Internacional
Catar 2022 cruza una línea roja
El próximo 21 de noviembre comenzará el mundial de fútbol en un país sin historial futbolístico y donde las cifras de siniestralidad laboral son una sangría
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El Mundial de Catar será el primero de la historia en jugarse en invierno (en el hemisferio norte). Es su peculiaridad más insignificante. Se trata de la Copa del Mundo que mayor polémica ha generado por el lugar de su celebración y las condiciones humanitarias del país organizador. Más incluso que aquella Argentina del 78 en la que el dictador Jorge Videla acabó levantando el trofeo en una de las más vergonzantes imágenes que el deporte más popular del planeta ha generado.
Desde que el país asiático consiguiera los derechos de organización en un ya lejano diciembre de 2010, las dudas y denuncias de organizaciones de derechos humanos, pero también de una parte de la afición, no han hecho más que crecer. La propia elección sigue envuelta en acusaciones de corrupción, con la propia FIFA, la patronal mundial de este deporte, negando las supuestas irregularidades de un informe interno. Cayeron dirigentes, pero el torneo siempre mantuvo su celebración. En unos pocos meses, el 21 de noviembre, comenzará Catar. 2022.
Esta última década, desde el anuncio hasta el inicio efectivo de este mundial, ha pasado rápida para la afición. A la selección española se le escapó el toque, vimos a Alemania volver a imponer su fiabilidad, a Argentina alzar una copa casi 30 años después y a Francia amenazar con imponer una dinastía. Hace algo más de un año, sin embargo, un informe de The Guardian hacía ya imposible mirar para otro lado. El titular: Más de 6.500 trabajadores migrantes han muerto en Catar desde la concesión del Mundial. La mayoría, con origen en Pakistán, Bangladés, Nepal o Sri Lanka. Doce por semana durante 10 años, detallaba el diario británico. Los datos no incluían los últimos meses de 2020.
Amnistía Internacional lleva tiempo denunciando la celebración del Mundial de Catar por varios motivos, entre ellos la cuestión laboral. “Una de las preocupaciones que tenemos es la de los trabajadores migrantes. Hay miles construyendo infraestructuras, no solo estadios, también carreteras, aeropuertos, hoteles, y son objeto de continuas violaciones de sus derechos laborales. Interminables jornadas, muchas veces con temperaturas extremadamente altas. Es difícil establecer un número concreto sobre las personas que han perdido la vida porque no existen cifras oficiales. Hay informes como el de The Guardian, pero Amnistía Internacional no los puede avalar porque nos guiamos siempre por cifras oficiales que el Gobierno catarí no facilita”, explica Carlos de las Heras, responsable de Deporte y Derechos Humanos de la organización.
“A eso se le suman los pobres salarios. Alguna de nuestras investigaciones ha demostrado que, incluso, cuando un trabajador quiere abandonar se encuentra dificultades. Hemos llegado a ver cómo en algunos casos tenían que pagar al empleador para poder buscar otro trabajo. Algunas de las familias de los fallecidos no han recibido ningún tipo de reparación económica”, señala De las Heras. Amnistía Internacional cifra en 1,7 millones los trabajadores migrantes, más del 90% de la mano de obra, empleados 3.200 de ellos a diario en el estadio Jalifa de la capital, Doha, con un salario mensual medio de unos 220 dólares.
A un nivel más amplio que el laboral, el respeto a los derechos humanos más básicos en Catar también está en cuestión. De las Heras recuerda que “de cara a viajes que puedan hacer hasta allí los propios aficionados, hemos visto cómo el presidente del comité organizador decía que el colectivo LGBTI es más que bienvenido, pero que no debería mostrar afecto en público. Esto es lo que no puede suceder. La opinión pública debe conocer que determinados derechos no se cumplen”.
Amnistía denuncia también vulneraciones al derecho a la salud de trabajadores migrantes durante la pandemia, discriminación legislativa hacia las mujeres y recortes a la libertad de expresión. En abril se reanudaron las ejecuciones de pena de muerte tras un paréntesis de dos décadas. “Esta Copa del Mundo no puede ser una de las herramientas que las autoridades cataríes utilicen para mostrar al mundo una cara moderna, reformista o abierta”, manifiestan desde Amnistía Internacional, que aboga por que el mundial sea una herramienta para mostrar y mejorar esa durísima realidad.
Boicot al torneo
Existen organizaciones que sí tratan de articular un boicot contra esta Copa del Mundo. Uno de los más activos está en Alemania. Boycott Qatar 2022 tilda el torneo de indigno e invita a no participar en él a jugadores y aficionados y aficionadas. Además de las razones de peso arriba citadas, acusan a este campeonato de celebrarse en un país sin cultura futbolística y cuyo único argumento para llevarse la cita ha sido el dinero. Un lugar en el que este deporte es solo un producto de usar y tirar, como prueba la construcción de estadios con aforo para 45.000 personas en ciudades de solo 11.000 habitantes, como el de Al-Shamal. Según esta asociación, la FIFA tiende a organizar este tipo de macroeventos en países como Catar debido a las crecientes reticencias de países democráticos a la hora de aceptar sus exigencias comerciales, en alusión a esa especie de Estado paralelo, con sus propias zonas y reglas, en el que el organismo se convierte durante la celebración de un mundial.
En Boycott Qatar 2022 saben lo improbable que es un boicot efectivo al torneo, pero sí confían en la utilidad de los aficionados que den la espalda al engranaje. “No ver los partidos, no comprar los productos de merchandising, usar esas semanas para debatir sobre fútbol y derechos humanos e incluso organizar torneos alternativos”, afirma su portavoz, Dietrich Schulze-Marmeling. Boycott Qatar 2022 cuenta con el apoyo de varios grupos de aficionados de clubes como el Bayern de Múnich, el Borussia Dortmund, el Schalke 04, el Colonia y, por supuesto, el St. Pauli, de Hamburgo.
La organización activista sostiene que, para algunos seguidores de este deporte, el Mundial de Catar es una línea roja cruzada en el proceso de mercantilización antidemocrática del fútbol. Schulze-Marmeling recuerda la primera reacción “de incredulidad” ante el anuncio de Catar como país organizador y la importancia del primer paso dado por el Tromsø hace unos meses. El club noruego pidió a la federación del país nórdico boicotear el campeonato. Finalmente, Noruega no se ha clasificado, pero aun así la federación tuvo que votar contra la cuestión en un congreso extraordinario forzado por el debate social.
Tanto Boycott Qatar 2022 como Amnistía Internacional coinciden en la relevancia de la conversación crítica que suscita el mundial. “En años anteriores, la importancia de los derechos humanos a la hora de organizar grandes eventos deportivos no estaba en la opinión pública. Ahora vemos cómo es una cuestión que los aficionados se empiezan a plantear. Este tipo de eventos no puede obviar la situación de los derechos humanos en los países donde se celebran. No pueden servir para blanquear la imagen de determinados países”, afirman en Amnistía Internacional, que a la vez recuerda que el foco ha de ponerse sobre la FIFA.
El foco, en la FIFA
“Como entidad organizadora, la FIFA también es responsable de la situación de los derechos humanos en Catar y debe elevar la voz a ese respecto”, señalan. Desde su sección española, Amnistía Internacional ha intentado contactar con los dirigentes del fútbol en este país. “Nos hemos dirigido hasta en tres ocasiones a la Federación Española de Fútbol y la única respuesta que hemos obtenido hasta ahora es el silencio. El pasado noviembre, coincidiendo con el anuncio de la última convocatoria, estuvimos en la propia sede y tampoco nos recibieron. A nivel internacional, nuestra organización sí está teniendo conversaciones con FIFA”.
El tiempo apremia y el año 2022, hasta el comienzo del mundial a finales de noviembre, será fundamental en términos de concienciación social. Desde Amnistía Internacional confían en que las autoridades cataríes implementen leyes (formalmente aprobadas) que alivien la explotación laboral. Temen, eso sí, que sigan siendo papel mojado. Schulze-Marmeling se muestra optimista con el avance crítico en perspectiva. “Estuve en la campaña de boicot al mundial de Argentina 78. En aquel entonces, los implicados no eran aficionados al fútbol, sino activistas. Hoy esa situación ha cambiado. Tienes en varios estadios grupos de seguidores organizados que piden el boicot a Catar. Y los jugadores creo que se han hecho más conscientes también, conocen lo que pasa en el mundo. Hay redes sociales y ellos no dependen tanto como antes de las federaciones de fútbol”, afirma.
Mientras, uno de los países con la huella ecológica per cápita más alta, el que más rápido –en poco más de un mes– agota sus recursos naturales de todo un año, se prepara para la llamada gran fiesta del fútbol. Llegarán a los quioscos los cromos, se hablará de la última oportunidad para Messi, del posible debut de países como Malí o Macedonia del Norte, de la repesca entre Italia y Portugal, las dos últimas campeonas europeas, y de que una de ellas se quedará fuera… Pero también será difícil que el mastodóntico evento y sus participantes y beneficiarios puedan obviar que será la Copa del Mundo más incómoda hasta la fecha. Y la que definitivamente podría sellar el divorcio unilateral de las autoridades del fútbol con la realidad social.