Cultura

Un Che Guevara carlista

Manuel Martorell traza en 'José Borges: el carlista catalán que murió por la independencia del sur de Italia' (Txalaparta, 2022) la biografía de un hombre y el fresco de una época: la revolución liberal y las paradojas de la resistencia popular a ella.

Revólver en una mano, carabina en la otra, puñal en la faja del traje napolitano, gesto ceñudo, temible, en el bello rostro. Fue corta la vida de Michelina di Cesare, muerta el 30 de agosto de 1868 a los veintisiete años, pero fue intensa: la de una brigantessa del Mezzogiorno, guerrillera legitimista, cabecilla de una de las partidas que, en el antiguo reino de las Dos Sicilias, trataron, sin éxito, de evitar primero, y revertir después, la unificación de Italia.

Di Cesare fue la más famosa, pero hubo muchas mujeres en el brigantaggio. La represión piamontesa no fue compasiva con ellas, y tampoco con Michelina, víctima temprana, tras su captura y asesinato en el monte Morrone, de una práctica macabra que daba, en aquel momento, sus primeros pasos: el fotografiado y la difusión masiva de la imagen de su cadáver vejado –además de su exhibición física, desnudo, en la plaza mayor de Mignano, junto con el de su marido–, a modo de advertencia para la población. No importó que estuviera embarazada de cuatro meses: la propaganda, de hecho, no dejó de contarlo. Como en toda guerra, las mujeres sufrían en aquella un escarnio especial: la naciente fotografía vejaba también a la reina depuesta de las Dos Sicilias, la adorada María Sofía, víctima, en su caso, de un arcaico photoshop perpetrado en 1862 en un estudio de Roma: pegar su rostro a la imagen del cuerpo desnudo de una prostituta y difundirla por doquier.

Fue aquel el contexto en que se desenvolvieron los últimos compases de la vida de José Borges, catalán ilerdense de Vernet, protagonista de una biografía escrita por el navarro Manuel Martorell, que publica Txalaparta. Él había caído unos años antes, en 1861, cuando trataba de organizar a los dispersos briganti al modo como, en España, durante las dos guerras carlistas —en las que él había combatido y alcanzado el grado de general—, habían logrado hacerlo los Zumalacárregui y los Cabrera, convirtiendo a una calderilla de rebeldes espontáneos en un ejército con todas las de la ley.

Borges –cuya biografía se lee con la agilidad de una novela de aventuras– vendrá a ser una suerte de Che Guevara reaccionario del siglo XIX. Fue aquella una centuria de revoluciones liberales y deposición de arcaicas dinastías, que en todas partes toparon la oposición, más o menos vigorosa, de una resistencia lealista: carlistas en España, miguelistas en Portugal, jacobitas en Escocia, legitimistas en Francia, etcétera, todas ellas una y la misma resistencia en realidad para una cohorte de soldados universales, brigadistas de la Internacional blanca, revolucionarios de la contrarrevolución. Como en el caso del Che, conocemos con precisión las andanzas de Borges porque –hombre culto, hablante de cuatro idiomas, lector de Julio César– dejó escrito un atento diario de campaña, transcrito íntegramente al final del libro de Martorell.

El momento es interesantísimo y lo es todavía más cuando uno logra desprenderse de los maniqueísmos y los relatos guiñolescos de cierto terraplanismo histórico. ¿Eran los malos aquellos rebeldes, donde los buenos serían los partidarios de la revolución liberal? ¿Eran, si acaso, seres atrasados, brutales, tarados dispuestos a entregar su vida por reyes execrables, la «chusma de aldeanos gobernada por una chusma de curas» que Napoleón dijera que era el pueblo español?

Así lo creía Cesare Lombroso, padre veronés de la criminología, que dedicó años a medir cráneos y analizar cerebros de briganti en busca de las claves frenológicas, hereditarias, que explicasen la incapacidad del paisanaje del Mezzogiorno para abrir los ojos a la luz de la Libertad, y acabó concluyendo y explicando en El hombre delincuente (1876) que los cerebros sureños tenían una estructura similar a la del hombre primitivo. Y ello es que, en nuestros días, sigue prevaleciendo un sentido común histórico no demasiado alejado de aquellas interpretaciones. Enfrentados a la tarea de comprender, por ejemplo, a quienes en España lucharon por Fernando VII frente a los liberales, la despachamos rápidamente con el abecé del mito del progreso: con el seso sorbido por la prédica viperina de los púlpitos, aquellas gentes analfabetas luchaban contra su propio interés. No querían ser libres, y era preciso obligarlas a ser libres a cañonazos.

Michelina de Cesare. Licencia CC0

Estudiosos como Álvaro París, o el propio Martorell en su biografía de José Borges, nos explican bien nuestro error: el de, obnubilados nosotros mismos por los sermones del liberalismo, no hacernos cargo de que este traía una modernidad con muchos y obvios aspectos positivos (tampoco se trata, no debería tratarse, de hacerse antiliberales), pero fue correctamente percibido por buena parte de las clases humildes como un mero cambio de amos, no para mejor por lo demás. Como se dice en El gatopardo, novela y película ambientadas justamente en el Mezzogiorno de los años de la unificación, todo cambiaba para que todo siguiera igual y la demolición de muros arcaicos eliminaba constricciones, pero también protecciones que el pueblo apreciaba. De las desamortizaciones olvidamos, por ejemplo, que su objetivo no era solo arrebatar terrenos a la Iglesia, sino también privatizar los pastos comunales, proceso que, como las enclosures británicas, arrojó a la precariedad a grandes contingentes de habitantes del agro, abocados de tal modo a dar con sus huesos en el averno esclavista de las fábricas de la revolución industrial.

Nos cuenta Martorell la anécdota ilustrativa de un abogado, rehén del jefe brigante Cipriani La Gala, que intentó convencer a este de que lo dejara libre porque simpatizaba, como él, con los Borbones depuestos. El brigante le respondió con sorna: «Tú has estudiado, eres abogado… ¿y te crees que luchamos por Fernando II?». El legitimismo era una mera amalgama, la defensa del rey legítimo un mero pretexto mancomunador, para una alianza variopinta de perdedores del liberalismo: aristócratas destronados, clérigos furiosos con la secularización, pero también aquella plebe intemperizada, que no necesitaba venerar de manera acrítica al rey para defenderlo como símbolo de un orden periclitado bajo el que, ciertamente, su vida había sido más cómoda, y al que, para más inri, se había puesto fin con malas artes.

Las Dos Sicilias se unieron a la flamante Italia en 1860 mediante referéndum, pero de muy escasa limpieza: las urnas para el y el no eran distintas, de tal modo que todo el mundo supiera qué votaba cada cual, y los partidarios de la unificación y una policía ciudadana integrada por escuadristas de la Camorra vigilaba la votación, de carácter censitario para más señas: solo el 25% de la población, los varones de las capas más pudientes, tuvo derecho al sufragio.

El libro de Martorell recoge la unión de fuerzas que, contra los Saboya y el Gobierno de Turín, llegó a producirse entre los legitimistas y muchos garibaldinos y mazzinianos, decepcionados por el rumbo antipopular que tomaba un Risorgimento del que habían creído —y con respecto al cual les habían prometido— que traería aparejadas luminosas conquistas de justicia social, que a la hora de la verdad quedaron convertidas en papel mojado. Y es, así, una excelente aproximación, de sensibilidad gramsciana y pasoliniana, a las paradojas y equívocos de la modernidad, tanto más interesantes en un momento como este en que el tren de la modernidad parece descarrilar.

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Comentarios
  1. MagnIfico artículo. Ya Marx, en sus escritos sobre la revolución española, se dio cuenta de ese carácter ambivalente del carlismo, especialmente el de Navarra, País Vasco y la Rioja. Muchos que se dicen marxistas se abonan a las tesis liberales. O no han leído a Marx o solo han leído los catecismos de Marta Harnecker.
    Lo que ahora llamaríamos brigadistas internacionales, tanto revolucionarios como reaccionarios, actuaron frecuentemente en el siglo XIX. Por ejemplo, en las revoluciones de 1848, en la Comuna de París o en la unificación de Italia. Y no se limitaban a alistarse cuando había conflicto, sino que andaban de país en país y de círculo en círculo. Los había de casi todas las nacionalidades europeas.

  2. «UNA CURIOSA DEMOCRACIA SIN PUEBLO».
    «LAS BASES MILITARES DE EE.UU. NOS CONVIERTEN EN CÓMPLICES DE LOS CRÍMENES DEL IMPERIO» (VÍDEO)
    A través de un comunicado remitido a la redacción de Canarias semanal el Frente Antiimperialista Internacionalista (FAI) se ha pronunciado, de forma contundente, contra la permanencia de las bases militares de los Estados Unidos en territorio del Estado español (…).
    «Este -denuncian- es un tema prácticamente olvidado por los medios de comunicación, la clase política, las instituciones y la ciudadanía en general. Se ignora el origen de este pacto, la razón de su existencia, los riesgos que comporta, su carácter ilegítimo y, sobre todo, el nivel de sometimiento que supone a los intereses de la decadente potencia imperial, los EE.UU».
    En este sentido, el FAI recuerda que:
    «La dictadura franquista entregó cuatro enclaves a EE.UU. a cambio de ser reconocida por las instituciones internacionales, lavado de cara de la tiranía a cambio de la soberanía de parte del territorio».
    «La tan cacareada “unidad territorial de España” -apuntan- no aguantó el envite de los intereses del imperio».
    Se trató, según el FAI de una «ignominia que se perpetuó en la Transición».
    «El “pacto” con EE.UU. no se cuestionó, del mismo modo que no se cuestionó el Concordato con la Santa Sede o la sucesión de la jefatura del estado, decidida por el dictador. Una curiosa democracia sin pueblo».
    El FAI denuncia, igualmente, que:
    «En los más de 70 años transcurridos han cambiado los nombres: pacto, tratado, convenio. También ha cambiado el número y el papel de las bases, pero lo que no ha cambiado es que todo se ha hecho bajo el criterio y las órdenes de EE.UU., ajustándose a la estrategia imperial en África, el Mediterráneo, Próximo Oriente y Asia Central».
    El Frente Antiimperialista Internacionalista destaca que esta situación «nos ha convertido durante estos años en cómplices necesarios, de hecho coautores, de los crímenes que el imperio ha cometido y comete en estas áreas, las más castigadas del planeta, donde los muertos se cuentan por millones y los desplazados por decenas de millones».
    «En estos enclaves norteamericanos en el Estado español se instalan tropas, se almacenan armas, se reabastecen aviones, se atracan barcos, se instalan sistemas bélicos, se organizan matanzas. Nosotros suministramos el territorio y prestamos servicios, pero jamás tomamos decisiones sobre todo ello».
    El FAI considera «repugnante y vergonzoso que los responsables de esa situación hablen impunemente de paz, de derechos humanos, de intereses nacionales, de inquebrantable unidad territorial».
    «El próximo 21 de mayo se dará un paso más en la perpetuación de esta ignominia, permitiendo la renovación automática, por otro año más, del actual convenio; y los días 29 y 30 de junio se celebrará en Madrid la Cumbre de la mayor organización criminal que hoy existe, la OTAN».
    Por todo ello -concluyen- una vez más, desde el Frente Antiimperialista Internacionalista, levantamos la voz para gritar: «OTAN no. Bases fuera».
    https://canarias-semanal.org/art/32727/las-bases-militares-de-eeuu-nos-convierten-en-complices-de-los-crimenes-del-imperio-video

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