Opinión
Corcho
En Madrid, una mujer fue liberada hace algunos días tras llevar dos años encerrada por su pareja. Algunos vecinos habían puesto corcho en las paredes para aislarse de sus gritos
La suberina es un biopolímero producido por las paredes celulares de algunas plantas para protegerse del ambiente. Por ejemplo, el alcornoque. Las aglomeraciones que se producen en el tronco de este árbol se conocen como corcho, un material usado por el ser humano desde hace milenios por su flexibilidad, resistencia y capacidad de aislar. Esas tres características hicieron que Pierre Perignon cambiara los habituales tapones de madera por otros de corcho, lo que nos ha ofrecido notables placeres. Podríamos decir que ese fue uno de los momentos estelares de la humanidad.
No podríamos decir lo mismo de la jornada particular en la que un vecino del barrio madrileño de Moratalaz acudió a una tienda de bricolaje para pedir varias planchas de corcho. Quería recubrir con ellas las paredes que daban a la casa de los vecinos ruidosos. Eran una pareja, aunque solo el hombre salía de casa y se dejaba ver en la escalera. El vecino del corcho sabía que eran dos porque, cuando el tipo no estaba en el domicilio, se oían los gritos de una mujer. Ya estaba harto. Necesitaban aislar la casa.
Ojalá ser Efride Jelinek para describir el momento en el que esa persona tomó las medidas de la pared, bajó a la tienda, acercó el papel al dependiente y este cortó las láminas de corcho antes de enrollarlas. Seguro que le preguntó si necesitaba ayuda para el transporte o la instalación. ‘Tenemos un servicio muy económico’, cabe pensar que añadió. ‘No es necesario’, respondió el vecino. Ya había llamado a un amigo o familiar con experiencia en reformas, que era el que lo esperaba en la furgoneta. Instalaron las láminas esa misma mañana. Si fuera una película de Michael Haneke, los dos hombres colocarían las planchas de corcho entre los gritos de la casa de al lado. Qué mejor manera de comprobar la efectividad de su compra.
Meses después, no sabemos cuántos, la mujer de los gritos logró ponerse en contacto con un conocido en Alicante que, a su vez, llamó a la policía para denunciar que había una persona que llevaba dos años sin poder abandonar su casa porque su marido se lo impedía. De hecho, solo podía circular por toda la vivienda cuando él estaba en casa porque, cuando tenía que salir, la encerraba en una habitación, la del corcho al otro lado. Tras la intervención policial, el vecino dijo que ellos ya lo sabían, que la habían oído. De hecho, la habían oído tanto que habían tenido que recubrir la pared con láminas de corcho para poder descansar.
Esta última escena no suele aparecer en las narraciones porque es poco verosímil. Lo habitual es que el personaje diga no escuchó nada, que no tenía ni idea y que el tipo siempre saludaba. Cómo íbamos a pensar algo así. Después, una escena íntima, quizá con un espejo, justo antes de la retirada del corcho. O no. Si la historia no es capaz de aguantarse las ganas de moralizar, puede acabar con un accidente casero del vecino en el que sus gritos de auxilio no son escuchados por el aislante. El que pone algo para aislarse suele olvidar que también se aísla él mismo. Conviene tener esto en cuenta al colocar cualquier construcción defensiva, ya sea corcho o un muro. Tampoco he podido aguantarme las ganas de moralizar.
Es exagerado considerar esta anécdota como uno de los momentos estelares de la humanidad, pero sería igualmente injusto situarla como parte de la historia de la infamia. Es solo una noticia de sucesos, como tantas, como las agresiones a homosexuales o las muertes de migrantes. Esas que ahora entran en la guerra cultural y hay que considerar dentro de un terreno más amplio para evitar el racismo inverso o la discriminación de los poderosos. Cuando pensamos cómo pudieron pasar todas esas cosas, lo hicieron así, sencillamente, gracias a la flexibilidad, resistencia y capacidad de aislar de materiales como el corcho o el estómago humano, cuya capacidad de dilatación y asimilación también es notable. Menos que la mente, eso sí.