Crónicas | Internacional

Asalto al Capitolio: ‘the show must go on’

Así discurren las sesiones de la comisión de investigación sobre el asalto al Capitolio de EEUU: con efectos especiales y final predecible.

Manifestantes pro Trump en el asalto al Capitolio de los Estados Unidos. REUTERS / STEPHANIE KEITH

No sabemos si la revolución será televisada, pero las sesiones de la comisión de investigación sobre el asalto al Capitolio estadounidense el 6 de enero de 2021 sí lo están siendo. Como si se tratara de una serie de Netflix, los nueve miembros de la cámara de representantes –de los cuales solo dos son republicanos–, que desde hace meses lideran las pesquisas, están presentando estos días sus conclusiones parciales ante una audiencia increíblemente polarizada en la que sigue calando la conflictividad social exacerbada por Trump.

De hecho, según algunas encuestas, el 50% de los votantes republicanos continúa creyendo que el magnate ganó las elecciones, cifra que probablemente explique la decisión de Fox News de no emitir estas sesiones. Sin embargo, otras muchas cadenas sí las están retransmitiendo, y en un formato espectacular digno de la mejor tradición hollywoodiense. Quizá la sesión inaugural fuese la más impactante: aquella destinada a “enganchar” a los televidentes, quienes son asimismo votantes en potencia en las elecciones de media legislatura que tendrán lugar en noviembre.

Hace poco más de una semana, el presidente de la comisión, Bennie Thompson, diputado demócrata negro, junto a la vicepresidenta, la congresista republicana blanca Liz Cheney –hija del polémico Dick Cheney, vicepresidente con George W. Bush al que le ha sido atribuida la cruenta gestión de la Guerra contra el Terror tras los atentados de las Torres Gemelas– iniciaron su andadura televisiva al frente de esta suerte de pseudo-juicio en el que, no obstante, la pseudo-sentencia se nos ofreció por adelantado.

Thompson y Cheney dejaron muy claro que la insurrección en el Capitolio había sido un intento de golpe de estado provocado por Trump y, a partir de ahí, fueron llamando a distintos testigos y presentando pruebas. Entre ellas destacan las imágenes “nunca vistas” recogidas por un director de cine documental que se encontraba grabando en las inmediaciones del edificio cuando ocurrió el ataque, el día que los distintos parlamentarios habían elegido para certificar los votos electorales que corroborarían la victoria de Biden. En mitad de la sesión, tras demostrar la implicación de grupos de ultraderechistas como Proud Boys o los Oath Keepers, pasaron a mostrar las despiadadas escenas. 

Que nadie se equivoque: el hecho de que el informe que producirá está comisión no sea vinculante no significa que su papel no sea crucial. Entre otras afirmaciones clave para inculpar a Trump, se dijo que no solo era plenamente consciente de la tentativa golpista que se estaba fraguando, sino que llevaba meses urdiéndola junto a hombres de confianza, como su abogado Rudy Giuliani, con el que habría celebrado reuniones secretas.

Se recordó a los espectadores cómo a este abogado se le retiró la licencia para ejercer tras manejar pruebas falsas sobre la supuesta alteración de las máquinas que realizan el recuento de votos. También subrayaron los más de 60 juicios que Trump perdió de la mano de Giuliani cuando intentó impugnar los resultados electorales por la vía legal.

Por si fuera poco, las declaraciones de su antiguo fiscal general, Bill Barr, quien dimitió tras negarse a secundar la farsa de las papeletas robadas, se compartieron en vídeos donde calificaba la conspiración trumpista de “gilipollez” (bullshit), y la misma Ivanka apareció en pantalla asegurando que ella confiaba más en Barr que en su padre. Ya se sabe: cuando el malo es ya irredimible, hasta los suyos lo abandonan. La guinda la puso el testimonio de una agente de la policía que se encontraba de servicio aquel día: los insurrectos le arrojaron gas lacrimógeno, fue golpeada y cayó inconsciente al suelo, un relato espeluznante que aderezó con patriotismo. Ella batalló allí para defender la Constitución.

Lo cierto es que en Estados Unidos estuvo a punto de desatarse una crisis constitucional de magnitud insospechada; que el peligro de guerra civil fue anunciado por reputados columnistas desde las páginas del New York Times; que la mayor amenaza para el país de acuerdo con numerosas agencias federales –incluido el FBI– sigue siendo la ultraderecha autóctona, por encima del terrorismo internacional; y que es difícil pensar en una época de mayor tensión, violencia institucional y callejera desde, al menos, la era de las luchas por los derechos civiles.

Durante el asalto al Capitolio, cinco personas murieron, pocas en comparación a lo que podría haber ocurrido. Más de 865 están siendo juzgadas en tribunales reales debido a su participación en el motín, muchas de ellas por delito de sedición. A pesar de todo esto, la comisión de investigación, que apunta directamente a Trump como el causante del desastre, es meramente informativa, y acontece después del procedimiento fallido que constituyó el impeachment.

Aquí, los intentos para deponer al presidente derrotado e impedir que pudiera detentar cargos futuros como representante de la ciudadanía se hicieron trizas en el Senado, que no alcanzó los dos tercios necesarios para llevar a buen puerto sus objetivos. En ambas cámaras, muy pocos fueron los republicanos que se atrevieron a juzgar a un líder cuyo poder había monopolizado el partido, tanto que a los disidentes se los trató como traidores, injustos con un golpe al que denominaron “discurso político legítimo”. 

Tal vez con la intención de minar el aún vivo dominio de Trump en el imaginario conservador, estas sesiones se están celebrando con mucho bombo, golpes de efecto y un maniqueísmo nacionalista que convierte a los participantes en estereotipos. Así, en el último capítulo (van tres de siete) se ensalzó la figura de Mike Pence, el vicepresidente que, fiel a la ley, se negó a cumplir las órdenes de su jefe y manipular el veredicto de las urnas.

No es casualidad que Pence esté considerando seriamente presentarse a las elecciones de 2024. Si el partido demócrata las perdiera, cosa que se estima –por ahora– probable dada la factura que le está pasando a Biden la inflación, la caída de la bolsa en picado y las múltiples promesas incumplidas respecto a su programa de reformas sociales, al menos podrían asegurarse de que uno “de los buenos” las ganara. Volver a las viejas formas del bipartidismo, a las estrategias comunicativas y políticas sin demasiadas estridencias, al estado de derecho –defectuoso, pero estable– les garantizaría el mínimo de democracia requerido para no convertirse, otra vez, en una vergüenza mundial ahora que, precisamente, se empeñan en erigirse en héroes de la civilización occidental frente a Rusia y China

Como entonaba Queen en los 90: the show must go on. No está claro que el departamento de justicia vaya a iniciar acciones legales con el informe que se derive de la investigación actual porque, seguramente, estas sesiones no se idearon para tal fin. Se trata de moldear la opinión pública en otra dirección, menos extremista; de limar las brasas que todavía chisporrotean tras el devastador incendio; de retornar a la alternancia pacífica de candidatos medianamente decentes antes de que sea demasiado tarde. A quien disfrute del cine de acción, con efectos especiales y final predecible, le recomiendo enchufar la tele. 

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Comentarios
  1. Desde luego que si nos ponemos a analizar a cada un@ de l@s que nos dicen ser » refutad@s lideres mundiales » ; podemos concluir que l@s que manejan realmente
    este planeta lo tienen basado y fundamentado en la estrategia de ofrecernos y presentarnos a l@s más inept@s e inmorales , que aceptamos sin recelos votándolos incautamente .
    Salud.

  2. Antes como ahora, vivimos en el filo de la navaja. EE.UU. es la bestia más visible, ya que ni ellos mismos tienen reparos en mostrarnos su carácter esencialmente perverso y sumamente vulnerable en sus innumerables producciones cinematográficas, la mayor parte de ínfima calidad a las que hasta Fox financia, en las que el planeta entero depende de la voluntad inquebrantable, y absolutamente irracional, de una panda de gilipollas que al final chocan las manitas en el aire, eufóricos, independientemente del número de muertos (miles, millones… da igual) derivados de la movida del guion. En cualquier otro lugar, y fuera ya del territorio Hollywood, incluida la pluscuamperfecta UE, bastaría con que cualquier fascista bien relacionado y con ganas de gresca, difunda a través de sus complacientes medios, esos de los que tanto se quejan, perros llorones, cualquier majadería sin escrúpulos que provoque la movilización de cierto número de unidades militares y, tal vez, la declaración de un estado de emergencia, o directamente de sitio, por la sobreactuación de cualquier muy democrático gobierno con la aquiescencia de la atemorizada población (¡ETA vuelve, con acento venezolano!). Unicamente se necesita que el poder genuino, el del capital, se sienta lo suficientemente amenazado por tanto derecho social en ciernes y tanta crisis climática opuesta a su cuenta de resultados y a los privilegios de sus élites.

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