacer declaraciones sobre GKS, concernidos por la famosa máxima wildeana sobre lo siempre bueno de la publicidad, sea buena o mala, y decididos a no dársela a sus adversarios. Manu Martínez, uno de sus portavoces, reconoce en todo caso que la línea de responsabilidad y disposición al apoyo al Gobierno central que EH Bildu sigue últimamente en el Congreso de los Diputados en Madrid, si bien es defendible en tanto «esas decisiones tienen un valor material cortoplacista» y «van a mejorar las condiciones materiales de la gente de Euskal Herria», les causa «contradicciones».
El vitoriano Hasier Arraiz, de 49 años, presidente de Sortu entre 2013 y 2016, se siente más libre para desgranar con locuacidad las claves de esa cierta incomodidad, y explicar el surgimiento de GKS de acuerdo a ellas: «Los de Ernai se sienten muy limitados: Sortu no me deja hacer esto, lo otro… Es comprensible que, siendo joven, teniendo sangre en las venas, te digas: ¿qué hacemos? Parecemos las juventudes de Eusko Alkartasuna, ¿qué puta mierda es esta? Ahí es donde GKS pilla su nicho. Un movimiento como Ernai podría optar por cuestiones tipo desobediencia civil. La gente quiere mambo, quiere otra cosa», bromea. «La cuestión», apunta seguidamente Arraiz, militante en tiempos de la antigua Jarrai («éramos unos cabestros», recuerda con humor de aquella etapa), «es que todo eso lo llevan con unas dosis de sectarismo que no había conocido ni yo. ¡Se pelean con las feministas, las llaman burguesas! Todo es una mierda menos ellos. Así no vas a llegar muy lejos». Reconoce, en todo caso, que «es verdad que hay ganas de algo más que EH Bildu no cubre y no puede cubrir».
Arraiz coincide de algún modo en su diagnóstico con el sociólogo durangués Ion Andoni del Amo, militante también de EH Bildu, procedente en su caso de las filas del extinto Aralar, antigua vertiente pacifista de la izquierda abertzale. A su juicio, lo que explica estas y otras germinaciones de nostalgia radical no es la moderación en sí, deseable y necesaria, sino haber escogido una forma equivocada de moderarse, habiendo otras más virtuosas. «El problema», apunta, «no es tanto que el discurso se suavice, como que le falta ambición; que termina por no ser valiente; que se vacía de contenido. La dulcificación se ha hecho muchas veces buscando perfiles políticos bajos, y eso es un error».
EH Bildu –señala– «no ha conseguido ofrecer una radicalidad nueva; una radicalidad no sectaria, sino abierta y pragmática, pero capaz de movilizar y de evitar que surjan cosas raras que funcionen como sustituto de radicalidad». Del Amo apunta a un símil musical: «En el tema de la música, Simon Reynolds publicó Retromanía, un libro sobre la nostalgia en el pop. Cuando surgieron el reguetón, el trap, etcétera, dejó de haber retromanía. A falta de un discurso de alternativa potente, la gente se entrega a la nostalgia».
Movimiento antivacunas
Entre esas cosas raras, Del Amo cuenta el éxito notable que –también para preocupación de su dirigencia– llegó a adquirir el movimiento antivacunas en el seno de la izquierda abertzale. La plataforma que, en Euskadi, centralizó las protestas contra las medidas decretadas para contener la pandemia lleva nombre vascuence: Bizitza, «vida» en euskera. Un movimiento transversal, en el que uno podía encontrarse –comenta un dirigente de EH Bildu– desde guardias civiles reluctantes a vacunarse hasta señoras bien de Bilbao o San Sebastián, pero donde la dirigencia bilkide comprobaba con preocupación que buena parte del protagonismo correspondía a manifestantes de clara estética abertzale.
Del Amo señala que, más allá del ecologismo esotérico o la mística hippy a que muchos de ellos pudieran adherirse (un izquierdista de otro lugar de España cuenta con humor que, años ha, la organización en la que militaba distinguía dos tipos de abertzale en sus colaboraciones con la izquierda independentista vasca: los normales y los del bosque o de los elfos), para la movilización de muchos de ellos también era clave haber hallado en el antivacunismo un excitante «sustituto de radicalidad; algo que enlazaba con clichés de los años ochenta: televisión, manipulación, mentiras oficiales», etcétera, así como «cierta conspiranoia que […] fue característica de los discursos de la izquierda abertzale en los ochenta». Dicho a lo bruto, una suerte de nueva ETA; la recuperación posible de un discurso de confrontación dura con el Estado por aplicar las normas, las instituciones autonómicas vascas por acatarlas y las fuerzas de seguridad por aplicarlas.
Podría suponerse que Eusko Alkartasuna fuera el componente más entusiasta, dentro de EH Bildu, de la estrategia de moderación, dada su trayectoria desde su surgimiento en 1986 como escisión de centroizquierda del PNV liderada por el exlehendakari Carlos Garaikoetxea, que nunca tuvo inconveniente en participar en las instituciones. Sin embargo, también aquí germina algún descontento que Maiorga Ramírez, líder del sector crítico de la formación –que no cuestiona la pertenencia a EH Bildu, pero denuncia lo que considera subordinación de EA a la izquierda abertzale–, explica de este modo: «Nuestra voluntad de estar en Madrid convivía con la contradicción de estar en una institución que sostenía la Monarquía y la Constitución. EH Bildu ha llegado más lejos que nosotros en ese sentido y creemos que no ha calibrado bien un apoyo excesivo o la aceptación de unas estructuras del Estado que a nuestro juicio son opresoras, porque no permiten que ejerzamos el derecho a la autodeterminación».
La posibilidad de una escisión estilo CUP se invoca a veces, pero no parece realmente sobre la mesa: corren buenos tiempos para un EH Bildu que crece en representación y poder institucional, y no hay mayor pegamento que la prosperidad. Pero la nostalgia, pandemia epocal, puede infectarse cuando se acumula entre los pliegues de un organismo político que no se preocupe de drenarla con el antídoto adecuado.
Este artículo forma parte del Especial Bildu, por Pablo Batalla. Puedes leer más aquí y en el nuevo número de La Marea en papel.
Qué vergüenza de artículo. Para saber qué es el Movimiento Socialista, no se pregunta a ni un solo militante del Movimiento Socialista, ni se cita uno solo de sus documentos. En lugar de eso, tribuna abierta a quienes ven peligrar sus emolumentos. Como siempre pasa, la Historia se caldea en las catacumbas, las buhardillas y las periferias, un día salta y quienes se documentaron con este artículo ni la ven venir.
Quienes constantemente están liquidando la revolución y vendiendo a la clase obrera al mejor postor, ahora critican a GKS por ir contra ellos y no «contra el capital». Manda huevos.
No entiendo como se puede concienciar a el pueblo para aglutinarlo en una sensibilidad socialista,si lo que haces es confrontar y despreciar absolutamente a todos los actores de izquierdas de la sociedad.
GKS no se siente ni abertzale ni independentista,Llaman traidores a militantes que han pasado 30 años en prisión,Confrontan directamente contra tod@s sin respetar a nadie.Han usurpado gaztetxes donde solo ellos pueden entrar,Bildu y sortu son el enemigo a batir pero también Naiz,Gure esku,movimiento feminista,ernai,lab,korrika..No acabaría,
Eso es GKS y lo digo con conocimiento.
Yo venia a ver que se decía y empaparme mas, pero que para hablar de alguien solo entrevistes a los rivales directos de estos… como mínimo me ha sorprendido, y deja entrever las intenciones del articulo, un tanto manipulativo no entrevistar directamente a los aludidos. O no entrevistar a ninguna parte y hacer algo riguroso, pero poner a hablar a los rivales directos… no hay quien lo entienda.
Claro hombre, se ve que si ta organizas, haces movilizaciones contra la pauperización a la que nos está llevando la peor crisis de las últimas décadas y no hablas a todas horas del feminismo y el lgtbi como sujetos del «cambio», como si no existiera nada más en el mundo eres un nostálgico y un radical y hay que está permitido echarte carros y carros de mierda. Definitivamente en la izquierda vivís en otro mundo, os pasará factura el dejar tirada a la mayoría de la población.
Esta claro que EH Bildu ,ya no es lo que era ,y que Otegui tampoco no defiende lo que defendía y lo llevo a la cárcel. Que comparar GKS con el frente obrero, no se suficientemente sobre GKS para poder debatir, pero del frente obrero si se bastante, y se como antifa que el frente obrero es un enemigo, cosa que no me parece que sea GKS . Salud !!