Opinión

La España que dejé

"La España que dejé ya no existe, la que nos espera necesitará muchos cuerpos que sean capaces de engendrar mejoras", escribe Azahara Palomeque

Papeles. PPD / Licencia CC0

Hoy he estado limpiando la casa, no de polvo, sino de papeles llenos de mis datos –cartas del departamento de inmigración, viejas pólizas de seguro con su listado de precios, facturas…– y ropa que no me va a hacer falta por ser demasiado formal, el disfraz puritano que he aceptado ponerme estos años en Estados Unidos. En el proceso de depuración que conlleva una mudanza de trece años, como si pudiera cogerlos en peso y envolverlos, llevármelos y aterrizar en España con un cargamento de tiempo, mascullaba ideas sueltas, retazos inconexos que me remitían una y otra vez a la España que dejé y que tantísimo he añorado, porque mientras unos levantan el neón del patriotismo en sus patéticos discursos, otros tuvimos que largarnos por culpa de su nefasta gestión política y la ruina que crearon.

Hay un rencor muy profundo que me brota contra ciertos politicastros cada vez que recuerdo los años de depresión que han acompañado esta emigración pero, más allá de sentimientos que estoy intentando suavizar, existe una historia nacional poca veces comprendida que tiene que ver con la masa de desterrados provocada siempre por nuestro país –haría falta leer más literatura del exilio, por ejemplo, ejercitar colectivamente la memoria–, y, recientemente, con la cantidad de cambios que, desde 2008, se han producido, tan deprisa que cuesta trabajo identificarlos. Por motivos de espacio, me limitaré a hablar de estos últimos.

La España que dejé y a la que vuelvo son dos entes completamente distintos. La primera se caracterizó por unas políticas de austeridad violentísimas cuyos efectos aún siguen vigentes, pero también por una energía en la calle capaz de cuestionar cada aberración que emanaba de los despachos oficiales en manifestaciones, huelgas, protestas prácticamente a diario. No existía ningún partido de ultraderecha, aunque esta estuviese integrada en la tupida red de las instituciones, y todavía había quien se quejaba de ser “mileurista”, cuando hoy esto se considera un privilegio. Entre 2008 y la época actual los salarios se han reducido de media un 20% y, dado que la desigualdad social ha aumentado, el dato apunta a un empobrecimiento mayor de determinados colectivos. Las fuerzas disidentes, muchas, hubo que contenerlas con la Ley Mordaza, y los derechos perdidos, como buena parte de la sanidad y la educación, que normalizarlos para no decaer mientras florecían los seguros y las universidades privadas. 

Mi fractura, esa que acarrea un océano de por medio, fue también social, un antes y un después que, como afirmaba Mark Fisher, tuvo dos consecuencias muy claras: la primera, señalar una tendencia que pretende la devolución del poder a las élites; la segunda, el hecho de que “el neoliberalismo se desacreditó totalmente”, pues saltaron los pespuntes del sistema y, con el rescate a los bancos, se pudo percibir nítidamente para qué servía el estado: para salvaguardar intereses corporativos. Esa potencialidad política que generó tal epifanía, que algo andaba podrido dentro de la maquinaria capitalista, sin embargo, se ha ido diluyendo conforme la esperanza que despertaron algunas alternativas de izquierda se desinflaba como un flotador pinchado. Las nuevas generaciones han crecido ya sin memoria de ese momento de ruptura y, a veces, me da miedo que se acepte el gran fraude como normativo, la (auto)explotación y el individualismo como caminos únicos en lo que viene. 

Por otra parte, la España que dejé no se ha desarrollado en una burbuja, sino que ha respondido a derivas antidemocráticas que llegaron de fuera para quedarse: un trumpismo vivísimo, engordado de su programa y estrategias de comunicación que impúdicamente abrazan la mentira, y unas redes, ya omnipresentes, que ondean la posverdad al capricho de los algoritmos, es decir, de ardides empresariales. La última vez que estuve en mi pueblo, me dijo mi tío: “cariño, tú es que eres muy roja” y yo le contesté: “no, es que este país se ha derechizado”. Se calló, recapacitamos; algo de cierto había en las dos afirmaciones. 

Y, aun así, creo que estos años han servido a un crecimiento, un aprendizaje común que se va enraizando en ciertos grupos y recabando cada vez más apoyos, cuyos ejemplos más notables vienen de las temidas “identidades”, donde reside la mayor vitalidad. El ecologismo, el movimiento LGBT, el antirracismo, el feminismo y también la clase social se van abriendo terreno y produciendo ecos mediáticos importantes. Estos argumentarios, esgrimidos por cuerpos que se reconocen como vulnerables y reclaman derechos, no son nuevos: es en los años sesenta cuando surgen como tales, con un vigor que el neoliberalismo se encargó pronto de reprimir. No obstante, parece que retornan cuando el sistema que los silenció ha demostrado su falencia indiscutible. Si hay que reconstruir el tejido colectivo y crear –porque lo viejo inspira, pero no se traduce a hoy– otra política, probablemente habrá que hacerlo desde ahí, con ánimos renovados, otro lenguaje que no sea sólo reactivo, que invente a la altura de los riesgos pero también de las infinitas posibilidades de ahora.

La España que dejé ya no existe, la que nos espera necesitará muchos cuerpos que sean capaces de engendrar mejoras. Yo he comenzado por el principio y he roto hoy todos los papeles viejos. 

Si te gusta este artículo, apóyanos con una donación.

¿Sabes lo que cuesta este artículo?

Publicar esta pieza ha requerido la participación de varias personas. Un artículo es siempre un trabajo de equipo en el que participan periodistas, responsables de edición de texto e imágenes, programación, redes sociales… Según la complejidad del tema, sobre todo si es un reportaje de investigación, el coste será más o menos elevado. La principal fuente de financiación de lamarea.com son las suscripciones. Si crees en el periodismo independiente, colabora.

Comentarios
  1. Personas como tú son las que necesitamos aquí, Azahara.
    Me alegro mucho de que vuelvas. Me pareces una persona honesta y con las ideas tan acertadas como claras. Justo lo que aquí falta actualmente: Valores, honestidad y perspicacia.
    ——————————————————

    España se sitúa en el puesto 32 de la Clasificación Mundial de Libertad de Prensa, que elabora Reporteros Sin Fronteras (RSF) y que ha presentado este martes, lo que supone una caída de tres posiciones respecto al año pasado.
    La organización alerta de «unos medios cada vez más opinativos y una precarización creciente de la profesión» (Infolibre)
    La organización también ha destacado la «falta de transparencia mostrada por los gobiernos central y autonómicos con la información pública sobre la pandemia y el clima de animadversión a la prensa generado esencialmente por la ultraderecha».
    RSF recuerda que se tramita en el Congreso la posible derogación de los llamados delitos de expresión —injurias a la Corona, a los sentimientos religiosos, apología del terrorismo, etc—; el artículo de la ley mordaza que penalizaba la captación de imágenes por la prensa ha sido declarado inconstitucional por el Tribunal Constitucional y las disposiciones más polémicas de esta ley están también en trámites para ser derogadas por las Cortes.
    Es destacable, además, en el análisis español, el «gran clima de polarización mediática que afecta a unos medios de comunicación cada vez más próximos a medios de opinión». Para RSF, España es un «claro ejemplo de la tendencia a las fracturas sociales que denuncia a nivel global RSF en su Clasificación, azuzadas por medios excesivamente foxnewsizados y olvidadizos con su misión de informar lejos de posicionamientos políticos».
    Cabe destacar la proliferación en España, como en otros países de su entorno, de los llamados SLAPP (Strategic Lawsuits Against Public Participation), es decir, acciones judiciales abusivas interpuestas contra los periodistas con fines intimidatorios y por presunta revelación de secretos o delitos contra el honor. Del mismo modo, ve «reseñable» que los periodistas que denuncian a agentes de la policía o son ellos denunciados por éstos, en el marco de manifestaciones, se enfrentan a procesos judiciales en los que «la versión policial prevalece casi por sistema».
    Julian Assange: gladiador de la libertad de prensa.
    Estados Unidos está persiguiendo a un periodista por realizar su trabajo, es decir, por publicar información sobre graves crímenes de guerra, tildándole para ello de espía.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.