Cultura
La comunidad, esencia del teatro político
Hubo un tiempo en el que los púlpitos estaban alejados de la política. Despersonalizada entonces, cualquier encuentro de reflexión se convertía en espacio de reflexión, igual que el teatro a lo largo de su existencia. Ahora, una nueva función en el Teatro del Barrio quiere recuperar esa esencia perdida entre personalismos y egos descontrolados
Pablo Rosal, hace unos meses, llegó a la conclusión de que teatro y política eran lo mismo. Eran, en pasado, pues según el dramaturgo los egos desmedidos, las ambiciones personales y los intereses creados corrompieron la segunda parte del binomio. En sus orígenes, allá por mediados del siglo XX y de la mano de Bertolt Brecht (quien dijo que “todo el mundo llama violento al río que se desborda pero no al lecho que lo oprime”), la esencia comunitaria prevalecía en cada actuación, en cada obra. “Tanto teatro como política son reflexiones sobre lo comunitario, y llegan a ellas por el mismo procedimiento. Se reúnen actores que representan cosas, con sus tensiones, conflictos, dudas y transformaciones”, comienza a explicar el artista.
Él es el autor de “Castroponce, 2015”, una función que se podrá ver en el madrileño Teatro del Barrio los días 12 y 26 de junio. En ella, Rosal representa un simposio en la comarca vallisoletana; toda una ficción que se solidifica según el transcurrir de los personajes, todos ellos representados por el propio autor de la obra. El encuentro versa, precisamente, sobre el teatro político. Por lo tanto, esta suerte de metadramaturgia política consciente de su envergadura e importancia se convierte en una pequeña ventana, que se abre poco a poco, para dejar pasar un aire renovado, fresco, escandaloso también.
“Teatro y política son diferentes ágoras para intentar llegar a la misma conclusión: cómo hacemos para vivir bien en comunidad”, dice. Conceptos que en su origen ligaron entre ellos como piezas limadas al milímetro, ahora se desvertebran: “El problema está cuando la política deja de ser comunitaria y se convierte en un interés personal, una cuestión de bandos en donde se desprecia a los demás, y se personaliza en cualquier individuo caprichoso, ridículo, aferrado a sus delirios personales, tal y como demuestras cada día los políticos”, plantea Rosal.
Las raíces del origen
La mejor forma de encontrar respuestas de este antiguo profesor de instituto que hace poco buscando suerte se afincó en la capital ha sido volver a las raíces. En resumen: quiénes somos y de dónde venimos para poder discernir hacia dónde queremos llegar. “Mi obra es teatro político porque reflexiono sobre el origen de la comunidad, porque es un espacio de reflexión y tesis, no dramático ni de confrontación”, simplifica el dramaturgo.
Su juego integrador inmiscuye al espectador y espectadora en la trama. A través de herramientas teatrales y humor, Rosal recrea un argumentario escalonado entre cada uno de los cinco personajes que toman la palabra en el simposio ficticio. Complementarios y versátiles, constituyen un corolario que define al autor: la forma, también el contenido de sus expresiones, constituyen lo que significa el teatro político del siglo XXI. Así lo completa: “Y lo más importante, lo hace un solo actor. Ahí hablo de la potencia del teatro, la sugestión y alusión, la capacidad de sugerir muchas cosas tan solo con palabras y gestos”.
Desligar la política de la individualidad es el reto que el autor se confiere a sí mismo en la obra. El texto no deja lugar a dudas. Aunque el papel todo lo aguanta, siempre, el escenario también lo hace en este caso. “Tenemos que volver al origen de la política, debe ser un encuentro para pensar, soñar una comunidad bonita, y no el pensamiento particular de alguien sobre esa comunidad”, relata. Por tanto, la despersonalización que sufren aquí autor y actor se desliza hacia una crítica que mira con recelo lo institucional, una crítica tangible, que se puede ver y cortar.
La posibilidad de lo político
“Si seguimos creyendo en la política personalista iniciaremos guerras por el orgullo herido de una sola persona”, acierta a comentar en propio Rosal. Sabe bien que comprar en un comercio del barrio antes que en una gran plataforma también es política, al igual que parar un desahucio o integrar las filas de un sindicato de clase. “La política lo es todo, tan solo hay que saber verlo, porque ella sí responde a cada uno de nuestros movimientos. Entonces, ¿todo teatro es político? La respuesta cae como una estocada: “Cualquier expresión artística lo que hace siempre para empezar y poder expresarse es limpiar todo, despejar el terreno. El arte no arranca afirmando, se construye”.
Por lo tanto, es necesaria una cierta amalgama de factores para que surta el efecto deseado. “Yo he considerado, tras meditarlo, que no todo el teatro es política, sino que si la expresión teatral es buena y sensata y ética y está bien hecha, al final de la obra se construye un lugar político”, refleja este dramaturgo. Sin embargo, la política y su reflexión debería inundar la cotidianeidad de la ciudadanía, pero sobre todo que cualquier persona tuviera acceso a ese espacio político que se crea tras la función teatral en igualdad de condiciones. Castroponce es una comarca dentro de la denominada España vaciada. ¿Castroponce verá la obra? “Esa es la gran pregunta. Yo espero que sí, porque además como parte de mi política personal y reivindicación construyo mis textos con decorados muy austeros, para que no cueste moverla de un sitio a otro”, contesta Rosal.