Cultura
Los ladrillos del socialismo
Escribe Pablo Batalla sobre 'Paisajes del comunismo', el libro de Owen Hatherley editado en castellano por Capitán Swing
Unos amigos festejan, en Moscú, el año nuevo a lo ruso: bebiendo como cosacos en una sauna. Y en un momento dado, acuden a uno de los aeropuertos de la capital soviética para despedir a uno de ellos, Pávlik, que debe tomar un avión a Leningrado. Pero, debido a la monumental cogorza, se equivocan de amigo, y es a otro, Zhenya, absolutamente ebrio e inconsciente de dónde lo meten, al que se hace viajar a la ciudad que lleva el nombre del fundador de la URSS.
Cuando el amigo llega, resacoso, a la actual San Petersburgo, pensando que se halla en Moscú, pide un taxi, y dice al taxista que lo conduzca hasta su calle y número.Calle y número que, por casualidad, existían también en Leningrado. Al llegar allá, no sale de su error: el edificio también es idéntico a su vivienda moscovita. La llave resulta serlo también, y entra en un piso que no deja de pensar que es el suyo, pues la disposición de los muebles también es muy similar. Se acuesta, entonces, a dormir plácidamente: solo descubrirá todo el entuerto cuando la auténtica inquilina llegue a casa y descubra, como Ricitos de Oro, que un extraño duerme en su propia cama.
Ironía del destino, ¡o disfrute de su baño!, la película dirigida por Eldar Riazánov que divirtió a los ciudadanos soviéticos del año setenta y cinco con este argumento, era una sátira de la monotonía de las mikrorayons: los distritos masivos de bloques de pisos idénticos, construidos a gran velocidad con paneles prefabricados de hormigón, que fueron característicos del urbanismo de los países del socialismo real. En nuestros días, su desasosegante fealdad es un must de la enumeración de miserias con que se dicta condena de la civilización soviética desde Occidente.
Para el turista que visita Cracovia, Praga o Budapest, la visión de las torres cenicientas y desportilladas que rodean como un dogal los exquisitos centros históricos no parece tener defensa posible, ni dejar de hablar del fracaso del sistema que, proclamando altos principios de justicia y belleza, los erigió. Sin embargo, desde el Este que los habitó, la visión de las jruschovkas —así se conocía popularmente a estos edificios, por Jrushchov— es como mínimo más compleja: allá saben y recuerdan que las mikrorayons fueron la respuesta a la crisis de vivienda provocada por la combinación de la destrucción causada por la segunda guerra mundial y el incremento de la natalidad que sucedió a su final; y que lo fueron desde la voluntad genuina de proporcionar viviendas decentes a los trabajadores, tan subvencionados que resultaban prácticamente gratuitas. Como explica Owen Hatherley en Paisajes del comunismo,
«En lugar de construir majestuosos pasajes abovedados que condujeran a barrios pobres, bulevares adecuados para poca cosa más que tanques o castillos de mayólica y granito, reformistas como Jruschov o Gomu?ka prometieron crear —por primera vez en la mayoría de esas ciudades— viviendas decentes para todos los trabajadores, donde no tendrían que compartir habitación ni apartamento con otras familias, donde dispondrían de calefacción central, electricidad, agua caliente y otras comodidades modernas, poco habituales en aquel entonces».
El libro de Hatherley es un recorrido por la arquitectura toda de la civilización soviética: por las jruschovkas, pero también las magistrales, los memoriales, los mausoleos, las bibliotecas, los restaurantes, los rascacielos, las casas del pueblo, los pequeños quioscos o incluso las iglesias que la Polonia socialista no dejó de construir. Y por supuesto, las estaciones de metro; el de Moscú, pero no solo. También era edilicia soviética aquella maravilla arquitectónica del siglo XX, que sigue asombrándonos con su suntuosidad puesta al servicio, no ya de la aristocracia, sino de la clase trabajadora. «Sus palacios son para los faraones, pero los nuestros son para el pueblo», dejó dicho Alexéi Dushkin.
Hatherley nos proporciona el dato de que se destinó más mármol a las estaciones de la primera línea del metro de Moscú que a todos los palacios del zar en el medio siglo previo a la Revolución de Octubre. Periodista especializado en temas arquitectónicos, hijo de militantes comunistas, viaja junto a su pareja polaca, Agata, por todo el antiguo bloque soviético, de Riga a Tbilisi, de Moscú a Liubliana (y también a la antigua Yugoslavia), y da testimonio de todo: lo excelso y lo grotesco, lo grandioso y lo pequeño, lo luminoso y lo siniestro.
En los países comunistas hubo también palacios para los faraones como la Casa Popolurui rumana, segundo edificio más grande después del Pentágono, mareantemente edificado arrasando buena parte del centro histórico de Bucarest. Y no es este un libro que corra un tupido velo frente a los horrores de aquel mundo, pero tampoco es uno que dicte una condena terminante o no se haga cargo de lo mucho que de bueno supo tener y conquistar.
De los buenos libros, lo es ya la frase destacada con que se abren. El de Hatherley se abre con una enjundiosísima de Deng Xiaoping sobre el mausoleo de Mao: «Fue inapropiado construirlo, como también lo sería demolerlo».
NI GUERRA ENTRE PUEBLOS NI PAZ ENTRE CLASES.
Bajo la bandera roja, no hay pueblo enemigo.
No parece sentir mucho miedo (más bien nada) esta humilde señora del este de Ucrania al ver parar unos vehículos militares frente a su casa y observar cómo de uno de ellos baja un comandante para dirigirse hacia ella. ¿Será que sabe muy bien que bajo la bandera roja, no hay pueblo enemigo?
Es muy probable que la gran mayoría de nuestros/as lectores/as no conozcan el idioma con el que se comunican, pero eso es lo de menos; las imágenes son lo suficientemente elocuentes.
https://insurgente.org/bajo-la-bandera-roja-no-hay-pueblo-enemigo/
El comunismo, sí, el comunismo, cuanta gente lo va a desear al paso que vamos.
Sacó del analfabetismo y del hambre a la Rusia de los zares y la convirtió en el segundo país más poderoso del mundo y lo que es más importante, con mucha más cultura que USA.
Una «dictadura» sin explotadores ni explotados.
Como siempre los medios manipuladores de masas de la más letal y genocida de todas las dictaduras, la dictadura del capital, culpando de sus propios crímenes a sus opuestos, al «eje del mal».
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Kaos en la Red:
Según los datos difundidos por las organizaciones pro Derechos Humanos que actúan en el país la guerra en Yemen habría causado ya la muerte de 3182 menores de edad en varias regiones del país.
La noticia afirma que “973 niños fueron asesinados por ataques aéreos, mientras que 1584 niños perdieron la vida en los frentes de batalla. Otros 250 murieron por balas reales y 152 por minas terrestres”.
Arabia Saudí inició en marzo de 2015 la devastadora guerra contra Yemen, en coalición con sus aliados árabes y con el apoyo logístico y armamentístico de EE.UU. y de varios Estados occidentales. Desde entonces habrían muerto 233000 personas, 131000 de ellas por causas indirectas como la falta de alimentos, servicios de salud e infraestructura.
Unicef calculó en octubre que 10.000 niños yemeníes habrían sido asesinados o mutilados y 11 millones necesitan asistencia humanitaria, de los cuales 400.000 padecen desnutrición aguda grave.