Opinión
Nuestra Edad Media postmoderna y los gobiernos que los pueblos se merecen
"Es pavoroso, para los supervivientes de la modernidad, en efecto, comprobar, en tal contexto, ese nivel de brutal desprecio por la verdad objetiva", escribe el autor
No es nada nuevo afirmar que vivimos en una nueva Edad Media –esta impresión y, luego, certeza, viene de mediados del siglo XX–, aunque, como toda repetición de un ciclo histórico, esta Edad Media no es exactamente la misma Edad Media original, igual que la Europa barroca, católica y contrarreformista, nacida en Trento –el precedente inmediato de nuestra actual Edad Media post-moderna–, no fue exactamente, en todo, como el modelo social y político que se trataba de reeditar. Sin embargo, en lo esencial, las tres Edad Media son espacios/tiempos coincidentes.
Hay dos constituyentes medulares comunes a los tres tiempos. El primero es la ignorancia masiva, esa ignorancia transversal que observamos a izquierda y derecha, arriba y abajo; ese semi-analfabetismo cazurro y castizo, imbatible, impermeable y refractario a los datos objetivos y al raciocinio, y volcado, sin remedio, al prejuicio, al mito, a la mentira y a las emociones, cuanto más violentas e irracionales, mejor. Es pavoroso, para los supervenientes de la modernidad –aún quedamos algunos–, comprobar cómo ese pringoso oscurantismo se extiende y lo domina todo, incluso entre las élites políticas profesionales y mediáticas. Cómo ese rechazo general de los hechos reales y de los datos empíricos, y de la argumentación meditada, sostenida en esos mismo datos procedentes de la realidad real, se agranda, y apenas nadie ya está dispuesto, hoy, al estudio paciente y a la investigación del mundo circundante, sea a través de la lectura, de la investigación personal o de la escucha atenta de fuentes competentes, contrastadas y fiables. Lo que lleva también a esa –más sutil e invisible– desaparición del lector activo y curioso, a esa muerte efectiva de la literatura que Roberto Cotroneo y otros atisbaron, en el inicio mismo de la postmodernidad, y a la efectiva muerte real del arte y de los artistas libres, un poco más tarde, tal como W. Deresiewicz ha expuesto en su ensayo La muerte del artista.
Es pavoroso, para los supervivientes de la modernidad, en efecto, comprobar, en tal contexto, ese nivel de brutal desprecio por la verdad objetiva entre las profesiones periodística y política: una misma e idéntica profesión, al fin, si lo pensamos bien, pues, como el órgano ideológico y propagandístico de la primitiva pirámide feudal –entonces, la Iglesia católica– era un correlato idéntico en su conformación y ejercicio a la de los órganos ejecutivos y políticos –la realeza y la nobleza–. Hoy, en esta coyuntura, el periodismo y la política profesional son, una misma e idéntica carrera, con la misma e idéntica conformación y función respecto de los órganos ejecutivos: el capital financiero y sus fondos especulativos, por una parte, y los monopolios energéticos y armamentísticos, por otra.
Someterse a la contemplación o a la escucha de la supina ignorancia de contertulios, opinadores gárrulos, presentadores estrellas y profesionales de la política que se hacen los memos, o que han hecho de la mentira y de la aparente memez su modus vivendi: todo al servicio de sus verdaderos amos, unos poderes económicos –ya ni siquiera productivos, en los términos de la modernidad– compuestos por señoritos corruptos y corruptores; especuladores y rentistas, parásitos sociales –nacionales o globales, es lo mismos–, resulta aterrador.
Cuando los escuchas, te das cuenta de que la historia de España o de Europa, la realidad real entera, se las trae al pairo –no digamos la historia o las realidades reales de las zonas y entidades sociales e históricas no europeas, como Sudamérica, Asia o África–. Nunca van más allá de lugares comunes cansinamente repetidos, o de sus vagas impresiones extremadamente subjetivas y personales, o de graciosas, ocurrentes y farragosas exposiciones político-ideológicas al servicio de la cadena o del amo que les paga. Lo más significativo, sin embargo, es que, a menudo, se tiene la impresión de que unos y otros son incapaces de fundamentar y argumentar sus opiniones y sus memeces propagandísticas no por maldad, sino por esa ignorancia transversal que lo anega todo, por más colegios privados y de curas a que hayan ido –en realidad, sobre todo, si han ido a colegios de curas–.
No es maldad, en muchos casos –repito–, es solo esa pereza e ignorancia heredadas en siglos de incuria y rechazo de la inteligencia y de la razón; por siglos de una educación dirigida al no saber, a la repetición estulta de cuatro falsedades y otras cuatro medias verdades exitosas. De ahí que intentos tan loables de profesionales como Javier Ruiz, por ejemplo, o, de otro modo, los del equipo de “La Base”, de Pablo Iglesias, así como del resto de colectivos y de personas que, a título individual, en las redes o fuera de ellas, en los medios de comunicación periféricos, o en la escuela y en la universidad, que tratan de combatir esa pereza mental y esa ignorancia, a la par que necesarios y meritorios –por supuesto que lo son: aquí estamos–, resultan, me temo, inútiles.
Los tópicos, las medias verdades y las mentiras u ocurrencias –e invenciones armadas sobre la marcha– se suceden, se repiten, se trasiegan sin el menor pudor, como sacrosanta e infalible opinión personal, como pasa –si se considera bien– en cualquier taberna de este país de taberneros y tabernarios, pues el ignorante es atrevido e, incluso, soberbio. Lo más triste para un superviviente de la modernidad no es descubrir esa ignorancia casposa en los políticos y profesionales del embuste de la derecha, ni siquiera en casos tan patéticos como el de Ayuso, que hace ostentación de ella, sino descubrirla entre muchos profesionales políticos y opinadores y comunicadores supuestamente “de izquierda”, léanse aquí nombres como el de Ferreras y compañía, que nos presentan cualquier gilipollez, cualquier aspecto superficial, lateral y distractor de lo auténticamente medular, o cualquier media verdad, en el mejor de los casos, o un rumor o invención, en el peor, como el sursum corda, que decía mi abuela, del espectáculo de la información.
El segundo constituyente común a los periodos medievales es, como se sabe, la servidumbre aceptada por la inmensa mayoría del cuerpo social y el cierre de las clases sociales, es decir, la estamentación compacta y monolítica de los órganos sistémicos (solo hay que ver cómo funcionan la justicia, el ejército, la iglesia católica y la banca en este país). Se podría afirmar que, desde este punto de vista –sensu estricto–, no hemos sobrepasado, en España, el estado de “democracia orgánica” franquista. Tampoco voy a descubrir aquí, a estas alturas, lo que, desde La Boétie, en el siglo XVIII, hasta Bourdieu y Jacques Ranciere, en el siglo XX, se sabe: que no hay mejor siervo que quien cree que su servidumbre es una conquista y no una carga.
Para un superviviente de la modernidad, este es un aspecto de la realidad medieval postmoderna aún más desolador e hiriente que la general pereza intelectual y transversal ignorancia a la que aludíamos antes. Esta servidumbre aceptada es producto, en parte, claro está, de esa general incuria e ignorancia, pero lo es principalmente de esos rotos y de esas costuras abiertas –usando los sugerentes términos de Antonio Maestre– provocados en la vieja clase obrera por una labor de propaganda tenaz e insidiosa y, ante todo, por el agotamiento productivista, a los que se han sumado, de un lado, el sistemático acoso al libre pensamiento racional y, de otro, esa marea arrolladora de desinformación masiva promovida a través de las redes sociales y de Internet o mediante las más diversas herramientas de los grupos mediáticos nacionales y globales, así como desde la escuela.
Un agotamiento productivista y consumista, y un acoso ideológico al que se han visto sometidas varias generaciones desde la posguerra mundial, a partir de los acuerdos de Bretton Wood, firmados entre las élites financieras de las potencias ganadoras y las socialdemocracias laboristas y sindicales occidentales; y que supuso el surgimiento y posterior desarrollo del modelo del welfare state, el famoso “estado del bienestar” capitalista –ese que las masas del 15M pedían reeditar y recuperar, ante su evidente deterioro; y que las masas de obedientes votantes, hoy mismo, piden, ansiosa e inútilmente, reeditar y recuperar–; cuya columna vertebral –y uno de los señuelos ideológicos más potentes que han posibilitado las roturas de la vieja clase y su definitiva sumisión– fue, y es, aún hoy, el concepto y el fenómeno de la “clase media”.
Y es que, en este modelo de medievalización posmoderna, son, justamente, la ideología de consumo ansioso y masivo, y el dogma productivista neocón que todo lo arrasa –dos de los pilares básicos de la visión del mundo de la “clase media”–, las palancas de la servidumbre voluntaria: en realidad, el miedo a perder la capacidad de consumir. Así que, cuando contemplemos cómo los viejos señoritos y sus herederos se hacen con las riendas de Andalucía, igual que los viejos señoritos franquistas y castizos lo han hecho ya en Madrid o en Castilla y cuando se apoderen, finalmente, del estado entero y desmonten y hagan desaparecer las últimas conquistas de la modernidad, sepamos por qué sucede, que no es otra cosa que la plasmación y concreción, en el ámbito de lo político formal democrático, de una realidad histórica y material más profunda, como sucede en el resto de Europa y en los Estados Unidos, cuyos modelos más groseros serían, entre otros, el trumpismo, made in USA, la Hungría de Orban, el Brasil de Bolsonaro, el Reino Unido neo-thacherista del Brexit y de ese patético jubileo de una reina decrépita y del juerguista Boris Johnson, la Rusia putinista o la Polonia clerical de los Kaczynski.
Desde este punto de vista, considerado todo lo dicho, ¿tienen los pueblos los gobiernos que se merecen? Una afirmación o una pregunta extraordinariamente incómodas entre la vieja izquierda ilustrada. Pue sí, los pueblos tienen los gobiernos que se merecen. Los siervos voluntarios conquistan, con sus votos y su indiferencia, no solo su servidumbre, sino también a sus señores, o a sus señoritos y señoritas –con peineta o sin ella, de derechas o de izquierdas–, en esta versión cutre-casposo-castiza tan española. Y esta pulsión suicida, autolesiva, morbosa y perversa de las masas, cuando se da, es imparable, ha sucedido muchas veces antes.
En su Anatomía de la destructividad humana, Erich Fromm sostiene que quien tiene miedo, quien es incapaz de sentir empatía por los otros y de amarse a sí mismo, necesita controlar y que quien no puede controlar –ni amar, ni amarse– necesita destruir o destruirse. Y eso es lo que sucede, y ha sucedido ya antes, con las masas serviles, rotas y abiertas en canal por el cansancio y el miedo, que, como también afirma, en su lúcido tratado sobre la destrucción, el mismo Erich Fromm: «La explotación y la manipulación producen aburrimiento y trivialidad, mutilan al hombre, y todos los factores que hacen del hombre un lisiado psíquico lo vuelven también sádico o destructor…» Destructor de mundos y de otros, pero también de sí mismo.
¿Cuáles serán las consecuencias de todo esto? Sobre todo, a estas alturas de la historia y con esta capacidad destructiva acumulada. ¿Qué sucederá cuando colapse el actual espacio/tiempo de este Medioevo postmoderno, sometido al orden orgánico, depredador y monolítico de los señores del Capital financiero? De este orden oscuro y letal que jalean sus siervos y sus cortesanos, que predican sus fanáticos voceros, desde sus púlpitos mediáticos o desde sus cátedras teológicas, cual eclesiásticos supersticiosos de la ortodoxia neocón, y defendido, con mano de hierro, por brutales paladines sin escrúpulos. ¿Habrá tiempo para un nuevo renacer del conocimiento y de la inteligencia crítica, de ver a los siervos liberándose de sus miedos y de sus oscuros atavismos, en busca de libertad y autogobierno, o se han agotado ya, para siempre, las posibilidades de un nuevo Renacimiento…?
¡Chapeau!, que artículo más acertado. Magistral y didáctico al mismo tiempo.
A veces pienso que aún tenemos más de lo que nos merecemos.
Cuando una Universidad, Matías, centro del saber, de la cultura, de la resolución de conflictos dialogando, de la cooperación y no de la confrontación, se dedica a fomentar la violencia, la guerra, la OTAN, debemos empezar a preocuparnos muy seriamente.
El futuro se presenta muy, pero que muy negro…
LA UNIVERSIDAD DE CORDOBA y el ejército de Tierra organizan las jornadas «OTAN para jóvenes».
La plataforma Córdoba por la Paz y contra la Base Logística del Ejército de Tierra denuncia que la Universidad de Córdoba se haya prestado a organizar este acto de propaganda del militarismo, la política de bloques y la carrera armamentística, tan alejados de los valores de defensa de la libertad, la cultura, el diálogo y la paz que deberían presidir una institución universitaria.
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CUMBRE DE LAS AMÉRICAS, LA IMPOSICIÓN DEL TERRORISMO ECONÓMICO
Con la novedad de una multitud de contestaciones al complot político urdido por Estados Unidos.
Si hay algo que, sin lugar a dudas, se pueda afirmar tras la celebración de la IX Cumbre de las Américas es -escribe Tomás F. Ruiz – la confirmación del terrorismo económico como forma de sometimiento hacia aquellos países que se nieguen a aceptar la condición de esclavos que les han impuesto.
La diferencia de esta novena cumbre de las Américas ha sido que se han generado multitud de contestaciones al complot político urdido por Estados Unidos y que las denuncias han venido de todas las partes del mundo. Yo particularmente, como referente de esa detestable doctrina política estadounidense y como evidencia del despreciable régimen en que se ha convertido Estados Unidos, me quedo con las imágenes de ese policía apaleando con una inusitada violencia a una manifestante pacífica que se limitaba a llevar una pancarta contra la cumbre (https://venezuela-news.com/cumbre-de-las-americas-marcada-por-brutal-represion-policial/).
La brutalidad de la policía demuestra también que el pueblo norteamericano está sufriendo una de las mayores dictaduras de su historia. Sin embargo, el hecho de que Estados Unidos esté agonizando no significa que se sienta débil. Todos sus gobernantes, así como buena parte de su pueblo, saben que este país se hunde en una insostenible descomposición política y social. Por mucho poder militar que exhiba, USA está viviendo sus últimos años como imperio económico. Un país, donde sus propios ciudadanos se matan entre ellos a tiros, ha perdido completamente su norte y dará pronto su último aliento.
Pero no nos engañemos: que Norteamérica esté en pleno proceso de desintegración económica no significa que no pueda hacer aún mucho daño a la Humanidad. En su ciega perversidad, la bestia que agoniza morirá matando. Es el último y desesperado recurso que le queda a una nación que en otros tiempos fue poderosa y hoy se hunde en sus propios excrementos.
https://canarias-semanal.org/art/32853/cumbre-de-las-americas-la-imposicion-del-terrorismo-economico
Misha, la cerveza y la libertad me dan ganas de vomitar.
Mis disculpas, Matías, la comparación de la Edad Media con la Edad Contemporánea me confundió. Mi recomendación es que, o bien te haces periodista o bien leas libros sobre la Edad Media, acompañado de algún libro sobre la Edad Moderna para comprender la Edad Contemporánea.
Alfonso no pretendas engañar que tu eres uno de esos integrantes de esa versión española cutre/casposo/castiza de la que tan orgullosos os sentís. ¿ Cervecitas , libertad y palillo de dientes en la comisura de la boca……..?
Salud.
Muy buen artículo, claro y denunciador de la situación «medieval» actual. Parabéns ao autor amigo.
Querido Alfonso, me has alegrado el domingo… ¿Qué hiciste antes de las 6:24, eh, pillín? Además, yo no soy periodista :))
La culpa la tenéis los periodistas. Sin excepción. En vuestra obsesión por justificar los derechos políticos de los pederastas, a la libertad la llamais fascismo y a la democracia la llamáis libertad.