Cultura
La periferia también era esto
Jacques Audiard hace un hermoso retrato generacional de la juventud actual y sus usos amorosos en ‘París, Distrito 13’.
Jacques Audiard ganó la Palma de Oro en Cannes en 2015 con Dheepan, un drama abrumador sobre las dificultades de los migrantes para obtener asilo en el Primer Mundo y seguir adelante con sus vidas. Ken Loach, por su parte, ha dedicado casi toda su filmografía a retratar magistralmente las penurias de la clase obrera. Y qué decir de los hermanos Dardenne. Entre tanta tragedia desgarradora, el cine reciente había olvidado a un grupo significativo que merecería un poco de atención: los jóvenes precarios de la periferia (de las grandes ciudades o de un país) que viven existencias modestas pero relativamente normales. En ese ángulo muerto es donde Audiard coloca la cámara en su última película: París, Distrito 13.
Podría pensarse que si no hay conflicto grave, desgarro, injusticia flagrante, no merece la pena que el artista comprometido se ocupe de ello. Pero no todo puede ser Germinal. Hay una clase trabajadora pendiente de reconocimiento que no encaja en el canon, a menudo tremendista, del realismo socialista. Los tres protagonistas de Audiard podrían ser representantes perfectos de ese grupo de población. Son jóvenes, bellos, cultos, sofisticados, racializados y precarizados. Getafe o L’Hospitalet, por poner dos ejemplos, están llenos de gente así y no como habitualmente nos los pintan, como una reduccionista e indigesta concentración de chonis y calorros semianalfabetos. La periferia, nuestras periferias, no son eso.
¿Y cómo son los protagonistas de París, Distrito 13? Pues Émilie (Lucie Zhang) es de origen taiwanés, es licenciada en Ciencias Políticas por Sciences Po y trabaja de teleoperadora. Camille (Makita Samba) es afrodescendiente y profesor de instituto. Para vivir en París tiene que compartir piso con Émilie. Dedica sus noches a prepararse unas oposiciones con las que mejorar su situación laboral (cuando no se lo impide su desbordante actividad sexual). Nora (Noémie Merlant) cambia la asfixiante y ultraburguesa Burdeos por la capital para huir del acoso y ampliar su horizonte vital. Sus vidas se entrecruzan en Les Olympiades (título original del filme), un conglomerado de torres-dormitorio construido en los años 70 en la Rive gauche según los dictados (hoy sabemos que socialmente fallidos) de Le Corbusier.
Somos algo más que nuestro trabajo
Sus condiciones de vida, que evidentemente tienen un peso, pasan a un segundo plano en la narración de Audiard. No es que no importen, es que no constituyen su único rasgo distintivo y no los anulan como individuos. A él estos tres personajes les sirven para hacer, básicamente, un estudio sobre el amor. Y también, por qué no, sobre la variedad (sugestiva, compleja, hermosa) de nuestras sociedades. Pero sobre todo del amor. ¿Es eso un pecado político? Pues entonces Audiard es culpable. Qué se le va a hacer.
El director, así lo ha confesado durante la promoción, estaba cansado de los universos masculinos y violentos que lo han hecho célebre. Los de películas, por otra parte extraordinarias, como Un profeta (2009), De óxido y hueso (2012) o Los hermanos Sister (2018). Quería cambiar de registro y aproximarse a las mujeres y a los relatos sentimentales de Éric Rohmer. Tenía en la cabeza Mi noche con Maud (1969), a la que se acerca en temática (triángulo amoroso) y estética (una espléndida fotografía en blanco y negro; aquella del maestro Néstor Almendros, ésta de Paul Guilhaume).
Para ello ha fundido tres historias del ilustrador Adrian Tomine y les ha dado forma con la ayuda de las guionistas Léa Mysius y Céline Sciamma. Forma y profundidad, porque sus protagonistas son complicados y contradictorios. Están muy lejos de ser perfectos y eso los humaniza. Este nivel de composición sólo está al alcance de los muy grandes. Pero, claro, Sciamma lo es. Para comprobarlo sólo hay que ver sus dos últimas maravillas como directora: Retrato de una mujer en llamas (2019) y Petite Maman (2021).
Audiard ha decepcionado un poco a quienes esperaban que siguiera con su cine enérgico y varonil, pero lo cierto es que triunfa en su acercamiento rohmeriano al amor en los tiempos de Tinder, OnlyFans y el ciberacoso. Y en ese microcosmos sentimental y urbano que es Les Olympiades –«Desde lo alto de las torres puedes ver la Rive droite y tienes la extraña sensación de estar en una ciudad extranjera. Estás en París y también fuera de París», explica el director–, la gran revelación es Lucie Zhang, quien antes de la película no había hecho ningún trabajo como actriz profesional.
Ella es la personificación (lenguaraz y despreocupada) de los modernos usos amorosos. Su relación con el sexo es extraordinariamente natural y Audiard, igual que no la juzga, no filma esos momentos íntimos desde el voyerismo o el morbo. Todo fluye normalmente (como lo que es, vamos, un acto cotidiano), lo que no quiere decir con ligereza. Porque quizás el puzle de las relaciones tenga hoy otro manual de instrucciones (primero follamos y después nos conocemos), pero sigue siendo igual de difícil armarlo. E igual de apasionante.
‘París, Distrito 13’, de Jacques Audiard, se estrena en cines el viernes 8 de abril.
Buen artìculo, sauf una precisiòn sociourbana: le 13 eme no es periferia, es plenamente centro de la almendra central de la Ville de Paris