Crónicas | Internacional
Aguas bravas dentro de la ultraderecha francesa
La confrontación del modelo de Marine Le Pen y Eric Zemmour genera tensiones de cara a las elecciones legislativas del próximo junio, en las que Jean-Luc Mélenchon dará la batalla frente al recién reelegido presidente Macron
Una de las noticias del pasado domingo 24 de abril fue que Marine Le Pen había perdido; la otra –quizás menos subrayada– es que había logrado sobrevivir. Los principales medios de comunicación españoles pusieron énfasis –y con buenas razones– en que la extrema derecha crece sostenidamente en cada cita electoral francesa, con la sola excepción de 2007, y que ya rebasa el 40% de los votos, con importantes feudos en el norte, en el este y en el sur del país.
O sea, que el partido de Marine Le Pen es ya prácticamente una opción normal y que su imagen está de facto banalizada para un amplio sector de la población francesa. Hasta el punto de que no son pocos quienes la prefieren antes que a Emmanuel Macron y, lo que es más novedoso todavía, que existe un sector creciente que no se decanta por ninguno de los dos candidatos.
La normalización o banalización es, sin duda, un triunfo de la presidenta del ultraderechista Reagrupamiento Nacional (RN). Pero también significa una victoria haber resistido a la OPA hostil que le lanzó Éric Zemmour en diciembre, que logró que una parte de la militancia, de los cuadros e incluso de las caras visibles del RN se marcharan al nuevo partido, Reconquista, de innegable resonancia hispánica. El proyecto de Zemmour partía de la base de que el apellido Le Pen representa un lastre para las opciones de la derecha dura en Francia y que, por lo tanto, resultaba preciso competir electoralmente con el RN y rebasarlo en número de votos. De este modo, razonaba el entorno de Éric Zemmour, se forzaría una crisis en el universo de la derecha radical francesa que obligaría a una recomposición a fondo y a un cambio de caras ineludible.
Con ello se daría el primer paso para un proyecto que sí podría verdaderamente soñar con llegar al Elíseo: la unión de todas las derechas en torno a un programa neoliberal en lo económico, ultraconservador en lo moral, de marcado carácter punitivo en cuestiones de seguridad y orden, y enfáticamente nativista en cuanto a la identidad nacional. Un proyecto que veían con simpatía desde Víctor Orban hasta Giorgia Meloni, pasando por Jaroslaw Kacsynski y, con singular hincapié, Vox en España. Un proyecto, en fin, acorde a los nuevos tiempos en los que la derecha dura sueña con sorpassar y subsumir a la antigua derecha democristiana.
Movimientos tácticos
Los resultados de la primera y de la segunda vuelta en Francia suponen un freno para este proyecto y, correlativamente, un cierto espaldarazo para Marine Le Pen; cuyo proyecto estratégico no pasa por la “unión de las derechas” en torno a un programa desacomplejado de confrontación permanente con lo progre, sino por una apertura hacia un “patriotismo del siglo XXI” que mantendría la dureza en temas de seguridad e inmigración al tiempo que relajaría su posición en lo referente a modelos de familia, aborto o libertad sexual. A lo que habría que añadir un programa económico de carácter sensiblemente más estatista.
En estas condiciones, Marine Le Pen está utilizando los resultados del 24 de abril para justificar su estrategia y legitimar su liderazgo; es decir, para tratar de continuar, como mínimo, hasta las elecciones presidenciales de 2027. Está por ver si esta victoria moral del modelo estratégico del “patriotismo del siglo XXI” provoca movimientos tácticos en el resto de derechas radicales; que, no lo olvidemos, encaran con dudas este convulso inicio de década.
Esta confrontación de modelos dentro de la extrema derecha gala genera también tensiones de cara a las elecciones legislativas del próximo junio. Éric Zemmour llama a la unión del “campo nacional” y propone una “coalición electoral de las derechas y de los patriotas” para contrarrestar al bloque “islamo-izquierdista” de Jean-Luc Mélenchon y al bloque “macronista”, al tiempo que fustiga el liderazgo de la presidenta del Rassemblement National: “Es la octava vez que el apellido Le Pen es derrotado”.
La idea expresada por el líder de Reconquista no es absurda: Francia se encuentra políticamente partida por tres. Hay un tercio de población que se sitúa en la izquierda, otro tercio que se ubica entre el centro-derecha y el centro-izquierda, y un último tercio instalado alrededor de posiciones identitarias. Por eso resultaría preciso que toda la derecha angustiada por la idea del “gran reemplazo” se agrupara en coalición. Al menos, si quiere pesar políticamente y ser relevante dentro de la Asamblea Nacional.
Sin embargo, con probablemente toda seguridad, este plan no se llevará adelante. Marine Le Pen no accederá a compartir su liderazgo dentro de la derecha dura francesa ni aceptará relajar su papel preponderante. Habrá choque de trenes. Como consecuencia de ello, es posible que los resultados de la derecha radical, siendo importantes en porcentaje, apenas se traduzcan en una quincena de diputados dentro de la Asamblea Nacional. En cambio, sí servirán para dirimir, por segunda vez, qué proyecto estratégico y programático se impone dentro de la agitada extrema derecha francesa.
Vox, Hermanos de Italia, Alternativa por Alemania o Chega observan con atención la contienda y se debaten entre su preferencia ideológica por el modelo zemmourista y su deseo de recibir, al fin, una buena noticia de Francia.
Una noticia esperanzadora que les permita apuntarse el tanto mientras proclaman que el mundo se encamina hacia una polaridad global entre patriotas y globalistas.