Cultura

La basura como metáfora

‘Costa Brava, Líbano’ narra la historia de una familia que ve perturbada su paz campestre por la instalación de un vertedero ilegal. La avalancha de residuos actúa como símbolo de todo un país.

La familia protagonista de ‘Costa Brava, Líbano’ frente a los buldóceres que amenazan su tranquilidad. Foto: RUDY BOU CHEBEL / ABBOUT PRODUCTIONS

Como muy bien dice Jorge Dioni López, «básicamente, el Estado es la gestión de la mierda». De eso trata Costa Brava, Líbano, el debut en el largometraje de Mounia Akl. La directora libanesa narra la historia de una familia que ha huido de la ruidosa y sucia Beirut para instalarse en las montañas, apartada del mundo. Allí han vivido ocho años, cultivando hortalizas, criando gallinas y educando a sus dos hijas. Pero tras la crisis de la basura, que inundó de mierda la capital en 2015, esa paz se ve perturbada por la llegada de las máquinas que van a arrasar los bosques que rodean su casa para instalar una planta de selección de residuos. «¿Tiene que ser aquí? ¿Queréis quemar el último rincón verde del Líbano?», pregunta Soraya (Nadine Labaki), la madre de la familia, a uno de los operarios.

A partir de ahí, la basura se convierte en metáfora que explica todo el país. Se suele utilizar alegremente la expresión «Estado fallido» para explicar las peculiaridades de algunos sistemas políticos. Por ejemplo, se hace a menudo con Italia, lo que, visto con perspectiva, resulta una broma de mal gusto si se compara con el Líbano. De Afganistán ya ni hablamos.

Quince años de guerra civil salvaje, una desigualdad social monstruosa, un parlamento dividido por cuotas religiosas y condenado a la inestabilidad y una corrupción galopante han convertido el Líbano, y singularmente su capital, en un lugar invivible. Y a pesar de todo, de las mafias, de la violencia terrorista, del obsceno espectáculo de unas calles que alternan el superlujo y la miseria, Beirut, tan masacrada por las bombas como por la especulación inmobiliaria, sigue ejerciendo una fascinación irresistible. También terror, como el que siente Walid (Saleh Bakri), el padre de Costa Brava, Líbano, superviviente de una explosión que lo impulsa a buscar refugio en el campo, soñando con una desconexión que no solo es imposible sino también injusta para su familia.

Las guionistas (la propia directora y la catalana Clara Roquet) no especifican cuál fue la explosión que lo traumatizó. Pudo haber sido cualquiera en un país convertido históricamente en un polvorín, aunque hay una que ha marcado un antes y un después: la ocurrida en el puerto de Beirut el 4 de agosto de 2020, que se saldó con 218 muertos, más de 7.000 heridos, 60.000 edificios dañados y 300.000 personas sin hogar. La tragedia movilizó a los carroñeros del ladrillo, que recibieron la noticia como si les hubiera tocado la lotería. La máquina de la corrupción se puso en marcha y, en consecuencia, la clase política impidió una investigación seria del accidente. Llámenlo «Estado fallido» o simplemente «mercado».

Basura (literal y política)

Con la «gestión de la mierda» ha ocurrido algo parecido, y no solo en el Líbano, como bien sabemos. Alrededor de Madrid, la Meca de la libertad, hay todo un cinturón de vertederos ilegales. Según la Unión Europea hay más de 1.500 en toda España. Y los legales, gestionados normalmente por empresas privadas, no siempre respetan las normas, lo que acarrea consecuencias funestas, como las acaecidas en Zaldibar. Además, las deyecciones de las macrogranjas han asesinado ecosistemas enteros, como el del Mar Menor, con el beneplácito de los políticos. España es la campeona de Europa de la basura. El reciclaje, aquí, es un mito. Amén de un negocio sustancioso y, en la mejor tradición mafiosa, opaco. Gestionar la mierda, aunque sea un trabajo poco lucido, es siempre una fuente segura de ingresos. Por eso se subcontrata con tanto ahínco.

Los políticos de Costa Brava, Líbano (en cuyo montaje, por cierto, participa Carlos Marques-Marcet) también prometen a los inversores extranjeros una planta de reciclaje que, por supuesto, no se realiza. Y no les importa «quemar el último rincón verde del Líbano». Ni cortar hasta el último de sus majestuosos cedros si van a ganar algún dinero con ello. Ese perfil ecologista es el menos explorado en la película, que prefiere centrarse en el drama de una familia incapaz de escapar de un sistema acosador omnipresente. Y es entonces cuando todos los miembros (cada uno con su crisis particular) se cuestionan si merece la pena seguir resistiendo, si apuestan por un compromiso más profundo con la sociedad o emprenden otra huida. Entre tanta rabia y tantas dudas, hay una cosa que terminan por tener clara: no hay un Edén en el que aislarse de la mierda.

‘Costa Brava, Líbano’ ya está en cartelera.

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Comentarios
  1. «El reciclaje, aquí, es un mito. Amén de un negocio sustancioso y, en la mejor tradición mafiosa, opaco».
    Ya lo creo, que se lo pregunten a ECOEMBES y a los ayuntamientos que contratan a esta empresa.

    PLATAFORMA POR EL MONTE ANDALUZ.
    La Plataforma considera que es hora de acabar con años de dejación y olvido.
    “es necesaria la promoción de los usos y recursos del monte, tanto monetizables: pastos, madera, corcho, biomasa, plantas medicinales y aromáticas, esparto, miel, setas, espárragos, tagarninas, algarrobas, setas, etc.; como incontables: aire limpio, deporte saludable, agua limpia, contacto con la fauna silvestre, etc. Ello con objeto de aumentar su valor añadido y la creación de sumideros de CO2 forestales, que deberían de tener una gratificación por hectárea de bosque recuperado y conservado.
    Completan este decálogo de medidas la ordenación de los cultivos forestales (eucaliptos, choperas y ciertos pinares) y el reconocimiento del sector ganadero extensivo como un aliado en la conservación de los montes, facilitando ayudas en ese sentido. El deslinde de vías pecuarias, caminos públicos y superficies fluviales invadidas, un plan de formación y concienciación de los distintos agentes que intervienen en el medio rural y forestal, reconociendo el importante papel que desempeñan las ONGs en ese sentido y el apoyo y protección a la recuperación de los ecosistemas periurbanos.
    La Plataforma por el Monte Andaluz considera que es imprescindible que todas las formaciones políticas incluyan un programa de medidas para poner en el lugar que corresponde nuestros montes andaluces y nuestras zonas rurales, con una política forestal y ambiental que ponga en el centro la salud de las personas, la conservación de la biodiversidad y los ecosistemas y la mitigación de la emergencia climática.

  2. …Frente a la despolitización generalizada que es el sueño de las extremas derechas, una visión de la historia a través de sus luchas es una oportunidad para dar instrumentos de pensamiento para la vida política, para revalorizar el hecho de organizarse con otros con el objetivo de mejorar la sociedad. Porque que estos jóvenes se comprometan con lo que les rodea constituye el mejor frente antifascista y de defensa y ampliación de la democracia, y, desde luego, la mejor apuesta de futuro.
    (Nuria Alabao – El Salto)

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