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Stolpersteine, el éxito de un micro anti-monumento

Después de un debate acerca de cómo conmemorar los republicanos exiliados y deportados a campos de concentración, Barcelona apuesta por el proyecto "Stolpersteine", iniciado ahora por alumnos de tres institutos

Stolpersteine en Gironella. JORDI ESCARRÉ / Licencia CC BY-SA 4.0

KATHRIN GOLDA-PONGRATZ | En estos días de mayo, en los distritos barceloneses de Sant Martí, Sants-Montjuic, Gràcia, Nou Barris y Horta-Guinardó, jóvenes alumnos y alumnas de tres colegios están colocando pequeñas plaquitas de bronce en las aceras delante de las antiguas casas de exiliados republicanos de la dictadura franquista y finalmente deportados a campos de concentración nazis. Cada Stolperstein o (“piedra de tropezar” en alemán) está dedicada a un individuo y contiene su nombre, su fecha de nacimiento, la fecha del exilio, la fecha de la deportación y el lugar y la fecha de la muerte o su liberación y supervivencia. Las placas insertadas en el umbral entre el espacio público y residencial vinculan así la memoria de la persona con su antiguo hogar, su barrio y el entorno urbano en el que ha vivido y a cuya memoria vuelve con este gesto micro-monumental, perteneciendo a la generación de los nietos y bisnietos.

Las Stolpersteine barceloneses se suman a las más de 90.000 piedras colocadas en 1.800 ciudades y municipios europeos y otros del mundo hasta el día de hoy. Estas cifras muestran el enorme éxito de lo que se convirtió en el micro-monumento y gesto monumental descentralizado mas extendido en el mundo. Muestran las múltiples lecturas locales y a la vez globales que puedan generar, pero también el peligro de que los códigos conmemorativos fácilmente caigan en una especie de inflación memorial.

El proyecto de micro monumentos Stolpersteine nació hace treinta años como un gesto mínimo en una búsqueda por lo que se puede llamar anti-monumento en Alemania en el año 1992. Fue ideado e iniciado por el artista alemán Gunter Deming como respuesta memorial cívica paralela a las políticas memoriales oficiales de una Alemania reunificada frente al terror del régimen nazi y la sensación de que era imposible representar adecuadamente el impacto y la pérdida de incontables vidas durante el Holocausto.

Las piezas mínimas son colocadas inicialmente uno por uno y por el propio artista en el espacio público, en el mismo lugar donde fue deportada la persona recordada y literalmente extraída de su entorno y de la sociedad. Esta inscripción directa, aunque poco ostentosa – ya que no hay ninguna señalización mas allá de la minúscula placa en si misma –, hace ver, en una suerte de cartografía directa, cómo la gente “desapareció” del entorno urbano. 

El proyecto de Demnig excluye y evade explícitamente el estado-nación y sus instituciones, que tradicionalmente han estado comisionando los monumentos públicos. Las Stolpersteine funcionan por iniciativa privada: individuos conmemoran individuos al contactar al artista y facilitarle datos sobre la persona deportada, perseguida y en la mayoría de los casos asesinada. De manera casi invisible y silenciosa se inscriben en el paisaje urbano y te hacen tropezar. Cada Stolperstein representa a una persona común, a un vecino de una calle, de una ciudad, a uno de los millones de víctimas que no aparecen en los libros de historia. Inicialmente, las colocaciones eran actos de rebeldía, a veces sin permisos municipales. Hoy, hay iniciativas ciudadanas en muchísimas ciudades alemanas y europeas y los municipios generalmente dan permiso, o, como en el caso de Barcelona, asumen la iniciativa directamente.

Con el incremento de demandas y crecientes acciones de colocaciones masivas e institucionalizadas, algunos de los principios iniciales del proyecto se han ido transformando. Se han generado algunas polémicas y nuevas dinámicas: en 2018, el propio artista amplió el proyecto hacia la conmemoración de las víctimas de otros regímenes, como el Franquismo, denominando Remembrance Stones las piezas colocadas por primera vez en 2018 en Mallorca, en recuerdo a veinte alcaldes y políticos encarcelados, torturados y asesinados entre 1936 y 1939 por los seguidores de Franco en la isla. También en 2018, el Memorial Democràtic impulsó la colocación de las primeras “pedres de topada“, entre ellas una para Neus Catalá (cuando aún vivía) en els Guiamets. La Generalitat de Catalunya ha ido gestionando la colocación de Stolpersteine en homenaje a republicanos que murieron en las pedreras de Mauthausen y a asesinados y sobrevivientes catalanes de campos nazis en distintos municipios, entre ellos Navàs, Girona, Manresa, Igualada, Castellar del Vallès, Sabadell y Sant Cugat. 

Frente a las crecientes demandas locales, un necesario debate sobre esta forma de conmemoración fue impulsado por la Concejalía de Memoria Democrática del Ayuntamiento de Barcelona a finales de febrero 2021. Partiendo de la convicción de que la discusión, la confrontación de ideas, opiniones, sensaciones y experiencias tiene la misma importancia que un gesto monumental en sí, tuve la suerte, en el rol de comisaria, de convocar a distintas voces locales e internacionales en la jornada Tropezar con la memoria. Abordamos cuestiones tan relevantes como ¿cuál es la relación entre las instituciones y los colectivos que impulsan la conmemoración? ¿Cómo se consigue una dimensión universal para impulsar la empatía y una dimensión moral entre transeúntes (locales e internacionales) y las víctimas conmemoradas? ¿Cómo decidimos sobre quiénes se conmemora y quiénes no? ¿Es apropiado ampliar el proyecto hacia la conmemoración de otros regímenes y víctimas de violencia represiva y mezclar los códigos conmemorativos? Se discutía el rol y las posibles formas de inclusión del micro y anti-monumento en el marco de las políticas públicas de memoria de Barcelona – una decisión que automáticamente nos vuelve a la pregunta si es o no es adecuado politizar el gesto. 

Con la constatación de que los llamados anti-monumentos tratan menos de afirmar la memoria que de interrogar sobre sus condiciones de posibilidad, la participante en el debate Estela Schindel aludió a lo que posteriormente se pudo experimentar en Barcelona en estos días de mayo: las Stolpersteine abren un horizonte de compromiso con el presente y establecen nuevos vínculos a través de la memoria. 

La Concejalía de Memoria Democrática de la capital catalana, en colaboración con los amicales de Mauthausen y Ravensbrück, ha puesto la iniciativa en manos de distintos colegios, donde se está estableciendo toda una pedagogía alrededor del significado de los campos de concentración y exterminio, el significado de las deportaciones y el impacto del fascismo. Mas importante aún es tal vez el hecho de que alumnas y alumnos de cuarto de ESO y de Bachillerato asumen responsabilidad acerca de la memoria de una persona cuya historia de lucha antifranquista y de persecución está vinculada a su barrio. Son finalmente las y los adolescentes quienes deciden sobre el formato de la ceremonia de la colocación de una Stolperstein, con el nombre de la persona inscrita que reclama un compromiso en el presente.

Ver la emoción de las y los jóvenes con los micro-monumentos en mano disminuye la duda sobre si es correcto mezclar códigos e igualar distintos victimarios al marcar un umbral de la deportación directa del Holocausto de la misma forma que el umbral de una casa de una persona exiliada y afectada de otra forma por las consecuencias del nazismo. A través de los y las alumnas, la conciencia del exilio y la deportación republicanas llega a las familias. No hay duda que en distintos hogares se hablará de una historia familiar silenciada – un silencio cuya ruptura es finalmente de una dimensión comunitaria importante y de un significado nacional y universal. Pero la posibilidad también pide sensibilidad y la capacidad y voluntad de diferenciar la deportación judía de la deportación política y de poner el significado societario por encima de los intereses políticos.

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