#UnaMareaDeLibros
El peligro de estar cuerda
El último ensayo de Rosa Montero, 'El peligro de estar cuerda' (Seix Barral), gira alrededor de la creatividad y la locura. "Tirando del hilo -real o ficticio- de su propia relación con la escritura, nos acerca a las claves de eso que nos convierte, o no, en artistas y escritores", escribe José Ovejero.
No creo que haya muchos escritores españoles con la capacidad de Rosa Montero para aunar lo anecdótico con lo profundo, la emoción con la información, lo autobiográfico con lo colectivo, usando un lenguaje que va de lo coloquial a la imagen poderosa. Me estoy refiriendo ahora a su obra ensayística, no tanto a sus novelas, que se rigen por códigos distintos, aunque yo creo que cualquiera puede descubrir un aire de familia en su práctica de los dos géneros.
Su último ensayo, El peligro de estar cuerda (Seix Barral, 2022), gira alrededor de la creatividad y la locura. Por supuesto, esa relación se ha planteado hace mucho y ha cobrado forma en el prototipo del escritor (por lo general varón) romántico: el suicida, el adicto, aquel tan enfermo de pasión que es capaz de realizar cualquier disparate por conseguir a la amada o por crear una gran obra, o las dos cosas; ese que escribe enfermo en un cuartucho miserable, para quien la muerte no significa nada porque va en busca de la inmortalidad.
Rosa Montero trasciende ese cliché a fuerza de examinarlo a fondo para ver cuánto hay de verdad en él, utilizando datos de la ciencia y también biográficos de muchos autores y autoras que fueron a la vez creadores excepcionales y desequilibrados notorios. Aunque probablemente hoy no nos representemos al artista en los términos heredados del romanticismo, es decir, en los del genio innato, sí seguimos preguntándonos si el talento es adquirido -como parece sugerir la proliferación de talleres y másteres de creación literaria- o si es un rasgo de nuestra biología; o una mezcla de las dos cosas. Montero aborda ese problema -el clásico enfrentamiento ideológico entre quienes creen que nos construye nuestro entorno y quienes dan esa prerrogativa a los genes-, pero no relaciona la gran capacidad creadora con una inteligencia o una sensibilidad extraordinarias, al menos no de esa manera: más bien lo que ella encuentra en los grandes artistas es un desequilibrio mayor que el de la población «normal» y una obsesión por la propia obra. Sin la segunda, sin esa capacidad de trabajo y de sacrificio, el desequilibrio es vano, como lo es cualquier forma de talento.
Tirando del hilo -real o ficticio- de su propia relación con la escritura, nos acerca a las claves de eso que nos convierte, o no, en artistas y escritores, y qué consecuencias tienen esas características. Aprendemos, por ejemplo, que un escritor tiene un cincuenta por ciento más posibilidades de suicidarse que alguien que no se dedica a la literatura (y también más probabilidades que un músico o un pintor). Que fobias, esquizofrenias, drogadicciones, alcoholismos, tendencias suicidas, depresiones, internamientos psiquiátricos -y los terribles electrochoques-, ataques de pánico, son parte, si no inseparable sí frecuente, de la actividad creativa. Pero quizá una de las conclusiones más sorprendentes a las que llega Rosa Montero es que la mayoría de los escritores y escritoras que sufren esos desequilibrios no desearían prescindir de ellos si tal cosa entrañase dejar de escribir. Que preferirían el dolor y el pánico a una vida no creativa. «Escribir es un don y una enfermedad. Me alegro de haberme contagiado», dice Bukowski. Porque, como afirma Montero, somos «yonquis de la intensidad», y preferimos el dolor a la rutina, la exaltación al equilibrio, sufrir por amor a no sentirlo o no lo suficiente. Y la literatura es a la vez exaltación y remedio, también cura para la soledad que entraña toda locura. «He hecho algo contra el miedo. He permanecido sentado toda la noche y he escrito», es otra de las muchas citas, esta de Rilke, que salpican el ensayo. Pero hoy se mira con desconfianza a quien da demasiada importancia a la literatura; quien escribe para entretener, como afirman muchos, quien piensa que escribir no es más que un juego inteligente y ameno, quien escribe con oficio pero sin pasión nunca podría decir lo que Clarice Lispector: «Escribo como si fuera a salvar la vida de alguien. Probablemente mi propia vida».
Lo que está claro es que, para Rosa Montero, la literatura es esencial para vivir y para sentirse viva, y por eso en estas páginas se encuentra todo su entusiasmo, su curiosidad, su alegría por ser escritora, a pesar de que serlo se origine en traumas, pérdidas y desequilibrios que, en principio, nadie desearía. Pero que avivan nuestro fuego interno, nos hacen sentir también con más intensidad lo que somos y lo que nos rodea. Aunque, ya digo, esto hoy les parece a muchos una pose romántica, exagerada, de mal gusto. Para terminar con otra cita de Bukowski que aparece en este ensayo, como decía, profundo y ameno: «Parece que los escritores han perdido el norte, escriben para darse a conocer y no porque estén al borde de la desesperación».
1a mi modo de ver, este ensayo tiene mucho de eso, de ensayo, pero poquísimo de ciencia, a pesar de. lo que dice el comentarista. La ciencia nunca ha afirmado nada sobre los supuestos desequilibrios de literatos y artistas. Lo que sí afirma es que entre, por ejemplo, los bipolares se da una proporción mayor de «genios», pero la inmensa mayoría de estos enfermos no lo somos. Me parece que es algo muy distinto.