Opinión
Esa angustia mía, esa angustia nuestra
"Quiero tener derecho a ser feliz. Quiero que algún partido político se interese realmente por mí. Sé que no soy la única persona que se siente así", escribe el autor.
No podía levantarme. Tampoco podía dormir más. Me desperté a las 5 de la mañana y todos los problemas de mi empresa me martilleaban en el cerebro y no me permitían conciliar el sueño. No puedo olvidarme de esto, tengo que hacer lo otro. ¿Descubrirán ese error? ¿Me seguirán tratando mal mis compañeros? Y mi jefe, ¿seguirá tratándome con esa soberbia y displicencia? Me destroza cuando eso ocurre. ¿Y mi pareja? Ya no soy una buena compañía. Apenas me apetece conversar o tener sexo ¿Podrá aguantarme mucho tiempo así? ¿Y si me despiden? ¿Cómo voy a encontrar otro trabajo? Y si lo encuentro, ¿qué me pagarán? ¿Tendré que hacer, como siempre, horas extras que nadie me va a remunerar? Vi cómo echaron a una compañera porque cumplía sus horarios… Claro, la indemnizaron por el despido, pero no le dieron demasiado dinero, y en todo caso está teniendo unos problemas tremendos para volver a encontrar otro trabajo. Ni siquiera se ve capaz de empezar a trabajar en otra empresa.
Nunca me he planteado otra cosa que trabajar para alguien porque no he tenido jamás dinero para invertirlo en crear una empresa, ni siquiera para arriesgarme a crear un negocio como autónomo o freelance. Además, ¿una empresa o negocio de qué? Parece que a este país solo le interesa el turismo y todo lo que tiene que ver con ello directa o indirectamente: ocio, servicios, construcción, alimentación y ropa. ¿Y la ciencia y la investigación, la cultura? Este país no avanza realmente. Siempre ha sido así desde mi infancia y no parece que vaya a cambiar absolutamente nada. Al contrario, los gobiernos creen que todo va bien cuando las empresas que se dedican a todo lo anterior –salvo la ciencia y la cultura– ganan mucho dinero y crean puestos de trabajo, aunque los sueldos sean bajos y ni siquiera den los impuestos que pagamos todos para sostener un sistema de pensiones que permita mantener la dignidad para cuando llegue la jubilación.
La única alternativa es trabajar para el sector textil o financiero. Sí, las empresas que hacen ropa son potentes, aunque sé que la enorme mayoría de su producción está deslocalizada. Y para los bancos, los clientes como yo ya no somos negocio. Actualmente no solo ya no nos dan nada por tener nuestro dinero allí, sino que hasta nos quieren cobrar y escatiman el servicio a los ancianos cerrando sucursales. Solo les interesa ganar dinero con operaciones financieras que nada tienen que ver con nosotros, los consumidores, que somos el auténtico motor de la economía en este sistema de “bienestar”.
¿Cómo se atreven a llamarlo de bienestar cuando cada mañana, y cada noche, me encuentro así de mal? Sueño con trabajar en alguna empresa pública. Allí al menos tienes la seguridad de que no van a echarte por cualquier nimiedad, y mucho menos porque no hagas horas extra o trabajos que no te corresponden. Y dicen que la función pública crea vagos… Sí, hay quien hace todo lo posible por escaquearse, pero eso también ocurre en la empresa privada. Hay gente que parece haber nacido con la habilidad de no estar nunca cuando hay trabajo. A mí me cae todo siempre… Pero además de eso, me cuentan que en la empresa pública también hay situaciones de acoso laboral de jefes y compañeros, y que por mucho que sepas que no te van a despedir, la sensación de inseguridad también invade a muchos funcionarios, sobre todo a los que se quejan de la ineficiencia del servicio que prestan. Ven que el lugar en el que trabajan no funciona debidamente y que todo es burocracia, apariencia y cainismo entre compañeros, además de abusos de poder de algunos jefes. Ya, no le hagas caso… pero ese jefe conspirará con tus compañeros para que te hagan la vida imposible, o simplemente el vacío.
¿Que me pida la baja? Ya sé que es sencillo, que algunos médicos la conceden con insultante facilidad por cualquier razón, pero no, no he venido a este mundo a parasitar a la sociedad. No quiero que me sufraguen la vida con los impuestos pagados por los demás. Quiero ser útil, sentirme útil también, y saber que tengo no solo una seguridad que ahora no siento, sino la satisfacción de que valgo, que estoy aquí porque sé hacer bien algo y que ese algo es apreciado por alguien. Quiero sentir que no he nacido en vano, que también puedo obtener afecto de los demás y que no van a rechazarme por ser como soy, ni física ni psicológicamente. A veces siento que en esta sociedad, o encajas en un patrón, o estás fuera. Y siempre me he sentido fuera. Para estar dentro tengo que representar un personaje que me ahoga, que no me gusta. Ese personaje es mi principal enemigo, aunque en mi interior sepa que ese actor mediocre impostado es mi reflejo de la propia sociedad.
Quiero tener derecho a ser feliz. Quiero que algún partido político se interese realmente por mí. Sé que no soy la única persona que se siente así. Siempre voté a la izquierda porque tengo aversión a la tradición. Creo que todo debe cambiar, mejorar y avanzar constantemente. Creo en la libertad esencial de conducta y conciencia y aborrezco de cualquier imposición doctrinaria o dogmatismo, mucho más si al final acaba conduciendo a un puritanismo que me aterra, o a una moral oficial semejante a la empleada por no pocas religiones, y que me estremece todavía más.
Quiero que todos puedan decir sin miedo lo que les gusta, o exhibir su cuerpo sin vergüenza porque el desnudo no es nada que deba incomodar a nadie. ¿Cómo puede ofender a alguien nuestro propio cuerpo? Quiero que se extienda la cultura del diálogo, del saber escuchar, de no tratar a los demás como si fueran los representantes del mal cuando no coinciden con mi forma de ver la vida, porque creo que acaba discriminando a mucha gente una versión maniquea de la convivencia basada en “el bien y el mal”.
Quiero una sociedad en la que se transmita la solidaridad y se explique que es la clave principal de nuestro éxito como especie, a diferencia del individualismo de personas y sociedades, que conduce solo a la endogamia y a la extinción. Quiero poder hablar como yo quiera, sin que nadie deba ofenderse por no haber utilizado las palabras debidas. Vivir en sociedad también significa tolerar ciertas molestias nimias derivadas del comportamiento ajeno.
Y quiero ser responsable de mi persona, sintiéndome con el poder de tomar mis decisiones. No quiero que el Estado me diga constantemente lo que debo y no debo hacer. Entiendo que se lo diga a las empresas en su conducta laboral y con respecto a los consumidores, porque mi felicidad como ciudadano depende muchísimo de esa conducta de los empresarios. Pero no quiero que me tutele como si fuera un irresponsable si no estoy haciendo daño a nadie. El Estado debe prevenir ese daño ajeno, pero no debe prohibirme conductas en las que yo decida libremente implicarme sin peligro para nadie más. No soporto esa tutela que me aleja del progresismo que siempre supuse poseer como ideología.
¿Dónde está la izquierda? En otro tiempo tuvo la habilidad de identificar a los poderosos, a los que vivían con una calidad de vida a años-luz de los demás. Supieron señalar bien a los antiguos nobles y a sus sucesores, los burgueses explotadores que solo querían ocupar el lugar de los primeros convirtiendo a los antiguos siervos, ahora ya “ciudadanos libres e iguales”, nuevamente en siervos inconscientes de seguirlo siendo. Sí, soy uno de esos siervos, soy tan invisible como uno de aquellos esclavos, aunque yo, por el engaño que me provoca lo que me queda de amor propio, crea que no lo soy. Ya sé que vivo mucho mejor que aquellos siervos gracias a sus antiguas luchas sociales, por cierto, pero sigo sintiendo esa angustia del desamparo social, de ese individualismo que me puede expulsar de mi sustento y vivienda en cualquier momento en que todo se tuerza. ¿Cómo es posible que a día de hoy sigamos con esa ansiedad vital?
Imagino un mundo con esas necesidades completamente cubiertas, lleno de personas que ya sin esa desazón piensan, emprenden, leen, escriben, ayudan, aportan. Personas que no perciban que tener hijos con veinte años destruye la juventud o es una carga inasumible para su futuro laboral, porque su Estado no les ayuda en absoluto con esos niños que han traído al mundo. Personas que son respetadas en su individualidad y en su persecución de la felicidad. Gente sin ataduras basadas en constructos sociales, tabúes, razas, géneros u orientaciones sexuales. Todos cabemos aquí.
Pienso en personas que por fin han perdido el miedo, ese instrumento biológico de supervivencia que deberíamos haber superado hace mucho tiempo, y que ha servido a gobiernos y otras estructuras sociales para volver a esclavizarnos. Ese debería ser el fin de cualquier ideología que quiera ser identificada como progresista: la abolición del miedo.
¿Utopía? Echen la vista atrás y comprobarán cómo solo las que en otro tiempo se han considerado utopías, han permitido la mejora real de las condiciones de vida de la gente. Son los constructores de utopías los que posibilitan un futuro mejor.
Problemas del primer mundo?
Efectivamente necesitamos deshacernos del miedo. Pero el miedo -aún este miedo generalizado- es un sentimiento subjetivo, contra el que se puede luchar y que se pierde tras consumarse la amenaza para dar lugar a la acción.
Ciertamente esta sociedad nos ha moldeado para ser piezas dóciles de una cadena de producción y eso implica no darnos las herramientas para salir sin miedo del sistema.
De ellas, además de las psicológicas, la principal es la integración en una comunidad. El mayor esfuerzo del neoliberalismo fue dirigido a la disolución de la sociedad, y es por ahí por donde debemos esforzarnos ahora nosotros, en sentido contrario.
El fin de la energía barata lo hará en breve imperativo. Recomiendo revisitar el documental «la fuerza de la comunidad». Fuerza y ánimo a todas!
Hermoso artículo y real como la vida misma…
Marcelo Colussi: Llamado a no perder las esperanzas.
…Todo lo anterior puede hacer pensar en que el horizonte socialista ya no es posible, que quedó como “utopía juvenil irrealizable”. Quizá sea necesario replantear las formas de lucha, porque lo conocido, en este momento no pareciera ser un camino muy prometedor. Evidentemente, la correlación de fuerzas en la actualidad muestra un triunfo omnímodo del gran capital sobre la clase trabajadora global. Pero ello no significa que no se necesiten los cambios. Hoy la tarea inmediata sigue siendo 1) unión de las fuerzas de izquierda tan dispersas que existen, 2) organización de las bases populares, 3) impulsar un contra-mensaje ideológico no-capitalista, con nuevos valores (solidaridad, rechazo al consumismo y al individualismo), 4) unidad programática y de acción de todos los colectivos sojuzgados: asalariados varios, mujeres, pueblos originarios y etnias excluidas, jóvenes, marginados y explotados diversos por el sistema, y 5) una conducción clara con proyecto revolucionario posible acorde a las circunstancias históricas (tomando en cuenta todo lo arriba expuesto).
Sin lugar a dudas, la tarea es titánica. Pensar que nos excede es aceptar que el campo popular fue derrotado e, indirectamente, que “la historia terminó”, como se declaró exultante cuando caía el Muro de Berlín. Pero ni lo uno ni lo otro: la clase dominante ahora se muestra vencedora, pero si el amo tanto y tanto se defiende (con guerra ideológica, con armas sofisticadas, con controles planetarios a todo nivel) es porque sabe que, tarde o temprano, el esclavo abrirá los ojos.
Estas breves y mediocres reflexiones –más de charlatán de feria que sesudas investigaciones sociales– no son sino un reforzamiento para la lucha, un llamado a no perder las esperanzas. “Podrán cortar todas las flores, pero no detendrán la primavera”.
https://insurgente.org/marcelo-colussi-llamado-a-no-perder-las-esperanzas/
Me da en la nariz que eso de la felicidad es una abstracción de filósofos y otros intelectuales que no vive en el mismo mundo que la gente. Solo he conocido una persona convencida de que era feliz: mi abuela materna. A sus más de 95 años, casi ciega y en silla de ruedas, después de una durísima vida de trabajo en el campo desde los cinco años, decía a todas horas que era una lástima tener que morirse con lo bien que estaba entonces.