Colombia en la encrucijada

Los resultados de la primera vuelta en Colombia dejan un mapa político muy complejo, con una sociedad en transición sin saber hacia dónde va.

Simpatizantes de Rodolfo Hernández tras pasar a la segunda vuelta. LUISA GONZÁLEZ / REUTERS

Ante el largo respaldo social del que gozaron las intensas movilizaciones del año 2021 y el rechazo a una represión policial violentísima, con participación de civiles armados, las personas que seguimos la actualidad política colombiana teníamos claro que la sociedad colombiana había cambiado. Lo que no sabíamos era hacia dónde. Las elecciones legislativas y presidenciales de este año eran una ocasión excelente para comprobar la profundidad y el sentido del cambio que percibíamos.

En las elecciones legislativas, la izquierda tuvo un resultado inédito: el Pacto Histórico, una coalición de partidos de izquierda, consiguió ser la opción más votada en las dos cámaras y la coalición que más votos recibió en las primarias para elegir candidatos y candidatas presidenciales. Gustavo Petro, su candidato presidencial y mayor activo político de la coalición, desbancó a Álvaro Uribe como el principal movilizador electoral de Colombia. La derecha parlamentaria sufría un fuerte castigo electoral, particularmente las fuerzas más identificadas con el uribismo, perdiendo en conjunto 16 senadores y 37 representantes a Cámara.

Pero, aunque la composición del Congreso de la República permitía soñar con la posibilidad de negociar una agenda legislativa transformadora, las fuerzas conservadoras contaban con una mayoría absoluta de bloqueo frente a las reformas más audaces. Colombia comenzaba a dejar de ser mayoritariamente uribista y a girar hacia la izquierda, pero sin que ninguno de los procesos se mostrase como consolidado. Las elecciones presidenciales podían ser clave para responder las muchas preguntas que dejaba el resultado electoral.

La campaña electoral presidencial estuvo marcada por tres aspectos: en primer lugar, la voluntad de cambio. Tres de los cuatro candidatos con más opciones adoptaron el lema del cambio como mensaje electoral. Los partidos tradicionales y sus declinantes maquinarias clientelares se concentraron en la campaña de Federico Gutiérrez, que quedó así identificado como el candidato del establecimiento y el candidato continuista con el gobierno de Iván Duque, que tiene una valoración muy baja y pocos resultados positivos que defender.

Los resultados de la primera vuelta presidencial muestran una intensa voluntad social de cambio en Colombia –más del 72% de los votos se dirigieron a las opciones de cambio– y una incuestionable derrota del establecimiento representado en los partidos tradicionales, cuyo candidato, por primera vez, no consiguió pasar a segunda vuelta. Sin embargo, sus cinco millones de votos serán determinantes en la segunda vuelta.

En segundo lugar, el hundimiento del centro. Los datos de participación en las primarias indicaban que la estrategia del autodenominado centro de presentarse como la adecuada vía de medio entre extremos no había tenido eco entre el electorado colombiano, hecho que ratifican los resultados electorales: Sergio Fajardo pierde casi 20 puntos respecto a sus resultados de 2018 y apenas logra reunir 900.000 votos, que serán importantes en segunda vuelta  pero no condicionan el resultado final, por lo que la coalición de centro termina en la irrelevancia política.

En tercer lugar, el fenómeno emergente de Rodolfo Hernández. El candidato que pasa a segunda vuelta junto con Gustavo Petro es un empresario de la construcción que fue alcalde entre 2015 y 2019 de Bucaramanga, capital del departamento de Santander, una ciudad que no está entre las 10 más pobladas de Colombia, pero con un alto dinamismo económico basado en la expansión del negocio inmobiliario, que la coloca como la cuarta más competitiva de Colombia. El éxito de Rodolfo Hernández se basa en una campaña de corte populista, aparentemente sencilla, pero muy bien elaborada.

La campaña está asentada en la imagen del candidato en mayor medida que en su discurso, una imagen que busca contraponerse a la de Gustavo Petro. Rodolfo Hernández se muestra como un hombre exitoso hecho a sí mismo, que habla como hablan los colombianos en la calle, honrado y campechano frente a la soberbia intelectual de Gustavo Petro, que lo hace antipático a los ojos de mucha gente.

Esta imagen se ha controlado de dos maneras: no exponiendo públicamente al candidato, que no acude a los debates, no hace grandes actos políticos y se comunica con sus electores a través de medios controlados como las redes sociales. Y con la complicidad de los principales medios de comunicación, que han fomentado esta imagen entrevistando a la mamá del candidato, una mujer de casi 100 años, haciendo entrevistas sin preguntas incómodas sobre la concreción y financiación de sus propuestas o forzándole las lágrimas al mostrarle en directo la imagen de su hija secuestrada (y seguramente asesinada) por la guerrilla del ELN, una acción de la cadena RCN que mereció una repulsa generalizada.

La campaña de Gustavo Petro ha evitado entrar en el cuerpo a cuerpo con Rodolfo Hernández, probablemente con la idea acertada de que esa confrontación directa inflaría electoralmente al rival. El caso es que no le ha hecho falta, y cuando en la noche de la primera vuelta Petro y algunos representantes de su campaña sí entraron en la confrontación directa, lo hicieron subrayando la preparación de Petro frente a la ignorancia y la improvisación de Hernández, línea que refuerza precisamente la imagen que pretende proyectar la campaña del rival tanto de sí mismo como del propio Petro. Como ya se ha demostrado con otras candidaturas populistas en elecciones recientes de otros países, ese tipo de discurso no merma la imagen del político populista, sino que la refuerza.

En cuanto al discurso, la campaña de Hernández se ha basado en fustigar a los corruptos. Digo “fustigar a los corruptos” porque realmente se ha dedicado a insultarlos y no a presentar propuestas de políticas públicas contra la corrupción. El discurso se ha dirigido contra su rival por el voto de la derecha en primera vuelta, Federico Gutiérrez, matriculándole como representante del establecimiento corrupto. Después de los resultados de primera vuelta, Federico Gutiérrez y muchos de los partidos de ese “establecimiento corrupto” han adherido a la campaña de Rodolfo Hernández, así que está por ver si esa adhesión repercute sobre su electorado.

Finalmente, la campaña de Rodolfo Hernández también se ha beneficiado de una feliz contradicción entre propuesta y discurso, que permite al elector agarrarse a la de su preferencia para fundamentar la identificación con el candidato. A modo de ejemplo: la campaña defiende el derecho al aborto en Colombia, pero el candidato maneja un discurso machista y paternalista respecto a la mujer. De este modo, aunque el candidato es indudablemente un populista de derecha, algunas de sus propuestas le permiten fundamentar el mensaje de que no es de derechas ni de izquierdas y pescar votos a uno y otro lado en un momento de cambio político y, por tanto, de incertidumbre.

Dos tipos de proyectos de cambio

En segunda vuelta el cuerpo electoral colombiano debe decidir entre dos tipos de proyectos de cambio: uno, el que representa Gustavo Petro, de mayor elaboración y profundidad, que pretende dar los primeros pasos hacia una transformación del modelo extractivista colombiano, pero que suscita muchas dudas respecto a su viabilidad financiera; otro, el que representa Rodolfo Hernández, errático e indefinido, centrado en el recambio de élites, la lucha contra la corrupción y la construcción de viviendas en zonas rurales, pero sin la suficiente concreción de las medidas como para poder juzgar su valor y su viabilidad.

Los resultados de la primera vuelta presidencial reproducen la misma conclusión que se derivaba de los resultados de las elecciones legislativas: que lo nuevo no acaba de nacer, es decir, que todavía no se ha consolidado una coalición de centro izquierda capaz de generar una hegemonía política alternativa al uribismo en Colombia; y que lo viejo no acaba de morir, puesto que aunque la hegemonía uribista ha desaparecido, permanecen sus consecuencias en el comportamiento político de una parte significativa del electorado, que valora positivamente candidaturas fuertemente personalistas y mesiánicas, como la de Rodolfo Hernández, en las que el candidato es el propio mensaje y encarna, en una lógica patriarcal, determinados valores por el mero hecho de ser como es o de ser de una región determinada.

El personalismo y el mesianismo también están presentes en la campaña de Gustavo Petro, incapaz de desarrollar activos políticos distintos de su propio carisma aunque, en su caso, el fenómeno político de la candidata a la vicepresidencia Francia Márquez y su creciente protagonismo en los actos y la imagen de campaña, le han ayudado a matizarlo. 

De cara a la segunda vuelta, la campaña de Gustavo Petro deberá reconsiderar el modo de visibilizar al candidato: de un lado, porque ha cometido varios errores que otros representantes de campaña no han podido contrarrestar, dada su comparativamente baja visibilidad en medios y redes sociales. Por otra parte, un candidato con una imagen negativa tan alta como la de Gustavo Petro, probablemente ya haya amortizado todos los votos que su solo carisma podía recaudar.

El hecho de que su votación en primera vuelta esté cerca de la que consiguió en segunda vuelta en la campaña de 2018 abona la idea de que quizá ha tocado su techo electoral y de que, para conseguir los diez puntos que necesita para llegar a ser presidente en segunda vuelta, no puede seguir con la misma táctica electoral que ha desarrollado hasta el momento. Debe explorar prácticas de campaña y modos de comunicación política que hasta ahora no ha utilizado, probablemente con discursos territorialmente focalizados en los lugares de más baja participación y repartiendo el protagonismo con personas con vínculos en la zona central del país, donde sus resultados electorales son peores. Para ello, necesita un auténtico equipo de campaña que, hasta ahora, ha brillado por su ausencia.

En cambio, Rodolfo Hernández no necesita realizar grandes trasformaciones en su campaña. Si durante la primera vuelta Gustavo Petro venía impulsado por su imagen de seguro ganador, el domingo la perdió en favor de Rodolfo Hernández, al que le basta con mantener unidos los votos que fueron a la derecha en primera vuelta para ser presidente. Sin embargo, el comportamiento electoral colombiano permite albergar dudas de que eso vaya a ser así necesariamente. Por una parte, porque la participación electoral puede variar entre la primera y segunda vuelta: por ejemplo, en 2014 aumentó en un 7,9% (al igual que en 1998), mientras que en 2010 disminuyó en un 5%. Por otra parte, es difícil pensar que las cinco millones de personas que votaron por Federico Gutiérrez en primera vuelta se comporten como un bloque monolítico en segunda. La posibilidad de desprender bolsas de voto hacia Gustavo Petro en segunda vuelta depende de su capacidad de acercamiento a los líderes políticos del establecimiento que pueden condicionar esos votos.

Aquí encontramos una de las paradojas del resultado electoral de la primera vuelta. Aunque no cabe duda de que el establecimiento es el gran perdedor de las elecciones, a ambos candidatos, que se han mostrado abiertamente como alternativa a la clase política, no les queda más remedio que acercarse a los partidos tradicionales: los necesitan para ganar en segunda vuelta y los necesita para tener gobernabilidad quien llegue a ser presidente. Así las cosas, el poder de negociación de los barones electorales es enorme, y eso, paradójicamente de nuevo, favorece a Gustavo Petro.

Rodolfo Hernández tiene pocos incentivos para hacer concesiones a determinados líderes y barones electorales porque, puesto que su victoria depende de mantener el bloque unido, lo que le conceda a uno tendrá que concedérselo a otro y al final le saldrá muy caro en términos de maniobrabilidad política la presidencia, incluso antes de haber asumido el cargo y de haber negociado la agenda legislativa. Por eso probablemente esté más inclinado a esperar que el electorado vote por él si entrar en concesiones a los barones electorales.

Sin embargo, a Gustavo Petro le basta con arañar los votos suficientes para ganar en segunda vuelta, por lo que tiene mayores incentivos para ofrecer concesiones a ciertos líderes sin necesidad de ofrecérselos a otros y sin comprometer su margen de maniobra en la presidencia una vez nombrado. Sin embargo, en la primera vuelta Petro y su campaña se han mostrado incapaces de atraerse fuertes activos electorales.

Los resultados de las elecciones legislativas y de la primera vuelta de las presidenciales colombianas dejan un mapa político muy complejo, con una sociedad en transición todavía no sabemos hacia dónde, en la que la izquierda parece convertirse en una fuerza de gobierno por primera vez en 200 años de historia republicana, y unos poderes políticos tradicionales derrotados, pero con una fuerte capacidad de condicionar el resultado electoral en segunda vuelta. Una encrucijada que solo en parte se resolverá el 19 de junio en la segunda vuelta presidencial.

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