Opinión
Despertar en lunes: ¿un cuento de terror?
"Cada vez me cuesta más entender y aceptar el mundo en el que vivo", explica el escritor José Ovejero en La Mirada
Me despierto este lunes después de un domingo sin consultar la prensa. Me asomo a la pantalla medio encogido, como esos protagonistas de películas de suspense que se adentran por un pasillo oscuro sabiendo que el asesino no está lejos. A mí también se me erizan los pelillos de la nuca.
Leo que el PP ha ganado por mayoría absoluta en Andalucía. Este golpe era tan esperado que no me desestabiliza mucho. Empiezo a maldecir por lo bajo como un anciano que lleva demasiado tiempo viviendo solo; se me escapa la perorata habitual, mi escándalo porque tanta gente pueda seguir votando a un partido atravesado por la corrupción, capaz de aliarse con la extrema derecha cuando le conviene, que subvierte las instituciones… Venga, hazte un café, me digo, y mientras contemplo la cafetera exprés repaso mentalmente las cifras sumadas de la izquierda, en las que incluyo al PSOE andaluz para que no resulten tan desoladoras. A pesar de todo, no lloro.
Después, sentado en el sofá, leo que Macron vuelve a ganar en Francia, aunque no con mayoría absoluta. La victoria de la tecnocracia es siempre la victoria del conservadurismo, se me ocurre en ese momento, pero no me demoro en la idea porque leo que la ultraderecha francesa ha conseguido los mejores resultados de su historia en unas legislativas y que la suma de las derechas y el centro derecha supone alrededor del 65% de los votos. Y también leo que entre la altísima abstención y los votos nulos o en blanco sólo se ha pronunciado por algún partido el 39% del electorado.
Abro la calculadora en la pantalla y hago las cuentas: el partido de Macron obtendrá el gobierno con un quince por ciento de los votos posibles. ¿De dónde puede sacar la legitimidad un partido si su gobierno se basa en el voto de un porcentaje mínimo de la población? Y, sin legitimidad, ¿de dónde saca su autoridad? Y me digo, mientras me levanto a hacerme el segundo café, que por eso nuestras democracias cada vez se basan más en la mentira, una prensa amaestrada, la fuerza policial y el control de la población; un poder sin autoridad necesita siempre la fuerza y el engaño para mantenerse.
Acto seguido leo que la izquierda ha salido vencedora en las elecciones colombianas y siento el alivio de que no haya vencido un admirador de Hitler, empresario acusado de corrupción, es decir, una enésima versión de Bolsonaro o Trump. Pero el alivio es temporal; aún no he salido del pasillo oscuro y llega el nuevo susto. El 47% de los votantes optaron por este indeseable.
Cada vez me cuesta más entender y aceptar el mundo en el que vivo. Yo pensaba que hacerse mayor, madurar, consistía justo en lo contrario, y aquí me tenéis, entre asqueado, aterrado y confuso.
Cuando voy a cerrar el ordenador veo que el título de la autobiografía de Toni Cantó es De joven fui de izquierdas pero luego maduré. En seguida lo asocio con aquella frase idiota según la cual quien no es comunista a los veinte años no tiene corazón y quien sigue siéndolo a los cuarenta no tiene cerebro. Son muchos los voceros de la derecha y la ultraderecha que presumen de un pasado malote y revolucionario, cosas de jóvenes, las hormonas, la ingenuidad, el insuficiente desarrollo del córtex prefrontal… Pero a mí me parece que ese supuesto realismo basado en un mejor uso del cerebro es una filfa. Esa inteligencia práctica, sin corazón, puede ser más devastadora que un corazón poco inteligente.
Yo soy más radical hoy que de joven, pero no porque tenga más corazón, sino porque, aunque no comprenda el mundo, sí comprendo que ese que nos ofrecen la derecha y los supuestos liberales, ese en el que es preferible un Bolsonaro aunque sea un poquitín payaso a un Lula, es un lugar terrible. Un mundo en el que el cerebro del poder legitima cualquier horror con tal de que la izquierda no gane, con tal de que los poderes económicos no se sientan amenazados y se puedan continuar los negocios aunque para ello sea necesario desencadenar guerras o perseguir, espiar o incluso asesinar a disidentes, y aliarse con asesinos porque, seamos prácticos, las cosas son como son y no como quisiéramos.
Cierro por hoy el periódico. Es lunes. Queda una semana por delante de análisis, valoraciones, predicciones; sé que los leeré y que no me ayudarán a entender de verdad el cuento de terror que puede ser la realidad, pero también sé que, como el protagonista de las películas de suspense, tendremos que seguir atravesando ese pasillo oscuro por muchos asesinos en serie que se agazapen en él. Es nuestra única posibilidad de acabar con la pesadilla en la que parecemos vivir.
Comparto , de pe a pa, cada una de tus palabras. Tengo 60 años, y cada día que pasa soy más «radical». Será que no somos normales…
Abrazo fuerte